(1147) Luego Marmolejo insiste en la
importancia que se daba el joven gobernador García Hurtado de Mendoza, quien,
incluso, estuvo a punto de abroncar a quien había mandado para traer a los de a
caballo: "Estaba tan indignado, que le escribió al capitán Juan Remón con
duras palabras, diciéndole que, cuando trajera a los jinetes, no quería ni
verlo, aunque después lo recibió de buenas maneras. Y es que, en este tiempo,
don García estaba muy altivo porque no tenía nadie que se le igualase. Disponía
de todo como le parecía, porque, en la categoría de su persona, casa, criados y
guardia de alabarderos, estaba a la altura de su padre, y, además, como era un mancebo
de veinte años, con el calor de la sangre levantaba los pensamientos a cosas
grandes. Llegados
los de a caballo a quince de setiembre de 1557, se olvidó de lo pasado y fueron
todos a alojarse en el campamento. Era hermosa cosa ver tanta gente junta como
hasta entonces no se había visto en Chile (se diría que el cronista fue
testigo presencial)".
En cuando llegaron los que traían los
caballos, García de Mendoza organizó su plan de ataque. Comprobó que, en total,
tenía unos quinientos soldados, y les indicó a los que iban a ir abanderados
que tenían que pelear a pie: "Señaló a quien debía llevar el estandarte
general, con las armas reales, y para sí tomó una compañía de arcabuceros y lanceros,
escogiendo a un soldado antiguo al que respetasen y tuviesen por su capitán. Mandó
a Francisco de Ulloa, capitán de caballería, con sus hombres, que fuese a enviar
a tres hombres camino de La Imperial con una carta suya, para que supiesen que
estaba de camino con el fin de ir a hacer la guerra en Arauco, rogándoles que viniesen
a ayudarle con toda la gente que pudiesen, y que le esperasen por donde iba a
pasar el río Biobío. Prevenido esto, mandó al capitán Bautista
de Pastene, hombre entendido en cosas de la mar, que, con los carpinteros que
en el campamento había, se hiciese una barca llana en la que cupiesen seis
caballos, para pasar el río de Biobío, lo cual hizo con mucha brevedad, pues con
ese fin se traían los materiales necesarios. Estando en estas tareas llegó el
obispo don Rodrigo González (del que ya hablamos; el cronista parece evitar
que se sepa que era pariente suyo, y nunca menciona su segundo apellido, que
era Marmolejo), con doce caballos muy buenos de rienda, y un navío
cargado de provisiones. Todo lo cual dio graciosamente a don García sin ninguna
pretensión, lo cual fue señalado servicio en aquel tiempo, como hombre muy
celoso de nuestra religión católica". A pesar de que el cronista no hace
referencia a ese parentesco, sin embargo elogia al obispo, aunque tenía sus
virtudes y sus defectos. Y añade lo siguiente: "Viendo a don García entregado
a aquella empresa tan santa, le quiso ayudar con su hacienda y renta para que
más fácilmente se hiciese realidad su
deseo". Ya hablamos de que don Rodrigo había sido dominico pero abandonó
la orden religiosa, y vivió después como
sacerdote de parroquia, de forma que así se quitó de encima el voto de
pobreza. Era ambicioso y se hizo muy rico, pero también tenía fama de generoso,
como lo vemos ahora. Por otra parte, Marmolejo no precisa que su obispado fue
interino, y que, cuando ya iba a serlo definitivo, no pudo ostentar esa dignidad
porque murió poco antes de ser consagrado.
(Imagen) Hemos visto en la imagen anterior
el peligroso conflicto que hubo entre ALONSO DE ERCILLA y JUAN DE PINEDA. Si el
primero tuvo una vida especial, el segundo no se quedó corto. Juan nació en
Sevilla hacia el año 1520, por lo que tendría unos trece más que Alonso. Era de
familia bien situada, siendo su padre el secretario del ayuntamiento sevillano.
Tuvo una adolescencia problemática, caracterizada por su rebeldía y desenfreno.
Quizá fuera el afán de aventuras lo que le llevó a Perú, adonde llegó hacia el
año 1542, cuando aquello era un infierno de guerras civiles, pero luchó en el
bando leal a la corona contra Diego de Almagro el Mozo. Es casi seguro que
llegó a Chile con el nuevo gobernador, García de Mendoza, nombrado y enviado
por su padre, el virrey de Perú Andrés Hurtado de Mendoza, marqués de
Cañete. Es de suponer que a Juan de
Pineda le sirviera su carácter osado
para destacar en las guerras contra los mapuches, y, de hecho, Alonso de
Ercilla habla de él en La Araucana, a pesar del peligroso encontronazo que
tuvieron los dos. Pero el carácter explosivo de Juan de Pineda dio un giro
sorprendente. Al igual que Alonso de Ercilla, Juan de Pineda fue desterrado a
Perú por el gobernador de Chile cuando, a regañadientes, les perdonó la vida
tras la pelea que habían tenido entre ellos. Con Juan hizo el viaje un amigo
suyo de Chile, el capitán Diego de Arana López de Armendáriz. Lo asombroso fue
que, quizá teniendo en común viejas inquietudes religiosas, se las mostraron en
Lima a fray Andrés de San Agustín, prior del convento de los agustinos, y,
reforzados en sus sentimientos, profesaron los dos como agustinos el año 1560.
El resto de sus vidas lo dedicaron a esa vocación, muriendo Arana en 1596, y
Juan de Pineda el año 1606. A diferencia de Arana, que ejerció su ministerio en
diversos conventos, siendo prior en algunos de ellos, el inquieto JUAN DE
PINEDA, aunque también fue prior en diversas ocasiones, se dedicó
principalmente a una labor misionera de largo recorrido. En eso vino a parar
aquel complicado adolescente sevillano que fue un quebradero de cabeza para sus
padres. Tampoco fue un caso demasiado excepcional en aquel ambiente de los
conquistadores. Bernal Díaz del Castillo terminaba su maravillosa crónica sobre
la conquista de México hablando de sus compañeros de fatigas. Muchos habían
muerto, algunos de ellos "de su muerte" (de forma natural), y, de
paso, recordaba a diez compañeros que lo vendieron todo para dárselo a los
pobres e ingresaron en algún monasterio.
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