(1148) Muchos años después, el gobernador
García Hurtado de Mendoza fue nombrado, como su padre, virrey de Perú. Fue una
suerte que la experiencia lo hiciera más mesurado, porque, siendo gobernador de
Chile, castigaba de forma implacable, comportamiento que el cronista Marmolejo
atribuía a su juventud. Ercilla y Pineda se libraron de que les cortara la
cabeza, pero sufrieron la angustia de darlo por hecho, ya que les llegó la
anulación de la condena cuando ya se dirigían al patíbulo. Ahora veremos otra escena
casi idéntica, quedando claro que era exageradamente riguroso a la hora de
castigar: "Don García de Mendoza, mientras se hacía la barca, había
mandado que fuera llevada por la mar, junto a los bateles de los navíos, hasta
el río de Biobío, y que donde el río entra en la mar esperasen. Luego partió
con su ejército por tierra y se puso en su ribera, y, como era aquel el día que
habían indicado a los de La Imperial, envió un capitán con gente de caballería a
que fuesen a buscarlos para protegerles la marcha. A dos leguas toparon con
ellos, siendo los que venían sesenta
hombres bien aderezados, valientes soldados y muy ejercitados en la guerra.
Todos juntos volvieron al río, donde don García estaba pasando muy deprisa a
sus hombres con la barca y los bateles, y se hizo con tanta brevedad mudando
los remeros, que de cansados no podían más. Y un hombre extranjero que había
trabajado mucho, natural de la isla de Lipar, que está frente a Nápoles,
estando el pobre cansado, se escondió para tomar algún reposo y comer. Don
García lo ordenó buscarlo de inmediato, y cuando apareció, lo mandó ahorcar, sin
admitirle disculpa alguna. Quería que se llevara a cabo, y como donde estaban
no había ningún árbol, era tanta la cólera que tenía, que, sacando su espada, se
la la arrojó al alguacil para que con ella le cortase la cabeza. Entonces
llegaron unos frailes que en su ejército llevaba, consiguieron amansarlo, y el
pobre hombre volvió a remar". Está claro que el gobernador era, por
entonces, un violento déspota.
El gobernador le envió, con varios hombres
a caballo, al experimentado capitán Alonso de Reinoso para que inspeccionara la
zona por la que avanzaría la tropa al día siguiente: "Fue con su compañía
hasta la entrada de Andelicán, tierra de los indios que habían desbaratado a
Villagra. Yendo Reinoso descubriendo su camino, llegó a un fuerte que los
indios tenían hecho en una loma, y se dio cuenta de que estarían allí perdidos cuando
llegara contra ellos un ejército tan grande. Para hacerles creer que les tenía
miedo, y con el fin de animarlos a que no abandonasen el fuerte que tenían, dio
la vuelta y fue a avisar a los que estaban en el campamento. Los indios, cuando
le vieron huir, salieron todos juntos en su seguimiento, siendo unos ocho mil.
Reinoso, como traía poca gente, se iba retirando y envió por delante a un
soldado para que diese aviso en el campamento. Al saberlo, Don García envió a
su maestre de campo con sesenta arcabuceros a caballo y algunos lanceros, para
que les diesen socorro y no peleasen, sino que todos juntos se retirasen hacia
el campamento".
(Imagen) El cronista Marmolejo vuelve a
criticar el comportamiento del gobernador de Chile García Hurtado de Mendoza.
Siempre lo achaca a su engreída juventud. No obstante, 39 años después será un
buen virrey de Perú. Le hemos visto a punto de cometer la salvajada de ejecutar
a Ercilla, Pineda y un soldado italiano, sin motivos suficientes. Ahora va a
ocurrir que ofenderá despectivamente a los veteranos. Todo empezó con una
imprudencia de alguien a quien ya conocemos: "Juan Remón, usando oficio de
soldado más que de capitán, no cumplió la orden recibida del gobernador, sino
que trabó batalla con los indios, mataron algunos de ellos, y quedaron también
heridos varios cristianos al hacer arremetidas entre los indios, quienes, como era
tierra llana y venían en seguimiento de los caballos, les impedían a los
españoles ir juntos. Por lo cual los indios derribaron algunos de los
caballeros a lanzadas, viéndose los demás en mucho peligro al tratar de socorrerlos.
Un soldado natural de Sevilla, llamado Hernán Pérez, se arrojó entre muchos
indios para alcanzar a uno de ellos, y le dieron tantas lanzadas, que lo habrían
matado si no lo socorrieran Diego de Aranda y Alonso Campofrío de Carvajal. Malherido
él y su caballo, escaparon todos de no ser muertos con la ayuda de los demás
soldados, y continuaron peleando con los indios que les siguieron durante tres
leguas de camino, hasta que llegaron al
campamento de los españoles. Luego Don García de Mendoza les pidió explicaciones
de lo ocurrido. El capitán Reinoso decía que Juan Remón tenía el mando, y que, si
había decidido pelear, ¿qué culpa tenía él de ello? Don García, enojado con las
disculpas que daban, les dijo que, entre ellos, no había ninguno que tuviese verdadera
práctica de guerra, y que sabía, por lo que de ellos había visto, que no
entendían de la guerra más que su pantufla. Entre los presentes fue tenido por
blasfemia grande que un mancebo retara a capitanes veteranos que tantas veces
habían peleado con indios y los habían vencido, siendo, a su parecer, hombres muy
torpes de entendimiento. Lo que aquel día dijo fue causa de que, de allí en adelante,
el gobernador fuera mal visto por los hombres veteranos. Don García, como era
hombre de valía y tenía el mando supremo, decía libremente lo que quería, de lo
cual era causa su juventud". El sabiondo gobernador tenía ya 22 años,
pero, afortunadamente, luego se cumplió el dicho: 'La adolescencia es una
enfermedad que se suele curar con el tiempo'.
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