sábado, 27 de noviembre de 2021

(1578) Lorenzo Bernal y 115 españoles, cercados en Arauco por miles de indios, corrían el riego de morir por hambre y sed. Bernardo de Huete fue con dos compañeros a informarse, los mataron los indios y exhibieron sus cabezas a los cercados.

 

     (1168) Llama la atención que Pedro de Villagra se tomara la libertad de desobedecer al gobernador Francisco de Villagra, que estaba gravemente enfermo, pero, de hecho, como repite el cronistas Marmolejo, "no quiso verse en más casos forzosos de guerra". Se diría que, de alguna manera, tenía dominado a su primo, y se tomó la libertad de delegar su mando en el capitán Lorenzo Bernal de Mercado en el fuerte de Arauco. Como era previsible, los indios se prepararon para un nuevo ataque: "El belicoso cacique  Millalelmo les dijo a los indios que les convenía ir con brevedad a poner el cerco a los españoles, el cual parecer lo tomaron juntos treinta mil indios, no siendo más de ciento quince los cristianos que en el fuerte estaban. Siendo avisados de lo que podía suceder, el capitán Lorenzo Bernal se proveyó de todo lo que para una buena defensa les convenía, y una mañana aparecieron los escuadrones que sobre ellos venían. Peteguelén, un cacique importante del valle de Arauco, sabiendo que los indios de guerra le tenían por enemigo, porque siempre les fue sospechoso, se metió en el fuerte con sus mujeres, hijos y algunos amigos (García de Mendoza le había perdonado la vida a Peteguelén en una ejecución masiva de mapuches). El capitán los recibió amigablemente, y los alojó como a hombres que siempre habían sido amigos de cristianos".   

     El cerco de los indios iba poniendo a los españoles en una situación muy apurada: "Viéndose los cristianos rodeados, el capitán Lorenzo Bernal comenzó a tasar la comida, y mandó limpiar un pozo que dentro en el patio del fuerte tenían, pero, como era de poca agua, ordenó que se fuese a cogerla de una hoya que estaba junto a la trinchera de los indios". Se encargaron de hacerlo arcabuceros y cincuenta soldados, todos bajo el mando de Lorenzo Bernal. La salida se convirtió en una pelea entre indios y españoles: "Los cristianos lucharon a arcabuzazos hasta haber tomado agua, y al volver con ella, la flechería que les iban tirando hirió a muchos. Además de esto, los indios se ensuciaban en el agua y echaban en ella cosas muertas para que no la bebiesen, y  aun así la bebían, pero los indios desaguaron el charco, de manera que lo dejaron vacío. El capitán Lorenzo Bernal repartía el agua con orden a todos los que en el fuerte estaban. Era lástima ver a los caballos, que, como no comían, enflaquecieron mucho, y hasta se les dejó sin agua, por lo que comenzaron a morir muchos, los cuales fueron desollados y se aprovechó la poca carne que tenían".

     Las circunstancias eran tan duras para los españoles, que no parecía haber posibilidad alguna de sobrevivir. Pero veremos enseguida que el 'General Invierno', como decían los rusos en la Segunda Guerra Mundial, les echará una mano. De  momento, nos dice Marmolejo: "Vinieron los indios a poner este cerco el día veinte de mayo del año 1563. Estuvieron frente al fuerte cuarenta días de mal tiempo, por muchas aguas grandes que caían, y. para sustentarse en el campo y repararse del frío, hicieron muchas casas pequeñas a manera de chozas.  Estando el invierno tempestuoso, comenzaron los indios a enfermar de cámaras (dolor de costado), viéndose así dudosos sobre lo que debían hacer. Francisco de Villagra, en la ciudad de Concepción, por noticias de indios bien sabía que estaban cercados, pero no tenía cosa cierta sobre la manera que había sido, o si duraba aún el cerco".

 

     (Imagen) En la distancia, desde Concepción, el gobernador Francisco de Villagra estaba enfermo, y muy preocupado por lo que pudiera ocurrir en el fuerte de Arauco: "Llegó al puerto de la ciudad un navío que venía de la de Valdivia, con alguna gente y caballos. El maestre era un hidalgo natural de Jerez de la Frontera, llamado Bernardo de Huete, hombre rico, el cual, para complacer a Villagra y que le dejase seguir su viaje, pues lo retenía hasta saber cómo estaban las cosas de Arauco, se prestó a ir en un barco y conseguir información cierta de todo. Villagra se lo agradeció, y luego Huete, con dos hombres conocedores de las cosas de la mar, y algunos negros que remasen, se embarcó, y, por haber mucho viento norte, se fue a la isla de Santa María, que está a dos leguas de Arauco, para esperar a que mejorase el tiempo. Bernardo de Huete y los dos acompañantes bajaron a tierra, y los indios, para confiarlos, los sirvieron muy bien en todo lo que les mandaron, y les dieron mucha comida. Pero el día siguiente, al amanecer, vinieron los indios por dos partes con sus armas, cercaron la casa, y mataron a los  tres. Los negros que estaban guardando el barco, al oír gritos, lo acercaron a tierra hasta ver si alguno de ellos escapaba, y, como pensaron que debían de estar muertos, porque los indios desde la playa los llamaban en nombre de su amo, lo que era una clara mentira, se hicieron a la vela, y fueron a la ciudad de Concepción dando tan triste noticia. Los indios les cortaron las cabezas a los tres y las enviaron a los de Arauco, que estaban en el cerco del fuerte, los cuales se alegraron en gran manera, y las alzaron aquella noche en unos palos junto a la puerta, y les decían a los del fuerte que ya no había cristianos en Concepción, porque todos estaban muertos, y que ellos solo salvarían su vida si se entregaban. El capitán Lorenzo Bernal estuvo dudoso, pero no  les dio crédito, y les aseguraba que, si el gobernador había muerto, con él tendrían que pelear. Los indios le dijeron que, por mucho que lloviera, no se irían de allí hasta vencerlos, que ya sabían que se les morían los caballos, que no tenían que comer y que solo aguantarían veinte días. Y todo lo que le decían era tan cierto como si lo vieran. Lorenzo Bernal respondió que los españoles no se irían, sino que, llegado el verano, harían allí un poblado". En la imagen vemos, subrayado en rojo, Concepción, de donde partió Bernardo de Huete con dos compañeros, la isla Santa María, adonde les arrastró el viento, siendo allí masacrados por unos indios, y Arauco, donde entregaron sus cabezas a los mapuches.




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