jueves, 11 de noviembre de 2021

(1564) La colaboración de Andresico, el indio amigo, fue muy eficaz para que los españoles derrotaran a los mapuches, que tuvieron luego un nuevo fracaso. Los enfrentamientos eran brutales por ambas partes.

 

     (1154) También los mapuches querían engañar a los españoles utilizando al astuto y valiente yanacona: "Después de haberle agradecido su visita, le dijeron de qué manera querían matar a los cristianos. Le pidieron que, como  él los trataba de ordinario, les dijese que ellos les obedecerían en todo. Andresico, como era astuto, les dijo que así lo haría, y que no dudasen de que podrían matarlos, porque los cristianos velaban de noche, pero, de día, estaban en las camas durmiendo, y sus yanaconas les llevaban los caballos a beber agua en el río, por lo que aquella era la mejor hora para atacarlos".

     Para redondear su actuación teatral, Andresico les dijo que enviaran el día siguiente a un indio principal con un cesto de fruta como regalo para los españoles, y él, antes de marcharse, le entregó al cacique de Tucapel una hacha española, porque los nativos las apreciaban mucho: "Andresico se fue, y se lo contó todo al capitán Reinoso, el cual le dijo que hiciese lo que tenía concertado con los indios. Al otro día llegó el indio principal con la frutilla, el yanacona lo llevó a su casa y le dio de comer y beber. Más tarde, lo metió dentro del fuerte para que viese que era como les había dicho. Este mismo día llegó don Miguel de Velasco, a quien don García había enviado con sesenta hombres para que fueran pacificando indios hasta la ciudad de Cañete. Aunque los indios con los que había hablado Andresico vieron que había llegado tanta gente, no por eso dejaron de seguir preparando su ataque. Reinoso mandó a sus hombres que todos permaneciesen a la espera en sus estancias. El yanacona Andresico entró con el principal en el fuerte, y se lo anduvo mostrando, para que viese que la mayoría de los cristianos no estaban presentes, porque habían ido a refrescar a los caballos. Para tranquilizarlo más, quedó con él en que, al llegar los indios, entrasen atacando con buen ánimo a los españoles por dos puertas que el fuerte tenía, pues a todos tomarían en las camas".

     El importante indio se fue encantado de la vida, porque Andresico representó su papel a la perfección, con inteligencia y sangre fría. Había conseguido engañar a todos, incluso al mítico y terrorífico Caupolicán: "Los caciques mapuches, recibida la información, partieron con una prisa increíble, pareciéndoles que en ella consistiría su victoria. Fueron con tanta determinación, que llegaron junto al fuerte y algunos quisieron entrar de inmediato en él por la puerta principal. Pero, atentos a las órdenes recibidas, los soldados estaban ya a caballo, y la artillería cargada, de manera que los arcabuceros dieron una gran ruciada de pelotas en los pobres que venían engañados, y la artillería se disparó en ellos con gran crueldad; después salieron los de a caballo alanceando a tantos que movía a lástima ver aquel campo con tantos muertos. Los yanaconas y negros (al servicio de los españoles), como a gente rendida, mataban a muchos. Se escaparon los que tuvieron buenos pies ligeros y  se tomaron presos a muchos, que después fueron castigados, y, con la artillería, atados y puestos en hilera, los mataban, pues así de enemistados estaban los españoles con estos indios, tras haber consentido Reinoso este castigo que para su ánimo no sería muy seguro". Quedan claras dos cosas: no era habitual que los españoles se ensañaran tanto, lo cual se debió a que los mapuches eran enemigos terribles; por otra parte, el cronista siente que fue un castigo excesivo. La última frase 'parece' que alude a que sería un cargo de conciencia para Reinoso.

 

     (Imagen) A pesar de la dura derrota que acababan de sufrir los bravos mapuches, con la muerte del gran Caupolicán incluida, no tardaron en volver a batallar. Se dieron cuenta de que Alonso de Reinoso y sus hombres habían salido del fuerte en el que estaban, para ocuparse de rematar detalles en la recién fundada ciudad de Cañete, y les pareció la ocasión ideal para atacar a los españoles. Pero también Reinoso se enteró de sus intenciones, y le mandó aviso al gobernador, el cual, primeramente, le envió como ayuda cincuenta sodados bajo el mando de Luis de Toledo. Tres días después llegó el propio gobernador con otros doscientos, y mandó construir unas torres defensivas, instalando en lo alto de  ellas la artillería. Unos ocho mil indios se habían juntado en el fuerte que habían hecho en Quiapo. Don García de Mendoza, llevando consigo al capitán Reinoso, recién nombrado maestre de campo, y con trescientos hombres, fue hacia Quiapo, que era en donde los indios le esperaban.  Después de llegar, ordenó sus tropas, y comenzó a atacarlos. Los cristianos avanzaron disparando sus arcabuces y peleando para entrar en el fuerte. Los indios les impedían la entrada, y era hermosa cosa de ver (Marmolejo estaba presente). Don García mandó que por las espaldas fuese una cuadrilla de arcabuceros, y llegaron a su empalizada sin que fuesen vistos. Hicieron un hueco en ella, y, tras entrar primero Francisco Peña,  Hernando de Paredes y Gonzalo Hernández Buenosaños, pasaron los demás, e iban disparando contra los indios los arcabuces, los cuales, teniendo ya a los cristianos junto a sí, y viéndose perdidos, escapaban por una quebrada que junto al fuerte estaba. Los cristianos, como entraron apresuradamente, mataron a muchos y apresaron muchos más, y los que mandó matar el maestre de campo, como hombre que conocía sus maldades, pasaron de setecientos. Fue tan grande este castigo, que los que se habían rebelado en aquella zona, se pusieron después a su servicio. No hubo después en Arauco indio alguno que se atreviese a pelear con don García, porque, para ventura de este mozo, que entonces era mancebo desbarbado, todo lo que emprendía le salía bien. Luego dejó allí al capitán Reinoso para que acabase de asentar aquel valle e hiciese una casa en el sitio y lugar donde Valdivia la había tenido, y él se fue a la Concepción". Esta vez el cronista Marmolejo, que allí estaba y conocía la brutalidad de los araucanos, no le ha puesto reparos a que Alonso de Reinoso ejecutase a más de setecientos.




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