(1163) Los indios no escarmentaban y
decidieron hacer otra intentona de enfrentamiento con los españoles. La idea
era volver a preparar, pero con más detalle, el fuerte de Angol, donde acababan
de ser derrotados: "Pensaban que, bien preparadas las defensas, era el
lugar apropiado para vencer a los españoles. Enseguida lo cercaron por el
frente y por los lados con hoyos grandes, a manera de sepulturas en mucha
cantidad, y, junto a la empalizada, hicieron una trinchera que lo hacía más
fuerte. La intención era no salir del fuerte, sino estarse dentro, y dejar que los cristianos llegaran hasta los
hoyos, que tenían cubiertos con paja y tierra tan sutilmente tapados, que era
imposible que no se engañase quien no lo sabía. En este tiempo,
Villagra estaba en la cama enfermo, y se informaba sobre el propósito que los
indios tenían por medio de un principal del valle de Arauco, llamado Colocolo, que
siempre fue, hasta que murió, amigo de cristianos. Le dijo que los indios
deseaban pelear, pero que, al parecer, lo contaban para más atraer a los
españoles al ataque, diciendo también que ellos ya habían sido desbaratados dos
veces, y que, si aquella los desbarataban de nuevo, no pelearían más, sino que pedirían
la paz. Villagra, bien informado del caso, envió a llamar a su maestre de campo
(el licenciado Altamirano), que andaba haciendo la guerra en la comarca
de Tucapel, y al capitán Gómez de Lagos, que también mandaba una cuadrilla de
soldados en la misma provincia".
Cuando se presentaron, les puso al
corriente de todo lo que sabía acerca de los indios, subrayando que, según
parecía, derrotarlos iba a traer una paz definitiva: "El gobernador
también mandó a su hijo, Pedro de Villagra, mancebo muy valioso, que se juntase
con él. Al maestre no le gustaba que Villagra le encargara algo que, aunque resultara bien, no servía de nada, y,
si salía mal, se corría el riesgo de perder mucho, pero, como estaba sujeto a
voluntad ajena, no lo pudo evitar, y así, partió del fuerte de Arauco con
noventa soldados valientes, tanto, que su mucha temeridad tuvo que ver en su
pérdida. Llevaba también quinientos indios amigos, con arcos y flechas, y fue
camino de Mareguano, que así se llamaba la tierra donde los enemigos esperaban,
y habiendo llegado cerca el maestre de campo, hizo dormida en un valle que
estaba a una legua de los enemigos, para que, con más tranquilidad se hiciese
el día siguiente lo que entre todos se determinase. Luego que amaneció, el
maestre de campo hizo cuadrillas con la gente que llevaba, dio una a Pedro de
Villagra de veinticinco soldados, tomó otra para sí del mismo número, dio otra
al capitán Gómez de Lagos, y, al capitán Pedro Pantoja, con cierta gente que le
asignó, le mandó que estuviese a caballo para ayudar a los de a pie si fuese
necesario. Asimismo mandó al capitán Lagos que, con seis soldados, fuese
delante de todos, y caminase reconociendo el camino hasta el fuerte si le
dejasen llegar".
(Imagen) Y ocurrió una tragedia: "Los
soldados que iban en la compañía de PEDRO DE VILLAGRA, que eran mozos como él,
y no tenían experiencia, deseaban en gran manera que los enemigos esperasen en
el fuerte, sin saber que los indios peleaban con mucha ventaja dentro, detrás
de maderos puestos en los cerros. Cuando ya estaban cerca de ellos, algunos se
regocijaron, y a otros les pesó porque temían lo peor. El maestre de campo (el
licenciado Altamirano) dijo que le parecía que no se debía pelear, sino primeramente
reconocer el sitio. Los mancebos que con Pedro de Villagra iban, insistían en
que habían ido a pelear, y que aquello era lo que convenía. Pedro de Villagra hablaba
con sus amigos, diciéndoles que les rogaba que en aquella situación cuidasen de
su persona y no permitiesen que fuese arrollado por los enemigos, pues él se
alegraría de que lo arrollasen sus amigos, dándoles a entender que, aunque él
se perdiese, acertasen con la victoria pasando adelante por encima de él,
remedando lo que dijo el marqués de Pescara a sus amigos en la batalla que tuvo
con Bartolomé de Alviano, junto a Vicenza, porque le gustaba mucho leer en
aquel libro, ya que el marqués era hombre
muy valiente, y por eso tomó de él lo dicho. El maestre de campo, vista la
determinación de todos, puestas las cuadrillas en su orden con los capitanes
delante, fue caminando poco a poco hacia el fuerte. Los indios los dejaron
llegar, estando puestos detrás de su trinchera con lanzas largas, y esperando
que llegasen a los hoyos que tenían cubiertos. Este caballero (se supone que
el maestre de campo) iba delante animando a su gente a pelear. Sin ver el
engaño, cayó en un hoyo hecho a manera de sepultura, tan hondo como la estatura
de un hombre, y tras él cayeron muchos en otros hoyos, de tal suerte, que, como
los indios les tiraban muchas flechas y los alcanzaban con las lanzas, no
podían ser bien socorridos. Pedro de Villagra cayó en otro hoyo, y antes que
sus amigos le pudiesen socorrer, le dieron una lanzada por la boca, de tal
suerte, que le hicieron pedazos las ternillas del rostro, y echaba de sí tanta
sangre, que, poniéndolo en un caballo, no se supo mantener. Desvanecida la
vista, juntamente con la muerte que le llegaba cerca, cayó del caballo, y allí
murió sin podérsele socorrer, porque a sus amigos, que eran los que más
braveaban cuando venían caminando, los habían matado en otros hoyos junto a
él". En la imagen, el libro que entusiasmaba al joven soñador PEDRO DE
VILLAGRA.
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