viernes, 5 de noviembre de 2021

(1559) El gobernador García Hurtado de Mendoza era chulesco, pero un militar de gran valía. Aparece en escena otro mítico cacique del bravo pueblo mapuche: Caupolicán.

 

     (1149) El gobernador siguió con su ejército hacia Arauco, enviando por delante a varios de a caballo para llegar al sitio en el que los indios hicieron huir a la tropa de Francisco de Villagra. Cuando todos llegaron al lugar, tuvieron la satisfacción de haber derrotado a algunos indios. Por la costa iba un navío que les proveía de lo necesario donde se paraban. Y de nuevo ocurrió algo que decepcionó al exigente García de Mendoza: "Por orden suya Arnao Cegarra, que era contador del rey, natural de Sevilla, fue con una compañía de caballos a inspeccionar el territorio y recoger datos sobre sus indios. Don García se guio más por la  calidad  de la persona que por su práctica en la guerra, pues, ciertamente, Arnao Cegarra no tenía ninguna. Como no llevaba su gente recogida para lo que pudiese suceder, un soldado entró por el monte tras unos indios, que, como lo vieron solo, se revolvieron contra él, y, peleando, lo mataron. Después de buscarlo, sus compañeros lo hallaron despojado de las armas y vestidos, lo cargaron en un caballo y lo llevaron al campamento para enterrarlo. Don García, disgustado por el mal orden que se había tenido, reprendió a Arnao Cegarra y no volvió a encomendarle cosa alguna".

     El gobernador se enteró de que unos indios mapuches estaban al acecho en un fuerte para atacar a los  españoles, y decidió seguir su camino por otra ruta más segura. Parece ser que, entre los indios que acompañaban a su tropa, había algunos traidores, y se lo hicieron saber a los del fuerte. Los mapuches, que pecaban de soberbia y autosuficiencia, viéndolo como una oportunidad de victoria, fueron a su encuentro. Contaban, además, con un mítico cacique que el cronista menciona por primera vez: "Con esta determinación, salieron del fuerte sin considerarlo necesario, debido a las muchas victorias que ya habían logrado. Como hombres soberbios y temerarios, la mañana siguiente atacaron el campamento trayendo  como capitán mayor a Caupolicán. Cuando fueron descubiertos por los centinelas, dieron la alarma. Don García mandó cargar la artillería, que eran cuatro piezas de campo que estaban puestas en un alto desde el cual dominarían bien a los indios que estuvieran al descubierto. Colocó dos compañías de caballería y una de infantería frente a los indios, con orden de no pelear hasta que él lo mandase. Pero, no teniendo paciencia para aguardar, fueron contra los indios, los cuales derribaron de los caballos a dos soldados que fueron socorridos por el capitán Rodrigo de Quiroga con algunos de sus hombres. Los indios les tenían ventaja, porque se peleaba en sitio poco llano y con muchas laderas, y en saliendo del llano que tenían no los podían enojar, sino solo los infantes, que hicieron mucho efecto, porque andando peleando iban siempre ganando contra ellos. El otro escuadrón de indios estaba a la espera y mejor ordenado, con sus capitanes delante poniéndolos en orden, los cuales tenían atados unos rabos de zorra a la cinta por la parte trasera, que les colgaban a manera de cola de lobo, como símbolo de la bravura de sus jefes más señalados y valientes.

 

     (Imagen) Por fin, el cronista ALONSO DE GÓNGORA MARMOLEJO nos dice que fue testigo de la mayor parte de los hechos que narra: "Acaeció una cosa entonces que muestra cuán valientes son estos bárbaros mapuches. Unos soldados le trajeron preso un indio a don García, el cual mandó que le cortasen las manos, y, castigado así, lo envió adonde sus señores estaban, para que les dijese que, si se rendían, les mantendría la paz, pero que, si no lo querían hacer, a todos había de tratar de aquella manera. Ellos reunieron a a sus gente, tomó la palabra CAUPOLICÁN (de quien el cronista dice que era hombre de grandes fuerzas y muy cruel), según se supo después, y les dijo: Que ya habían vencido a los españoles otras veces, que peleasen animosamente para lograr la victoria, con la cual obtendrían gran cantidad de ropas, caballos y otras muchas cosas de valor, y que, si, lo que él no creía, fuesen vencidos, no tuviesen temor de dar otras batallas, hasta morir todos, porque era mejor morir peleando valientemente, que no verse como aquel indio con las manos cortadas. Y, para animarlos más, andaba el indio mostrando las manos cortadas a todos y diciéndoles en voz alta que peleasen, para que no se viesen como él. Los indios, como hasta entonces no les iba mal, sino que peleaban bien, estaban parados esperando a los cristianos que iban poco a poco hacia ellos. Comenzó a jugar la artillería tan bien, que, lanzando las pelotas hacia la multitud, hicieron gran estrago y pusieron mayor temor, porque yo vi una pelota (pues me hallé presente y peleé en la mayoría de lo contenido en este libro) que, yendo algo alta, antes de dar en los enemigos llevó por delante gran número de las picas que tenían enhiestas, haciéndoselas pedazos, y, sacándoselas de las manos, los dejaban con espanto de cosa tan nueva para ellos, porque, aunque otras veces habían peleado contra artillería, era pequeña y no había hecho en ellos tanto daño. Don García llevó por delante dos compañías de arcabuceros con gran determinación, disparando contra el escuadrón de indios sus arcabuces, y derribando a muchos porque los tomaba juntos. Viendo los indios tres estandartes de a caballo que venían a atacarlos y que la artillería no cesaba, volvieron las espaldas para evitar su perdición. Los de a caballo alancearon a muchos de ellos, y, por estar cerca una quebrada grande y honda, escaparon los más echándose por ella. Allí los mataban los soldados de a pie a estocadas y lanzadas, aunque los muchos que se rindieron, acabado el furor de la batalla, salvaron las vidas con pequeño castigo".




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