jueves, 4 de noviembre de 2021

(1558) Nuevamente, por su soberbia, el joven gobernador García Hurtado de Mendoza estuvo a punto de ejecutar injustamente a un soldado. También humilló a prestigiosos capitanes, y le perdieron toda simpatía.

 

     (1148) Muchos años después, el gobernador García Hurtado de Mendoza fue nombrado, como su padre, virrey de Perú. Fue una suerte que la experiencia lo hiciera más mesurado, porque, siendo gobernador de Chile, castigaba de forma implacable, comportamiento que el cronista Marmolejo atribuía a su juventud. Ercilla y Pineda se libraron de que les cortara la cabeza, pero sufrieron la angustia de darlo por hecho, ya que les llegó la anulación de la condena cuando ya se dirigían al patíbulo. Ahora veremos otra escena casi idéntica, quedando claro que era exageradamente riguroso a la hora de castigar: "Don García de Mendoza, mientras se hacía la barca, había mandado que fuera llevada por la mar, junto a los bateles de los navíos, hasta el río de Biobío, y que donde el río entra en la mar esperasen. Luego partió con su ejército por tierra y se puso en su ribera, y, como era aquel el día que habían indicado a los de La Imperial, envió un capitán con gente de caballería a que fuesen a buscarlos para protegerles la marcha. A dos leguas toparon con ellos,  siendo los que venían sesenta hombres bien aderezados, valientes soldados y muy ejercitados en la guerra. Todos juntos volvieron al río, donde don García estaba pasando muy deprisa a sus hombres con la barca y los bateles, y se hizo con tanta brevedad mudando los remeros, que de cansados no podían más. Y un hombre extranjero que había trabajado mucho, natural de la isla de Lipar, que está frente a Nápoles, estando el pobre cansado, se escondió para tomar algún reposo y comer. Don García lo ordenó buscarlo de inmediato, y cuando apareció, lo mandó ahorcar, sin admitirle disculpa alguna. Quería que se llevara a cabo, y como donde estaban no había ningún árbol, era tanta la cólera que tenía, que, sacando su espada, se la la arrojó al alguacil para que con ella le cortase la cabeza. Entonces llegaron unos frailes que en su ejército llevaba, consiguieron amansarlo, y el pobre hombre volvió a remar". Está claro que el gobernador era, por entonces, un violento déspota.

     El gobernador le envió, con varios hombres a caballo, al experimentado capitán Alonso de Reinoso para que inspeccionara la zona por la que avanzaría la tropa al día siguiente: "Fue con su compañía hasta la entrada de Andelicán, tierra de los indios que habían desbaratado a Villagra. Yendo Reinoso descubriendo su camino, llegó a un fuerte que los indios tenían hecho en una loma, y se dio cuenta de que estarían allí perdidos cuando llegara contra ellos un ejército tan grande. Para hacerles creer que les tenía miedo, y con el fin de animarlos a que no abandonasen el fuerte que tenían, dio la vuelta y fue a avisar a los que estaban en el campamento. Los indios, cuando le vieron huir, salieron todos juntos en su seguimiento, siendo unos ocho mil. Reinoso, como traía poca gente, se iba retirando y envió por delante a un soldado para que diese aviso en el campamento. Al saberlo, Don García envió a su maestre de campo con sesenta arcabuceros a caballo y algunos lanceros, para que les diesen socorro y no peleasen, sino que todos juntos se retirasen hacia el campamento".

    

     (Imagen) El cronista Marmolejo vuelve a criticar el comportamiento del gobernador de Chile García Hurtado de Mendoza. Siempre lo achaca a su engreída juventud. No obstante, 39 años después será un buen virrey de Perú. Le hemos visto a punto de cometer la salvajada de ejecutar a Ercilla, Pineda y un soldado italiano, sin motivos suficientes. Ahora va a ocurrir que ofenderá despectivamente a los veteranos. Todo empezó con una imprudencia de alguien a quien ya conocemos: "Juan Remón, usando oficio de soldado más que de capitán, no cumplió la orden recibida del gobernador, sino que trabó batalla con los indios, mataron algunos de ellos, y quedaron también heridos varios cristianos al hacer arremetidas entre los indios, quienes, como era tierra llana y venían en seguimiento de los caballos, les impedían a los españoles ir juntos. Por lo cual los indios derribaron algunos de los caballeros a lanzadas, viéndose los demás en mucho peligro al tratar de socorrerlos. Un soldado natural de Sevilla, llamado Hernán Pérez, se arrojó entre muchos indios para alcanzar a uno de ellos, y le dieron tantas lanzadas, que lo habrían matado si no lo socorrieran Diego de Aranda y Alonso Campofrío de Carvajal. Malherido él y su caballo, escaparon todos de no ser muertos con la ayuda de los demás soldados, y continuaron peleando con los indios que les siguieron durante tres leguas de camino, hasta que llegaron  al campamento de los españoles. Luego Don García de Mendoza les pidió explicaciones de lo ocurrido. El capitán Reinoso decía que Juan Remón tenía el mando, y que, si había decidido pelear, ¿qué culpa tenía él de ello? Don García, enojado con las disculpas que daban, les dijo que, entre ellos, no había ninguno que tuviese verdadera práctica de guerra, y que sabía, por lo que de ellos había visto, que no entendían de la guerra más que su pantufla. Entre los presentes fue tenido por blasfemia grande que un mancebo retara a capitanes veteranos que tantas veces habían peleado con indios y los habían vencido, siendo, a su parecer, hombres muy torpes de entendimiento. Lo que aquel día dijo fue causa de que, de allí en adelante, el gobernador fuera mal visto por los hombres veteranos. Don García, como era hombre de valía y tenía el mando supremo, decía libremente lo que quería, de lo cual era causa su juventud". El sabiondo gobernador tenía ya 22 años, pero, afortunadamente, luego se cumplió el dicho: 'La adolescencia es una enfermedad que se suele curar con el tiempo'.




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