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DRAMAS FAMILIARES, mujeres extraordinarias, que vivieron entre grandes hombres (JUAN
DE SALAZAR, JUAN DE GARAY…), y un maravilloso fruto que surgió del INFIERNO DE
ASUNCIÓN, el ejemplar obispo FRAY FERNANDO DE TREJO Y SANABRIA.
(245) – La paciencia todo lo alcanza, secre. Estás
que te mueres por empezar con Bernal Díaz del Castillo. Te llegará el gustazo.
- Tú y yo, reverendo, siempre fieles a las
mujeres, seguiremos un tantico en su compañía. Y además es un placer
reivindicarlas. Cuando llegó Mencía a Asunción, conoció a aquel heroico grupo de damas que procedían del infierno de Buenos
Aires, entre las que destacaban nuestras admiradas (ya reseñadas) Isabel de
Guevara, María de Angulo y su hija Elvira de Mendoza. Sus apasionantes biografías
se cruzaron. Esmérate en explicarlo claramente, Sancho.
- Me dejas a mí el lío, cobardón, pero me
pondré didáctico. Primero recordaremos que Isabel de Contreras, viuda del
ahogado Francisco Becerra, se casó con ‘nuestro vecino’ Juan de Salazar de
Espinosa (de Espinosa de los Moneros), y con él llegó a Asunción (por el mismo
camino del río Iguazú) tres meses antes que Mencía y los suyos. Pasan los años,
muere Salazar en 1560, deja heredera principal a su mujer, y le confía el
cuidado de sus tres propios hijos, extramatrimoniales y legitimados. Como ya
sabemos, en 1564, Nufrio de Chaves, con melifluas palabras, sedujo a un grupo
de pobladores de Asunción para que se trasladaran a Santa Cruz de la Sierra, en
el que figuraban no solo su mujer, Elvira de Mendoza, y su suegra, María de
Angulo, sino también Isabel Contreras, ya viuda de Juan de Salazar, así como su
hija, Isabel Becerra, las cuales no se pudieron enterar, de momento, del dramón
que dejaban atrás. Una hija y hermana suya,
llamada Elvira de Carbajal (no utilizaba el apellido Becerra), se quedó en
Asunción, se casó con el capitán Ruy Díaz de Melgarejo, y, tiempo después, su
marido la pilló en apasionada faena con un clérigo, acabando con los dos. La condena que recibió
fue solamente de cárcel, por pesar mucho entonces las cuestiones de honor, a lo
que se añadió una fulminante excomunión eclesiástica dado el matiz sacrílego de
ejecutar a un sagrado pecador. Treinta años después, el desventurado personaje se mostró pesaroso, especialmente
por sus hijos (unos bebés el día fatídico) “habidos de Doña Elvira de Carbajal,
mi legítima esposa, que Dios haya”. Cuenta algo alegre.
- Pues lo hubo, entrañable clérigo. La
otra hija y hermana, Isabel Becerra fue mimada por el destino. Al llegar a
Santa Cruz (lo que ya era una gran suerte) se casó con ‘nuestro también vecino’
(de Villalba de Losa) el gran capitán Juan de Garay, de manera que habría sido
“yernastro” del difunto Juan de Salazar. Esta familia y algunos más se
volvieron a Asunción (Nufrio murió asaeteado en el camino). Después de soportar
el trago de la escabechina que llevó a cabo en la capital el engañado
Melgarejo, es de suponer que disfrutaron de una vida extraordinaria: Garay
fundó definitivamente Buenos Aires en 1580, cubierto de gloria y de hijos,
porque tuvo ocho con Isabel de Becerra, más un mestizo colateral; los indios
acabaron con su alegría y con su vida en 1583. Ya lo sé, Sancho...
- Sí, joven (de espíritu): tendré que añadir yo
una de las mayores satisfacciones de la adorable Mencía Calderón. Ciao.
Terminemos con algo muy positivo, sufrido
pendolista. Telegráficamente: Doña Mencía Calderón (qué deslumbrante dama, y
que el Señor me perdone), vivió, por fin, cómodamente hasta sus últimos días en
Asunción. Su hija menor, Mencía Sanabria, se casó a lo grande. La mayor, María
Sanabria, aunque sufrió la pérdida temprana de su primer marido, el notable
capitán Antonio de Trejo, muerto en prisión por culpa del gobernador Irala, se
casó pronto con un ‘jefazo’, el teniente de gobernador Martín Suárez de Toledo.
Pues bien: ahora viene la gran alegría. Con Trejo había tenido un niño llamado
Fernando. Este chavalín hizo el tremendo viaje con sus padres hasta Asunción.
Al amparo de su padrastro, llegó al convento franciscano de Lima teniendo solo
14 años, sin duda muy intensos. Convertido en joven sacerdote de 22 años en 1574, pronto le hacen responsable de su orden en
Perú, alcanzando la cumbre espiritual al ser nombrado obispo de Tucumán en 1592.
Y todo ello (oh, Dios mío, qué rara avis) sazonado de una vida ejemplar,
impulsora de la evangelización respetuosa de los indios, y entusiasta de la
cultura, poniendo su dinero personal para que surgiera lo que después sería la
argentina Universidad de Córdoba. Es de temer que tan gran personaje, FRAY
FERNANDO DE TREJO Y SANABRIA, fallecido en 1614, no tenga la biografía que se
merece, pero al menos la universidad colocó el año 1903 en su patio de honor
este hermoso monumento.
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