(1155) Aunque el cronista Marmolejo, que
vivió de cerca esas aventuras junto al gobernador García Hurtado de Mendoza, ha
puesto de relieve con claridad sus juveniles y prepotentes defectos, también le
hemos visto alabar sus ciertos, y va a hacerlo de nuevo: "Después de haber
tenido don García tan buen éxito en la guerra y la paz, y repoblado las
ciudades del reino, se fue a la ciudad de Concepción, porque estaba en mitad
del reino, para ocuparse de las necesidades que se ofreciesen, tanto de guerra
como de gobierno. En cuanto llegó, les dijo a los vecinos que se preparasen
para sacar oro, con el fin de mejorar la ciudad y reparar las necesidades, pues
estaban muy pobres. Venida la primavera, se comenzó el trabajo en las minas. A
Don García le sacaban oro seiscientos indios, y, como las minas eran ricas,
también se aprovechaban en general los vecinos y soldados, de manera que se
sacó mucho oro con el que pudieron proveerse después de ganados, ropas y otras
cosas, y, a la voz del oro, acudieron mercaderes con sus dineros. Usó don
García aquel año de mucha generosidad con casados pobres y con algunos soldados
y criados que le servían, dándoles todo el oro que en las minas le sacaban de
domingo a domingo, según las necesidades y los merecimientos de cada uno. Pues
cierto es que, aunque tuvo otras cosas de mancebo, siempre resplandeció en él
mucha virtud. Y así, repartía el oro que le sacaban, aprovechándose él poco, si
no era de la gloria que recibía en darlo. Desde Concepción
proveía a Arauco y a Cañete de gente siempre que le avisaron que tenían
necesidad de ella, y envió al capitán don Pedro de Avendaño (recordemos que
fue quien apresó a Caupolicán) con cuarenta soldados a caballo que
anduviesen en la comarca de Cañete asentando a los indios que estaban poblados
en la sierra, y castigando a los de guerra. Era don Pedro hombre cruel con los
indios. Recibía gran contento matándolos, y él mismo con su espada los hacía
pedazos, por lo que le tenían gran temor en toda la provincia, y esta crueldad
le causó la muerte, como adelante se dirá, porque unos indios se conjuraron
contra él y lo mataron". Marmolejo, como en general los soldados de
aquellas conquistas, admiraba la valentía y la eficacia en las guerras, pero
criticaba el ensañamiento.
Decididamente, a pesar de que fue generoso
distribuyendo el oro, muchos soldados no estaban contentos con el joven
gobernador: "Durante aquel tiempo de paz, algunos
soldados, disgustados con don García por no haberles dado sustento a pesar de que eran veteranos, y pensando que los tenía
en poco, para huir de su presencia se iban a Santiago, la ciudad principal del
reino, y, desde allí, algunos mandaban cartas con noticias falsas. El
licenciado Santillán, como encargado de la justicia, quiso aclararlo. Halló que
era culpable un soldado llamado Ibarra, y lo ahorcó. Con este castigo, de allí en adelante no se echaron más noticias
en aquella ciudad". Sin embargo, corrió otro bulo en la de Valdivia, según
el cual, iba a llegar Villagra como gobernador, de lo que se alegraron muchos
vecinos, festejándolo a lo grande por las calles. Es buen momento para decir
que, aunque la noticia era falsa, Villagra sí había sido nombrado gobernador,
pero el padre de García Hurtado de Mendoza, el virrey de Perú Andrés Hurtado de
Mendoza, lo va a estar ocultando durante dos años.
(Imagen) No se nos presenta en actitud simpática el
licenciado HERNANDO DE SANTILLÁN Y FIGUEROA, porque acaba de ahorcar a un
soldado. Pero Santillán fue todo un personaje en aquellas tierras americanas.
Nació en Sevilla el año 1519, de familia noble. Su abuelo era caballero de
Santiago, y un tío abuelo, obispo de Osma y embajador en el Vaticano. Se casó
con Ana Dávila de Baamonte y Sandoval, también de alto linaje. Tuvo pronto
cargos jurídicos en la cancillería de Granada y en la de Valladolid. Su
categoría aumentó al llegar como oidor a la Audiencia de Lima el año 1550.
Pedro de la Gasca, después de haber derrotado a Gonzalo Pizarro, se ocupó ese
mismo año, antes de partir hacia España, en encargar a personajes del alto
clero que mejoraran la situación de los nativos en cuanto a sus condiciones de
trabajo al servicio de los encomenderos, y, como jurista, participó Hernando de
Santillán, adquiriendo mucha experiencia al respecto. En 1557 llegó a Chile
junto al nuevo gobernador, García Hurtado de Mendoza, quien, ya poco después de llegar, sabiendo su valía,
lo nombró justicia mayor y teniente general suyo, y así lo acabamos de ver
ahorcando sin contemplaciones a un soldado que creaba problemas. El gobernador,
sabiendo que aprendió mucho sobre el tema estando con Pedro de la Gasca en
Perú, le confió presentar una regulación que protegiera de forma humanitaria a
los indios de las encomiendas. Siguiendo su criterio, se creó la llamada Tasa
de Santillán, que regulaba, entre otras cosas y de forma razonable, los
horarios y días de trabajo de los indios en las minas. Regresó a Lima en 1561,
nuevamente con el cargo de oidor de la Audiencia. Tres años después fue
encargado de fundar la primera Audiencia de Quito, donde ejerció asimismo como
gobernador interino del territorio. Era un hombre muy independiente en sus
decisiones, haciendo lo que estimaba correcto, pero eso le creó serios
problemas. Y así, en la imagen vemos que, en 1565, "presentó quejas contra
el presidente de la Audiencia de Lima, licenciado Castro, quien le hacía objeto
de toda suerte de vejaciones". Se vio obligado a regresar a España en 1571
para defender sus criterios. Fallecida su mujer, decidió llevar una vida
religiosa, y aceptó ser obispo de la diócesis de Charcas (Perú). Tres meses
después de llegar a Lima, en junio de 1574, HERNANDO DE SANTILLÁN Y FIGUEROA
falleció sin haber podido ir a tomar posesión de su obispado.
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