martes, 30 de noviembre de 2021

(1580) Fueron duramente castigados los indios que habían matado a los tres que habían ido en son de paz, Huete y sus dos compañeros. Desertar del ejército suponía pena de muerte. Eso le pasó a MARTÍN DE PEÑALOSA.

 

     (1170) Los negros se volvieron con el barco a Concepción, y contaron lo que había pasado: "Francisco de Villagra recibió mucho enojo por ver que todo le salía mal, y mandó a Pedro de Villagra, su general, fuese a la isla de Santa María y castigase a los indios culpables de haber matado a tres españoles. Habría querido que se encargase de ello el capitán Alonso de Reinoso, pero le contestó que aquella misión le correspondía al general y no a él, lo cual se debía a que en aquel tiempo no se llevaba bien con Pedro de Villagra".

     Vista la situación, tuvo que embarcarse Pedro de Villagra con cuarenta soldados, y llegó a la isla de Santa María: "Los indios los estaban esperando sin moverse de su fuerte. Puesta la proa en tierra, les era necesario a los españoles salir o dar la vuelta, porque los indios les tiraban gran número de flechas y herían a algunos. Pedro de Villagra les daba mucha prisa a sus hombres para que saltasen al agua con o sin caballos, y todos obedecieron. Uno de sus hombres, el hidalgo Juan de Villalobos, extremeño, hombre principal y valiente, confiado en un buen caballo que tenía, saltó con él a la mar, y atacó los indios, los cuales, como estaba solo, le dieron muchos golpes de macanas y porras que lo derribaron. Como de los golpes que le dieron alcanzaron algunos al caballo, revolvió toda el agua, que era mucha, y volteó a Juan de Villalobos, el cual, al estar aturdido, se ahogó sin poder ser ayudado".

     El resto de los españoles comenzaron a pelear con los indios, y la artillería estaba haciendo estragos en ellos, siendo también muy grande el daño  que les causaban los de a caballo alanceándolos: "Muchos indios de los de la isla, viendo que los estaban matando y que no podían refugiarse en ninguna parte por ser la tierra llana, se rindieron confiando en que los españoles habían de usar con ellos clemencia. Pero Pedro de Villagra castigó a los rendidos, y mandó que, a caballo, matasen a todos los indios que pudiesen encontrar, y, debido a este gran castigo que se hizo, no han vuelto a rebelarse. Mandó asimismo que, todos los que quisiesen llevar muchachos o indias, los llevasen para más castigo de aquellos bárbaros, pues estando de paz los españoles, los mataron".

     Sorprendentemente, el cronista Marmolejo, que era capitán, va a justificar una desobediencia militar: "Hecho este castigo, Pedro de Villagra se embarcó con toda la gente y fue a Concepción. El gobernador Francisco de Villagra andaba en la procesión cuando le dijeron que había llegado, y, aunque informado de lo bien que había castigado en la isla, se enojó porque le había mandado que después desembarcase en la playa de Arauco, y se juntase en el fuerte con el capitán Lorenzo Bernal. Pero, como muchas veces vemos, los que tienen el mando supremo se aferran a su criterio, sin querer tomar consejo de los que saben más. Por eso, Pedro de Villagra, como hombre que entendía las cosas de la guerra, no lo quiso hacer, sabiendo por experiencia que no convenía al bien del reino lo que el gobernador le mandaba: '¡Qué más quieren los indios -decía Pedro de Villagra- que ver encerrados en un fuerte ciento  cincuenta soldados tan buenos y muchos caballos sin poder salir de allí a hacerles daño, para con esta seguridad ir sobre las ciudades comarcanas, hallándolas desproveídas de guarnición, y entrar por fuerza de armas sin haber nadie que se lo impidiese!'. Por cuya causa, como capitán prudente, dejó de hacer lo que su gobernador le había mandado".

 

     (Imagen) Muchas veces se ve en las crónicas que los soldados de las tropas de las Indias no tenían libertad para marcharse del ejército, a no ser que contaran con una licencia explícita. Se los consideraba desertores, y el castigo era la muerte: "En este tiempo, Martín de Peñalosa, soldado antiguo en Chile e hidalgo, que había ayudado a ganar y descubrir todo el reino con Pedro de Valdivia, viéndose pobre y que no tenía posibles para poder sustentarse conforme a su merecer y trabajos, trató en secreto con algunos amigos de irse del reino de Chile a una tierra rica, que según decían, era próspera de oro y gente. Tras hablar con Francisco de Talaverano, que era muy amigo suyo, trataron de convencer a otros disimuladamente para que un día determinado se juntasen en Valdivia y Osorno, dos ciudades que están cerca una de otra. Con tal propósito, salió Martín de Peñalosa de La Imperial, donde tenía su casa, con cuatro amigos que estaban dispuestos  a ir con él. Pero, como se tenía sospecha de los asuntos en los que andaba, el justicia de aquella ciudad, echándolo de menos, salió tras él con doce hombres, aunque no lo pudo alcanzar, y dio aviso a las demás ciudades. Salió de la ciudad de Osorno el capitán Juan de Larrínaga, de la de Villarrica Pedro de Aranda y, de la de Valdivia Juan de Matienzo, en su busca, y todos juntos con gente armada. Pero no supieron dónde se hallaba,  y se volvieron a sus pueblos. Aunque, cuando salieron a buscarlo, ya hacía tres días que Martín de Peñalosa estaba en la parte donde se habían de juntar, ocurrió que no se presentó ninguno. Es frecuente en esta tierra de las Indias meter a hombres principales en rebeldías, y después de verlos metidos,  dejarlos solos. Viendo que no llegaba nadie y que los habían dejado solos, dijo a los que con él estaban que se fuese cada uno adonde quisiese. El capitán Juan de Matienzo, natural de las montañas de Burgos (probable pariente de Sancho Ortiz de Matienzo), les dijo a los demás capitanes que él solo se encargaría de detener a MARTIN DE PEÑALOSA, porque andaría por su jurisdicción. Siendo buscado en la zona de Valdivia, lo hallaron junto a Francisco Talaverano, y los apresaron. Juan de Matienzo les dio tormento, confesaron que había muchos  conjurados para irse de Chile, y, sin ninguna otra información, mandó que les cortaran la cabeza. Al saberlo Francisco de Villagra, y viendo que estaban implicados hombres importantes, no quiso tomar más medidas. De esta manera se deshizo un nudo, que, ciertamente, podía haber sido muy dañoso para Chile".




lunes, 29 de noviembre de 2021

(1579) Con dureza, pero sospechando que algunos indios amigos eran confidentes de los enemigos, los españoles los expulsaron del fuerte de Arauco. Ante la llegada del invierno, los mapuches, por fin, levantaron el cerco. Qué gran persona fray Antonio de Rendón.

 

     (1169) Luego los españoles hicieron algo bastante injusto: "Habiendo pasados veinte días cercados, los soldados hablaban de que no era bueno tener aquellos indios dentro del fuerte (el cacique Peteguelén, su familia y algunos compañeros), aunque fueran amigos, porque tenían sospecha de que se comunicaban con los mapuches dándoles avisos de todo en general.  Insistieron tanto, que el capitán, aunque vio que era gran inhumanidad, les mandó que se fuesen adonde quisiesen. Los indios le decían que siempre le habían sido amigos y servido bien, habiendo pasado por ello muchos trabajos, y le preguntaban por qué querían darles tan mal pago en recompensa, y que, si aquello pensaba hacer, aquellos indios los habían de matar, o por lo menos robarles lo que llevaban. No sirvió de nada, porque el capitán Lorenzo Bernal estaba inclinado a echarlos del fuerte, y mandó abrir las puertas para que se fuesen. Salieron todos juntos, en número de treinta principales indios valientes, que habían servido a los cristianos muy bien. Los indios de guerra que los vieron salir cargados de sus mujeres e hijos se vinieron a ellos, y, con gran crueldad, los desvalijaron, sin dejarles cosa alguna encima. Aunque por ellos supieron los indios de guerra que los españoles estaban faltos de muchas cosas, y que no se podían sustentar mucho tiempo, era tan bravo el invierno en aguaceros y tempestades, que determinaron levantar el cerco, dejándolo para la entrada del verano. Tomada la decisión, se fueron la noche del treinta de junio del año 1563".

     Los españoles permanecían en su encierro sin hacer el menor intento de salir a batallar, porque sabían que sería una muerte segura. Como tampoco los indios realizaban ataques, vivían ambas partes en  mundos separados, hasta el punto de que los españoles tardaron en darse cuenta de su retirada: "Dos días después de que se marcharan, como el capitán no veía indio alguno ni sonidos de cuerno, salió del fuerte a observar el campo, y halló que habían levantado el cerco.  En algunas casas de las que habían hecho habían dejado indios enfermos, pues, por su enfermedad, no los podían llevar. Por los que quedaron supieron los españoles que se habían ido a sus casas los indios y sus caciques, dejando aquella guerra para el próximo verano. Al saberlo, se alegraron en gran manera, echaron al campo los caballos que tenían, que pasaban de ciento treinta, los cuales estaban tan perdidos por el hambre, que no podían andar, y los cristianos quedaron muy animados para la guerra que, queriendo o forzados, no les había de faltar. En este cerco sirvió a su majestad mucho el muy reverendo fray Antonio Rendón, natural de Jerez de la Frontera, provincial de la Orden de Nuestra Señora de las Mercedes, el cual les decía misa, confesaba y daba la comunión, haciéndoles de ordinario oraciones, y persuadiéndoles al servicio de Dios nuestro Señor y al alcance de la honra. Y, ciertamente, por su mucho trabajo y entrega, mereció mucho, no solamente como religioso, sino incluso como soldado, pues tomaba las armas todas las veces que podía, para animar a los demás".

 

     (Imagen) El año 1546 llegaron a las Indias veintiún frailes mercedarios, y, entre ellos, estaba FRAY ANTONIO DE RENDÓN Y SARMIENTO, nacido hacia 1516 en Jerez de la Frontera (Cádiz), a quien acaba de ensalzar el cronista Marmolejo. Digamos de pasada que, para ser mercedario, hacía falta un temple especial, pues se dedicaban principalmente a rescatar cautivos en tierras musulmanas, a veces quedando como rehenes. Después de andar por Panamá y Perú, el reverendo llegó a Chile el año 1551. Está comprobado que coincidió en su viaje con Lope Ruiz de Gamboa (a quien hemos visto morir tan trágicamente), y con su hermano Martín Ruiz de Gamboa, futuro gobernador de Chile, quien conoció muy bien al mercedario, y llegó a hacer esta declaración en un expediente: “Este testigo ha visto que, en las partes en que se ha hallado el dicho Fray Antonio de Rendón, ha servido y vivido como muy buen sacerdote, que por tal lo tiene este testigo y en tal reputación es tenido en este reino, y merece que Su Majestad le haga crecidas mercedes, porque, de ordinario, desde el tiempo en que este testigo lo conoce, que fue el año 1551, le ha visto residir en fronteras y pueblos de mucha guerra y necesidades, padeciendo excesivos trabajos, mostrando buen pecho y animando a los soldados para que procurasen fuese en aumento la santa fe católica, lo cual ha hecho el dicho fray Antonio de Rendón de tal manera, que en este reino de Chile no conoce este testigo a ninguno que lo haya hecho tan bien como él”. FRAY ANTONIO DE RENDÓN trataba a las personas por igual, a las importantes y a las necesitadas, cuidaba de los enfermos, y compartía con soldados y vecinos los momentos de mayor riesgo, siendo un ejemplo de entrega personal en todos los terrenos, tanto en lo espiritual como en lo material. Evangelizaba a los indios, asistía espiritualmente a los cristianos, se esforzaba en encontrar soluciones cuando había rachas de hambre, sed y enfermedades, animaba a los soldados en los peligros de muerte, e incluso, si hacía falta, luchaba a su lado. Demostrada su extraordinaria valía, fue nombrado en 1572 provincial de los mercedarios. El año 1578 regresó al Cuzco, donde, en dos ocasiones, también fue elegido provincial de la orden. Hay constancia de que su muerte se produjo en dicha ciudad después del año 1590, y de que su cuerpo fue sepultado en la cuzqueña iglesia de la Merced.




sábado, 27 de noviembre de 2021

(1578) Lorenzo Bernal y 115 españoles, cercados en Arauco por miles de indios, corrían el riego de morir por hambre y sed. Bernardo de Huete fue con dos compañeros a informarse, los mataron los indios y exhibieron sus cabezas a los cercados.

 

     (1168) Llama la atención que Pedro de Villagra se tomara la libertad de desobedecer al gobernador Francisco de Villagra, que estaba gravemente enfermo, pero, de hecho, como repite el cronistas Marmolejo, "no quiso verse en más casos forzosos de guerra". Se diría que, de alguna manera, tenía dominado a su primo, y se tomó la libertad de delegar su mando en el capitán Lorenzo Bernal de Mercado en el fuerte de Arauco. Como era previsible, los indios se prepararon para un nuevo ataque: "El belicoso cacique  Millalelmo les dijo a los indios que les convenía ir con brevedad a poner el cerco a los españoles, el cual parecer lo tomaron juntos treinta mil indios, no siendo más de ciento quince los cristianos que en el fuerte estaban. Siendo avisados de lo que podía suceder, el capitán Lorenzo Bernal se proveyó de todo lo que para una buena defensa les convenía, y una mañana aparecieron los escuadrones que sobre ellos venían. Peteguelén, un cacique importante del valle de Arauco, sabiendo que los indios de guerra le tenían por enemigo, porque siempre les fue sospechoso, se metió en el fuerte con sus mujeres, hijos y algunos amigos (García de Mendoza le había perdonado la vida a Peteguelén en una ejecución masiva de mapuches). El capitán los recibió amigablemente, y los alojó como a hombres que siempre habían sido amigos de cristianos".   

     El cerco de los indios iba poniendo a los españoles en una situación muy apurada: "Viéndose los cristianos rodeados, el capitán Lorenzo Bernal comenzó a tasar la comida, y mandó limpiar un pozo que dentro en el patio del fuerte tenían, pero, como era de poca agua, ordenó que se fuese a cogerla de una hoya que estaba junto a la trinchera de los indios". Se encargaron de hacerlo arcabuceros y cincuenta soldados, todos bajo el mando de Lorenzo Bernal. La salida se convirtió en una pelea entre indios y españoles: "Los cristianos lucharon a arcabuzazos hasta haber tomado agua, y al volver con ella, la flechería que les iban tirando hirió a muchos. Además de esto, los indios se ensuciaban en el agua y echaban en ella cosas muertas para que no la bebiesen, y  aun así la bebían, pero los indios desaguaron el charco, de manera que lo dejaron vacío. El capitán Lorenzo Bernal repartía el agua con orden a todos los que en el fuerte estaban. Era lástima ver a los caballos, que, como no comían, enflaquecieron mucho, y hasta se les dejó sin agua, por lo que comenzaron a morir muchos, los cuales fueron desollados y se aprovechó la poca carne que tenían".

     Las circunstancias eran tan duras para los españoles, que no parecía haber posibilidad alguna de sobrevivir. Pero veremos enseguida que el 'General Invierno', como decían los rusos en la Segunda Guerra Mundial, les echará una mano. De  momento, nos dice Marmolejo: "Vinieron los indios a poner este cerco el día veinte de mayo del año 1563. Estuvieron frente al fuerte cuarenta días de mal tiempo, por muchas aguas grandes que caían, y. para sustentarse en el campo y repararse del frío, hicieron muchas casas pequeñas a manera de chozas.  Estando el invierno tempestuoso, comenzaron los indios a enfermar de cámaras (dolor de costado), viéndose así dudosos sobre lo que debían hacer. Francisco de Villagra, en la ciudad de Concepción, por noticias de indios bien sabía que estaban cercados, pero no tenía cosa cierta sobre la manera que había sido, o si duraba aún el cerco".

 

     (Imagen) En la distancia, desde Concepción, el gobernador Francisco de Villagra estaba enfermo, y muy preocupado por lo que pudiera ocurrir en el fuerte de Arauco: "Llegó al puerto de la ciudad un navío que venía de la de Valdivia, con alguna gente y caballos. El maestre era un hidalgo natural de Jerez de la Frontera, llamado Bernardo de Huete, hombre rico, el cual, para complacer a Villagra y que le dejase seguir su viaje, pues lo retenía hasta saber cómo estaban las cosas de Arauco, se prestó a ir en un barco y conseguir información cierta de todo. Villagra se lo agradeció, y luego Huete, con dos hombres conocedores de las cosas de la mar, y algunos negros que remasen, se embarcó, y, por haber mucho viento norte, se fue a la isla de Santa María, que está a dos leguas de Arauco, para esperar a que mejorase el tiempo. Bernardo de Huete y los dos acompañantes bajaron a tierra, y los indios, para confiarlos, los sirvieron muy bien en todo lo que les mandaron, y les dieron mucha comida. Pero el día siguiente, al amanecer, vinieron los indios por dos partes con sus armas, cercaron la casa, y mataron a los  tres. Los negros que estaban guardando el barco, al oír gritos, lo acercaron a tierra hasta ver si alguno de ellos escapaba, y, como pensaron que debían de estar muertos, porque los indios desde la playa los llamaban en nombre de su amo, lo que era una clara mentira, se hicieron a la vela, y fueron a la ciudad de Concepción dando tan triste noticia. Los indios les cortaron las cabezas a los tres y las enviaron a los de Arauco, que estaban en el cerco del fuerte, los cuales se alegraron en gran manera, y las alzaron aquella noche en unos palos junto a la puerta, y les decían a los del fuerte que ya no había cristianos en Concepción, porque todos estaban muertos, y que ellos solo salvarían su vida si se entregaban. El capitán Lorenzo Bernal estuvo dudoso, pero no  les dio crédito, y les aseguraba que, si el gobernador había muerto, con él tendrían que pelear. Los indios le dijeron que, por mucho que lloviera, no se irían de allí hasta vencerlos, que ya sabían que se les morían los caballos, que no tenían que comer y que solo aguantarían veinte días. Y todo lo que le decían era tan cierto como si lo vieran. Lorenzo Bernal respondió que los españoles no se irían, sino que, llegado el verano, harían allí un poblado". En la imagen vemos, subrayado en rojo, Concepción, de donde partió Bernardo de Huete con dos compañeros, la isla Santa María, adonde les arrastró el viento, siendo allí masacrados por unos indios, y Arauco, donde entregaron sus cabezas a los mapuches.




viernes, 26 de noviembre de 2021

(1577) Los indios atribuyeron su fulminante derrota en Angol a alguna intervención divina, que tampoco la descartaban los españoles. En un nuevo ataque, y por un descuido de los españoles, los indios quemaron el fuerte.

 

     (1167) Fue tan heroica y difícil la victoria contra los mapuches en Angol, que los indios solo se explicaban su derrota pensando en una intervención divina, y los españoles tampoco descartaban esa interpretación: "Los indios hablaban de la gran debilidad que habían tenido, pues, siendo los cristianos pocos y ellos muchos, habían huido desbaratados y perdidos. Al afeárselo algunos principales, daban como excusa que no habían podido hacer más porque una mujer andaba en el aire por encima de ellos, poniéndoles grandísimo temor y no les dejaba ver. Y es de creer que la benditísima Reina del Cielo quiso socorrer a los cristianos, pues, de otra manera, era imposible que resistieran. Era grandísima lástima ver llorar a las mujeres que en la ciudad había, y Nuestra Señora quiso favorecerlas con su misericordia".

     A los indos se les pasó pronto 'la depresión', dejaron de lado la reciente derrota y recuperaban el ánimo pensando en las victorias que habían tenido anteriormente, pero cambiaron de objetivo: "Decidieron luego atacar el fuerte de Arauco, pues, aunque estaban en él ciento quince hombres, los tuvieron en poco. Se juntaron veinte mil indios, y, habiendo recibido las instrucciones de su capitán, Colocolo, comenzaron a presentarse a vista del fuerte, con muchas lanzas de Castilla y arcabuces de los que habían conseguido en los encuentros que contra los cristianos habían tenido". Después de examinar la situación, aunque había quienes consideraban oportuno responder a las provocaciones de los indios yendo directamente a por ellos, lo más sensato pareció esperar  en el fuerte a que ellos comenzaran el ataque. Fue entonces cuando, como acabamos de ver en la imagen, Lope Ruiz de Gamboa, queriendo dar ejemplo, decidió iniciar en solitario la lucha, resultando cercado por los indios y masacrado: "Pedro de Villagra (que estaba al mando), al ver la desgracia de Lope Ruiz, mandó que todos se apeasen y se metiesen en el fuerte".

     Era una decisión sensata, pero hubo un despiste garrafal. El fuerte no estaba con la cubierta terminada, porque no contaban con un ataque tan próximo, sino cubierta de paja, y parece que los españoles no se percataron del peligro de esa situación. Pero los indios se dieron cuenta de lo que eso suponía. Y les salió bien a la primera: "Un indio valiente sujetó a una lanza larga una flecha con fuego atado a ella. Fue corriendo dando vueltas  para que los arcabuces no lo hiriesen, llegó a la casa y metió la flecha entre la paja. Acrecentado el fuego con el aire, comenzó a extenderse por todo el fuerte. Los cristianos que dentro estaban veían un gran fuego entre ellos, y que era imposible poderlo apagar. Los indios iban buscando las puertas por dónde entrar a pelear con ellos, y oían bramidos de los caballos que estaban dentro quemándose, por lo que andaban sueltos dándose de coces y bocados, buscando por dónde escapar. Aquel humo tan grande cegaba a los españoles, y no sabían qué hacer. Si los indios subieran con escalas por las dos torres del fuerte, o les quemaran las puertas, conseguirían la victoria, aunque estaban dentro soldados valientes y ejercitados en la guerra".

 

     (Imagen) Los españoles cometieron el error de tener el fuerte de Arauco cubierto de paja, y los mapuches la incendiaron: "Dos indios que llegaron a una torre que hallaron sola, porque los que estaban defendiéndola, debido al humo que los ahogaba, la abandonaron, sacaron una pieza de artillería atada a una soga, y, ayudándoles otros indios, se la llevaron. El capitán Pedro de Villagra, con los soldados que no se encargaban de guardar las puertas, andaba atajando el fuego, para que no se acabase de quemar todo el fuerte. Baltasar de Castro, con un hacha, protegiéndolo el capitán Gaspar de la Barrera, andaba cortando las varas del cobertor del fuerte para poder atajar el fuego, y, eran tantas las flechas que los indios tiraban a los que esto hacían, que, al levantar los brazos para dar los golpes, los herían. Un soldado llamado Francisco de Niebla se encargaba de guardar una torre, y, aunque los indios estaban por fuera vigilando, prefería morir peleando a morir como un animal ahogado en humo. Se escapó por una ventana hacia la puerta del fuerte sin que los indios se dieran cuenta, y no le debieron de ver por estar atentos a otras cosas, pues le habrían matado, pero, cuando acertaron a verle, ya le habían abierto la puerta. Don Juan Enríquez estaba en el fuerte herido y en la cama, sin poder levantarse, ni haber quien lo socorriese, y murió ahogado del humo. Los soldados que trabajaban en atajar el fuego, cortaron un panel con tanta presteza, que comenzó a ir en disminución, y, llegando la noche, se acabó de apagar. Los indios, viendo que el único daño que les habían hecho era quemarles el fuerte y mucha parte de las provisiones, que no fue poco, después de haber estado tres días sin que los españoles quisieran salir a pelear, se fueron a sus tierras con intenciones de volver a ponerles cerco después de haber recogido sus sementeras. Pedro de Villagra, habiendo visto que estuvieron tan a punto de perderse, le pareció que no era cosa suya proteger aquel fuerte, sino de mayor interés para algún soldado amigo que quisiera ganar reputación y honra, por lo que dejó por capitán a Lorenzo Bernal de Mercado. Luego él se fue en barco con dos amigos a Concepción, donde el gobernador Francisco de Villagra estaba, el cual se disgustó mucho al verlo, pesándole que hubiese dejado el fuerte con la excusa de ser un soldado que ya no pretendía ganar honra de nuevo". Tampoco a Marmolejo le parece digna su actitud, a pesar de que, muerto en 1563 Francisco de Villagra, su primo, lo dejó nombrado como gobernador, y, en 1565, Pedro presentó sus méritos (ver imagen).






jueves, 25 de noviembre de 2021

(1576) Heroica victoria en Angol del vasco Miguel de Velasco Avendaño y sus escasos soldados contra los mapuches. Tras volver a la carga los indios, murió heroicamente el también vasco Lope Ruiz de Gamboa.

 

     (1166) Sigamos con la angustiosa defensa de Angol, estando Miguel de Velasco al mando de unos pocos y heroicos soldados: "Los indios venían por tres partes, y don Miguel, tan falto de gente, determinó pelear, con los veinte hombres que tenía, contra el escuadrón mayor, pues en él estaba toda la fuerza que los indios traían. Puesta una pieza de artillería en parte que podía alcanzar a los indios, les comenzó a tirar algunas pelotas, y mandó apear a los arcabuceros para tirar con mayor acierto. Les dijo que no disparasen todos juntos, sino de uno en uno, de manera que no dejasen de tirar contra ellos, porque a causa del miedo que tenían cuando algún arcabuz disparaba se agachaban todos, y, además, los arcabuceros eran muy diestros y certeros en los tiros que hacían. Ellos eran Juan González Ayala, Francisco Gómez, Miguel de Candía, Juan de Leiva, Martín de Ariza y Juan Vázquez; y, los de a caballo, Juan Bernal de Mercado, Diego Barahona, Miguel Sánchez, Pedro Cortés, Cristóbal de Olivera, Baltasar Pérez, Sebastián del Hoyo y un clérigo llamado Mancio González, que iba con un crucifijo en la mano animándolos y rogando a Dios les diese victoria. Los indios, considerando que la parte en donde estaban era tierra llana y que los caballos les tenían ventaja, comenzaron a dar muestras de tener miedo. Conocido esto por el capitán don Miguel, atacó con los catorce hombres que tenía a caballo, y un indio se le encaró, y le dio al caballo en que iba una lanzada por los pechos que le metió más de una braza de lanza por el cuerpo. Don Miguel se habría visto perdido si no lo defendiera con su espada, peleando valientemente, Juan Bernal de Mercado, queriendo remedar en valentía a Lorenzo Bernal, su hermano, encendido en una virtuosa envidia, y mostrar ser merecedor de tal hermano. Iba en un buen caballo, y, para que se fijasen en él, le puso un pretal de cascabeles. Un indio que lo esperó con una lanza, erró el golpe sobre el cuerpo, pero le acertó por un muslo y le pasó más de la mitad de la lanza a la otra parte. El caballo, con la furia que llevaba, le sacó la lanza al indio de las manos, y Juan Bernal llegó luego adonde un amigo para que se la sacase. Pareciéndole que tardaba demasiado, él mismo la sacó tirando del asta, y después peleó con gran riesgo de perderse por la mucha sangre que le salía de la herida".

     Y lograron la victoria; "Los demás soldados, revueltos con los indios, pelearon de tal manera, que les hicieron volver las espaldas huyendo hacia el río. Al otro escuadrón, que intentaba entrar en el pueblo, le pusieron resistencia tres soldados con los yanaconas de servicio que había en la ciudad. Allí estaba una mujer india que se cargaba de piedras y se las entregaba a los yanaconas para que peleasen con ellas; haciendo oficio de capitán, los animaba y volvía a por más. Los de este escuadrón, al ver que los del principal habían huido, hicieron lo mismo. Fueron muchos los indios que murieron por la artillería, y alanceados por los de a caballo. Antonio González y Francisco de Tapia pelearon tan valientemente, que merecieron aquel día cualquiera merced que Su Majestad les hiciera. Se habló luego de mudar aquella ciudad a otro asiento mejor, donde con más seguridad pudiesen estar. Y así se hizo después, trasladándola adonde hoy está poblada, en un llano, a dos leguas de donde se encontraba, y en la ribera de un fresco río llamado Congoya".

 

     (Imagen) Marmolejo nos va a contar ahora otro encontronazo de los  tenaces y rabiosos mapuches, pues, según dice,  "aunque los desbaratasen muchas veces, volvían a juntarse a miles, ya que era gente sin temor, y morían bestialmente con gran ánimo". De lo que narra, voy a adelantar una acción suicida de LOPE RUIZ DE GAMBOA Y BÉRRIZ: "Un caballero vizcaíno, llamado Lope Ruiz de Gamboa, con ánimo grandísimo de valiente hombre, como en efecto lo era deshaciendo a los indios y animando a los demás a que se enfrentasen a ellos, les dijo a los soldados que él sería el primero que iba a acometer, ya que solo eran indios, y que le siguiesen luego a él y no dejasen caer sus ánimos, pues otras cosas mayores habían llevado a cabo en el reino de Chile. Con esta determinación y ánimo, se arrojó al escuadrón de los indios, los cuales, viéndolo venir, se abrieron y lo dejaron entrar, y luego el escuadrón se cerró impidiendo pasar a los demás españoles que le quisieron socorrer. Los indios que rodeaban a este caballero en mitad del escuadrón, peleando con él con macanas grandes y porras, le dieron tantos golpes y lanzadas, que lo derribaron del caballo y lo hicieron pedazos, desmembrándolo todo, sin que nadie se atreviese a socorrerlo. Esta arremetida fue sin orden y por propia decisión; y digo esto para salvar a los capitanes, pues no tuvieron ninguna culpa". Lope tenía un hermano más joven que él, llamado MARTÍN RUIZ DE GAMBOA Y BÉRRIZ, del que habrá mucho que decir más adelante, porque fue un personaje muy importante, que, incluso, ejerció como gobernador en Chile. Lo más probable es que llegaran juntos a Perú en 1550, y, de hecho, pasaron a Chile el año 1552, poco antes de que ocurriera la cruel muerte sufrida por Pedro de Valdivia. Lo que sí consta es que Lope había luchado en Perú contra los indios Bracamoros, porque así se dice en un expediente de sus méritos y servicios (ver imagen) presentado por su mujer el año 1563, poco después de su muerte. Lope nació hacia 1530 en Durango (Vizcaya), y, al morir, dejó viuda a Isabel Suárez de Figueroa y Ortiz de Gaete (con la que se había casado en Santiago de Chile el año 1558), y huérfanos a dos hijos y una hija. Digamos también que, además de tener una enorme valentía militar, LOPE RUIZ DE GAMBOA Y BÉRRIZ ejerció en la ciudad de Cañete los importantes cargos de regidor, alcalde y (lo que era ya el no va más) corregidor.




martes, 23 de noviembre de 2021

(1575) El acoso de los numerosísimos mapuches era un infierno para tan pocos españoles (incluidos mujeres y niños). El memorioso Marmolejo cita el nombre de 40 sufridos héroes españoles. Uno de ellos era el vasco MIGUEL DE VELASCO Y AVENDAÑO.

 

     (1165) Francisco de Villagra mandó embarcar a los desplazados de la ciudad de Cañete, y él también lo hizo, para irse a Concepción. Aunque Marmolejo no lo precisa, se supone que todos iban  a la misma ciudad: "Como Pedro de Villagra (su primo) había llegado allí a darle el pésame por la muerte de su hijo, y era hombre de guerra, le mandó que se quedase, como teniente general suyo, en Arauco, con ciento diez hombres. Y, para que se sepa quiénes eran, porque los veremos en acción más adelante, he querido ponerlos aquí (cita a los más importantes): Pedro de Villagra, Lorenzo Bernal, Gaspar de la Barrera, Francisco Vaca, Alonso de Alvarado, Alonso Campofrío, Sancho Medrano, Alonso Chacón Andicano, Agustín de Ahumada, Antonio de Lastur, don Francisco Ponce, Francisco de Godoy, Hernán Pérez, Francisco de Arredondo, don Gaspar de Salazar, Francisco Gómez Ronquillo, Pedro Beltrán, Gonzalo Pérez, Juan de Almonacid, Juan Garcés de Bobadilla, Gabriel Gutiérrez, Lorenzo Pacho, Juan de Ahumada, Bartolomé Juárez, Juan Salvador, Francisco de Niebla Bahurto, Pedro Fernández de Córdoba, Gómez de León, Francisco Lorenzo, Baltasar de Castro, Juan Rieros, don Juan Enríquez, Lope Ruiz de Gamboa, Juan de Córdoba, Cabral Guisado, Juan de la Cueva, Cortés de Ojeda, Gonzalo Fernández Bermejo, Jacome Pastén y Villalobos: todos los cuales se hallaron en el cerco de los indios, y defendieron aquel fuerte de Arauco peleando infinitas veces, como adelante se dirá".

     Los indios de la zona de Arauco, viendo que Francisco de Villagra se había embarcado para ir a Concepción, y que los españoles despoblaron la ciudad de Cañete, quisieron aprovechar esa muestra de debilidad para preparar un nuevo ataque contra el fuerte de Arauco: "Hicieron un llamamiento general a todos los nativos, y le rogaron a Colocolo que se encargase de la guerra, el cual era un cacique muy importante y señor de muchos indios (el cronista se contradice, porque acaba  de afirmar que Colocolo fue siempre fiel a los españoles). En las reuniones, los indios estuvieron de acuerdo con su parecer, pues era hombre sensato, cuerdo, y entendía bien las cosas de guerra. Les aconsejó que se avisaran a los indios cercanos a la ciudad de Angol, para que, juntos, atacasen allí repentinamente".

     La idea entusiasmó a todos los mapuches  de aquellos lugares: "Juntos en cantidad de seis mil indios, lucida gente y soberbios en gran manera, se representaron para atacar la ciudad a mediodía, habiendo sido mejor al amanecer, para tomar a los españoles descuidados en sus camas, pero quiso Dios que no se les ocurriera, para que no se perdiese tanto niño y tanta mujer. El capitán don Miguel de Velasco (que estaba al mando de la ciudad), al verlos venir, mandó recoger las mujeres y muchachos en dos casas que estaban cercadas de pared, dejó con ellos algunos soldados y al capitán Juan Barahona y salió con solo veinte hombres, porque había enviado al capitán Francisco de Ulloa con quince soldados para saber qué intentaban hacer los indios del territorio, y a Juan Morán con otros ocho soldados para lo mismo. De manera que los indios acertaron al venir contra Angol no teniendo don Miguel más gente que estos veinte hombres, seis arcabuceros y catorce de a caballo".

 

     (imagen) DON MIGUEL DE VELASCO Y AVENDAÑO va a hacer maravillas obligando a huir a los mapuches que atacaban Angol, la ciudad que tenía bajo su mando como corregidor. Eran seis mil indios contra veintiún españoles y unos pocos nativos amigos.  Miguel de Velasco nació el año 1525 en Legutiano (Álava). Llegó a las indias con su cuñado, el mariscal Alonso de Alvarado, acompañando a Pedro de la Gasca (que trataba como un amigo a Miguel), bajo cuyo mando lucharon contra el rebelde Gonzalo Pizarro. Estuvo a punto de casarse, hacia el año 1549, con la extraordinaria Francisca de Pizarro, la hija mestiza del gran conquistador, ya fallecido. Fue a Chile en 1551 con Francisco de Villagra. Muerto Valdivia en 1553, participó bajo el mando del gobernador García Hurtado de Mendoza en constantes y victoriosas batallas contra los mapuches. En 1560 había vuelto a Lima con intención de que le concedieran beneficios  como heredero de su hermano Martín de Avendaño, para lo que presentó, además, un expediente de sus propios méritos y servicios. Regresó enseguida a Chile con refuerzos, lo que le agradeció el ya gobernador Francisco de Villagra nombrándolo corregidor de la ciudad de Angol, y por eso lo vemos allí ahora luchando contra los mapuches, y venciéndolos, con un minúsculo grupo de españoles. Temporalmente, fue gobernador y y capitán general de Chile, por nombramiento de la Audiencia de Lima, en 1567. Hacia 1575 estaba en Madrid por pleitos con el fiscal, el cual había perdido documentación que le entregó el virrey  Francisco de Toledo en Perú, y consiguió  que su reclamación fuera aceptada por el Rey, logrando, entre otras cosas, que se le devolviera una encomienda de indios que le habían anulado. De regreso en Lima, se casó el 31 de diciembre de 1577 con María Manrique de la Vega, nacida en Carrión de los Condes (Palencia), y con tan mala suerte, que MIGUEL DE VELASCO Y AVENDAÑO falleció diecisiete días más tarde. Quedó como heredera universal su única hija, Ana de Velasco y Avendaño, una mestiza a la que reconoció legalmente como legítima. Al fallecer Miguel, la metieron en un convento, pero, por ser rica heredera, el virrey Don Francisco de Toledo hizo que se casara con Juan Calderón de Vargas, corregidor de Tarauma y Chichacocha, quien presentó el año 1598, como vemos en la imagen, un expediente de los méritos y servicios de su suegro, Miguel de Velasco.




(1574) La victoria de los mapuches en Angol contra los españoles fue aplastante. Era un duro golpe para el gobernador Francisco de Villagra, pero más tremendo cuando supo que habían matado también a su hijo, Pedro de Villagra.

 

     (1164) La estrategia de los mapuches fue una trampa mortal, pero no para todos. A pesar de que cayó en uno de los hoyos, el licenciado Altamirano pudo escapar (y vivió hasta el año 1592, como ya vimos): "El maestre de campo no tuvo quien le estorbase, y así salió, sin ayuda de ninguno, porque los que con él iban, como pasaron adelante y cayeron en otros hoyos, los indios se ocuparon de ellos. Luego salieron del fuerte por dos partes, y, como vieron a unos muertos y otros heridos, peleaban con grandísimo ardor. Los cristianos comenzaron a retirarse hacia sus caballos, y los indios los apretaron de tal manera, que, a lanzadas, mataron a muchos, y apresaron a otros, aunque luego los mataban. Los que pudieron subir en sus caballos huían, unos por el camino de Concepción y otros por el de Angol. Los indios los fueron siguiendo durante dos leguas, en cuyo alcance mataron algunos en los pasos estrechos, y otros españoles se despeñaron con sus caballos. Hubo grandes flaquezas en algunos, pero en otros hubo buen ánimo para ayudar a los que tenían necesidad. Iban tan desanimados, que, poniéndose delante de ellos en un paso casi seguro, esperaban a los que venían detrás y así juntos caminaban más seguros, Antonio González, vecino de Santiago, natural de Constantina, y Gaspar de Villarroel, vecino de Osorno, natural de Ponferrada, en Galicia, con las espadas desnudas, no podían detener a los indios. El capitán Pedro Pantoja, con la gente que tenía a caballo, siguió el camino de los demás. Luis González, residente en Concepción, hallándose a caballo desbaratado como los demás, vio que al madrileño Francisco de Ortigosa, secretario (multiusos) que había sido de don García de Mendoza, iba a pie y perdido. Llegándose a él con ánimo de buen soldado, le dijo que subiese a las ancas de su caballo, y así escapó este hombre noble en un tiempo en que ningún amigo se acordaba de otro. Murieron en este enfrentamiento cuarenta y dos soldados valientes, y entre ellos Andrea Esclavón, valentísimo hombre, Francisco Osorio, hidalgo de Salamanca, Francisco de Zúñiga, sevillano, don Pedro de Guzmán, caballero noble de Sevilla, Rodrigo de Escobar, de Medina de Rioseco, y otros muchos que dejo para evitar prolijidad".

     Aún no sabía Francisco de Villagra que su hijo había muerto, y, aunque seguía sufriendo la enfermedad que acabaría pronto con él, continuaba dando órdenes: "Mientras estaba en la ciudad de Angol, nombró capitán a Lorenzo Bernal de Mercado (de quien ya hemos hablado), por ser soldado valiente, de buena determinación, que entendía las cautelas y maldades de los indios, y era amigo de andar en la guerra, cosa que en aquel tiempo muchos soldados evitaban. Estaba en Purén castigando a aquellos indios cuando desbarataron en Mareguano al licenciado Altamirano y mataron a Pedro de Villagra. Por Lorenzo Bernal supe yo después que, estando durmiendo la noche previa a aquella derrota, se le representó lo que había ocurrido, y estando con aquella sospecha, le enviaron desde la ciudad de Angol la noticia de lo sucedido en Mareguano. Con cuarenta soldados que consigo tenía se partió para Arauco, donde Villagra estaba, suponiendo que los indios, con la victoria fresca, habían de ir contra él, y avisó de camino a la ciudad de Cañete que estuviesen sobre aviso por tener poca gente para su defensa".

 

     (Imagen) Los indios mapuches eran una pesadilla, y Francisco de Villagra estaba casi moribundo, pero seguía ejerciendo de gobernador de Chile. Entonces recibió otro golpe en lo más hondo de su corazón: "Después de pasar por la ciudad de Cañete, Lorenzo Bernal de Mercado llegó a Arauco, y fue a ver  a Francisco de Villagra, que estaba enfermo en la cama, y, al parecer, supuso que no traía buenas noticias. Entrando en su cámara, le dijo: 'Vuestra Señoría dé gracias a Dios por todo lo que permite. Vuestro hijo, Pedro de Villagra, ha muerto, y todos los que iban con él han sido desbaratados'. Al oír esto, el gobernador volvió el rostro hacia la pared, y no habló palabra alguna hasta que mandó a todos que saliesen fuera y lo dejasen solo". Sobreponiéndose a su dolor, Francisco de Villagra siguió pendiente de las responsabilidades de su mando. Tenía gran preocupación por la ciudad de Cañete, y, considerando necesario trasladar a su población, le encargó a Arnao de Segarra que fuera a cumplir esa misión. Llegado allí, encontró oposición por parte de algunos vecinos. Para convencerlos, les trajo a la memoria algunas desgracias. El descuido de un centinela, que, al parecer, abandonó el puesto "para visitar a ciertos amores que tenía", provocó que los indios entraran en el campamento y se llevaran gran cantidad de ganado: "Al darse cuenta el capitán Juan de Lasarte, natural de Toledo, salió con doce soldados, y, como era hombre valiente, no mirando lo numerosos que los indios eran, se enfrentó a ellos para quitarles el ganado. Después de haber matado a algunos indios, y viéndose acometidos por las espaldas, los españoles tuvieron que volverse hacia la ciudad. Habiéndosele cansado el caballo al capitán Segarra (era también Contador Público como funcionario del Rey), lo mataron los indios a lanzadas, y a otros cinco soldados. También habían matado en otra refriega a Rodrigo de Palos y a Sancho Jufré, hidalgo de Medina de Rioseco. Pesando todas estas cosas, los vecinos aceptaron despoblar la ciudad. Y así, todos juntos, hombres y mujeres, niños y servicio, que era lástima verlo, llegaron al valle de Arauco". En la imagen vemos la plaza Caupolicán, situada en  la ciudad de Cañete. En ella se han colocado, con orgullo patrio, esas estatuas que son reproducción de las que, con madera, labraban los aguerridos indios mapuches. Nadie como ellos les complicaron la vida a los españoles en las Indias.




lunes, 22 de noviembre de 2021

(1573) Muerte de Pedro de Villagra, hijo del gobernador Francisco de Villagra (ausente de la pelea por estar muy enfermo). Ocurrió porque los jóvenes y valientes soldados que llevaba consigo atacaron a los mapuches precipitadamente.

 

     (1163) Los indios no escarmentaban y decidieron hacer otra intentona de enfrentamiento con los españoles. La idea era volver a preparar, pero con más detalle, el fuerte de Angol, donde acababan de ser derrotados: "Pensaban que, bien preparadas las defensas, era el lugar apropiado para vencer a los españoles. Enseguida lo cercaron por el frente y por los lados con hoyos grandes, a manera de sepulturas en mucha cantidad, y, junto a la empalizada, hicieron una trinchera que lo hacía más fuerte. La intención era no salir del fuerte, sino estarse dentro,  y dejar que los cristianos llegaran hasta los hoyos, que tenían cubiertos con paja y tierra tan sutilmente tapados, que era imposible que no se engañase quien no lo sabía. En este tiempo, Villagra estaba en la cama enfermo, y se informaba sobre el propósito que los indios tenían por medio de un principal del valle de Arauco, llamado Colocolo, que siempre fue, hasta que murió, amigo de cristianos. Le dijo que los indios deseaban pelear, pero que, al parecer, lo contaban para más atraer a los españoles al ataque, diciendo también que ellos ya habían sido desbaratados dos veces, y que, si aquella los desbarataban de nuevo, no pelearían más, sino que pedirían la paz. Villagra, bien informado del caso, envió a llamar a su maestre de campo (el licenciado Altamirano), que andaba haciendo la guerra en la comarca de Tucapel, y al capitán Gómez de Lagos, que también mandaba una cuadrilla de soldados en la misma provincia".     

     Cuando se presentaron, les puso al corriente de todo lo que sabía acerca de los indios, subrayando que, según parecía, derrotarlos iba a traer una paz definitiva: "El gobernador también mandó a su hijo, Pedro de Villagra, mancebo muy valioso, que se juntase con él. Al maestre no le gustaba que Villagra le encargara algo que,  aunque resultara bien, no servía de nada, y, si salía mal, se corría el riesgo de perder mucho, pero, como estaba sujeto a voluntad ajena, no lo pudo evitar, y así, partió del fuerte de Arauco con noventa soldados valientes, tanto, que su mucha temeridad tuvo que ver en su pérdida. Llevaba también quinientos indios amigos, con arcos y flechas, y fue camino de Mareguano, que así se llamaba la tierra donde los enemigos esperaban, y habiendo llegado cerca el maestre de campo, hizo dormida en un valle que estaba a una legua de los enemigos, para que, con más tranquilidad se hiciese el día siguiente lo que entre todos se determinase. Luego que amaneció, el maestre de campo hizo cuadrillas con la gente que llevaba, dio una a Pedro de Villagra de veinticinco soldados, tomó otra para sí del mismo número, dio otra al capitán Gómez de Lagos, y, al capitán Pedro Pantoja, con cierta gente que le asignó, le mandó que estuviese a caballo para ayudar a los de a pie si fuese necesario. Asimismo mandó al capitán Lagos que, con seis soldados, fuese delante de todos, y caminase reconociendo el camino hasta el fuerte si le dejasen llegar".

    

     (Imagen) Y ocurrió una tragedia: "Los soldados que iban en la compañía de PEDRO DE VILLAGRA, que eran mozos como él, y no tenían experiencia, deseaban en gran manera que los enemigos esperasen en el fuerte, sin saber que los indios peleaban con mucha ventaja dentro, detrás de maderos puestos en los cerros. Cuando ya estaban cerca de ellos, algunos se regocijaron, y a otros les pesó porque temían lo peor. El maestre de campo (el licenciado Altamirano) dijo que le parecía que no se debía pelear, sino primeramente reconocer el sitio. Los mancebos que con Pedro de Villagra iban, insistían en que habían ido a pelear, y que aquello era lo que convenía. Pedro de Villagra hablaba con sus amigos, diciéndoles que les rogaba que en aquella situación cuidasen de su persona y no permitiesen que fuese arrollado por los enemigos, pues él se alegraría de que lo arrollasen sus amigos, dándoles a entender que, aunque él se perdiese, acertasen con la victoria pasando adelante por encima de él, remedando lo que dijo el marqués de Pescara a sus amigos en la batalla que tuvo con Bartolomé de Alviano, junto a Vicenza, porque le gustaba mucho leer en aquel libro, ya que el marqués  era hombre muy valiente, y por eso tomó de él lo dicho. El maestre de campo, vista la determinación de todos, puestas las cuadrillas en su orden con los capitanes delante, fue caminando poco a poco hacia el fuerte. Los indios los dejaron llegar, estando puestos detrás de su trinchera con lanzas largas, y esperando que llegasen a los hoyos que tenían cubiertos. Este caballero (se supone que el maestre de campo) iba delante animando a su gente a pelear. Sin ver el engaño, cayó en un hoyo hecho a manera de sepultura, tan hondo como la estatura de un hombre, y tras él cayeron muchos en otros hoyos, de tal suerte, que, como los indios les tiraban muchas flechas y los alcanzaban con las lanzas, no podían ser bien socorridos. Pedro de Villagra cayó en otro hoyo, y antes que sus amigos le pudiesen socorrer, le dieron una lanzada por la boca, de tal suerte, que le hicieron pedazos las ternillas del rostro, y echaba de sí tanta sangre, que, poniéndolo en un caballo, no se supo mantener. Desvanecida la vista, juntamente con la muerte que le llegaba cerca, cayó del caballo, y allí murió sin podérsele socorrer, porque a sus amigos, que eran los que más braveaban cuando venían caminando, los habían matado en otros hoyos junto a él". En la imagen, el libro que entusiasmaba al joven soñador PEDRO DE VILLAGRA.




sábado, 20 de noviembre de 2021

(1572) Los mapuches eran una horrible pesadilla constante. El gobernador Francisco de Villagra y su hijo morirán pronto. El nuevo gobernador será Pedro de Villagra, primo de Francisco y llamado igual que el hijo de este.

 

     (1162) Lo que no sabían los españoles era que los indios los estaban observando: "Viendo que reposaban, hablaron de juntarse y dar contra ellos una noche, pues les parecía que no podrían escaparse aunque quisiesen, ya que estaban en tierra. Con ese propósito se juntaron mil indios, y un amanecer atacaron a  Villagra y los suyos, que no los oyeron  hasta que los tenían ya encima dando de palos a los cristianos, a los caballos y a la tienda en que estaba Villagra. Si en lugar de ser indios bisoños, fueran expertos, ni Villagra ni ninguno de sus hombres habrían quedado vivos. Algunos soldados, aunque estaban desnudos, subieron a sus caballos y pelearon con los indios, y los desbarataron, porque los enemigos no sabían utilizar bien la lanza, y así mataron a algunos y tomaron presos a otros. Para informarse de la tierra y del número de indios que eran, se llevó Villagra algunos consigo. Navegó hasta la playa de Arauco, donde desembarcó y se fue a la casa fuerte que allí había. Sabiendo de su llegada,, le vinieron a ver de Concepción y de Cañete algunos amigos suyos, principalmente Pedro de Villagra (este era  su primo; no confundirlo con su hijo), al cual nombró como teniente general suyo  de todo el reino para las cosas de guerra".

     Los belicosos mapuches no cesaban de intentar hacer el mayor  daño posible a los españoles, aunque tuvieran que pagar un alto precio. Como decía Caupolicán, el gran cacique que murió empalado, pero sin bajar la cabeza, 'era mejor morir que ser esclavo de los españoles': "Los indios andaban haciendo fuertes donde pelear con ventaja y conseguir victorias sobre los cristianos. Queriéndolo remediar los vecinos de Concepción, enviaron a Francisco de Castañeda con treinta soldados para que deshiciese un fuerte que comenzaban a hacer. Llegado a él, peleó con los indios, y de tal manera tuvo la victoria, que los enemigos se retiraron para emplazarse en otro sitio mejor. Villagra, informado por cartas que tuvo de las ciudades de Concepción y Angol, y para dar el remedio que convenía, le mandó a su hijo Pedro de Villagra que fuese con sus amigos a juntarse con el capitán Arias Pardo Maldonado (era su yerno), a quien había dado encargo cuando se embarcó en Valdivia para que hiciese gente en aquellas ciudades y viniese con ella a Angol".

     Cumplidas todas las órdenes,  y ya juntos todos, se dispusieron a atacar a los indios en el nuevo fuerte, que estaba sin terminar del todo. Fue necesario renunciar a los caballos para la batalla porque era una zona montuosa. Empezó la lucha, entre arcabuzazos y flechazos, y ocurrió algo extraño: "Arias Pardo iba delante con buena determinación y desenvoltura. Al llegar cerca de los enemigos,  se le heló la sangre de todo un lado, y quedó pasmado de manera que no se pudo mover. Los demás pelearon con tanta determinación, que ganaron el fuerte, mataron algunos indios y apresaron a otros. De allí se fueron todos al río de Biobío para enviar por él a Arias Pardo a la ciudad de Concepción, pero, aunque se le puso en cura en Perú y en este reino de Chile, no pudo sanar (al parecer, se trataba de una apoplejía). Cincuenta soldados resultaron malheridos en el rostro y en lo que llevaban sin protección; algunos se volvieron a Concepción, de donde habían partido para aquella jornada, y otros a Arauco, donde Francisco de Villagra estaba".

 

     (Imagen) PEDRO DE VILLAGRA Y MARTÍNEZ, el primo del gobernador Francisco de Villagra, tuvo que ser un hombre valioso, aunque no es fácil encontrar sus datos personales. Era hijo de García de Villagra y Elvira de Martínez, y nació el año 1518 en Mombeltrán (Ávila). Pasó a las Indias en 1537, y es de suponer que, viéndose implicado en las guerras civiles, optara por alinearse en el bando de Francisco Pizarro, pues el gran conquistador le concedió permiso a Pedro de Valdivia para lanzarse a la arriesgada aventura de Chile el año 1540, yendo en su compañía, como buenos amigos, los dos primos, Francisco y Pedro de Villagra. La confianza en Pedro se agudizó, ya que el año 1544 Valdivia le otorgó el muy importante cargo militar de Maestre de Campo general. Pedro de Valdivia murió trágicamente el año 1553, y entonces Pedro de Villagra volvió a Perú, casándose en Lima con Beatriz de Figueroa y Santillán, viuda de Rodrigo de Pineda, sin que ella tuviera hijos en ninguno de los dos matrimonios. Después, en 1561, Pedro y Beatriz se trasladaron a Chile acompañando a su primo Francisco de Villagra, recién nombrado gobernador de aquel territorio. Pedro siguió teniendo cargos de mucho relieve, pero el más importante le llegó el año 1563, pues, por voluntad expresa de un moribundo Francisco de Villagra, heredó el puesto de gobernador de Chile, con la conformidad de Don Diego López de Zúñiga, virrey de Perú. Dos años después, Lope García de Castro, el nuevo virrey, lo sustituyó por Rodrigo de Quiroga, pero le dio tiempo a Pedro de Villagra para preparar  una nueva estrategia de ataque a los indios mapuches, con la que fueron derrotados en la fortaleza de Angol, en cuya victoria tuvo mucho que ver también Lorenzo Bernal de Mercado, cuya reseña hemos visto recientemente. Como era frecuente, los destituidos solían encontrarse con problemas judiciales, y PEDRO DE VILLAGRA no fue la excepción. Tuvo que vérselas con la Audiencia de Lima (quizá por ello trasladó su residencia al Cuzco), pero consiguió ser absuelto de toda culpa. La imagen muestra el primer folio de un expediente judicial. La letra es enrevesada, pero se diría que era el texto de su pleito ganado. Fue redactado el año 1569, y su encabezamiento parece confirmarlo, porque se ve que el Rey ordena cumplirse un deseo de Pedro y de su mujer: "Real Provisión ejecutoria a petición de PEDRO DE VILLAGRA, vecino de la ciudad del Cuzco, y su mujer, Doña BEATRIZ DE FIGUEROA, en el pleito que tratan con el fiscal licenciado Gamboa". Pedro murió en Lima el año 1577.




viernes, 19 de noviembre de 2021

(1571) Según el cronista, el gobernador Francisco de Villagra tenía un carácter depresivo. Una grave enfermedad y la muerte de su hijo acabarán con él. Entre sus hombres había un italiano sorprendente: JUAN BAUTISTA DE PASTENE.

 

     (1161) En lo que sigue, Marmolejo es muy prolijo, de manera que iré resumiendo el contenido a lo esencial. Insiste en que Francisco de Villagra no era un militar de gran arranque, y, por añadidura, su enfermedad se estaba haciendo crónica: "Se encontraba algo mejor, y más animado, aunque poco, por algunas cartas que recibió de Concepción en las que le afeaban irse a las ciudades de paz, dejando los asuntos de guerra descuidados. También le decían que los soldados que habían quedado en Tucapel pedían licencia para irse de la guerra, pues creían que Villagra iba con ánimo de repartir los indios entre quienes a él le pareciesen, dejándolos a ellos olvidados. Temiendo que su ausencia pudiera causar alguna desobediencia entre ellos, se puso en una silla en hombros de indios, y se hizo llevar a la ciudad Imperial, y luego a la de Angol, lo cual fue efectivo,  no para que los indios diesen muestra de querer la paz, sino para que los soldados hiciesen con mejor voluntad lo que les fuese mandado. Villagra, como se vio tan enfermo, aderezó un aposento, tomó la zarzaparrilla (se usaba contra enfermedades del hígado y del corazón). Estuvo en la cama dos meses, mejoró algo, y, porque entraba el invierno, dejando contentos con palabras a muchos, se fue a La Imperial".

     Pero pronto le llegará otra tragedia, la muerte de su hijo: "Estando allí, se presentó, en nombre de los vecinos de Santiago, el capitán Juan Bautista de Pastene, pidiéndole en nombre de aquella ciudad que les enviase, para ser allí su teniente, a Pedro de Villagra, su hijo, debido a que no se llevaban bien con el capitán Juan Jufré, y se  lo concedió Villagra". El cual fue recuperando energía e interesándose en diversos asuntos. Pasado el invierno fue a la ciudad de Valdivia, con la intención de poder enviar refuerzos por mar a Concepción al llegar el verano. Los vecinos de Valdivia habían temido que, cuando llegase, les quitara encomiendas de indios, y, en plan adulador, le habían hecho un recibimiento ostentoso. Empezando el verano de aquel año de 1563, que allí lo hacía en el mes de octubre, "fletó un navío y salió del puerto de Valdivia, diciendo al piloto que navegase a donde el tiempo le quisiese llevar, aunque no iba tan confiado de su ventura como Octavio César Augusto, porque Villagra siempre se mostró preocupado con las cosas de guerra. Aunque salieron a la mar con buen tiempo, se revolvió la tramontana, y, con el temporal, el navío fue a parar al archipiélago de Chiloé (300 km al sur de Valdivia)".

     Antes de haberse embarcado, Villagra había enviado otro navío para que se inspeccionasen las tierras que estaban más cerca del Estrecho de Magallanes, y como, al volver, le hablaron bien de todo lo que habían encontrado, por ser tierras pobladas y fértiles, se animó a conocerlo personalmente. Pararon en un punto de la costa, bajaron a tierra ellos y los caballos, y, por no saber que la marea bajaba mucho, los pilló de sorpresa: "Menguó tanto el agua al retirarse, que el navío, puesta la quilla en tierra, se inclinó de lado, y, con el golpe que dio, se abrió por algunas partes. Viendo que estaban en una isla, y que, si el navío se perdía, iban a correr mucho riesgo sus vidas lo remediaron con soportes hasta que la mar volvió a crecer, y luego lo metieron adonde estuviese más seguro". Pero unos indios lo estaban viendo todo.

    

     (Imagen) Siempre hay un porcentaje de espíritus aventureros, y extraordinaria fue la vida del italiano JUAN BAUTISTA DE PASTENE, a quien acaba de mencionar Marmolejo. Nació en Génova el año 1507 (hijo de Tomaso Pastene y Esmeralda Solimana). Fue navegante, explorador y conquistador. En la asombrosa emigración de italianos hacia Brasil, Argentina y Chile, a principios del siglo XX, hubo unos que fundaron un asentamiento en la costa del Pacífico, y le pusieron a la ciudad el nombre de Capitán Pastene (el busto de la imagen fue regalado por los italianos a los chilenos el año 2007). Juan Bautista de Pastene se casó y tuvo seis hijos con Ginebra de Seixas, nacida en las Palmas de Gran Canaria en 1531, y fallecida  el año 1576 en Santiago de Chile. Siendo muy joven, había llegado a Honduras en 1526, y ya rico, puesto que lo hizo en su propio barco. Allí vendió su nave, se trasladó a Perú en 1536, poniéndose al servicio de Francisco Pizarro, y estuvo a punto de morir en la lucha contra los incas.  Bajo las órdenes de Cristóbal Vaca de Castro, representate del Rey, batalló frente al rebelde Diego de Almagro el Mozo. Pero lo suyo era la exploración marítima, y en 1544 estaba de nuevo al mando de una nave, de la que también era propietario. La audiencia de Panamá lo nombró Piloto Mayor de la Mar del Sur (el Pacífico). Se enroló entonces en Chile con Pedro de Valdivia, quien le tuvo una absoluta confianza, y le encargó que explorara con dos naves el litoral de la costa hacia el Estrecho de Magallanes. Le otorgó, además, el cargo supremo, el de  Teniente de Gobernador y Capitán General, para que, en su ausencia, fuera la máxima autoridad de Chile, en lo civil y en lo militar. Y se lo escribía al Rey con estas solemnes palabras: "Por el poder que de su Majestad para ello tengo, me conviene nombrar al capitán Juan Bautista de Pastene, genovés, como mi Lugarteniente de Gobernador y Capitán General, debido a ser una persona de prudencia, experiencia y autoridad, y porque hace muchos años que sirve a Vuestra Majestad". Pedro de Valdivia, siempre gradecido por su labor,  le concedió excepcionales encomiendas de indios, cuya explotación aumentó considerablemente su riqueza. JUAN BAUTISTA DE PASTENE fue regidor y alcalde en la ciudad de Concepción, en cuya fundación estuvo presente, y, repetidamente, en la de Santiago, donde se estableció de manera definitiva en 1550, falleciendo en la capital chilena el año 1580.




jueves, 18 de noviembre de 2021

(1570) El cronista critica a los dominicos por predicar una 'caridad' con los indios que provocaba en los soldados un sentimiento de culpabilidad. LORENZO BERNAL DE MERCADO: un duro pero excepcional capitán.

 

     (1160) Sigue hablando Marmolejo de Villagra padre y Villagra hijo de manera confundible, así que tendré que interpretar poniéndoles el nombre para que el texto tenga sentido. Empieza hablando  del padre (que no se encontraba en el mismo lugar que el hijo, y lo primero que dice es que los 'sermones' buenistas de fray Gil de Ávila estaban dañando su firmeza. Hay que tener en cuenta que era dominico, en cuya orden pesaban mucho los criterios de Bartolomé de las Casas, que pertenecía a la misma orden: "Se le añadía a Francisco de Villagra, para no acertar en hacer la guerra, que fray Gil de Ávila, en las predicaciones que hacía a los soldados, les decía que se iban al infierno si mataban indios, y que estaban obligados a pagar todo el daño que hiciesen y todo lo que comiesen, porque los indios defendían una causa justa, que era su libertad, casas y haciendas, pues Pedro de Valdivia no había entrado a la conquista como lo manda la Iglesia, amonestando y requiriendo con palabras y obras a los naturales. En lo cual, el clérigo se engañaba como hombre que no fue testigo de lo que decía. Yo me hallé presente con Valdivia en el descubrimiento y la conquista, y allí lo hacía todo como cristiano. Fray Gil pronunciaba sus palabras con tanta fuerza, que hacían gran impresión en los ánimos de los capitanes y soldados. Sucedió una vez que Villagra estaba mandando a algunos soldados que hiciesen lo que sus capitanes les mandasen, y alanceasen a todos los indios que pudiesen, mientras que fray Gil les decía que, los que quisiesen irse al infierno, lo hiciesen así, siendo una grandísima confusión ver estas cosas y que Villagra no las remediase, de lo que resultaba que se hacía la guerra perezosamente. Hasta el punto de que los vecinos de Cañete le pedían a Francisco de Villagra que se fuese de su ciudad y les dejase gente para hacer la guerra. Villagra les dejó a su hijo Pedro de Villagra, y con él al capitán Reinoso, con ciento veinte hombres de guerra, y él se fue a la ciudad de Los Infantes (la ciudad de Angol), que estaba a diez leguas de Cañete".

     Marmolejo va a seguir insistiendo en la falta de empuje militar del gobernador Francisco de Villagra. Subraya que no tuvieron que insistir los vecinos de Cañete para que abandonara la ciudad. Después de irse, llegó a la de Villarrica, que estaba muy cerca de las  minas de la de Valdivia. Allí se encontraba el licenciado Altamirano, con orden suya de que juntase todo el oro que extraían los españoles, tomando nota de la cantidad que pertenecía a cada uno. Hubo muchos que desconfiaban de sus intenciones, porque quizá quisiera enviárselo todo al Rey, o darle otro destino. Y comenta Marmolejo:  "Pero el juez recto, que es Dios, le impidió hacer lo que tenía pensado, porque sufrieron tanto de  viruelas los indios que sacaban el oro, y morían tantos de aquella pestilencia, que algunos religiosos, haciéndole responsable, le pidieron que se dejase de sacar, y que lo sacado se lo entregase a sus dueños. También le sucedió en este tiempo que, estando en la ciudad Villarrica la pascua de Navidad del año de 1562, enfermó de mal de costado, con algunas calenturas de que pensó morir, y de un mal que le dio en los empeines de los pies de tan terrible dolor, que no podía andar a pie ni a caballo".

 

     (Imagen) LORENZO BERNAL DE MERCADO va a aparecer de inmediato en acción, y tendrá un importante protagonismo. Nació el año 1516 en Cantalapiedra (Salamanca). Llegó a Perú con el virrey Blasco Núñez Vela en 1544. Por lo que, sin duda, adquirió gran experiencia militar en el durísimo ambiente de las guerras civiles que allí había. Estuvo en el bando de los leales al Rey, luchando contra Gonzalo Pizarro, el cual fue vencido y ejecutado por Pedro de la Gasca. En 1549, Francisco de Villagra lo convenció para que fuera con él a Chile y se uniera a las tropas de Pedro de Valdivia, el cual, por sus méritos, le otorgó una excepcional encomienda de indios, a cuya administración se dedicó de lleno. Pero la muerte salvaje de Valdivia le provocó el ansia de dedicarse únicamente a guerrear contra los indios, a los que, al parecer, odiaba. Aunque en sus inicios en Chile hubo algunos que lo consideraban un irresponsable, pronto demostró que era todo lo contrario. Su valentía, y sus dotes de líder con extraordinarias habilidades estratégicas, hicieron que la gente lo llamara 'El Cid de los Andes', título que no estaba al alcance de cualquiera. Pronto veremos la participación que tuvo en el fuerte de Angol contra los araucanos, y en sucesivos enfrentamientos de la llamada Guerra de Arauco, por cuyos méritos fue nombrado en 1565 Maestre de Campo de todo el ejército chileno. Ejerció como corregidor en el cabildo de las ciudades de Concepción y Santiago. En 1578, Rodrigo de Quiroga, gobernador de Chile, iba a presentar su renuncia por motivos de salud, y le manifestó a Francisco de Toledo, virrey de Perú, que consideraba a LORENZO BERNAL DE MERCADO como la persona apropiada para sustituirle en el cargo. Pero su idea fue rechazada, quizá debido al carácter duro y poco diplomático de Lorenzo. El año 1580, Felipe II, reconociendo sus grandes méritos, lo nombró  General del Ejército. A partir de entonces, solicitó el retiro profesional, pero continuó siendo el hombre imprescindible de los gobernadores y militares para organizar las estrategias de ataque contra los indios rebeldes. Lorenzo se casó dos veces, y tuvo tres hijas. En la imagen vemos que una de ellas, Isabel de Rojas y Mercado (por medio de su marido) presenta sus méritos y servicios. Lo hizo en 1610 (15 años después de fallecer su padre), y se refiere a él como 'general', aclarando que luchó contra Gonzalo Pizarro cuatro años. Lorenzo murió el año 1595, en aquella ciudad en la que, siendo joven, venció (una de tantas veces) a los mapuches: Angol.




miércoles, 17 de noviembre de 2021

(1569) Lo primero que le tocó a Francisco de Villagra al llegar a Chile, fue volver a luchar contra los incansables mapuches. Su mujer, Cándida de Montesa, había logrado antes, de Felipe II, una ayuda para ir desde España a reunirse con su marido.

 

     (1159) Francisco de Villagra, que había tenido malas experiencias con los mapuches, en cuanto llegó a Chile tuvo ganas de darles una lección, pero, a su vez, ellos, por la misma razón, le habían perdido el miedo: "Habiéndosele informado a Villagra de que había necesidad de gente en la Concepción y Tucapel, debido a que, por la muerte de don Pedro de Avendaño, se enorgullecieron todos los indios, envió al capitán Reinoso para que los castigase y pacificase aquellos indios, y le avisase de todo lo que creyese que convenía. Pero los indios, cuando supieron que Villagra venía por gobernador, se alegraron, diciendo que con él siempre les había ido bien en las batallas, que querían tomar las armas y pelear, pues les parecía que se había de acordar de cuando lo desbarataron en la cuesta de Arauco, y que había de querer vengar tantos cristianos como allí murieron.  Como lo tenían por hombre al que en la guerra no le salían bien sus cosas, se juntaron todos y se declararon enemigos suyos". Pero la superstición los iba a desmoralizar: "Francisco de Villagra, después de desembarcar en la Serena, parecía venir anunciando un mal agüero a Chile, y que,  con su venida, les había de llegar mucho mal a todos en general, porque, al desembarcar, se infectó el aire de tal manera, que dio en los indios una enfermedad de viruelas, tan malas, que murieron muchos. Fue una pestilencia muy dañosa, y decían los indios de guerra que Villagra, no pudiendo vencerlos, como hechicero había traído aquella enfermedad para matarlos, pues, ciertamente, murieron muchos de los de guerra y de los pacíficos".

     Después de haber enviado Francisco de Villagra a Reinoso para someter a los indios, cuya rebeldía aumentaba, mandó con la misma misión, y con cuarenta soldados de a caballo, a su hijo, Pedro de Villagra Montesa, del que dice Marmolejo que era "mancebo de buena esperanza, por las virtudes que tenía". Pedro había nacido en España en 1537, poco después de que su padre partiera para las Indias, y murió en enero de 1563 luchando contra los mapuches, el mismo año en que falleció su padre. Quizá debido a su corta trayectoria en las Indias, no haya dejado mucho rastro de sus andanzas, pero acabamos de ver el afectuoso comentario que Marmolejo le ha dedicado, y nos contará pronto cómo fue su lastimosa muerte, que tuvo que ser un cruel mazazo para Francisco de Villagra, su padre, y para Cándida de Montesa y Cisneros, su madre.

     El cronista nos va contando el largo proceso de la tragedia:  "Pedro de Villagra, entró en Arauco, que estaba de paz, hablando y sosegando a los principales para que no creyesen que traía mala voluntad. Luego, llevando en su compañía a un religioso dominico, llamado fray Gil de Ávila, llegó a Cañete, que está en la provincia de Tucapel  (la zona en que mataron salvajemente a  Valdivia)". A los indios les gustaron los buenos modos del clérigo, pero enseguida llegó el capitán Alonso de Reinoso en plan exigente y amenazador, y los indios pensaron que no les convenía mostrarse serviles: "Les pareció que los españoles perjudicaban a los indios que eran amigos y no castigaban a los que eran enemigos. Con este razonamiento, se alzaron todos, sin quedar ningún indio de paz en aquella provincia".

 

     (Imagen) La mujer de Francisco de Villagra se llamaba CÁNDIDA  MONTESA DE CISNEROS. Había nacido en Medina de Rioseco (Valladolid), y se suele decir que nació en 1525, pero  no parece verosímil porque ella dice que se casaron hacia el año 1535. En 1559, dos años antes de que llegara Villagra, ya libre, a Santiago de Chile, ella escribió una carta al rey Felipe II solicitándole una ayuda económica, y llama la atención que hablara de su marido como gobernador de Chile, lo que quiere decir que el virrey de Perú, que le había regalado el cargo a su hijo, no pudo ocultar que era cierto, pero lo mantuvo descaradamente en el puesto, y a Villagra desterrado. Quizá fuera otra de las cosas del virrey que le sacaron de quicio a Felipe II. Resumo el escrito, redactado en Medina de Rioseco: "Muy magnifico señor: Cándida de Montesa, mujer del mariscal Francisco de Villagra, gobernador de la provincia de Chile, digo que mi marido me ha enviado a llamar, por medio de sus cartas y por mensajeros, para que yo me vaya adonde él está, para residir en su compañía, lo cual yo estoy determinada a hacer y estoy de partida. Para los gastos que tengo hechos y los que se han de hacer para el dicho viaje, para mi persona y para las personas que van en mi compañía, tengo necesidad de valerme de dineros en cantidad de mil ducados, sin los cuales no podré hacer el dicho viaje. Para poderme endeudar en los dichos mil ducados, no tengo licencia del dicho gobernador, mi marido. Por ello pido a vuestra merced que, tras informarse de lo susodicho, y de que estoy casada y velada con el dicho Francisco de Villagra, mi señor y marido, me dé licencia y facultad para que yo pueda obligar mi persona y bienes". Presentó unos testigos para que confirmaran lo que había dicho, a lo que añadió algún detalle más. Dijo que hacía unos veinticuatros años que se habían casado; menciona repetidas veces a su marido como gobernador, y que las cartas que le enviaba, para que fuese a su encuentro, se habían repetido intensamente con la llegada a España de los últimos navíos. Un testigo, que todo lo dio por cierto, comentó también que necesitaría para el viaje  más de mil ducados, "porque lleva consigo mucha gente y aparato, como lo requiere la calidad del dicho gobernador Francisco de Villagra, su marido". CÁNDIDA MONTESA DE CISNEROS logró su deseo, llegó a Chile, vivió los privilegios de su estatus social, sufrió la desgracia de que su marido y su hijo, Pedro de Villagra, murieron en 1563, y le quedaron después nueve años de vida, tranquila  y chilena.




martes, 16 de noviembre de 2021

(1568) Felipe II confirmó como gobernador de Chile a Francisco de Villagra, a quien había tenido preso el virrey de Perú. Aunque Villagra fracasó después como militar, su llegada a Santiago de Chile fue recibida con entusiasmo.

 

     (1158) Francisco de Villagra va a demostrar que era un hombre razonable, pero Marmolejo, que lo conocía bien, pone de relieve alguna de sus carencias: "Gobernando el reino del Perú el marqués de Cañete como virrey que el emperador don Carlos había nombrado, el rey don Felipe, después de heredar todos los reinos que su invicto (no siempre) padre tenía, por causas que le motivaron (parecer ser que acabó harto de las arbitrariedades del marqués), le proveyó al reino del Perú de un nuevo gobierno, y asimismo al territorio de Chile, pues hizo gobernador a Francisco de Villagra, sacando del puesto a don García de Mendoza, hijo del virrey marqués de Cañete. Lo hizo el Rey al ver las cartas que Villagra envió, solicitándolo, con Gaspar de Orense. Vino de España un sacerdote pariente suyo (de Villagra), hombre principal, llamado Agustín de Cisneros, que mucho lo había solicitado en la Corte (recordemos que Gaspar se ahogó junto a la costa española, y las cartas llegaron a manos del sacerdote). Partió Cisneros de Castilla trayendo consigo a la mujer de Villagra y algunas parientes suyas. Cuando desembarcó en el puerto de Lima, donde Villagra estaba (hasta entonces en calidad de desterrado de Chile), le dio los despachos que de su gobernación tenía, y, con ellos, comenzó a prepararse para venir a Chile".

     Villagra envió por delante a un criado con una copia del documento que lo nombraba gobernador: "Llegado que fue, algunos que a Villagra lo apreciaban, y otros que con don García se habían llevado mal, se regocijaron, aunque, en cuanto comenzó su mandato, comenzaron a sentir los daños que resultaban de su mala maña, porque, de ser capitán a ser gobernador, hay mucha diferencia. Villagra, para tan gran cargo como le había llegado, se hallaba pobre de dineros. Pero, como tenía buena mano en buscarlos con créditos del gobierno y con la gran fama que tenía aquella provincia de minas ricas de oro, halló más de los que hubo menester. Y dos de los que se los dieron (en Perú) se vinieron con él a Chile, creyendo que, además de pagárselos, les haría alguna merced, pero quiso Dios que uno de ellos muriera a manos de indios con muerte muy cruel, y que el otro viviera pocos días y pobre, pudiendo vivir en el Perú ricos".

     Entre las marrullerías del virrey Andrés Hurtado de Mendoza, marqués de Cañete, fue notable la de haber ocultado durante dos años que Francisco de Villagra había sido  nombrado gobernador de Chile, el cual, al parecer, se lo tomó con paciencia, pero ahora llega el momento de su entrada triunfal: "Preparado Villagra, se embarcó con su familia y sus criados, más algunos soldados peruanos que quisieron acompañarlo. Llegó a la ciudad de La Serena, que está a la entrada de Chile, y desde allí vino por tierra a Santiago, la ciudad principal, donde le estaban esperando muchos vecinos y hombres principales de todo el reino, quienes, con las demás autoridades, le tenían aparejado el mejor recibimiento que ellos pudieron".

 

     (Imagen) Los mandatos del gobernador de Chile Francisco de Villagra resultaron oscilantes como el péndulo de un reloj. Lo fue interino, de 1547 a 1549, por ausencia de Valdivia, y, entre 1553 y 1557, cuando lo mataron los mapuches, teniendo en este tiempo líos con otros dos aspirantes: Francisco de Aguirre y Rodrigo de Quiroga, quien, con sensatez, retiró pronto su candidatura. En 1561, Villagra, a quien el virrey, que lo había apresado, aún  le negaba el permiso para salir de Perú, fue nombrado por Felipe II gobernador de Chile. Y ahora vemos que lo reciben como tal, y a lo grande, en la ciudad de Santiago. Así fue la fiesta, contada por el testigo Marmolejo: "En la calle principal, hicieron los vecinos unas puertas grandes, con un capitel alto, y en él puestas muchas figuras que lo adornaban. La calle estaba toldada de tapicería, con muchos arcos triunfales, que iban hasta la iglesia. Por todo el recorrido, había muchos letreros con epítetos, alzados a gran altura, dándole muchos nombres de honor. Había una compañía de infantería, gente muy lustrosa, bajo el mando del licenciado Altamirano, y otra de a caballo con lanzas y adargas (y más de mil indios), luciendo todos las mejores ropas que pudieron llevar. Salieron a recibirlo fuera de la ciudad, a la puerta de la cual quedaba el cabildo esperándole, con una mesa puesta delante, cubierta de terciopelo carmesí, y baja, como si fuera un sitial. Tenía encima un misal para tomarle juramento, como se tiene costumbre hacerlo con los príncipes, pues, ciertamente, porque me hallé presente, vi que le dieron toda la honra que le pudieron ofrecer. El gobernador llegó encima de un macho negro, más pequeño que de ordinario, con una guarnición dorada, de terciopelo negro, y vistiendo una ropa francesa forrada de martas; lo metieron en la ciudad como hombre al que querían mucho y le habían tenido por amigo mucho tiempo. Después de las ceremonias del juramento, lo llevaron a la iglesia debajo de un palio de damasco azul, teniendo dos alcaldes el macho por la rienda, y desde allí a casa del capitán Juan Jufré, que era su posada". En la imagen vemos el registro de embarque para Perú de Francisco de Villagra. Los datos son interesantes: Se redactó en enero de 1537. Francisco era hijo del comendador, en Rubiales (de la orden de San Juan de Jerusalén; se llamaba Álvaro de Sarría) y de Ana de Villagra, vecinos de Santervás de Campos (Valladolid). Era, pues, de familia noble, solo tenía 26 años cuando llegó a Perú, y alcanzó metas muy altas. Murió en Concepción el año 1563, y  dejó en el cargo de gobernador a su primo Pedro de Villagra.