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OTRA ASOMBROSA MUJER: MENCÍA DE CALDERÓN. Estuvo al mando de una flota en ruta
hacia ASUNCIÓN, con padecimientos y desgracias colosales. Con ella iba el gran JUAN
DE SALAZAR Y ESPINOSA, esta vez responsable de un hecho poco digno.
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– No pecas de confuso, tenaz chupatintas, pero esmérate ahora porque nos
metemos en una maraña de hilos biográficos.
- Te veo contento, ejemplar prelado:
dichoso tú eres entre todas las mujeres. Nos toca la gran dama Mencía Calderón,
y espero dejar clara su trayectoria, que se cruza con las heroínas que acabamos
de despedir (lo veremos). Doña Mencía (lindo nombre) nació, como Cortés, en
Medellín. Su marido, Juan de Sanabria, con título de Adelantando del Río de la
Plata, fue encargado de socorrer a la gente de Asunción. Qué optimismo: los que
quedaron de esta expedición del ‘gafe’ Sanabria llegaron a destino ¡seis años
después!, y, además, para ser socorridos. Ya antes de partir, muere don Juan, y
hereda los títulos su hijo (de un matrimonio anterior) Diego de Sanabria; para
resolver trámites, Diego permanece en Sevilla, y parte su corajuda madrastra al mando del tinglado. Unos tres años después,
consigue el voluntarioso muchacho financiar otras naves y zarpar ansioso en
ayuda de Mencía y su tropa, que llevaban tiempo malviviendo en la costa
sudamericana. Zanjemos de sopetón el intentado socorro de Diego: el traidor
océano engulló las naves con todos los que iban a bordo, lo que es el colmo de
la desgracia. Mencía había iniciado su viaje en 1550, y, probablemente, tardó
mucho en saber algo de la catástrofe. Te cedo a la notable mujer, caro Sancio.
- Con la ilustre dama (qué señora, hijo
mío) iban capitanes gloriosos, como Juan de Salazar, Fernando de Trejo, y,
entre otros, Hernando de Salazar. Primer enredo: este Salazar es el que (como
hemos contado) unos años después iría enloquecido contra los indios porque le
habían raptado a su mujer, María de Mendoza, con sus dos niños, solucionando el
tremendo conflicto el sabio, e increíblemente osado, ‘speech’ que soltó en guaraní
a los implacables nativos su hermana Elvira de Mendoza. Pues bien: la elegante
Mencía (que se mantuvo dignamente viuda) llevaba con ella en aquel viaje a sus
dos hijas, María y Mencía Sanabria Calderón; también viajaba otra notable
familia de Medellín, de viejos amigos suyos, Francisco Becerra, su esposa
Isabel Contreras, y sus hijas Elvira Carvajal e Isabel Becerra (ya saben vuesas
mersedes que los apellidos bailaban). Me da pena que salgan a flote durante esta
‘excursión’ algunas actuaciones poco honrosas de nuestro casi paisano Juan de
Salazar de Espinosa, a pesar de su grandeza histórica, pero es lo que hay.
Primero se le amotinó la gente de su nao en Canarias, calmando los ánimos Trejo
y el otro Salazar. Y, de seguido, tuvo un gesto bien feo. Se vieron abordados
por piratas franceses. Fueron a la nave bucanera Francisco Becerra y alguno
más, quedando de rehenes mientras los gabachos robaban lo convenido. Juan de
Salazar, jefe de toda la flota, pensó implacablemente en lo que consideró el
interés general, y dio orden de largarse, lo que ponía en gravísimo riesgo a
los rehenes, pero tuvo que rectificar por el escándalo general de todos los que
estaban a sus órdenes. (No hablaremos más de Becerra, porque murió durante el
viaje sin ninguna otra noticia reseñable).
Ciao, ciao, bambino.
- Buen plan, Sancho: tenemos heroínas para
rato. Va bene, caro.
Vamos a adelantar un poco los
acontecimientos, buen hombre, recorriendo la ruta por la que llegarán a
Asunción los que quedaron de la flota de doña Mencía. Pero sin hacer trampa con
esos avioncitos, sino a pie y desde donde ellos partieron, la isla de Santa
Catalina (en el mapa, Florianópolis). Que ningún perillán olvide que ese
trayecto lo descubrió un portugués, al servicio de España y miserablemente
marginado por las crónicas, Alejo García, con 4 españoles y cientos de indios a
los que se metió en el bolsillo hablándoles en su lengua. Y pasaron de largo
por Asunción (que aún no existía), para llegar (quítense el sombrero, please)
¡hasta los Andes! El siguiente en recorrerlo fue el gran Cabeza de Vaca, sumido
en un éxtasis al ver las cataratas del Iguazú. También Juan de Salazar y de Espinosa,
bastante quemado con el resto de la expedición, se adelantó por ahí con un
pequeño grupo, y luego lo hizo el resto con Mencía Calderón, presentándose en
Asunción seis meses más tarde que el espinosiego. Incluso siendo virtual, ese
accidentado ‘paseo’ de más de 1.200 km. nos ha dejado para el vertedero.
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