(1170) Los negros se volvieron con el
barco a Concepción, y contaron lo que había pasado: "Francisco de Villagra
recibió mucho enojo por ver que todo le salía mal, y mandó a Pedro de Villagra,
su general, fuese a la isla de Santa María y castigase a los indios culpables
de haber matado a tres españoles. Habría querido que se encargase de ello el
capitán Alonso de Reinoso, pero le contestó que aquella misión le correspondía
al general y no a él, lo cual se debía a que en aquel tiempo no se llevaba bien
con Pedro de Villagra".
Vista la situación, tuvo que embarcarse Pedro
de Villagra con cuarenta soldados, y llegó a la isla de Santa María: "Los
indios los estaban esperando sin moverse de su fuerte. Puesta la proa en
tierra, les era necesario a los españoles salir o dar la vuelta, porque los
indios les tiraban gran número de flechas y herían a algunos. Pedro de Villagra
les daba mucha prisa a sus hombres para que saltasen al agua con o sin caballos,
y todos obedecieron. Uno de sus hombres, el hidalgo Juan de Villalobos, extremeño,
hombre principal y valiente, confiado en un buen caballo que tenía, saltó con
él a la mar, y atacó los indios, los cuales, como estaba solo, le dieron muchos
golpes de macanas y porras que lo derribaron. Como de los golpes que le dieron
alcanzaron algunos al caballo, revolvió toda el agua, que era mucha, y volteó a
Juan de Villalobos, el cual, al estar aturdido, se ahogó sin poder ser
ayudado".
El resto de los españoles comenzaron a
pelear con los indios, y la artillería estaba haciendo estragos en ellos,
siendo también muy grande el daño que
les causaban los de a caballo alanceándolos: "Muchos indios de los de la
isla, viendo que los estaban matando y que no podían refugiarse en ninguna
parte por ser la tierra llana, se rindieron confiando en que los españoles
habían de usar con ellos clemencia. Pero Pedro de Villagra castigó a los
rendidos, y mandó que, a caballo, matasen a todos los indios que pudiesen encontrar,
y, debido a este gran castigo que se hizo, no han vuelto a rebelarse. Mandó asimismo
que, todos los que quisiesen llevar muchachos o indias, los llevasen para más
castigo de aquellos bárbaros, pues estando de paz los españoles, los mataron".
Sorprendentemente, el cronista Marmolejo,
que era capitán, va a justificar una desobediencia militar: "Hecho este
castigo, Pedro de Villagra se embarcó con toda la gente y fue a
Concepción. El gobernador Francisco de Villagra andaba en la procesión cuando
le dijeron que había llegado, y, aunque informado de lo bien que había
castigado en la isla, se enojó porque le había mandado que después desembarcase
en la playa de Arauco, y se juntase en el fuerte con el capitán Lorenzo Bernal.
Pero, como muchas veces vemos, los que tienen el mando supremo se aferran a su
criterio, sin querer tomar consejo de los que saben más. Por eso, Pedro de
Villagra, como hombre que entendía las cosas de la guerra, no lo quiso hacer,
sabiendo por experiencia que no convenía al bien del reino lo que el gobernador
le mandaba: '¡Qué más quieren los indios -decía Pedro de Villagra- que ver
encerrados en un fuerte ciento cincuenta
soldados tan buenos y muchos caballos sin poder salir de allí a hacerles daño, para
con esta seguridad ir sobre las ciudades comarcanas, hallándolas desproveídas
de guarnición, y entrar por fuerza de armas sin haber nadie que se lo impidiese!'.
Por cuya causa, como capitán prudente, dejó de hacer lo que su gobernador le
había mandado".
(Imagen) Muchas veces se ve en las
crónicas que los soldados de las tropas de las Indias no tenían libertad para
marcharse del ejército, a no ser que contaran con una licencia explícita. Se
los consideraba desertores, y el castigo era la muerte: "En
este tiempo, Martín de Peñalosa, soldado antiguo en Chile e hidalgo, que había
ayudado a ganar y descubrir todo el reino con Pedro de Valdivia, viéndose pobre
y que no tenía posibles para poder sustentarse conforme a su merecer y
trabajos, trató en secreto con algunos amigos de irse del reino de Chile a una tierra
rica, que según decían, era próspera de oro y gente. Tras hablar con Francisco
de Talaverano, que era muy amigo suyo, trataron de convencer a otros
disimuladamente para que un día determinado se juntasen en Valdivia y Osorno,
dos ciudades que están cerca una de otra. Con tal propósito, salió Martín de
Peñalosa de La Imperial, donde tenía su casa, con cuatro amigos que estaban dispuestos
a ir con él. Pero, como se tenía
sospecha de los asuntos en los que andaba, el justicia de aquella ciudad, echándolo
de menos, salió tras él con doce hombres, aunque no lo pudo alcanzar, y dio
aviso a las demás ciudades. Salió de la ciudad de Osorno el capitán Juan de Larrínaga,
de la de Villarrica Pedro de Aranda y, de la de Valdivia Juan de Matienzo, en
su busca, y todos juntos con gente armada. Pero no supieron dónde se hallaba, y se volvieron a sus pueblos. Aunque, cuando
salieron a buscarlo, ya hacía tres días que Martín de Peñalosa estaba en la
parte donde se habían de juntar, ocurrió que no se presentó ninguno. Es
frecuente en esta tierra de las Indias meter a hombres principales en rebeldías,
y después de verlos metidos, dejarlos
solos. Viendo que no llegaba nadie y que los habían dejado solos, dijo a los
que con él estaban que se fuese cada uno adonde quisiese. El capitán Juan de
Matienzo, natural de las montañas de Burgos (probable pariente de Sancho
Ortiz de Matienzo), les dijo a los demás capitanes que él solo se
encargaría de detener a MARTIN DE PEÑALOSA, porque andaría por su jurisdicción.
Siendo buscado en la zona de Valdivia, lo hallaron junto a Francisco
Talaverano, y los apresaron. Juan de Matienzo les dio tormento, confesaron que
había muchos conjurados para irse de
Chile, y, sin ninguna otra información, mandó que les cortaran la cabeza. Al
saberlo Francisco de Villagra, y viendo que estaban implicados hombres importantes,
no quiso tomar más medidas. De esta manera se deshizo un nudo, que, ciertamente,
podía haber sido muy dañoso para Chile".