(1164) La estrategia de los mapuches fue
una trampa mortal, pero no para todos. A pesar de que cayó en uno de los hoyos,
el licenciado Altamirano pudo escapar (y vivió hasta el año 1592, como ya
vimos): "El maestre de campo no tuvo quien le estorbase, y así salió, sin
ayuda de ninguno, porque los que con él iban, como pasaron adelante y cayeron
en otros hoyos, los indios se ocuparon de ellos. Luego salieron del fuerte por
dos partes, y, como vieron a unos muertos y otros heridos, peleaban con
grandísimo ardor. Los cristianos comenzaron a retirarse hacia sus caballos, y
los indios los apretaron de tal manera, que, a lanzadas, mataron a muchos, y apresaron
a otros, aunque luego los mataban. Los que pudieron subir en sus caballos huían,
unos por el camino de Concepción y otros por el de Angol. Los indios los fueron
siguiendo durante dos leguas, en cuyo alcance mataron algunos en los pasos estrechos,
y otros españoles se despeñaron con sus caballos. Hubo grandes flaquezas en
algunos, pero en otros hubo buen ánimo para ayudar a los que tenían necesidad.
Iban tan desanimados, que, poniéndose delante de ellos en un paso casi seguro, esperaban
a los que venían detrás y así juntos caminaban más seguros, Antonio González,
vecino de Santiago, natural de Constantina, y Gaspar de Villarroel, vecino de
Osorno, natural de Ponferrada, en Galicia, con las espadas desnudas, no podían
detener a los indios. El capitán Pedro Pantoja, con la gente que tenía a
caballo, siguió el camino de los demás. Luis González, residente en Concepción,
hallándose a caballo desbaratado como los demás, vio que al madrileño Francisco
de Ortigosa, secretario (multiusos) que había sido de don García de
Mendoza, iba a pie y perdido. Llegándose a él con ánimo de buen soldado, le
dijo que subiese a las ancas de su caballo, y así escapó este hombre noble en un
tiempo en que ningún amigo se acordaba de otro. Murieron en este enfrentamiento
cuarenta y dos soldados valientes, y entre ellos Andrea Esclavón, valentísimo
hombre, Francisco Osorio, hidalgo de Salamanca, Francisco de Zúñiga, sevillano,
don Pedro de Guzmán, caballero noble de Sevilla, Rodrigo de Escobar, de Medina
de Rioseco, y otros muchos que dejo para evitar prolijidad".
Aún no sabía Francisco de Villagra que su
hijo había muerto, y, aunque seguía sufriendo la enfermedad que acabaría pronto
con él, continuaba dando órdenes: "Mientras estaba en la ciudad de Angol, nombró
capitán a Lorenzo Bernal de Mercado (de quien ya hemos hablado), por ser
soldado valiente, de buena determinación, que entendía las cautelas y maldades
de los indios, y era amigo de andar en la guerra, cosa que en aquel tiempo
muchos soldados evitaban. Estaba en Purén castigando a aquellos indios cuando
desbarataron en Mareguano al licenciado Altamirano y mataron a Pedro de
Villagra. Por Lorenzo Bernal supe yo después que, estando durmiendo la noche previa
a aquella derrota, se le representó lo que había ocurrido, y estando con
aquella sospecha, le enviaron desde la ciudad de Angol la noticia de lo
sucedido en Mareguano. Con cuarenta soldados que consigo tenía se partió para
Arauco, donde Villagra estaba, suponiendo que los indios, con la victoria
fresca, habían de ir contra él, y avisó de camino a la ciudad de Cañete que
estuviesen sobre aviso por tener poca gente para su defensa".
(Imagen) Los indios mapuches eran una
pesadilla, y Francisco de Villagra estaba casi moribundo, pero seguía
ejerciendo de gobernador de Chile. Entonces recibió otro golpe en lo más hondo
de su corazón: "Después de pasar por la ciudad de Cañete, Lorenzo Bernal
de Mercado llegó a Arauco, y fue a ver a
Francisco de Villagra, que estaba enfermo en la cama, y, al parecer, supuso que
no traía buenas noticias. Entrando en su cámara, le dijo: 'Vuestra Señoría dé
gracias a Dios por todo lo que permite. Vuestro hijo, Pedro de Villagra, ha
muerto, y todos los que iban con él han sido desbaratados'. Al oír esto, el
gobernador volvió el rostro hacia la pared, y no habló palabra alguna hasta que
mandó a todos que saliesen fuera y lo dejasen solo". Sobreponiéndose a su
dolor, Francisco de Villagra siguió pendiente de las responsabilidades de su
mando. Tenía gran preocupación por la ciudad de Cañete, y, considerando
necesario trasladar a su población, le encargó a Arnao de Segarra que fuera a
cumplir esa misión. Llegado allí, encontró oposición por parte de algunos
vecinos. Para convencerlos, les trajo a la memoria algunas desgracias. El
descuido de un centinela, que, al parecer, abandonó el puesto "para
visitar a ciertos amores que tenía", provocó que los indios entraran en el
campamento y se llevaran gran cantidad de ganado: "Al darse cuenta el
capitán Juan de Lasarte, natural de Toledo, salió con doce soldados, y, como
era hombre valiente, no mirando lo numerosos que los indios eran, se enfrentó a
ellos para quitarles el ganado. Después de haber matado a algunos indios, y
viéndose acometidos por las espaldas, los españoles tuvieron que volverse hacia
la ciudad. Habiéndosele cansado el caballo al capitán Segarra (era también
Contador Público como funcionario del Rey), lo mataron los indios a
lanzadas, y a otros cinco soldados. También habían matado en otra refriega a
Rodrigo de Palos y a Sancho Jufré, hidalgo de Medina de Rioseco. Pesando todas estas
cosas, los vecinos aceptaron despoblar la ciudad. Y así, todos juntos, hombres
y mujeres, niños y servicio, que era lástima verlo, llegaron al valle de
Arauco". En la imagen vemos la plaza Caupolicán, situada en la ciudad de Cañete. En ella se han colocado,
con orgullo patrio, esas estatuas que son reproducción de las que, con madera,
labraban los aguerridos indios mapuches. Nadie como ellos les complicaron la
vida a los españoles en las Indias.
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