domingo, 10 de abril de 2016

(231) CONTINÚA LA TERRIBLE TRAVESÍA HASTA MANILA, adonde llegan gracias al experto QUIRÓS, muy crítico con la DESPÓTICA ISABEL BARRETO.

(231) -  Bonne nuit, mon petit mignon; estás en lo cierto: debí convertirme en el gran reportero de Indias. Nunca me lo perdonaré.
     - Fue una pena, impagable Sancho. Solo de pensar en los personajes históricos que trataste, del rey ‘pabajo’, me entran mareos. Pero tu misma biografía fue absolutamente excepcional. ¡Ah!, y cada vez eres más conocido. Estamos perforando la roca.
     - Gracias, pequeñuelo: te adoro. Pero continuemos el viaje con la valiente e insoportable Isabel Barreto. La gente iba al borde del motín, por ella y por la soberbia de sus hermanos. Además, Quirós, sensatamente, se opuso a sus intenciones de un aumento de la ración de agua al no creerle que aún faltaba mucho para llegar a Manila. El viejo lobo de mar describe la penosa situación de la nave con una exhibición de vocabulario marinero: “todo estaba deteriorado, el árbol mayor, el dragante, el bauprés, la cebadera, el estay mayor, el calabrote, los brandales, las vergas, las trizas, las ostagas, el combés, los masteleros, la gavia, la mesana, la bolina…”. Llegaron a la bahía de Cobos. Visto el pésimo estado general de la gente, Quirós propuso dejar allí a enfermos, mujeres y niños, atendidos por indios amigos, y aligerar la nave para llegar cuanto antes a Manila. Isabel, ni caso, y Quirós anotó: “No hice en esta expedición cosa buena, sino sufrir a una mujer gobernadora (lo era de las tierras descubiertas) y a sus dos hermanos”. Pero la cosa fue peor todavía: la ‘jefa’ prohibió desembarcar en la bahía, bajo pena de muerte. Un padre ‘desnaturalizado’ se fue en una barca con la idea de conseguir leche para su famélico bebé, y a la vuelta, la ‘muy hija de su madre’ (perdóname, secre) ordenó ahorcarlo. Fue el colmo: nadie quiso cumplir la orden, le faltaron sin tapujos al respeto, y tuvo que ceder, apagándose así la mecha de aquella estúpida bomba. Allí se enteraron (por fin, una buena noticia) de que era falso el rumor de que el pirata Cavendish se había apoderado de Manila, de manera que seguía como  gobernador Luis Pérez de las Mariñas. Preséntalo, escribano.
     - Molto felice, caro. Ya hablamos antaño de su familia, pero procede decir hogaño que era pariente lejano tuyo. Primo de Diego de las Mariñas y Ortiz de Matienzo, prestigioso Capitán General de Galicia, cuya madre era Juana Ortiz de Matienzo, corajuda matrona que tuvo como padre (¡ay, Dios mío!) a tu sobrino Juan Ortiz de Matienzo, del que  no sé qué cosa buena decir, salvo que disfrutó de enorme poder (aunque para desgracia general) como juez  en las primeras audiencias de Indias, las de Santo Domingo y México (que el Señor le perdone). Ciao.
     - Pero, como bien dices, puntilloso escribano, era de mi misma sangre,  y no puedo renegar de él. Bye, my dear.  


     Escucha, socio: vamos a provechar este espacio para avanzar en la narración, y lo voy a hacer como un rayo porque veo a algunos que están a punto de roncar. Atentos al mapa. La bahía de Cobos está a la derecha de Manila, en la islita que pone Virac. Después de que Isabelita tuvo que renunciar allí a ahorcar al que salió del barco en busca de leche para su hijo, zarparon bien guiados por  Quirós. Tomaron rumbo al sur, pasaron (pónganse sus mersedes de pie y con las gorras en la mano) por Legazpi (apellido del gran vasco que fundó Manila), enfilaron hacia el oeste al llegar a ese estrechuco, y subieron en dirección a Manila. En Batangas, Isabel mandó a su hermanos a caballo a la capital (Quirós dice que para dar ellos los primeros la versión de viaje), y el barco siguió hasta Mariveles (el nombre no aparece en el mapa, pero es un puerto que está en la punta de la bahía de Manila), y allí ocurrió algo tragicómico. Sube el alcalde, ve la tremenda miseria de la gente y, al mismo tiempo, dos puercas correteando a su aire. Les preguntó por qué no se las habían comido. Le respondieron (frase para la Historia):”Son de la gobernadora”. Sin mediar palabra, mandó asarlas y distribuir la carne entre la gente (patética anécdota que tiñe a Isabel de un tono aún más desagradable). Y, de seguido, llegaron a Manila.


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