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– Hello, old man. Resúmenos una carta que ya comentamos y que ahora es muy
oportuna. Nos viene al pelo.
- Siempre a tu servicio, ilustre prelado.
Se la escribió al rey Felipe II Juan de Salazar de Espinosa en marzo de
1556, meses después de llegar a
Asunción. Calla cosas, pero nos aclara otras. Recordemos que Mencía de Calderón
alcanzó la capital tres meses más tarde que él. Juan empieza hablando de su
partida adelantada desde la costa brasileña, pero sin dar explicaciones, aunque
sabemos que había una quiebra en el mando tras quedar desplazado por el capitán
Antonio Trejo, el yerno de la ‘doña’. Comenta el texto, reverendo.
- Me emocionas: eres un buen hijo. Decía
Juan: “Visto que la necesidad era cada día mayor, decidí ir a Asunción con una
docena de soldados y otros seis portugueses, y así truje a doña Isabel de
Contreras (viuda de Becerra), con quien me casé, y dos hijas suyas (Isabel
Becerra y Elvira Carbajal), y otras tres mujeres casadas. Salimos, y las
autoridades portuguesas mandaron a los indios que nos prendiesen, y, si nos
defendiésemos, que nos matasen”. Se enteró del plan el jesuita Manuel de
Nobrega (viva san Ignacio), y mucho tenían que quererle los indios, porque “les
movió de su mal propósito diciéndoles que Dios se enojaría, y que así el rey de
Portugal como los que se lo habían mandado eran malos cristianos. Y con esta
buena obra y ayuda, pasamos sin romper (a luchar) con ellos. Llegamos
a Guayza, que es la primera población, a cabo de cinco meses”. Descansaron y
siguieron hacia Asunción, que estaba a 600 km., presentándose allá en octubre
de 1555, donde había noticias de que Mencía había fracasado en su intento de
construir el fuerte de San Francisco por una razón más dramática que lo ella que
imaginaba: “Estuvieron allí diez meses, y visto que la armada no venía, ni
ellos podían resistir sin su ayuda, lo descamparon”. La gran esperanza de
Mencía había sido que aparecieran los tres barcos que tenían que llegar desde
España bajo el mando de su hijastro, Diego de Sanabria. Como dice Juan de
Salazar, Mencía renunció a instalar el fuerte porque la espera de los barcos se
hizo demasiado larga, pero nadie sabía entonces que se los había tragado el
océano. Juan de Salazar permaneció en Asunción hasta su muerte, en 1560,
ejerciendo como Tesorero Real y Regidor de esa ciudad que él mismo había
fundado. Así se despidió del rey en la carta (y de nosotros): “Desta ciudad de
La Asunción, a 20 de marzo, 1556 años. Criado de V. Alt. que sus reales pies y
manos besa. Juan de Salazar”. Alcemos las copas por este protagonista de tantos
hitos históricos. Ciao.
- Y por la bella cuna en que nació, Espinosa
de los Monteros (Burghos), que es vecina
de la tuya propia, buen Sancho, el hermoso Valle de Mena. Bye, my dear
ectoplasm.
Allá va la despedida definitiva (nunca se
sabe) de Don Juan de Salazar y de Espinosa. Al final de la carta al rey, se
puso pedigüeño, como tenían que hacer sin remedio aquellos grandes hombres
siempre mal compensados: “Por ser el primer poblador y fundador desta ciudad y
tierra (Asunción), y por mis muchos trabajos y gastos, y por estar muy cansado
y pobre (murió 4 años después, sin duda consumido), humildemente suplico a V.
Maj. se me haga merced de que sean perpetuos los indios que tengo concedidos,
porque muriendo yo, mi mujer (Isabel Contreras) y sus hijas (Isabel Becerra y
Elvira Carbajal), y los hijos que V. Alteza me hizo merced de legitimar,
quedarían todos perdidos”. Al hacer el testamento, mostró su preocupación por sus tres hijos
legitimados, y por sus madres (casi seguro indígenas), ordenando que fueran
bien atendidos, “les den de vestir y bien de comer, con buena doctrina para que
mejor se puedan salvar (qué duros, pero qué creyentes eran), y con buen
tratamiento para sus madres y de los otros hijos que Dios les diere”. Y sin
quebrarse vuesas mersedes la testa en viajes exóticos, pueden venir a rendirle
homenaje en su precioso pueblo, el que ven en la foto, Espinosa de los
Monteros; ítem más, llegarse en media hora al Valle de Mena, besar las sagradas
piedras del Monasterio de Taranco, donde nació Castilla, ver en Villasana mi
casa y el convento que fundé, y llegarse luego al cercano pueblo de Villalba de
Losa para darle un abrazo a la estatua de Juan de Garay, fundador de Buenos
Aires. Jamás verán tanta historia de importancia capital en tan corto espacio.
Palabra de abad.
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