viernes, 26 de noviembre de 2021

(1577) Los indios atribuyeron su fulminante derrota en Angol a alguna intervención divina, que tampoco la descartaban los españoles. En un nuevo ataque, y por un descuido de los españoles, los indios quemaron el fuerte.

 

     (1167) Fue tan heroica y difícil la victoria contra los mapuches en Angol, que los indios solo se explicaban su derrota pensando en una intervención divina, y los españoles tampoco descartaban esa interpretación: "Los indios hablaban de la gran debilidad que habían tenido, pues, siendo los cristianos pocos y ellos muchos, habían huido desbaratados y perdidos. Al afeárselo algunos principales, daban como excusa que no habían podido hacer más porque una mujer andaba en el aire por encima de ellos, poniéndoles grandísimo temor y no les dejaba ver. Y es de creer que la benditísima Reina del Cielo quiso socorrer a los cristianos, pues, de otra manera, era imposible que resistieran. Era grandísima lástima ver llorar a las mujeres que en la ciudad había, y Nuestra Señora quiso favorecerlas con su misericordia".

     A los indos se les pasó pronto 'la depresión', dejaron de lado la reciente derrota y recuperaban el ánimo pensando en las victorias que habían tenido anteriormente, pero cambiaron de objetivo: "Decidieron luego atacar el fuerte de Arauco, pues, aunque estaban en él ciento quince hombres, los tuvieron en poco. Se juntaron veinte mil indios, y, habiendo recibido las instrucciones de su capitán, Colocolo, comenzaron a presentarse a vista del fuerte, con muchas lanzas de Castilla y arcabuces de los que habían conseguido en los encuentros que contra los cristianos habían tenido". Después de examinar la situación, aunque había quienes consideraban oportuno responder a las provocaciones de los indios yendo directamente a por ellos, lo más sensato pareció esperar  en el fuerte a que ellos comenzaran el ataque. Fue entonces cuando, como acabamos de ver en la imagen, Lope Ruiz de Gamboa, queriendo dar ejemplo, decidió iniciar en solitario la lucha, resultando cercado por los indios y masacrado: "Pedro de Villagra (que estaba al mando), al ver la desgracia de Lope Ruiz, mandó que todos se apeasen y se metiesen en el fuerte".

     Era una decisión sensata, pero hubo un despiste garrafal. El fuerte no estaba con la cubierta terminada, porque no contaban con un ataque tan próximo, sino cubierta de paja, y parece que los españoles no se percataron del peligro de esa situación. Pero los indios se dieron cuenta de lo que eso suponía. Y les salió bien a la primera: "Un indio valiente sujetó a una lanza larga una flecha con fuego atado a ella. Fue corriendo dando vueltas  para que los arcabuces no lo hiriesen, llegó a la casa y metió la flecha entre la paja. Acrecentado el fuego con el aire, comenzó a extenderse por todo el fuerte. Los cristianos que dentro estaban veían un gran fuego entre ellos, y que era imposible poderlo apagar. Los indios iban buscando las puertas por dónde entrar a pelear con ellos, y oían bramidos de los caballos que estaban dentro quemándose, por lo que andaban sueltos dándose de coces y bocados, buscando por dónde escapar. Aquel humo tan grande cegaba a los españoles, y no sabían qué hacer. Si los indios subieran con escalas por las dos torres del fuerte, o les quemaran las puertas, conseguirían la victoria, aunque estaban dentro soldados valientes y ejercitados en la guerra".

 

     (Imagen) Los españoles cometieron el error de tener el fuerte de Arauco cubierto de paja, y los mapuches la incendiaron: "Dos indios que llegaron a una torre que hallaron sola, porque los que estaban defendiéndola, debido al humo que los ahogaba, la abandonaron, sacaron una pieza de artillería atada a una soga, y, ayudándoles otros indios, se la llevaron. El capitán Pedro de Villagra, con los soldados que no se encargaban de guardar las puertas, andaba atajando el fuego, para que no se acabase de quemar todo el fuerte. Baltasar de Castro, con un hacha, protegiéndolo el capitán Gaspar de la Barrera, andaba cortando las varas del cobertor del fuerte para poder atajar el fuego, y, eran tantas las flechas que los indios tiraban a los que esto hacían, que, al levantar los brazos para dar los golpes, los herían. Un soldado llamado Francisco de Niebla se encargaba de guardar una torre, y, aunque los indios estaban por fuera vigilando, prefería morir peleando a morir como un animal ahogado en humo. Se escapó por una ventana hacia la puerta del fuerte sin que los indios se dieran cuenta, y no le debieron de ver por estar atentos a otras cosas, pues le habrían matado, pero, cuando acertaron a verle, ya le habían abierto la puerta. Don Juan Enríquez estaba en el fuerte herido y en la cama, sin poder levantarse, ni haber quien lo socorriese, y murió ahogado del humo. Los soldados que trabajaban en atajar el fuego, cortaron un panel con tanta presteza, que comenzó a ir en disminución, y, llegando la noche, se acabó de apagar. Los indios, viendo que el único daño que les habían hecho era quemarles el fuerte y mucha parte de las provisiones, que no fue poco, después de haber estado tres días sin que los españoles quisieran salir a pelear, se fueron a sus tierras con intenciones de volver a ponerles cerco después de haber recogido sus sementeras. Pedro de Villagra, habiendo visto que estuvieron tan a punto de perderse, le pareció que no era cosa suya proteger aquel fuerte, sino de mayor interés para algún soldado amigo que quisiera ganar reputación y honra, por lo que dejó por capitán a Lorenzo Bernal de Mercado. Luego él se fue en barco con dos amigos a Concepción, donde el gobernador Francisco de Villagra estaba, el cual se disgustó mucho al verlo, pesándole que hubiese dejado el fuerte con la excusa de ser un soldado que ya no pretendía ganar honra de nuevo". Tampoco a Marmolejo le parece digna su actitud, a pesar de que, muerto en 1563 Francisco de Villagra, su primo, lo dejó nombrado como gobernador, y, en 1565, Pedro presentó sus méritos (ver imagen).






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