(1168) Llama la atención que Pedro de
Villagra se tomara la libertad de desobedecer al gobernador Francisco de
Villagra, que estaba gravemente enfermo, pero, de hecho, como repite el
cronistas Marmolejo, "no quiso verse en más casos forzosos de
guerra". Se diría que, de alguna manera, tenía dominado a su primo, y se
tomó la libertad de delegar su mando en el capitán Lorenzo Bernal de Mercado en
el fuerte de Arauco. Como era previsible, los indios se prepararon para un
nuevo ataque: "El belicoso cacique Millalelmo
les dijo a los indios que les convenía ir con brevedad a poner el cerco a los
españoles, el cual parecer lo tomaron juntos treinta mil indios, no siendo más de
ciento quince los cristianos que en el fuerte estaban. Siendo avisados de lo
que podía suceder, el capitán Lorenzo Bernal se proveyó de todo lo que para una
buena defensa les convenía, y una mañana aparecieron los escuadrones que sobre
ellos venían. Peteguelén, un cacique importante del valle de Arauco, sabiendo
que los indios de guerra le tenían por enemigo, porque siempre les fue
sospechoso, se metió en el fuerte con sus mujeres, hijos y algunos amigos (García
de Mendoza le había perdonado la vida a Peteguelén en una ejecución masiva de
mapuches). El capitán los recibió amigablemente, y los alojó como a hombres
que siempre habían sido amigos de cristianos".
El cerco de los indios iba poniendo a los
españoles en una situación muy apurada: "Viéndose los cristianos rodeados,
el capitán Lorenzo Bernal comenzó a tasar la comida, y mandó limpiar un pozo
que dentro en el patio del fuerte tenían, pero, como era de poca agua, ordenó
que se fuese a cogerla de una hoya que estaba junto a la trinchera de los
indios". Se encargaron de hacerlo arcabuceros y cincuenta soldados, todos
bajo el mando de Lorenzo Bernal. La salida se convirtió en una pelea entre
indios y españoles: "Los cristianos lucharon a arcabuzazos hasta haber
tomado agua, y al volver con ella, la flechería que les iban tirando hirió a
muchos. Además de esto, los indios se ensuciaban en el agua y echaban en ella
cosas muertas para que no la bebiesen, y
aun así la bebían, pero los indios desaguaron el charco, de manera que
lo dejaron vacío. El capitán Lorenzo Bernal repartía el agua con orden a todos
los que en el fuerte estaban. Era lástima ver a los caballos, que, como no
comían, enflaquecieron mucho, y hasta se les dejó sin agua, por lo que
comenzaron a morir muchos, los cuales fueron desollados y se aprovechó la poca
carne que tenían".
Las circunstancias eran tan duras para los
españoles, que no parecía haber posibilidad alguna de sobrevivir. Pero veremos
enseguida que el 'General Invierno', como decían los rusos en la Segunda Guerra
Mundial, les echará una mano. De
momento, nos dice Marmolejo: "Vinieron los indios a poner este
cerco el día veinte de mayo del año 1563. Estuvieron frente al fuerte cuarenta
días de mal tiempo, por muchas aguas grandes que caían, y. para sustentarse en
el campo y repararse del frío, hicieron muchas casas pequeñas a manera de
chozas. Estando el invierno tempestuoso,
comenzaron los indios a enfermar de cámaras (dolor de costado), viéndose
así dudosos sobre lo que debían hacer. Francisco de Villagra, en la ciudad de Concepción,
por noticias de indios bien sabía que estaban cercados, pero no tenía cosa
cierta sobre la manera que había sido, o si duraba aún el cerco".
(Imagen) En la distancia, desde
Concepción, el gobernador Francisco de Villagra estaba enfermo, y muy
preocupado por lo que pudiera ocurrir en el fuerte de Arauco: "Llegó al
puerto de la ciudad un navío que venía de la de Valdivia, con
alguna gente y caballos. El maestre era un hidalgo natural de Jerez de la
Frontera, llamado Bernardo de Huete, hombre rico, el cual, para complacer a
Villagra y que le dejase seguir su viaje, pues lo retenía hasta saber cómo estaban
las cosas de Arauco, se prestó a ir en un barco y conseguir información cierta
de todo. Villagra se lo agradeció, y luego Huete, con dos hombres conocedores
de las cosas de la mar, y algunos negros que remasen, se embarcó, y, por haber mucho
viento norte, se fue a la isla de Santa María, que está a dos leguas de Arauco,
para esperar a que mejorase el tiempo. Bernardo de Huete y los dos acompañantes
bajaron a tierra, y los indios, para confiarlos, los sirvieron muy bien en todo
lo que les mandaron, y les dieron mucha comida. Pero el día siguiente, al
amanecer, vinieron los indios por dos partes con sus armas, cercaron la casa, y
mataron a los tres. Los negros que
estaban guardando el barco, al oír gritos, lo acercaron a tierra hasta ver si
alguno de ellos escapaba, y, como pensaron que debían de estar muertos, porque
los indios desde la playa los llamaban en nombre de su amo, lo que era una
clara mentira, se hicieron a la vela, y fueron a la ciudad de Concepción dando
tan triste noticia. Los indios les cortaron las cabezas a los tres y las
enviaron a los de Arauco, que estaban en el cerco del fuerte, los cuales se alegraron
en gran manera, y las alzaron aquella noche en unos palos junto a la puerta, y les
decían a los del fuerte que ya no había cristianos en Concepción, porque todos
estaban muertos, y que ellos solo salvarían su vida si se entregaban. El
capitán Lorenzo Bernal estuvo dudoso, pero no
les dio crédito, y les aseguraba que, si el gobernador había muerto, con
él tendrían que pelear. Los indios le dijeron que, por mucho que lloviera, no
se irían de allí hasta vencerlos, que ya sabían que se les morían los caballos,
que no tenían que comer y que solo aguantarían veinte días. Y todo lo que le
decían era tan cierto como si lo vieran. Lorenzo Bernal respondió que los
españoles no se irían, sino que, llegado el verano, harían allí un poblado".
En la imagen vemos, subrayado en rojo, Concepción, de donde partió Bernardo de
Huete con dos compañeros, la isla Santa María, adonde les arrastró el viento,
siendo allí masacrados por unos indios, y Arauco, donde entregaron sus cabezas
a los mapuches.
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