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A pesar de la arenga de Caupolicán y de los ánimos que les daba el indio de las
manos cortadas, los mapuches, que habían ya saboreado varias victorias frente a
los españoles, esta vez salieron trasquilados: "Se apresaron en total a
setecientos indios, y murieron peleando otros tantos. Según ellos dijeron, serían
unos diez mil los que vinieron aquella mañana, aunque no todos llegaron a
pelear, por la tardanza que tuvo el último escuadrón. Se tomó prisioneros a diez
caciques, que hacían oficio de capitanes, y Caupolicán, capitán mayor, huyó. Don
García mandó ahorcar a todos los caciques. Uno de ellos, hombre belicoso y
señor principal, que en tiempo de Pedro de Valdivia había servido bien a los
españoles, y era indio de buen entendimiento, después de haber procurado que le
perdonasen la vida, no lo pudo lograr, aunque muchos españoles lo desearon por
ser tan conocido. Este, viendo que a los demás ya los habían ahorcado, le rogó
mucho al alguacil que lo ahorcase por encima de todos, en la rama más alta que
el árbol tenía, para que los indios que por allí pasasen viesen que había
muerto por defender su tierra. De los cristianos, no murió
ninguno, pero hubo muchos heridos, aunque no de heridas peligrosas, cosa
increíble".
Esta victoria de Garcia Hurtado de
Mendoza, donde demostró su valía militar, se llevó a cabo en Millarapue: "
Después de que don García desbarató a los indios y castigó a los indios
apresados, partió con su ejército de vuelta a Tucapel (donde había ocurrido
la derrota y terrible muerte de Valdivia). Llegó en tres jornadas a la casa
fuerte que Valdivia en su tiempo allí tenía, de la cual solo quedaban las
ruinas. Después envió soldados en varias compañías a buscar comida. Los indios
de aquella zona, para ocultar sus provisiones, quemaron todas sus casas, que es
donde las guardaban, pareciéndoles que, al caer el fuego de la casa encima de
los silos, quedarían ocultos. Fue gran lástima ver arder tantas casas
voluntariamente, pues eran muy buenas para los indios. Además, los cristianos
apartaban las cenizas después de apagado el fuego, y sacaban de los silos todo
lo que hallaban, de manera que se trajo al campamento mucho trigo, maíz y
cebada. Los indios, al ver tanto cristiano, y sabiendo que con
gran crueldad los habían matado y castigado en dos batallas, no osaron por
entonces probar fortuna, y subieron a la montaña con sus mujeres e hijos".
Ya sabemos que el propósito del gobernador
era volver a fundar las ciudades que los indios habían arrasado. Pero es de
suponer que hacía falta mucho valor para quedarse después en ellas con un
pequeño destacamento: "Don García mandó que, para seguridad de la gente
que allí había de dejar, se hiciese un muro que cercase el sitio que la casa
fuerte tenía en frente de una loma rasa, porque lo demás de suyo estaba bien
fortificado con un foso grande. Se hizo este trabajo con tanta brevedad, que se
diría imposible, porque sacar la piedra, traerla a hombros, hacer la mezcla y
asentalo, todo fue acabado en tres días, con dos torres grandes, en donde se
colocaron cuatro piezas de artillería. Luego envió algunas compañías a hablar con
los indios, para saber si querían venir de paz o cómo se sentían, pues ningún
indio se les había acercado, lo cual parecía prueba de su pertinacia".
(Imagen) No hay duda de que el gobernador
de Chile DON GARCÍA HURTADO DE MENDOZA era un
tipo muy valioso, pero engreído y con muy poco tacto, e incluso
despectivo en su trato con los veteranos y meritorios conquistadores. El
cronista Marmolejo, que también lo tendría que soportar, consideraba que se
debía a su juventud, y será quien nos siga hablando de los cuatro años que le
quedaban como gobernador (hasta 1561). Así que no estará de más decir algo de
su vida posterior. De hecho, parece ser que perdió el puesto por su arrogancia
y porque Felipe II no veía con buenos
ojos que hubiese sido nombrado gobernador por su propio padre, el virrey de
Perú. Pero el rey era consciente de que tenía muchas cualidades positivas y le
confió puestos de muy alto nivel. Tras casarse con la linajuda Teresa de Castro
y de la Cueva, fue nombrado embajador en Italia (en 1575), y luego tuvo un
importante cargo militar en la guerra con Portugal (año 1580). En 1590, el
premio gordo: llegó a Lima pomposamente como virrey de Perú, y casi lo primero
que hizo fue enviar refuerzos a Chile,
porque, aunque ya había vencido de joven a los mapuches, volvían a avivarse
entre las cenizas las brasas ocultas de los temibles indios. En 1591, al morir
su hermano mayor, heredó el título de Marqués de Cañete. El año 1593, no le
quedó más remedio que enviar soldados a Quito para sofocar una peligrosa
rebelión originada por un aumento de los impuestos exigidos por la Corona. Se
ejecutó a los cabecillas, pero tuvo la sensatez de conceder un perdón general a
los demás implicados, con gran alivio de los quiteños. Fomentó la explotación
minera con grandes resultados, y dictó
normas que protegieran a los indios de abusos en este tipo de trabajos. Acabó
con algunos poderosos piratas ingleses, como Richard Hawkins y Francis Drake. El año 1595, Álvaro de
Mendaña, patrocinado por el virrey, descubrió un archipiélago en el Pacífico,
al que le puso el nombre, en su honor, de Islas Marquesas de Mendoza. En 1596 le sustituyó en el cargo Luis de
Velasco, y se embarcó para España con su mujer, la cual murió de enfermedad en
Cartagena de Indias. Aquel despectivo y joven gobernador de Chile llamado DON
GARCÍA HURTADO DE MENDOZA, se había convertido con el tiempo en un virrey de
Perú sensato, emprendedor y eficaz. Se trasladó a Madrid, y allí vivió trece
años más, hasta morir en 1609, siendo enterrado en Cuenca, donde nació el año
1535.
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