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LA FOTA DE DOÑA MENCÍA CALDERÓN llega a Brasil, sufriendo un descalabro en sus
costas. Balance del viaje: salieron de España 300 y murieron 180. JUAN DE
SALAZAR, con un grupo, y, después,
MENCÍA, con el resto, llegaron, por fin y siempre entre sufrimientos, a
ASUNCIÓN.
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– Buenas noches, insomne búho. ¿Qué hicieron los piratas gabachos?
- A la paz de Dios, reverendo. Pues
subieron al barco de Juan de Salazar a llevarse el botín, pero el otro Salazar,
Hernando, temió que incluyeran en el lote a alguna de las doncellas, y “se puso
con sus armas a la boca delante de la cámara donde estaban, para amparallas y
que no tocasen a aquellas damas ni a sus haciendas”.
Por
galantería francesa, o impresionados por el fuego de la mirada del caballero
andante, las respetaron. Apuntemos la piratería como otra habitual amenaza de
aquellos locos viajes. Prosiga el mosén.
- Grazie, piccolino. Pasaron después 7
meses de travesía, todos los días iguales, infinitos cielo y agua,
incomodidades de la asfixiante convivencia, escasez, mareo continuo, miserias humanas,
rencillas, bromas, cabreos, y, como
decía Quirós de su viaje, también el consuelo de la Salve al atardecer, amén de
esperanza, hipertrófica esperanza… Pero
no les fue tan mal, porque lograron su objetivo, llegar a Brasil, a la isla de
Santa Catalina (entonces española), que hoy se llama Florianópolis (vaya parida). Sin embargo, fue
arribar a la costa y sufrir un mazazo demoledor: les recibió, primero, una
airada tempestad que hundió la nao San Juan con todos sus ocupantes, y, al
entrar en la bahía, otra más, con resultado de 11 ahogados, uno de ellos
Francisco Becerra, dueño de la otra nave. Solo quedaba un patache (digamos que
una patera grande), y también se fue a pique, aunque todos se salvaron.
Balance: salieron 300 de Sanlúcar y sobrevivieron 120. Eran tan peligrosas
aquellas demenciales aventuras, que resultaba tan mortífero el viaje como el
destino, por lo que me dan ganas de excomulgar a los que solo hablan de los
defectos de los temerarios españoles que iban a Indias. En aquella desnudez con
la que se quedaron doña Mencía y sus acompañantes, todo, absolutamente todo el
sentido de la expedición se vino abajo. Estaban ellos como para cumplir la
misión de su viaje, llevarles ayuda a
los de Asunción. Así que, ‘a sobrevivir toca’. En Sta. Catalina, María
Sanabria, hija de Mencía, se casó con el importante militar Hernando de Trejo. Pasaron
los supervivientes casi ¡tres años! en la isla, hasta que recobraron poco a
poco la ilusión, como el oso que sale de su letargo invernal. Asunción era la
esperanza. Dos capitanes, Saavedra y Hernando de Salazar, fueron, uno detrás de
otro, a la capital para pedir ayuda: el implacable gobernador provisional,
Irala, temiendo competidores, los encerró. En Santa Catalina, quién sabe si
injustamente, fue destituido como jefe ‘nuestro’ Juan de Salazar, asumiendo el
mando Trejo, y esto debió de colmar la paciencia del espinosiego, porque, tras
casarse con Isabel Contreras (la talludita viuda de Becerra), se puso en marcha
hacia Asunción (no olvidemos que él fundó esta ciudad), llevándola a ella con
sus hijas, Elvira e Isabel, más unos cuantos soldados leales, algunos con sus
esposas, y varios portugueses. Adieu, mon petit.
- Admirables personajes: siempre en
marcha. À demain, mon vieux.
Perdonen vuesas mersedes tanto mapa y
olviden las líneas azules. Juan de Salazar y sus pocos adictos parten de la
isla Santa Catalina, en la costa brasileña, cuyo nombre ha cambiado algún cursi
recientemente (Florianópolis, en honor del ex-presidente brasileño Florián Peixoto).
Por la ruta pedestre (1.500 km) que inició el impagable portugués Alejo García,
llegaron a Asunción tras 7 trabajados meses. Mencía Calderón era tan cumplidora,
que no quiso partir sin fundar antes el fuerte de San Francisco, una de las
cláusulas de la (maldita) licencia real. Y lo hizo “pa ná”, porque tuvieron que
abandonarlo rápidamente por el acoso de los indios.
Así
que, con una amargura más, se pusieron en marcha capitaneados por su yerno,
Hernando de Trejo, quien ejecutó por el camino a unos inocentes indios que
confundió con los que les habían atacado. La expedición, solamente 22 hombres,
21 mujeres y algunos niños, llegó a la capital de Paraguay en mayo de 1556. El
implacable gobernador Martínez de Irala, que babeaba de gusto cuando podía
acusar de algo a sus posibles competidores, apresó a Trejo, fundándose en el ‘asesinato’
de los indios (con gran cinismo, porque él estuvo siempre bañado en esa sangre),
y allí murió encerrado un año después el yerno de Mencía estando todavía
pendiente de juicio.
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