(1158) Francisco de Villagra va a
demostrar que era un hombre razonable, pero Marmolejo, que lo conocía bien, pone
de relieve alguna de sus carencias: "Gobernando el reino del Perú el
marqués de Cañete como virrey que el emperador don Carlos había nombrado, el
rey don Felipe, después de heredar todos los reinos que su invicto (no
siempre) padre tenía, por causas que le motivaron (parecer ser que acabó
harto de las arbitrariedades del marqués), le proveyó al reino del Perú de
un nuevo gobierno, y asimismo al territorio de Chile, pues hizo gobernador a
Francisco de Villagra, sacando del puesto a don García de Mendoza, hijo del virrey
marqués de Cañete. Lo hizo el Rey al ver las cartas que Villagra envió,
solicitándolo, con Gaspar de Orense. Vino de España un sacerdote pariente suyo
(de Villagra), hombre principal, llamado Agustín de Cisneros, que mucho
lo había solicitado en la Corte (recordemos que Gaspar se ahogó junto a la
costa española, y las cartas llegaron a manos del sacerdote). Partió Cisneros
de Castilla trayendo consigo a la mujer de Villagra y algunas parientes suyas.
Cuando desembarcó en el puerto de Lima, donde Villagra estaba (hasta
entonces en calidad de desterrado de Chile), le dio los despachos que de su
gobernación tenía, y, con ellos, comenzó a prepararse para venir a Chile".
Villagra envió por delante a un criado con
una copia del documento que lo nombraba gobernador: "Llegado que fue,
algunos que a Villagra lo apreciaban, y otros que con don García se habían llevado
mal, se regocijaron, aunque, en cuanto comenzó su mandato, comenzaron a sentir los
daños que resultaban de su mala maña, porque, de ser capitán a ser gobernador,
hay mucha diferencia. Villagra, para tan gran cargo como le había llegado, se hallaba
pobre de dineros. Pero, como tenía buena mano en buscarlos con créditos del
gobierno y con la gran fama que tenía aquella provincia de minas ricas de oro,
halló más de los que hubo menester. Y dos de los que se los dieron (en Perú)
se vinieron con él a Chile, creyendo que, además de pagárselos, les haría
alguna merced, pero quiso Dios que uno de ellos muriera a manos de indios con muerte
muy cruel, y que el otro viviera pocos días y pobre, pudiendo vivir en el Perú
ricos".
Entre las marrullerías del virrey Andrés
Hurtado de Mendoza, marqués de Cañete, fue notable la de haber ocultado durante
dos años que Francisco de Villagra había sido
nombrado gobernador de Chile, el cual, al parecer, se lo tomó con paciencia,
pero ahora llega el momento de su entrada triunfal: "Preparado Villagra, se embarcó con su familia y sus criados, más algunos soldados
peruanos que quisieron acompañarlo. Llegó a la ciudad de La Serena, que está a
la entrada de Chile, y desde allí vino por tierra a Santiago, la ciudad
principal, donde le estaban esperando muchos vecinos y hombres principales de
todo el reino, quienes, con las demás autoridades, le tenían aparejado el mejor
recibimiento que ellos pudieron".
(Imagen) Los mandatos del gobernador de
Chile Francisco de Villagra resultaron oscilantes como el péndulo de un reloj.
Lo fue interino, de 1547 a 1549, por ausencia de Valdivia, y, entre 1553 y 1557,
cuando lo mataron los mapuches, teniendo en este tiempo líos con otros dos
aspirantes: Francisco de Aguirre y Rodrigo de Quiroga, quien, con sensatez,
retiró pronto su candidatura. En 1561, Villagra, a quien el virrey, que lo
había apresado, aún le negaba el permiso
para salir de Perú, fue nombrado por Felipe II gobernador de Chile. Y ahora
vemos que lo reciben como tal, y a lo grande, en la ciudad de Santiago. Así fue
la fiesta, contada por el testigo Marmolejo: "En la calle principal,
hicieron los vecinos unas puertas grandes, con un capitel alto, y en él puestas
muchas figuras que lo adornaban. La calle estaba toldada de tapicería, con
muchos arcos triunfales, que iban hasta la iglesia. Por todo el recorrido, había
muchos letreros con epítetos, alzados a gran altura, dándole muchos nombres de
honor. Había una compañía de infantería, gente muy lustrosa, bajo el mando del
licenciado Altamirano, y otra de a caballo con lanzas y adargas (y más de mil
indios), luciendo todos las mejores ropas que pudieron llevar. Salieron a
recibirlo fuera de la ciudad, a la puerta de la cual quedaba el cabildo
esperándole, con una mesa puesta delante, cubierta de terciopelo carmesí, y
baja, como si fuera un sitial. Tenía encima un misal para tomarle juramento,
como se tiene costumbre hacerlo con los príncipes, pues, ciertamente, porque me
hallé presente, vi que le dieron toda la honra que le pudieron ofrecer. El
gobernador llegó encima de un macho negro, más pequeño que de ordinario, con
una guarnición dorada, de terciopelo negro, y vistiendo una ropa francesa
forrada de martas; lo metieron en la ciudad como hombre al que querían mucho y
le habían tenido por amigo mucho tiempo. Después de las ceremonias del
juramento, lo llevaron a la iglesia debajo de un palio de damasco azul, teniendo
dos alcaldes el macho por la rienda, y desde allí a casa del capitán Juan Jufré,
que era su posada". En la imagen vemos el registro de embarque para Perú
de Francisco de Villagra. Los datos son interesantes: Se redactó en enero de
1537. Francisco era hijo del comendador, en Rubiales (de la orden de San Juan
de Jerusalén; se llamaba Álvaro de Sarría) y de Ana de Villagra, vecinos de
Santervás de Campos (Valladolid). Era, pues, de familia noble, solo tenía 26
años cuando llegó a Perú, y alcanzó metas muy altas. Murió en Concepción el año
1563, y dejó en el cargo de gobernador a
su primo Pedro de Villagra.
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