lunes, 25 de abril de 2016

(246) – Hello, old man. Resúmenos una carta que ya comentamos y que ahora es muy oportuna. Nos viene al pelo.
     - Siempre a tu servicio, ilustre prelado. Se la escribió al rey Felipe II Juan de Salazar de Espinosa en marzo de 1556,  meses después de llegar a Asunción. Calla cosas, pero nos aclara otras. Recordemos que Mencía de Calderón alcanzó la capital tres meses más tarde que él. Juan empieza hablando de su partida adelantada desde la costa brasileña, pero sin dar explicaciones, aunque sabemos que había una quiebra en el mando tras quedar desplazado por el capitán Antonio Trejo, el yerno de la ‘doña’. Comenta el texto, reverendo.
     - Me emocionas: eres un buen hijo. Decía Juan: “Visto que la necesidad era cada día mayor, decidí ir a Asunción con una docena de soldados y otros seis portugueses, y así truje a doña Isabel de Contreras (viuda de Becerra), con quien me casé, y dos hijas suyas (Isabel Becerra y Elvira Carbajal), y otras tres mujeres casadas. Salimos, y las autoridades portuguesas mandaron a los indios que nos prendiesen, y, si nos defendiésemos, que nos matasen”. Se enteró del plan el jesuita Manuel de Nobrega (viva san Ignacio), y mucho tenían que quererle los indios, porque “les movió de su mal propósito diciéndoles que Dios se enojaría, y que así el rey de Portugal como los que se lo habían mandado eran malos cristianos. Y con esta buena obra y ayuda, pasamos sin romper (a luchar) con ellos. Llegamos a Guayza, que es la primera población, a cabo de cinco meses”. Descansaron y siguieron hacia Asunción, que estaba a 600 km., presentándose allá en octubre de 1555, donde había noticias de que Mencía había fracasado en su intento de construir el fuerte de San Francisco por una razón más dramática que lo ella que imaginaba: “Estuvieron allí diez meses, y visto que la armada no venía, ni ellos podían resistir sin su ayuda, lo descamparon”. La gran esperanza de Mencía había sido que aparecieran los tres barcos que tenían que llegar desde España bajo el mando de su hijastro, Diego de Sanabria. Como dice Juan de Salazar, Mencía renunció a instalar el fuerte porque la espera de los barcos se hizo demasiado larga, pero nadie sabía entonces que se los había tragado el océano. Juan de Salazar permaneció en Asunción hasta su muerte, en 1560, ejerciendo como Tesorero Real y Regidor de esa ciudad que él mismo había fundado. Así se despidió del rey en la carta (y de nosotros): “Desta ciudad de La Asunción, a 20 de marzo, 1556 años. Criado de V. Alt. que sus reales pies y manos besa. Juan de Salazar”. Alcemos las copas por este protagonista de tantos hitos históricos. Ciao.
     - Y por la bella cuna en que nació, Espinosa de los Monteros (Burghos), que es  vecina de la tuya propia, buen Sancho, el hermoso Valle de Mena. Bye, my dear ectoplasm.


     Allá va la despedida definitiva (nunca se sabe) de Don Juan de Salazar y de Espinosa. Al final de la carta al rey, se puso pedigüeño, como tenían que hacer sin remedio aquellos grandes hombres siempre mal compensados: “Por ser el primer poblador y fundador desta ciudad y tierra (Asunción), y por mis muchos trabajos y gastos, y por estar muy cansado y pobre (murió 4 años después, sin duda consumido), humildemente suplico a V. Maj. se me haga merced de que sean  perpetuos los indios que tengo concedidos, porque muriendo yo, mi mujer (Isabel Contreras) y sus hijas (Isabel Becerra y Elvira Carbajal), y los hijos que V. Alteza me hizo merced de legitimar, quedarían todos perdidos”. Al hacer el testamento,  mostró su preocupación por sus tres hijos legitimados, y por sus madres (casi seguro indígenas), ordenando que fueran bien atendidos, “les den de vestir y bien de comer, con buena doctrina para que mejor se puedan salvar (qué duros, pero qué creyentes eran), y con buen tratamiento para sus madres y de los otros hijos que Dios les diere”. Y sin quebrarse vuesas mersedes la testa en viajes exóticos, pueden venir a rendirle homenaje en su precioso pueblo, el que ven en la foto, Espinosa de los Monteros; ítem más, llegarse en media hora al Valle de Mena, besar las sagradas piedras del Monasterio de Taranco, donde nació Castilla, ver en Villasana mi casa y el convento que fundé, y llegarse luego al cercano pueblo de Villalba de Losa para darle un abrazo a la estatua de Juan de Garay, fundador de Buenos Aires. Jamás verán tanta historia de importancia capital en tan corto espacio. Palabra de abad.


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