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LA EXCEPCIONAL ISABEL BARRETO, ya con título de Gobernadora y Almirante, dirige
la flota hacia FILIPINAS, pero resultando odiosa a los que van a bordo.
(230) - Placer verte, literato compañero de
tertulias: Quirós tuvo mejor concepto de Mendaña que Sarmiento. Pero detestaba
a Isabel.
- En lo primero, reverendísimo abad, quizá
influyeran las edades. El más joven era Quirós, y la diferencia de edad con
Mendaña, unos 23 años (muchos para la época), le inclinaría a una actitud
respetuosa. Pero no tuvo pelos en la lengua para criticar a la ilustre dama. Su
marido le dejó en herencia todos sus cargos, convirtiéndola en una de las
escasísimas mujeres que tuvieron en Indias el título de gobernadora. Muerto
Mendaña de fulminante enfermedad contagiosa, ella tomó inmediatamente y con
energía la vara de mando en unas circunstancias harto difíciles; durante una de
las incursiones que ordenó, murió su hermano mayor, Lorenzo, por la herida de
una flecha envenenada. Isabel estaba decidida a seguir adelante con la
expedición, pero tuvo que ceder porque nadie tenía ánimos para continuar
peregrinando por el Pacífico. El único hombre que podía salvarlos era Quirós,
como experto piloto, y se decidió poner rumbo a Filipinas (nombre elegido en
honor de Felipe II). Iban escasos de comida y agua para el largo viaje que tendrían que soportar
(unos 5.000 km), y doña Isabel…
- Ay, doña Isabel, pequeñín. Tendrás que
buscar luego alguna mujer de Indias más simpática. Fue valerosa, enérgica…,
pero soberbia y egoísta. Quirós nos cuenta que la ración era escasa ya desde el
primer día y que el barco parecía un hospital miserable: “llagas, tristezas,
enfermedades y muertos, con lloros de sus deudos, que día hubo que se echaron 4
a la mar”. Sufrían principalmente de sed: “las mujeres, con las criaturas a los
pechos, pedían agua, y todos a una se quejaban de mil cosas”. Pero, que el
diablo la lleve, la situación habría sido menos dramática si la impresentable
jefa no fuera la quintaesencia del egoísmo estúpido. Dice Quirós que, teniendo
bajo llave la despensa, escatimaba en exceso para la gente, “y era larga en
gastar para sí y en lavar con agua dulce su ropa, respondiendo a las críticas
que de su hacienda podía hacer lo que quisiera”. Se olvidaba la cursi dama de
que, en el código militar, eso merecía pena de muerte. Quirós, representando a
los marineros, trató de que cambiara de actitud, y le contestó que “más
obligación tenía él con ella que con los marineros, y que, si ahorcase a dos,
los demás callarían”. ¡Ele mi niña…!: ya es la segunda vez que la vemos
aconsejando a otros que ahorquen a alguien. La estupidez humana no tiene sexo.
Felices sueños, caro.
- Ni tampoco la sensatez. Vuela a Quántix,
noble espíritu. Ciao.
-Veamos, en el mapa, hijos míos, la
trayectoria del viaje. Mendaña descubrió las Marquesas, siguió recto hacia el
Este y encontró otras islas, las Santa Cruz (son las pequeñitas que están
encima de Vanuatu). Allí abandonó este perro mundo y pasó a mejor vida. Isabel
Barreto, su esposa, ya con el título de gobernadora, y (caso único en la
historia de Indias) de almirante de la
expedición, fue de una tacada hasta Filipinas con la ayuda del experto piloto
Pedro Hernández de Quirós. Luego darían el enorme salto hasta México. Pero
cuéntanos, querido trotamundos, qué pinta aquí la foto de Robert Graves.
- Ese extraordinario literato inglés tuvo
una vida my intensa. Fue tan mal herido en la 1ª Guerra Mundial que le dieron
por muerto. Pero le quedaba mucho por escribir. Pocos libros tan famosos como
su “Yo, Claudio”. Cuando hace ya varios años (tempus fugit), te perseguí por
Sevilla, querido Sancho, haciendo turismo de investigación, vi un libro, en el
simpático hotel que me alojaba, titulado “Las islas de la imprudencia”, escrito
por Graves en 1949, y que, curiosamente,
es una versión novelada de este viaje del trío Mendaña-Barreto-Quirós.
Dado que sus narraciones suelen estar empapadas de poesía, fantasea un poco la
historia, pero, como es de suponer, Graves nunca defrauda. Sin duda su
residencia habitual en Mallorca le hizo amar la cultura española, y sabía
escoger como nadie temas de impacto, reconociendo, además, el gran valor de lo
que (dita sea) en nuestra tierra apenas se conoce.
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