(1159) Francisco de Villagra, que había
tenido malas experiencias con los mapuches, en cuanto llegó a Chile tuvo ganas
de darles una lección, pero, a su vez, ellos, por la misma razón, le habían
perdido el miedo: "Habiéndosele informado a Villagra de que había
necesidad de gente en la Concepción y Tucapel, debido a que, por la muerte de
don Pedro de Avendaño, se enorgullecieron todos los indios, envió al capitán
Reinoso para que los castigase y pacificase aquellos indios, y le avisase de
todo lo que creyese que convenía. Pero los indios, cuando supieron que Villagra
venía por gobernador, se alegraron, diciendo que con él siempre les había ido
bien en las batallas, que querían tomar las armas y pelear, pues les parecía que
se había de acordar de cuando lo desbarataron en la cuesta de Arauco, y que había
de querer vengar tantos cristianos como allí murieron. Como lo tenían por hombre al que en la guerra
no le salían bien sus cosas, se juntaron todos y se declararon enemigos
suyos". Pero la superstición los iba a desmoralizar: "Francisco de
Villagra, después de desembarcar en la Serena, parecía venir anunciando un mal
agüero a Chile, y que, con su venida,
les había de llegar mucho mal a todos en general, porque, al desembarcar, se
infectó el aire de tal manera, que dio en los indios una enfermedad de
viruelas, tan malas, que murieron muchos. Fue una pestilencia muy dañosa, y
decían los indios de guerra que Villagra, no pudiendo vencerlos, como hechicero
había traído aquella enfermedad para matarlos, pues, ciertamente, murieron
muchos de los de guerra y de los pacíficos".
Después de haber enviado Francisco de
Villagra a Reinoso para someter a los indios, cuya rebeldía aumentaba, mandó
con la misma misión, y con cuarenta soldados de a caballo, a su hijo, Pedro de
Villagra Montesa, del que dice Marmolejo que era "mancebo de buena
esperanza, por las virtudes que tenía". Pedro había nacido en España en 1537,
poco después de que su padre partiera para las Indias, y murió en enero de 1563
luchando contra los mapuches, el mismo año en que falleció su padre. Quizá
debido a su corta trayectoria en las Indias, no haya dejado mucho rastro de sus
andanzas, pero acabamos de ver el afectuoso comentario que Marmolejo le ha
dedicado, y nos contará pronto cómo fue su lastimosa muerte, que tuvo que ser
un cruel mazazo para Francisco de Villagra, su padre, y para Cándida de Montesa
y Cisneros, su madre.
El cronista nos va contando el largo
proceso de la tragedia: "Pedro de
Villagra, entró en Arauco, que estaba de paz, hablando y sosegando a los
principales para que no creyesen que traía mala voluntad. Luego, llevando en su
compañía a un religioso dominico, llamado fray Gil de Ávila, llegó a Cañete,
que está en la provincia de Tucapel (la
zona en que mataron salvajemente a
Valdivia)". A los indios les gustaron los buenos modos del
clérigo, pero enseguida llegó el capitán Alonso de Reinoso en plan exigente y
amenazador, y los indios pensaron que no les convenía mostrarse serviles:
"Les pareció que los españoles perjudicaban a los indios que eran amigos y
no castigaban a los que eran enemigos. Con este razonamiento, se alzaron todos,
sin quedar ningún indio de paz en aquella provincia".
(Imagen) La mujer de Francisco de Villagra
se llamaba CÁNDIDA MONTESA DE CISNEROS.
Había nacido en Medina de Rioseco (Valladolid), y se suele decir que nació en 1525,
pero no parece verosímil porque ella dice
que se casaron hacia el año 1535. En 1559, dos años antes de que llegara
Villagra, ya libre, a Santiago de Chile, ella escribió una carta al rey Felipe
II solicitándole una ayuda económica, y llama la atención que hablara de su
marido como gobernador de Chile, lo que quiere decir que el virrey de Perú, que
le había regalado el cargo a su hijo, no pudo ocultar que era cierto, pero lo
mantuvo descaradamente en el puesto, y a Villagra desterrado. Quizá fuera otra
de las cosas del virrey que le sacaron de quicio a Felipe II. Resumo el
escrito, redactado en Medina de Rioseco: "Muy magnifico señor: Cándida de Montesa,
mujer del mariscal Francisco de Villagra, gobernador de la provincia de Chile,
digo que mi marido me ha enviado a llamar, por medio de sus cartas y por
mensajeros, para que yo me vaya adonde él está, para residir en su compañía, lo
cual yo estoy determinada a hacer y estoy de partida. Para los gastos que tengo
hechos y los que se han de hacer para el dicho viaje, para mi persona y para
las personas que van en mi compañía, tengo necesidad de valerme de dineros en
cantidad de mil ducados, sin los cuales no podré hacer el dicho viaje. Para
poderme endeudar en los dichos mil ducados, no tengo licencia del dicho gobernador,
mi marido. Por ello pido a vuestra merced que, tras informarse de lo susodicho,
y de que estoy casada y velada con el dicho Francisco de Villagra, mi señor y
marido, me dé licencia y facultad para que yo pueda obligar mi persona y bienes".
Presentó unos testigos para que confirmaran lo que había dicho, a lo que añadió
algún detalle más. Dijo que hacía unos veinticuatros años que se habían casado;
menciona repetidas veces a su marido como gobernador, y que las cartas que le
enviaba, para que fuese a su encuentro, se habían repetido intensamente con la
llegada a España de los últimos navíos. Un testigo, que todo lo dio por cierto,
comentó también que necesitaría para el viaje
más de mil ducados, "porque lleva consigo mucha gente y aparato,
como lo requiere la calidad del dicho gobernador Francisco de Villagra, su
marido". CÁNDIDA MONTESA DE CISNEROS logró su deseo, llegó a Chile, vivió
los privilegios de su estatus social, sufrió la desgracia de que su marido y su
hijo, Pedro de Villagra, murieron en 1563, y le quedaron después nueve años de
vida, tranquila y chilena.
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