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TOCA HABLAR DE GRANDES MUJERES DE INDIAS. Empezamos con ISABEL DE GUEVARA,
quien nos muestra el valor de otras compañeras, y el HORROR vivido en la
PRIMERA FUNDACIÓN DE BUENOS AIRES.
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– Que te veo venir, zorreras. No dejes
de lado a las mujeres de las Indias.
- No protestes, reverendo, porque sé que
te gusta el cambio de plan. Hubo bastantes que se distinguieron por su valor
luchando codo a codo con los soldados españoles, pero solo nos detendremos en
las más notables. Sacaremos también a otras damas sin historia militar, pero no
las de México, que aparecerán al hilo de la GRAN CRONICA del incomparable y
campechano Bernal Díaz del Castillo, su “HISTORIA VERDADERA DE LA CONQUISTA DE
LA NUEVA ESPAÑA”. Haremos el voto que nos faltaba: la constancia.
- Alguno dirá que es el de la pesadez,
pero estoy de acuerdo contigo, chavalín. Si alguien se merece un sitio de honor
en nuestro parloteo es el inmenso Bernal; además, su extensa crónica es al
mismo tiempo su propia biografía. Y te digo una cosa: deberíamos divulgar su
libro en las plazas públicas, resumiendo esa epopeya (que, para desgracia propia,
pocos estarán dispuestos a leer íntegra) como los cuentacuentos tradicionales
de Marrakech. Advertidas ya vuesas mersedes de lo que les espera más adelante,
hablemos ahora de ISABEL DE GUEVARA.
- Esa valiente mujer, ilustre menés, nos
lleva de nuevo al Río de la Plata. Nació en Toledo, y murió en Asunción en 1559, con unos 45 años. Da
la impresión de que, tanto en su caso, como en el de otras extraordinarias
heroínas que aparecen arengando a una tropa abatida, hay algo que quizá sea exagerado
(no me imagino al gobernador Pedro de Mendoza y a sus oficiales dejando a
Isabel suplantarles totalmente en esa
función), pero, sin duda, con una base cierta (no olvidemos a Agustina de
Aragón ni a Juana de Arco). Conocemos el protagonismo de Isabel por una carta
que envió hacia 1557 a la regente Juana de Austria (hermana de Felipe II)
solicitándole alguna merced. Narra la tragedia y ruina de la primera fundación
de Buenos Aires en 1536. Parece ser que, tras tres meses asediados por los
indios, murieron luchando y de hambre
1.000 españoles (como el capitán Cepeda, hermano de Sta. Teresa de Jesús), y
que, especialmente los varones, estaban sumamente fatigados. Así que Isabel
escribe: “por eso, todos los trabajos cargan de las pobres mujeres, levantando
a los soldados, sargenteando y poniéndoles orden, y, si no fuera por ellas,
todos fueran acabados; y por la honra de los hombres, no escribo muchas más
cosas”. No tuvo más remedio el gobernador que dar orden de partir por el río
hacia el fuerte de Sancti Spiritu, con unos 400 supervivientes. Ciao.
- Tendremos otra tertulia con Isabelita.
Trátamela bien. Bye, my dear.
Qué inocencia la nuestra, secre. Ya
pusimos esa foto, y ciertamente se trata de la primera fundación de Buenos
Aires, pero no nos dimos cuenta de que el grabado narra con crudeza la
espantosa situación dentro del poblado al sufrir un largo asedio de los indios.
Recordemos que Isabel de Guevara decía que callaba cosas que hicieron los
españoles en su desesperación. Crónicas complementarias lo explicaron, y llenan
de contenido el grabado: se llegó a comer estiércol, heces y carne de cadáveres
humanos. Démosle movimiento secuencial al dibujo (porque se hizo con esa
intención): tres soldados llevan un caballo al interior del poblado, lo matan y
descuartizan para asarlo en el fuego; les condenan a muerte por su acción, y
los ahorcan (recordemos, para injusto contraste, que hemos visto días atrás
que, a la altanera Isabel Barreto, no le
pasó nada por acaparar las gorrinas mientras morían de hambre sus acompañantes);
y termina la acción representada mostrando que otros soldados se dedican a
cortar tajadas de carne de los cadáveres colgados. Estas noticias siempre han sido
silenciadas por resultar escandalosas, aunque son hechos lógicos y, sin duda,
muy frecuentes en situaciones extremas. Se procesó a quienes habían comido
carne humana, pero, para zanjar el asunto, Calos V indultó sensatamente a los ‘deshumanizados’
y famélicos autores. Fue un flamenco, Levinus Hulsius, quien imaginó y
repesentó la escena 31 años después.
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