(1153) Fue entonces cuando el gobernador
García Hurtado de Mendoza se dispuso a fundar la nueva ciudad que acabamos de
mencionar en la imagen anterior: "Después de que hubo don García repartido
las tierras de Tucapel, y dado indios a las personas que le pareció, quiso ir a
poblar una ciudad, que ahora es llamada Osorno, en una zona ya descubierta, y
les dijo a los que allí se quedaban (seguían en Cañete) que los
dejaba bajo el mando del capitán Alonso de Reinoso, y luego partió con ciento cincuenta soldados. Reinoso,
como hombre que pretendía tener buen puesto junto a don García, procuró que los
indios aceptaran la paz, aunque bien sabía que lo harían con fingimiento, pero
esperaba que poco a poco fuesen perdiendo el temor. Luego comenzaron a venir
algunos más para reconocer cuánta gente quedaba en el fuerte".
Había indios que se acercaban a los
españoles, pero su intención era tomar nota de cómo hacían las guardias y qué
orden militar mantenían, para ver si había alguna oportunidad de atacarlos.
Entonces ocurrió algo decisivo, que, tal y como lo cuenta Marmolejo, se presta
a confusiones, y habrá que aclararlo. Dice que había un indio yanacona (criado
de los españoles), "llamado Andresico, que erra discreto y mandaba a otros
muchos yanaconas que estaban allí con él". Se encontró, yendo a por leña
al monte, con un indio guerrero. La confusión viene de que, además, servía a
los españoles que estaban en el fuerte. Con esta aclaración, podemos entender
lo que pasó. Andresico, por su cuenta y riesgo, decidió hacer un gran favor a
los españoles engañando al indio. Habló con él y le dijo pestes de los
soldados: "Le contó que hacía muchos años que servía a los cristianos en
todo lo que le mandaban, y que de ellos no había recibido ninguna obra buena,
sino que lo llamaban perro y otros vituperios peores, por lo cual les deseaba
todo mal y daño, y que tenía gran deseo de venganza. Y le rogó que, viéndose
con sus caciques, les dijese que deseaba hablar con ellos en secreto algunas
cosas que les convenían. El indio fue luego adonde los caciques y les contó lo
que había hablado con el yanacona, de lo cual se alegraron en gran manera,
pareciéndoles que ya tenían abierto el camino que deseaban. El día siguiente, los caciques enviaron al mismo
indio para que le dijese al yanacona que lo esperaban en cierta parte, para
tratar con él de aquellas cosas. Andresico, después de haber hablado con el
indio, había entrado en el fuerte y se lo contó al capitán Reinoso, el cual le
mandó que tratase al indio de manera que engañase a los suyos, para así
poderlos castigar. Cuando llegó el indio con el recado de los caciques,
Andresico le dio de comer en su casa, lo trató muy bien, le dijo que le
esperase a la entrada del monte para que los cristianos no sospechasen algo. El
indio se fue, y el yanacona, dando aviso al capitán, salió tras él. Llegado al
monte salió el indio a su encuentro y le llevó a donde estaban juntos los de
guerra. Los principales, como le vieron solo y tan bien aderezado, para honrarle
a su usanza, salieron a recibirlo dándole el parabién de su venida".
Veremos enseguida el final de esta historia, pero voy a anticipar algo en la
imagen.
(Imagen) Hay que quitarse el sombrero ante
el indio Andresico, porque se estaba jugando el tipo en una curiosa actuación
de fidelidad a los españoles. Acaba de decirnos el cronista que se hizo pasar
por enemigo de los españoles, y va a meter a los mapuches en una encerrona
desastrosa, como veremos enseguida. Pero, al hablar de este episodio, Marmolejo
nos descubre que fue entonces cuando sucedió el trágico final del gran
Caupolicán: "Quedaron los indios tan temerosos, que nunca más se juntaron
para pelear, sino que andaban en borracheras. Alonso de Reinoso se enteró de
una en la que estaban bebiendo muchos indios, durante una noche en la que llovía
con gran tempestad, y envió al capitán don Pedro de Avendaño con cincuenta
soldados, el cual dio contra ellos al amanecer sin ser oído, a causa del mucho
llover. Mataron a algunos y a otros hicieron prisioneros, y, entre ellos, al gran cacique de Pilmaiquén (que era donde
estaban bebiendo), llamado Caupolicán, hombre valiente y membrudo, a quien los
indios temían mucho, porque además de ser guerrero, era muy cruel con los que
no querían luchar en la guerra y seguir su voluntad. Este indio, traído delante
de Alonso de Reinoso, entre otras razones, le dijo que le daría la espada y la celada
de Pedro de Valdivia, y también una cadena de oro con un crucifijo que en su
poder tenía, cosas que él se las había quitado cuando lo mató, y añadió que le
serviría bien perpetuamente, de manera que, viéndole servir así, todos los
indios de la provincia harían lo mismo. Reinoso le mandó que trajese lo que
había dicho y que, trayéndolo, daría crédito a todo lo demás. El Caupolicán le
estuvo dando largas algunos días enviando mensajeros para traer lo que se le
pedía. Visto que era entretenimiento y mentira, con la intención de escaparse, Alonso
de Reinoso mandó a Cristóbal de Arévalo, alguacil del campo, que lo empalase, y
así murió. Este es aquel Caupolicán al que
don Alonso de Ercilla, en su Araucana, tanto ensalza sus cosas (clara
crítica de Marmolejo). Muerto este indio belicoso, comenzaron a venir de
paz los demás indios que no la habían querido dar, aunque no lo hacían de buena
fe, sino fingidamente, porque son los más belicosos indios que se han visto en
todas las Indias, pues no pueden conformarse con tener quietud, sino con ser
libres o morir". Así como los mapuches fueron muy bravos y crueles, los
españoles peleaban con ellos de la misma manera.
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