viernes, 31 de diciembre de 2021

(1607) Uno de los capitanes que sufrieron el desastre de Catiray fue Juan Álvarez de Luna. El gobernador Bravo de Sarabia tuvo problemas para ir a defender de los indios la ciudad de Cañete, porque muchos soldados, escarmentados, se resistían a hacerlo.

 

     (1197) El cronista va a decir un último comentario sobre el desastre de Catiray, dejando claras las responsabilidades, pero, sin razón, parece hacer también un  reproche a un Miguel de Velasco que no tenía más opción que obedecer: "Muchos echaban la culpa de esta pérdida al general don Miguel por haber peleado en sitio tan desfavorable, en vez de retirarse sin pérdida, pues la verdadera prudencia de un capitán es saber el daño que le puede venir y evitarlo a tiempo, ya que con esta prevención triunfa del enemigo, y, además, tenía mucha  experiencia de la guerra contra los indios, especialmente en Chile. Don Miguel decía que, por su reputación y por satisfacer al gobernador Sarabia, no pudo hacer otra cosa, estando, asimismo, empujado por muchos caballeros mancebos que consigo llevaba, pues estos, como hombres que no tenían práctica de guerra, y eran amigos o parientes del gobernador, se lo habrían censurado".

     A pesar del rotundo fracaso, el gobernador Melchor Bravo de Sarabia, haciendo honor a su primer apellido, continuó en plan de batalla, pero iba a encontrar mucha resistencia por parte de sus hombres. Tras consultar con sus capitanes lo que les parecía más urgente, le dijeron que convenía que preparase gente para ir a prestar ayuda a la ciudad de Cañete, porque allí había pocos soldados, y, dado que los indios eran una grave amenaza, sería inhumano dejarlos desamparados: "Con el fin de evitar ese peligro y dar aviso al capitán Gaspar de la Barrera de que estuviese alerta, el gobernador Sarabia mandó que se prepararan ciento cuarenta soldados, pero ninguno quería ir allá. Algunos decían que estaban heridos, y otros que Sarabia y los de su consejo de guerra, que lo habían perdido todo contra el parecer de todos los soldados, lo fuesen a remediar. Estaba tan firmes en su opinión, que les importaban poco las amenazas y promesas que el gobernador les hacía. El gobernador, que no sabía qué hacer y vista la dureza de los soldados, determinó ir en persona. Algunos hombres principales le dijeron que no arriesgase su persona de aquella manera, pues le era mejor quedarse en Angol para atender a los demás asuntos. Viéndolo tan acongojado, el capitán Alonso Ortiz de Zúñiga, don Diego de Guzmán, Alonso de Córdoba y otros capitanes que en su campo andaban se ofrecieron a ir en su lugar. También se ofrecieron muchos otros que tenían gran amistad con ellos, y de esta manera se pudo ir a socorrer la ciudad de Cañete".

    Aun así, hubo soldados que dieron la espantada, en un claro acto de rebeldía a las órdenes militares, y llama la atención que no fueran severamente castigados, como siempre se vio en las Indias en casos similares: "Se dio el toque de partida al anochecer, y algunos de la tropa, hombres bajos y de poca presunción, se escondieron, y otros huyeron a Angol, otros a Santiago, pues tanto era el temor que tenían de ir a Tucapel. Hubo soldados antiguos que dando razones para no ir a aquella misión, y no siéndoles admitidas, decían que renunciaban a todos los servicios que le habían hecho a Su Majestad en Chile y a pedirle mercedes por ellos, y de esta manera quedaron libres de ir a la campaña".

 

     (Imagen) En este durísimo ataque de Catiray, un soldado llamado Benítez cubrió las espaldas a veinte soldados para que se replegaran con seguridad. Quien le pidió esa ayuda era el capitán JUAN ÁLVAREZ DE LUNA (hombre linajudo y adinerado), nacido el año 1528, y de quien vamos a hablar  ahora. El año 1577, siendo vecino de Villarrica, presentó una información de sus méritos (ver imagen), en los que no hace referencia a la primera parte de su gran aventura. Pasa por alto que, al llegar a las Indias (en 1548), estuvo luchando en México. Cuenta (en tercera persona) que batalló en Perú (contra el rebelde Francisco Hernández Girón), y que  "llegó a Chile en 1553 en un navío suyo cargado con su hacienda, con el que se quedó el mariscal Francisco de Villagra, Justicia Mayor de aquel reino, para llevar gente de socorro a las ciudades de Valdivia e Imperial". Resumo lo que dice a continuación: "Cuando llegó Don García de Mendoza se halló con él en la pacificación de los indios de Arauco y Tucapel, en la batalla de Biobío y en la de Millarapue, en ayudar a poblar la ciudad de Tucapel y la casa fuerte que se hizo en Arauco, y fue con él al descubrimiento de las islas de Chiloé, y a la población de la ciudad de Osorno. En tiempo del gobernador Francisco de Villagra se halló en el  fuerte de Catiray, donde había gran suma de indios de guerra, en el cual fueron muertos algunos españoles, y salió malherido. Se halló en el castigo a los indios de la isla de Santa María, por haber matado españoles, y con el gobernador Pedro de Villagra en el cerco que los indios pusieron sobre la ciudad de Concepción, a la que tuvieron cercada casi dos meses. Luego sirvió al gobernador Rodrigo de Quiroga. Se halló con el presidente (y gobernador) Sarabia en el fuerte de Mareguano como capitán de una compañía, y fue por mandato suyo a socorrer a la ciudad de Cañete y a la casa fuerte de Arauco". Tuvo importantes nombramientos: maestre de campo desde el año 1579, regidor de la ciudad de Villarrica, y corregidor, sucesivamente, de las de La Serena y La Imperial. Precisamente, se había casado con una criolla de esta última población, llamada María Cortés y Zapata, con la que tuvo tres hijos. Parece ser que él murió el año 1598, en Villarrica, por lo que se libró de ver allí la muerte de sus tres hijos en el alzamiento general de los mapuches (año 1599), donde el pequeño, Francisco Álvarez Zapata, se comportó heroicamente en un cerco que duró tres años.




jueves, 30 de diciembre de 2021

(1606) Contra la opinión de sus capitanes y de sus soldados, el gobernador Melchor Bravo de Sarabia, hombre muy terco, se empeñó en hacer un ataque que resultó suicida. A quien más le dolió el desastre fue a Miguel de Velasco..

 

     (1196) Decidido a atacar a los indios, el gobernador Bravo de Sarabia les ordenó a Martín Ruiz de Gamboa y a Miguel de Velasco que fuesen con hombres y algunos capitanes a localizar un sitio donde se pudiera asentar el campamento cerca de los enemigos, pero va a haber algunas reticencias: "Para que contaran con más gente, le escribió al maestre de campo, Lorenzo Bernal, diciéndole que le enviase veinte hombres de a caballo. Lorenzo Bernal los envió, pero le contestó que no mandase hacer aquel ataque, pues le dijeron que había muchos indios y era muy arriesgado llevarlo a cabo, pero que, si aun así pensaba hacerlo, le diese licencia para irle a servir. Su general, don Miguel, abominaba aquel propósito y deseaba mucho no tener que hacerlo, pero no se atrevía a decírselo a  Sarabia, para que no le tuviese por hombre que, en un negocio importante, no quería aventurar su persona. Aunque muchos caballeros mancebos que eran sus amigos le animaban y decían las bravezas que habían de hacer, seguía triste y se veía que no iría a la lucha por su voluntad, sino por sustentar su reputación, diciendo aquellas palabras que dijo Pompeyo en Farsalia, queriendo dar la batalla a César, compelido de algunos caballeros romanos que en su campo andaban, que por ser tan notorias no las trato aquí (lo que quiere decir que también Pompeyo, por honor, se vio forzado a luchar). Y, por esto, le envió al capitán Alonso Ortiz de Zúñiga para que le pidiese al gobernador Sarabia que no mandase hacer aquel enfrentamiento, pero no quiso ni escucharlo".

     No hubo forma de convencer al gobernador Sarabia, y todos se aplicaron a la labor: "Don Miguel de Velasco, con ciento cuarenta soldados, salió del campamento con intención de reconocer el sitio que los indios tenían y ver dónde se podía situar el ejército de manera que fuera más seguro desbaratar a aquellos bárbaros. Pero, cuando las cosas están ordenadas por Dios y quiere castigar a los que mandan por sus culpas, les  ciega el entendimiento, como acaeció en aquella batalla que tan dañosa fue para todo el reino. Muchos soldados prudentes ya dijeron en público antes que era torpeza de los capitanes querer pelear con unos indios metidos en un cercado de maderos puestos en un cerro, porque, si les fuera mal, tendrían a sus espaldas la huida. ¿Pues qué mejor guerra se les podía hacer, ni más dura que la de destruirles las sementeras? Era cierto que, entrando el invierno, todos perecerían de hambre. Puesto que ya estaba poblada la ciudad de Cañete y el fuerte de Arauco, sin perder un hombre se acabaría de conquistar y castigar donde había indios en guerra, pues era la menor parte de la provincia. Ese año quedarían los indos castigados, y el siguiente se acabaría de asentar todo, pero haciendo la guerra sensatamente, pues ya recordaban la derrota de Francisco de Villagra, quien, por la muerte de su hijo en Mareguano, despobló la ciudad de Cañete y estuvo en condición de perder lo demás del reino por una loca osadía, y a él le costó morir de dolor". También el cacique Pedro Levolecán comentaba que iban a cometer un gravísimo error los españoles atacando a los indios, y los soldados aprobaban y comentaban sus palabras: "Esta plática andaba por el campo, y a todos les parecía bien, y decían que hasta aquel indio, aun siendo enemigo de cristianos, les decía lo que convenía, pero no había nadie en el campamento que osase hablar con el gobernador Sarabia, porque que era tan impaciente cuando oía lo que no le gustaba, que no los escuchaba, y le dejaban que su fatal fortuna hiciese de él lo que tenía determinado. De manera que, teniendo que hacer lo que se había decidido, se pusieron en camino".

 

     (Imagen) El gobernador Melchor Bravo de Sarabia, aquel que había conseguido acabar en Perú con el rebelde Francisco Hernández Girón, va a sufrir una humillante derrota por no escuchar el consejo de sus capitanes, que preferían dejar a los enemigos sin provisiones  para el invierno. Los indios eran invulnerables en su fuerte de Catiray, pero se atrevían a salir atacando a los españoles: "Como habían hecho hoyos en aquel sitio y la tierra era blanda, levantaron tanto polvo con su arremetida, que, sin verse los unos a los otros, llevaron a los españoles por la cuesta abajo desbaratados. Los capitanes Martín Ruiz y don Miguel de Velasco, con la gente que tenían de a caballo, acudieron a socorrer a los que iban a pie, pero, como los indios eran muchos y los cristianos pocos, los herían con gran ventaja. Algunos españoles huyeron al monte creyendo poder escapar, otros subieron a las ancas o agarraron las colas de los caballos, pero los indios los alcanzaban y los alanceaban. Como el camino era de montaña y había algunos pasos estrechos, los españoles se estorbaban los unos a los otros, y allí les daban lanzadas, sacándoles las espadas de la cinta para derribarlos de los caballos. Los demás indios se ocuparon en buscar a los que se habían metido en el monte y en hacer pedazos a los que habían quedado retrasados. Esta fue la derrota que en Catiray los indios dieron al doctor Sarabia, hombre amigo de su voluntad y opinión. Murieron cuarenta y dos buenos soldados, y, entre ellos, muchos caballeros conocidos, como Sancho Medrano, natural de Soria, don Alonso de Torres, de Cáceres, don Diego de los Ríos, hijo del capitán Gonzalo de los Ríos, Juan de Pineda, de Sevilla, y Alonso Aguirre, de Córdoba. El general don Miguel recogió su gente en un arroyo, y desde allí se vino derrotado al campamento. Ya de noche, comenzaron a llegar soldados que venían heridos, y el gobernador Sarabia los recibió con buen ánimo, y los consolaba. Don Miguel de Velasco (totalmente contrario a que se hiciera el ataque) no fue a verlo a su tienda, pero el gobernador mandó que fueran a llamarlo. Cuando vino, entró diciendo: 'Mis pecados han sido la causa de mi perdición, y Dios quiera que solo a mí me alcance esta desgracia'. El gobernador Sarabia (el único culpable del desastre) lo consoló.  Mandó también que se vigilase el campamento, porque algunos soldados de poco ánimo habían cargado sus bagajes para irse, y dio orden de que se los alancease, pero no se llevó a cabo". En la imagen, Legutiano (Álava), origen del sufrido DON MIGUEL DE VELASCO Y AVENDAÑO.






miércoles, 29 de diciembre de 2021

(1605) El gobernador Sarabia no cesaba de acosar a los indios, pero algunos de sus hombres se quejaban de que, con favoritismos, escogía como asesores a sus amigos. Hubo en Las Indias héroes de la espiritualidad, como Santo Toribio de Mogrovejo.

 

     (1195) El gobernador Bravo de Sarabia iba dejando detalles que ya no gustaban tanto como al principio: "Tomó como asesores cuatro soldados amigos suyos, diciendo que con ellos podía tratar todas las cosas tocantes a la guerra porque tenían experiencia militar. Pero cuando se supo en el ejército, se murmuraba diciendo que no lo hacía por el bien general, sino solo por amistad privada". Luego  los españoles hicieron algo cruel, pero que formaba parte de la estrategia de guerra: "El gobernador seguía mandando que se cortaran las sementeras para obligar a los indios a hacer la paz. Fue entonces informado de que cerca de allí estaban en un monte muchos muchachos y mujeres con algunos indios que los guardaban, y, para ponerles más temor, envió una noche al capitán Alonso Ortiz con ochenta soldados. Llegó al amanecer donde estaban, y con ayuda de  los indios amigos que llevaba, tomó mucha chusma (en el sentido de gente sin importancia por no ser guerreros), algunos indios de su guarda y gran cantidad de ganado. Vuelto al campamento, el gobernador lo salió a recibir, le hizo muchas alabanzas de palabra, y lo llevó consigo".

     Cada uno por su lado, el capitán Gaspar de la Barreda, don Miguel de Velasco y Martín Ruiz de Gamboa, iban preparando sus tropas de acuerdo con lo ordenado por el gobernador para sus respectivos objetivos de lucha contra los indios: "Entonces Martín Ruiz de Gamboa, a quien el gobernador Sarabia había encomendado la provincia de Arauco y Tucapel, vino a pedirle gente para volver a la provincia y poder castigar a los caciques rebeldes, pero resultó que tuvo noticias de que los indios estaban haciendo un fuerte. El gobernador, preguntando por ello a Levolicán, por otro nombre don Pedro (estaba bautizado), indio belicoso, le dijo que era verdad que los indios de guerra hacían un fuerte y dónde lo hacían, y que tenían gran deseo de pelear contra él. Se dio por cierta la noticia, y Sarabia decidió pelear con ellos dondequiera que estuviesen".

     El gobernador, sabiendo que se habían juntado muchos indios cerca del campamento de los españoles, le envió a Miguel de Velasco con cien soldados para que fueran a castigarlos, pero, cuando llegó al lugar, ya se habían marchado, y no fueron tras ellos porque el territorio era muy dificultoso: "No habiendo logrado nada, se volvió al campamento e informó al gobernador de lo ocurrido, el cual se disgustó, y le dijo que por qué no los había perseguido. Don Miguel le respondió que la disposición de la tierra no dio lugar a más, y que él iba con ánimo de pelear, si hallara con quién. Sarabia le replicó a esto diciéndole que hubiese peleado con los árboles, y ambos se separaron disgustados". El gobernador, un día después, se centró en otro objetivo. Sabía que los indios estaban haciendo un fuerte en un lugar llamado Catiray, donde, por considerarlo ellos tierra sagrada, se sentían seguros de derrotar a los españoles. Al gobernador le pareció que vencerlos allí sería fácil, y que eso supondría una gran oportunidad para desmoralizar por completo a los indios de todo el territorio: "Les dijo a sus hombres que, desbaratando allí a los indios, con esa sola batalla se conquistaba lo que estaba de guerra, y lo de paz se afirmaba en mayor amistad, quitándoles su loca imaginación, dándoles a entender que, tratándose de  cristianos, no había parte alguna donde pudiesen estar seguros, porque, de presente, él tenía doscientos veinte soldados, dos piezas de artillería y noventa arcabuceros, más seiscientos indios amigos".

 

     (Imagen) Dado que, de momento, el cronista no ha sacado a escena ningún personaje nuevo de relieve, voy a recurrir a uno que, aunque centró su actividad en Perú, fue muy peculiar, y tuvo gran amistad con fray Antonio de San Miguel, obispo de La Serena y de Concepción (de quien acabamos de hablar). Se trata de alguien que, merecidamente y como rara avis en las Indias, fue canonizado: SANTO TORIBIO (ALFONSO) DE MOGROVEJO. Nació en Mayorga (Valladolid) el año 1538. Abreviaré su intensa biografía. Perteneciente a familia de noble linaje y culta, estudió leyes, fue profesor en Salamanca, y, cuando quedó vacante el arzobispado de Lima, Felipe II, que lo estimaba en gran manera, lo escogió el año 1579 para cubrir la plaza. Coincidió con el extraordinario Vasco de Quiroga (obispo de la mexicana Michoacán) al menos en dos cosas: eran muy buenas y valiosas personas, y hubo que consagrarlos previamente como sacerdotes. En 1582, inició el III Concilio Provincial de Lima (al que, como acabamos de ver, asistió el capitán Gaspar Verdugo), para aplicar las disposiciones del de Trento. Mogrovejo necesitó mostrar su carácter enérgico, pues hubo de enfrentarse con la indisciplina de algunos de sus obispos, y para ello contó con el apoyo del también recién mencionado fray Antonio de San Miguel. Santo Toribio puso especial interés en cortar los escándalos del clero, así como en propagar el evangelio y defender a los necesitados y a los nativos. Tuvo, por ello, muchos enemigos y sufrió un gran rechazo por parte de las autoridades. Pero contó con el apoyo del franciscano San Francisco Solano, otro gran misionero defensor de los indígenas y los pobres. SANTO TORIBIO, trabajador incansable, recorrió evangelizando, muchas veces a pie, las enormes distancias de su arzobispado, y fundó, asimismo, numerosas iglesias, monasterios y hospitales, e incluso, en 1591, el primer seminario del Nuevo Mundo. Concienzudo en extremo, se confesaba diariamente con su capellán. En 1726, cincuenta y cinco años después de Santa Rosa Lima, fue canonizado  Santo Toribio, siendo ellos los primeros santos de las Indias, y nombrándole a él Juan Pablo II, en 1983, patrono del obispado latinoamericano. Su entrega a la evangelización fue total, y, con tal fin, aprendió el idioma quechua y otros varios de distintas tribus, publicando en ellos los textos religiosos. SANTO TORIBIO enfermó durante uno de sus fatigosos viajes, y murió en una localidad peruana llamada Saña el año 1606. Nunca faltaron en las Indias héroes militares y héroes espirituales.  






martes, 28 de diciembre de 2021

(1604) El gobernador Sarabia, tras consultar con sus capitanes, trató de negociar una paz con los mapuches, pero, entretanto, ellos preparaban un ataque. Uno de los muchos y buenos capitanes de Sarabia era Gaspar Verdugo.

 

   (1194) Llegado al campamento de Rancheuque, al gobernador Melchor Bravo de Sarabia le estaba esperando el capitán Diego de Barahona: "Todos los soldados lo recibieron con mucho amor porque él daba muestras de ser humano y afable. También estaba allí el capitán Gaspar Verdugo con sesenta soldados que había traído de la ciudad de la Valdivia, que, puestos bajo el mando de don Miguel de Velasco, sumaban, con los que él tenía, doscientos veinte, todos veteranos y de mucha práctica de guerra. Luego le encargó del estandarte real a un caballero de Cáceres llamado don Alonso de Torres, y nombró a don Gonzalo Mejía, natural de Sevilla, sargento mayor, y quiso hacer compañías pequeñas, que era el mejor orden de guerra según decían hombres prudentes. Entonces le hablaron el general, el alférez general y el sargento mayor diciéndole que no había necesidad, para tan poca gente, de tantos capitanes, no entendiendo ellos que era muy acertado ese reparto, pero cuando las cosas van guiadas por la pasión en todo se yerra".

     Aunque al gobernador le gustaba conocer los diferentes pareceres de sus capitanes y soldados con especto a lo que convenía hacer para acabar con la rebeldía de los indios, el cronista nos va dejando claros algunos de sus errores, en parte debidos a su carácter impaciente. Estaban reunidos en el mes de diciembre de mil quinientos sesenta y ocho, y resultó que las opiniones no eran unánimes. Unos decían que convenía atacar en Purén, por razones estratégicas, "pues, estando el campamento en aquel lugar, aquel valle se aseguraba la ciudad Imperial y el camino real desde Angol hasta ella". Otros opinaban que era mejor comenzar la guerra por donde estaban, conforme a lo que el gobernador había dispuesto en la ciudad de Concepción. Se escogió esta alternativa, y el gobernador inició un intento de granjearse la amistad de los  indios: "Comenzó a enviar mensajeros por la provincia llamando de paz a los naturales, los cuales no querían ni oír esa palabra, por lo que se convocaron con sus señales de humo. Se juntaron muchos caciques y hablaron acerca de la manera de pelear con los cristianos. Decidieron hacer un fuerte dentro del cual estarían bien, y luego escogieron un cerro en el que comenzaron a hacer su trinchera".   Viendo que los indios se preparaban para guerrear, el gobernador Sarabia comenzó una táctica que el cronista alaba, pero que luego abandonó: "Mandó que con los indios amigos que en su campo traía saliesen soldados y les cortasen a los enemigos las sementeras, arrancándoles maíz, papas y frijoles, derribándoles los trigos y las cebadas, dejándoles las tierras como si no se hubiesen sembrado jamás. Era esta la más eficaz guerra que se les podía hacer, y, como las sementeras eran muchas, mandó al capitán Alonso Ortiz de Zúñiga que enviase a cuatro soldados a la otra parte de la cordillera que hay en Arauco, con una carta suya para que el capitán Gaspar de la Barrera, preparase con armas a trecientos indios amigos, porque los irían a recoger, y que él saliese con la gente suficiente del fuerte de Arauco, para que con más facilidad se destruyese a aquellos indios de guerra, gente tan malvada".

 

     (Imagen) Según el dicho, todos hemos tenido entre nuestros antepasados algún ahorcado o alguna mujer de vida alegre, y, en el caso del mencionado capitán GASPAR VERDUGO, quizá hubiera alguien de ese oficio. Gaspar nació en Madrid el año 1533. Llegó a Perú en 1556, junto a su hermano mayor, Baltasar Verdugo, en la armada con la que iba el Marqués de Cañete, nuevo virrey, viéndose envuelto (probablemente también su hermano) en la lucha contra el último gran rebelde, Francisco Hernández Girón, donde recibió una lanzada. Su llegada a Chile tuvo lugar el año 1565 (nos lo muestra el cronista en acción el año 1568). En la imagen vemos la primera página del documento de méritos y servicios que presentó el año 1577. En el cual le apoyó entonces el gran gobernador y buena persona Rodrigo de Quiroga para que el Rey le concediera alguna merced, haciéndolo con estas palabras: "Gaspar Verdugo vino a este reino de Chile cuando el licenciado Castro (gobernador provisional de Perú) nos envió gente de socorro, y se halló conmigo en la pacificación de Arauco, Tucapel y Mareguano, en la batalla que hubo con los indios de Talcamavida y en ayudar a reedificar la ciudad de Cañete. Estuvo con vuestro gobernador, el doctor Bravo de Sarabia, en las guazabaras (peleas) y reencuentros que se tuvieron con los indios en el fuerte de Mareguano (se refiere a los hechos que nos está contando ahora Marmolejo), y con el Mariscal Martín Ruiz de Gamboa en el socorro que se hizo a la ciudad de Cañete, y en las guazabaras de Millarapue y Pailataro, y ahora, últimamente, está en el ejército de Vuestra Majestad que yo traigo, para el sometimiento de Arauco, Tucapel y las demás provincias rebeladas contra vuestro real servicio, usando el cargo de capitán de una compañía, en la que sirve a Vuestra Majestad con sus armas, caballos y criados, como caballero hidalgo, a su costa, gastando de su hacienda y sustentando a su mesa a los soldados. No parece haberos agraviado en cosa alguna, ni recibido ayuda económica de vuestra Real Hacienda. Tiene en la ciudad de Villarrica un repartimiento de indios, los cuales son de poco aprovechamiento. Por lo cual y por los dichos sus trabajos y gastos, merece que Vuestra Majestad le haga mucha merced, porque la que se le hiciere se ajustará a los servicios que ha prestado". GASPAR VERDUGO, en 1582, con poder concedido por el Cabildo de Santiago de Chile, asistió en su representación, junto a  don Francisco de Iriazábal, al concilio eclesiástico que se inició en Lima el día 26 de mayo. Hay también constancia de que aún vivía el año 1584.




lunes, 27 de diciembre de 2021

(1603) Lorenzo Bernal era un capitán de enorme valía, pero muy duro, incluso con sus solados. Rechazando el consejo de sus capitanes, el gobernador Sarabia va a participar en una pelea. Hablemos del obispo fray Antonio de San Miguel.

 

     (1193) Probablemente por verse desplazado, Miguel de Velasco y Avendaño va a renunciar a tomar el mando de una tropa, pero protestarán lo soldados: "Oyendo el parecer de todos, el gobernador Sarabia, decidió que el general Martín Ruiz de Gamboa, como hombre prestigioso, llevase a su cargo la provincia de Tucapel y Arauco, y con sesenta soldados anduviese por toda ella pacificando a los indios y castigando a los que fuesen rebeldes. Le propuso al general don Miguel de Velasco que se encargase del ejército como lo había hecho cuando gobernaban los oidores, pero no lo quiso aceptar excusándose con algunas razones. El gobernador Sarabia quiso entonces llevar consigo al maestre de campo Lorenzo Bernal, para que mandase en todo, pues era hombre que tenía práctica de la guerra,  y conocía la tierra y las mañas de los indios. Sabido esto por algunos hidalgos mancebos que estaban a mal con el maestre de campo desde el tiempo en que mandaba el gobernador Rodrigo de Quiroga, y eran amigos de don Miguel de Velasco, fueron adonde él, le insistieron en que aceptase el cargo, pues era muy honroso, y ellos no querían ser mandados por el maestre de campo, quedando de esta manera persuadido, y lo aceptó".

     Asumido, pues, el cargo por parte de Miguel de Velasco, que entonces era también corregidor de la ciudad de Concepción, el gobernador Sarabia se centró en preparar cuanto antes los ataques a los indios. Le mandó al maestre de campo Velasco que, con sesenta soldados, se situase entre los ríos Biobío y Niviquetén, mientras él con el resto del ejército se colocaría en la otra ribera, esperando que los indios, viéndose cercados, tuvieran que  rendirse o resultaran derrotados: "Esto que puso por obra, si no se desbaratara después, habría sido una idea acertada, pues ya tenía el fuerte de Arauco encomendado al capitán Gaspar de la Barrera, natural de Sevilla, con treinta hombres de guerra, y la ciudad de Cañete la tenía a su cargo el general Martín Ruiz de Gamboa, con sesenta hombres. Algunos que tenían práctica de guerra le dijeron al gobernador Sarabia que no debía ir allá, sino quedarse en la ciudad de Concepción, y desde allí ordenar lo que fuese necesario, pues tenía capitanes que habían luchado durante muchos años. Pero no les hizo caso, diciendo que, si se quedaba en Concepción, lo harían también muchos soldados antiguos y capitanes que no querrían ser mandados por otros, y debido a eso le convenía ir con el ejército, pero solo para estar allí presente y que don Miguel hiciese lo que creyese conveniente, pues todo se lo había confiado. Con ese propósito, salió de Concepción, y, llegando a los Llanos, vino a verlo un indio hermano del acique Lloble, al cual lo trató bien y lo envió por mensajero a llamar a su hermano, dándole un anillo para que entendiese que no recibiría mal alguno y podría venir seguro. Pero Lloble no se fio, porque hacía pocos días que había matado por orden suya a un soldado llamado Gavilán, que llevaba unas ovejas, debido a lo cual estaba temeroso. Desde allí caminó el gobernador Sarabia al río de Biobío, lo pasó en unas balsas de madera, y, dejando a un lado la ciudad de Angol, que estaba a falta de provisiones, se fue a la ciénaga de Rancheuque, donde se había asentado el ejército".

 

     (Imagen) A los pocos días de haber entrado en Santiago de Chile el gobernador Melchor Bravo de Saravia, llegó FRAY ANTONIO DE SAN MIGUEL, el primer obispo de La Imperial. Fray Antonio nació el año 1521 en Salamanca, aunque sus padres eran de la salmantina Ledesma. A los 18 años ingresó en el convento de San Francisco de Salamanca, fue ordenado sacerdote, y, cuando formaba parte de la comunidad en Toro, fue enviado al Perú.  Estando ya en el convento de Lima, los oidores de la Audiencia (que se habían hecho cargo de la gobernación de Perú) le pidieron que acompañase al ejército leal al Rey, que se iba a enfrentar al rebelde Girón, y dicen los cronistas que,  gracias a las palabras que dirigió a los soldados la víspera de la batalla de Pucará (octubre de 1554), aseguró su victoria. Más adelante, predicando en la catedral del Cuzco, les pidió a los encomenderos que fundasen hospitales e hiciesen obras de caridad, diciéndoles: 'Mostraos, señores, tan generosos como os mostrasteis fuertes y valerosos para ganar este imperio del Perú”. Nombrado obispo de La Imperial, llegó a su sede chilena en 1568. En sus cartas a Felipe II insistía en que la guerra con los mapuches continuaría mientras persistiese el sistema injusto de la encomienda y del servicio personal de los Indios. Le pidió también la fundación de un colegio en La Imperial, y hasta de una universidad, inaugurando por entonces un seminario muy sencillo. Celebró allí un sínodo diocesano y encargó la traducción del Catecismo al idioma araucano. En 1571, y durante tres años, emprendió un viaje agotador para visitar todos los territorios que estaban bajo su autoridad episcopal, que eran los correspondientes a las ciudades de La Imperial, Osorno, Concepción, Valdivia, Castro (en el archipiélago de Chiloé) y Angol. Tuvo también influencia en el hecho de que la Audiencia de Concepción fuera suprimida el año 1573, ya que se impuso el sensato criterio de que debía radicar en Santiago de Chile, capital del país. En 1589 FRAY ANTONIO DE SAN  MIGUEL abandonó su diócesis chilena, en la que había permanecido 22 años, y fue camino de su nuevo destino, el muy lejano obispado de Quito, tras ser nombrado por el papa Sixto V, pero, estando ya cerca, falleció en Riobamba en noviembre de 1590. Había sido también obispo de Concepción, la ciudad chilena, como se ve en la imagen, que es un testimonio, escrito en latín, acerca de la erección de la iglesia catedral de dicha ciudad, efectuada por su primer obispo, ANTONIO DE SAN  MIGUEL, el 18 de mayo de 1571. Se trata de una copia hecha en Concepción el 25 de enero de 1673.




sábado, 25 de diciembre de 2021

(1602) El gobernador Melchor Bravo de Sarabia, que había triunfado militarmente en Perú, pensó ingenuamente que iba a conseguirlo pronto con los mapuches. Uno de sus capitanes era Diego de Barahona.

 

     (1192) El cronista Marmolejo nos apunta ya de entrada que el gobernador Melchor Bravo de Sarabia era un buen militar, pero al que le perjudicaron en Chile sus impacientes ganas de pacificar cuanto antes a los indios: "En Santiago todos entendieron el deseo que traía de acabar la guerra que tantos años duraba y tan dañosa era para todo el reino, y, como hombre que tenía experiencia de haber visto que muchas veces soldados sencillos decían cosas militares acertadas, trataba con ellos de ordinario sobre la manera en que habría de acabarla con brevedad, la cual brevedad después le dañó mucho". Era la principal preocupación del gobernador Sarabia, y llegó incluso a pedirles a los vecinos que contribuyeran aportando para las batallas parte del oro que sacaban de las minas. Los vecinos ayudaron, pero pedían algo a cambio: "Decidieron darle la octava parte del oro que los indios les sacasen durante ocho meses, pero con la condición de que no llevase a la guerra a ningún vecino, ni hijo suyo ni criado, de los que tuviesen en sus haciendas. Aunque el gobernador se comprometió a respetarlo, no lo cumplió, pues se llevó nueve vecinos, de lo cual se quejaban la mayoría, pero, como no les quedaba otro remedio, lo llevaban con buen ánimo. Llegó también a un acuerdo con los oficiales del rey para gastar de la Hacienda Real lo que fuese necesario Después de haber dado a sus soldados armas, caballos y ropas, cuyo costo ascendió a más de ocho mil pesos, salió de la ciudad de Santiago al llegar la primavera con ciento diez soldados bien ordenaados, y dejó a su mujer e hijos en casa del general Juan Jufré muy bien servidos, como si estuvieran en la suya propia".

     Recordemos (como ya vimos) que Melchor Bravo de Sarabia había pasado por una experiencia militar sumamente complicada, siendo capaz de resolverla brillantemente. Muerto en 1552 el virrey de Perú, el gran Antonio de Mendoza, tuvo Melchor la tarea de sofocar allí, como presidente de la Audiencia de Lima, la rebelión del peligroso Francisco Hernández Girón, consiguiendo derrotarlo y ejecutarlo. Ese prestigio fue la causa de que le recibieran con tanto entusiasmo en Chile. Como era natural, tras las fiestas que le hicieron en Santiago de Chile, le tocaba ir a Concepción para verse con los dos oidores de la Audiencia, y partió hacia allá con la tropa que había reunido. Por donde pasaba lo vitoreaban. Él se adelantó dejando al mando de  sus hombres al capitán burgalés Diego de Barahona: "En la ciudad de  Concepción, al saber que venía, salieron de ella para recibirle el general don Miguel de Velasco (y Avendaño) y muchos otros capitanes, haciéndole el capitán Diego de Aranda un espléndido banquete en una encomienda de indios que allí tenía. Siguiendo su camino acompañado de tan principal gente y tratando en cosas de guerra, llegó a la ciudad de Concepción, donde fue recibido por los oidores y por el pueblo con mucha alegría. Le hospedó en su casa el licenciado Egas, oidor de aquella Audiencia, con muchos regalos, buena conversación y muy principal mesa, porque era generoso en lo que hacía. Estando en tan buena conversación, y para que no se le pasase el tiempo conforme al deseo que traía, trató con los capitanes que en aquella ciudad estaban acerca de la manera en que tendría que hacer la guerra".

 

     (Imagen) Acaba de citar el cronista al capitán DIEGO DE BARAHONA Y TORRES. Tuvo un pariente cercano llamado ANDRÉS DE BARAHONA. De ambos hay escasa información, por lo que los trataré juntos. Para mayor complicación, Diego de Barahona llegó a las Indias en 1555 en la flota del virrey Marqués de Cañete acompañado de dos primos suyos, Juan y Diego de Barahona, a los que vamos a dejar de lado. Del Diego mencionado por el cronista Marmolejo, podemos decir lo siguiente. Nació en Burgos el año 1536 de una familia en buena posición. Permaneció en Lima ejerciendo de  militar hasta que el año 1565 fue en una expedición de Jerónimo de Costilla a Santiago de Chile, como refuerzo para la lucha contra los indios. Participó como capitán de caballería en la durísima guerra de Arauco con el buen gobernador Rodrigo de Quiroga, y en la reedificación de la martirizada ciudad de Cañete. Asimismo, sirvió como capitán del gobernador Bravo de Sarabia en la tropa que viajó hacia el sur camino de Angol (que es lo que nos está contando ahora el cronista). Fue nombrado corregidor de la ciudad de Valdivia, cargo que desempeñó hasta el año 1571, falleciendo entonces (quizá herido), con fama de humano, en La Imperial, bajo el cuidado de otra persona amable, su pariente Gabriel de Villagra. Dejó mujer,  Isabel Buisa, un hijo y una hija. La vida del también burgalés ANDRÉS DE BARAHONA resultó muy distinta. Nació hacia el año 1530 y fue en 1551 a México, trasladándose poco después a Chile, con la peculiaridad de que nunca le dio por guerrear. Lo suyo fueron siempre las labores de un funcionario público que también se dedicaba a mercadear, para lo que abrió un establecimiento en Santiago de Chile. Con los beneficios del negocio y el sueldo de escribano conseguía mantener una vida digna,  aunque quizá algo precaria, porque hubo un detalle extraño en su testamento. A sus varios hijos, todos naturales, les dejó indicado en el documento: "No tengo bienes ninguno que poderles dejar a mis hijos, y les pido que permanezcan en la virtud, para que, mediante ella, consigan lo que yo les deseo”. No obstante, tras morir él, que fue hacia el año 1600, uno de sus hijos, ÍÑIGO DE BARAHONA, hizo fortuna, tuvo asimismo solamente hijos naturales, y, al fallecer el año 1657 en Santiago de Chile, les dejó en herencia muchas propiedades inmobiliarias. En la imagen vemos la ciudad de Burgos, patria chica de estos Barahona, en el siglo XVI, sin que pudiera faltar, a lo lejos, su bella e impresionante catedral.




viernes, 24 de diciembre de 2021

(1601) Aunque los dos oidores tenían buena voluntad, estuvieron a punto de sufrir un motín porque la gente se quejaba de que repartían mal las recompensas. Al llegar el nuevo gobernador, Melchor Bravo de Sarabia, tuvo un gran recibimiento.

 

Los soldados le hacían responsable al oidor Egas Venegas de la mala adjudicación de las encomiendas, ya que era el que tenía mayor mando en la gobernación por ser más antiguo en el cargo. Al margen de esa interpretación, lo grave era que la gente estaba a punto de llegar a un motín: "De esto resultó una alteración que se extendió por el reino afeándolo, y diciendo que era justo no participar en la guerra, pues los que luchaban solo sacaban trabajos, hambres y muertes, y los provechos se los daban a quienes les parecía, no habiendo nunca andado en ella". Les molestaba también que, cuando les hacían justas reclamaciones a uno de los oidores, los enviaba adonde el otro, el cual se los devolvía sin solución alguna. El malestar aumentaba porque estaban acostumbrados al buen trato de los gobernadores anteriores. Y se hartaron tanto, que los amagos de buenas respuestas por parte de los oidores no les calmaron la rabia: "Y después, aunque los oidores les daban ayuda, que eran los doscientos pesos de la paga del Rey, no querían recibirlos, por lo que algunos se metían en las iglesias y otros se escondían por los montes para que no los obligasen, pues, aunque los oidores eran afables y repartían lo que tenían amigablemente con quien lo quería, siempre les resultaban odiosos".

     Pero todo se normalizó con la llegada de otro oidor con mando supremo (al que ya le dediqué una reseña). Como siempre ocurría en aquellos tiempos (y aún hoy en día en América) el nombre va precedido de su categoría profesional o de nobleza: "Vino el 'doctor' Melchor Bravo de Sarabia como gobernador del reino, presidente de la Audiencia y capitán general del ejército. Entrado en la ciudad de La Serena, que es el primer puerto de Chile (según se llega), pronto se supo en la ciudad de Santiago y desde allí mandaron mensajero a la Concepción (recordemos que allí estaban los dos oidores en apuros), de lo que recibieron los oidores y toda la gente gran alegría, porque les quitaba gran trabajo (a los oidores), pues ya no sabían cómo juntar una tropa para el verano. También los soldados que andaban en la guerra se alegraron mucho, y los que estaban por las ciudades del reino comenzaron a prepararse para ir a servirle, debido a que el doctor Sarabia traía gran fama de hombre prudente y buen cristiano. Los oidores, para mejor ayudarle en las cosas de guerra, mandaron al capitán Gaspar Verdugo, que estaba en el fuerte de Arauco, que fuese adonde el capitán Alonso Ortiz de Zúñiga para que trajese consigo a todos los soldados que había juntado durante el verano".

     El cronista nos menciona también cómo fue la partida desde Perú del  nuevo gobernador de Chile: "Embarcándose con buen tiempo en el puerto de los Reyes, llegó a la ciudad de Coquimbo, que también se llama La Serena. Fue recibido por el cabildo de aquella ciudad y por el comendador Pedro de Mesa, natural de Córdoba. Coquimbo tiene solamente nueve vecinos, debido a que hay pocos indios. Si Valdivia pobló aquella ciudad fue por el puerto que tenía para navíos, para que tuvieran  allí la escala los que viniesen por tierra y por tener aquel paso seguro, así como pensando en el futuro, pues, como ahora vemos, no se engañó, porque muchos se han avecindado en ella, cada día se va ampliando y al presente es un buen pueblo".

 

     (Imagen) Pues veamos con los ojos del cronista cómo se celebraba la llegada de un gobernador de Chile, en este caso MELCHOR BRAVO DE SARABIA. Había desembarcado en el puerto de La Serena, y los vecinos de la capital,  Santiago de Chile, se ocuparon de que pudiera hacer el recorrido hasta su encuentro con la mayor seguridad y comodidad posibles. "Llegando el gobernador a vista de la ciudad, le salió a recibir toda la gente de a caballo, que era mucha, los más en orden de guerra con lanzas y adargas, y muchos indios de los que estaban en la zona de Santiago, armados a su usanza con muchas maneras de invenciones. Lo recibieron acompañándolo hasta las puertas de la ciudad, donde estaba el capitán con todo el cabildo esperando. Llegado cerca, le ofrecieron en nombre de la república un hermoso caballo overo (blanco con partes oscuras), aderezado a la brida, con una guarnición de terciopelo dorada, el cual lo recibió y se puso en él, y llegando a las puertas salió el titular de la justicia con todo el cabildo, todos bien aderezados de negro, y le dieron la bienvenida. Luego le pidió el corregidor en nombre de la ciudad: 'Vuestra Señoría jure poniendo la mano encima de estos evangelios, teniendo el libro abierto, que guardará a esta ciudad todas las libertades, fueros y exenciones que hasta aquí ha tenido, y por los demás gobernadores antecesores de Vuestra Señoría le han sido dadas y guardadas'. Respondió a estas palabras que lo juraba así. Abrieron luego las puertas de la ciudad y sacaron un palio de damasco azul con muchas franjas de oro que lo hermoseaban, teniéndolo delante de la puerta para que se pusiera debajo de él, pero, aunque se lo pidieron por merced los alcaldes y regidores, no lo quiso aceptar, mostrando mucha humildad. Llegó el corregidor Juan Barahona para tomarle el caballo por la rienda, honrándole como es costumbre, y no lo quiso consentir, mostrando la llaneza que tenía, hasta que, siendo insistido, lo permitió, mas no quiso entrar debajo del palio, sino ir detrás de él como dos pasos. De esta manera lo llevaron a la iglesia mayor y desde allí a su posada. A los pocos días entró fray Antonio de San Miguel, obispo de La Imperial y el primero consagrado en el reino de Chile. Quince días más tarde llegó la mujer del gobernador, doña Jerónima de Sotomayor, y fue recibida con mucha alegría de todo el pueblo, de lo cual era merecedora por las muchas virtudes que tenía. En la imagen vemos el monumento de Pedro de Valdivia en la plaza central de Santiago de Chile, algo que, ni en sueños, pudo imaginar.




jueves, 23 de diciembre de 2021

(1600) Antes de que llegara Melchor Bravo, el presidente de la Audiencia, se hicieron cargo de la gobernación de Chile dos oidores, con buena voluntad pero excesivamente rigurosos por falta de experiencia. Uno de ellos era JUAN TORRES DE VERA.

 

     (1190) Los dos oidores actuaban autoritarios y con poco tacto, y los soldados se quejaban: "En la ciudad de Concepción, mandaron aquellos señores oidores que todos los que estaban preparados para la guerra saliesen luego de la ciudad y fuesen a Arauco, donde estaba el general don Miguel de Velasco. Mandaron asimismo a los procuradores de las ciudades que fuesen con los demás, de lo que algunos de ellos se tenían por agraviados, ya que, como los oidores venían de Castilla y tenían poca práctica de las cosas de Chile, cuando mandaban una cosa, no admitían ninguna réplica. Un hidalgo llamado Santisteban, que vino como procurador de la ciudad de Osorno, dio algunas razones para no ir, y, no siéndole admitidas, le dijo al licenciado Egas Venegas: 'Creíamos que vuestras mercedes venían a este reino a ayudarnos y dolerse de nuestros trabajos'. Por esas palabras, ordenó llevarlo al cepo, y él, para no verse preso, fue adonde le mandaron. A otro soldado antiguo y viejo le mandó el licenciado Juan Torres de Vera que fuese con los demás, le respondió que no tenía caballo en que ir, y le mandó que fuese a pie o en un barco por la mar. Se llamaba Diego de Carmona, y le notificó, bajo pena de muerte, que cumpliera lo que se le mandaba, por lo que tuvo que ir  como pudo. Ya desde entonces comenzaban a sentir todos cuánto mejor les iba con los gobernadores que con los oidores de la Audiencia, maldiciendo a los que habían pedido que se fundara. Llegados a Arauco, el general don Miguel los consoló a todos porque los conocía desde hacía mucho tiempo. Por ello, mandó aviso a los oidores diciendo que muchos de aquellos soldados pasaban necesidad, y que, debido a las frecuentes guerras, estaban rotos y muy pobres, por lo que era justo que se les enviase alguna ropa con que cubrir las carnes. Los oidores  mandaron enseguida que en dos barcos les llevasen paño, camisas y otras cosas con que se aderezasen, y que él se la repartiese como le pareciese".

     Llegó la ropa, y el general don Miguel de Velasco la repartió entre sus hombres más necesitados: "Luego salió de Arauco y anduvo por todo el territorio pacificando como mejor podía a los naturales, gente tan malvada, que de ordinario piensan en traiciones". Siguió habiendo malentendidos con los dos oidores, que, aunque eran autoritarios, tenían buena voluntad, pero solía ser mal interpretada por los soldados: "Había muchos hombres nobles que se quejaban en público de los oidores, diciendo que el rey los había enviado al reino de Chile para aplicar justicia, y que, aunque lo hacían bien en los litigios, sin embargo no eran imparciales cuando se trataba de repartir las encomiendas de indios, porque se las daban a sus parientes y a otros que eran paisanos suyos, debiendo tener preferencia muchos hidalgos que, desde el tiempo de Valdivia, habían trabajado mucho y ayudado a ganarlas, y muchas veces aventurado sus vidas sirviendo al rey, y al presente lo hacían, y decían que la instrucción que Su Majestad les había dado mandaba que, en el proveer tales adjudicaciones, tuviesen en cuenta a hombres beneméritos y antiguos, pero ellos no lo hacían así".

 

     (Imagen) Uno de los dos oidores de la recién fundada Audiencia que se hicieron cargo de la gobernación de Chile, JUAN TORRES DE VERA Y ARAGÓN, tuvo una deriva especial durante su estancia en las Indias. Vino al mundo en Estepa (Sevilla) el año 1527, y pertenecía a una familia distinguida y culta. Su padre, Juan Alonso de Vera, que ostentaba en esa población sevillana el cargo de contador del Comendador de la Orden de Santiago,  era natural de Llerena, la población de Badajoz que dio origen al gran cronista de Indias Pedro Cieza de León. Dos hermanos de Juan Torres vivieron también la aventura de las Indias, y hubo otro, Francisco de Vera, que ocupó puestos jurídicos y políticos de  gran relieve: catedrático, oidor de la Audiencia Real de Valladolid, visitador en Nápoles, embajador en Saboya y embajador en Venecia. El licenciado en leyes  y oidor de Audiencia Juan Torres de Vera llegó a Chile en 1567 con un currículo parecido al de su hermano Francisco. En 1568 asumió el cargo de presidente de la Audiencia de Chile Melchor Bravo de Sarabia, así como la gobernación interina del país, quedando supeditados a él los dos oidores que llegaron antes. No obstante, Melchor Bravo, al que le gustaba guerrear contra los indios, le confió a Juan Torres de Vera el puesto de general del ejército, quien después alcanzó responsabilidades de alto nivel. Se dio la circunstancia curiosa de que el gran conquistador vasco Juan Ortiz de Zárate, gobernador de Río de la Plata y de Paraguay, dejó dispuesto, antes de morir el año 1576, que le sustituyera en el cargo quien se casara con una hija suya mestiza, Juana Ortiz de Zárate y Yupanqui. Hubo varios pretendientes, pero fue Juan Torres quien consiguió el matrimonio y la gobernación. Tuvo bastantes complicaciones jurídicas, y la enemistad del virrey Francisco de Toledo, que había preferido a otro candidato. Juan Torres consiguió hacer cosas positivas, como la fundación de Corrientes, la ciudad argentina (actualmente con un millón de habitantes). En los peores momentos de sus acusaciones jurídicas, delegó su gobierno en el gran Juan de Garay, pero en 1589 quedó absuelto de toda culpa, y siguió ejerciendo hasta 1592. JUAN TORRES DE VERA murió el año 1613 en la Villa de la Plata (la actual Sucre boliviana). En la imagen vemos su firma en un documento dirigido en 1576 al rey Felipe II con la habitual despedida protocolaria de aquellos tiempos: "Besa los reales pies y manos de Vuestra Majestad su humilde criado el Licenciado Juan de Torres de Vera".




miércoles, 22 de diciembre de 2021

(1599) Los recién llegados oidores cometieron algunos errores de novatos. Cambiaron puestos de mando y creyeron que, en el fondo, los mapuches eran gente pacífica. Hablemos del vasco Pedro González de Andicano.

 

     (1189) Por aquello de que 'más sabe el tonto en su casa que el listo en la ajena', los dos oidores de la Audiencia van a cometer bastantes errores, aunque los dos primeros asuntos los resolvieron bien: "Ya dije que algunos soldados que estaban disgustados con el maestre de campo,  Lorenzo Bernal de Mercado, se quejaron a los oidores  por su manera de mandar en la ciudad de La Serena. Decían que los trataba mal de palabra y que era áspero de condición e insufrible. Llegado a Concepción, les entregaron una carta a los oidores pidiéndoles que le quitasen del cargo que tenía, o que les diesen licencia a ellos para irse adonde quisiesen. Leída por los oidores y como hombres discretos, le llamaron para que viniese a Concepción. Llegado que fue, lo nombraron corregidor de aquella ciudad, queriendo tenerlo cerca de sí para casos repentinos y cosas de guerra. Luego algunos hombres principales les dijeron a los oidores que el capitán don Miguel de Velasco y Avendaño (persona muy prestigiosa, de quien ya hablamos) era hombre al que se le podía encomendar cualquier cosa por importante que fuese, y, haciéndoles caso, lo nombraron capitán general para todos los casos de guerra, y escribieron al general Martín Ruiz de Gamboa para que lo supiera. Cumpliendo fielmente lo ordenado, Martín Ruiz de Gamboa le entregó al nuevo general la gente y se vino a Concepción. Don Miguel llegó a la ciudad de Cañete, y usando del cargo y mando, anduvo por la provincia hablando a los caciques para que sirviesen a los cristianos y permaneciesen en sus casas".

     Pero pronto los oidores pecarán de ingenuos, con falta de tacto añadida: "En este tiempo, saliendo de la ciudad de Concepción un sacerdote que iba a la Nueva Galicia (la isla de Chiloé), fue muerto por indios salteadores que lo estaban aguardando. Llegando allí cuatro que iban juntos, al clérigo y a un amigo suyo que iban delante, los mataron a vista de los otros dos, que se fueron hacia la ciudad de Angol huyendo por no poderles dar socorro; uno de ellos era fraile y el otro estaba enfermo. Tras dar aviso en la ciudad de lo sucedido, salió el capitán que allí estaba a castigar a los culpables y tomó algunos de ellos. Después de enterrar a los muertos, envió los malhechores a la Audiencia para que aquellos señores los castigasen. Lo hizo así porque entonces ningún capitán quería matar indio alguno, sino, con amonestaciones y buenas palabras, pacificarlos, porque veían que los oidores, como no conocían a los indios, los trataban amorosamente, y decían que era el mal tratamiento lo que les hacía preferir morir en la guerra que servir a los cristianos, cuando, en realidad, se portaban así por ser ellos muy belicosos, como después lo supieron los oidores por experiencia. A estos indios que mataron al clérigo no los castigaron, sino que se los enviaron al general para que lo hiciese, pero resultó que, llegados los indios, como vio don Miguel que no los habían querido castigar, los mandó soltar. Y, por eso, los indios se marcharon diciendo que el general don Miguel no los había matado porque tenía miedo. Decían también que los oidores eran como clérigos, porque los veían andar sin espadas y con ropas largas, lo cual dañó mucho a la provincia".

 

     (Imagen) Acabamos de ver que, en la derrota que sufrieron los indios junto a la ciudad de Cañete, el general vasco Martín Ruiz de Gamboa le indicó al capitán Andicano que cubriera una zona. Se trataba de PEDRO GONZÁLEZ DE ANDICANO, también vasco, sin duda de gran valía, pero del que es muy difícil encontrar datos personales. No obstante, Alonso de Ercilla, asimismo vasco, en su epopeya La Araucana se refiere a él repetidamente, ya que ambos lucharon juntos. Pedro de Andicano nació el año 1527, y partió hacia Chile con la tropa que el virrey de Perú don Antonio de Mendoza envió para ayudar a un Pedro de Valdivia en apuros, llegando a La Serena a finales del año 1552. Unos meses después fue con otro grupo a Tucumán, donde Francisco de Aguirre, por encargo del gobernador Pedro de Valdivia, se encontraba al frente de una campaña de conquista que tenía su puesto de mando en la estratégica ciudad de Santiago del Estero. Al morir Valdivia, regresó a Chile urgentemente Francisco de Aguirre con pretensiones de sucederle en el cargo de gobernador, llevando entre sus hombres a Pedro de Andicano, pero la llegada del definitivo titular, García de Mendoza, cambió por completo el panorama político, y bajo sus órdenes, Pedro de Andicano participó en varias batallas victoriosas contra los mapuches. Acabada la gobernación de Mendoza, sirvió al nuevo gobernador, Francisco de Villagra, a quien la fortuna militar le resultó bastante esquiva. Estando en Arauco, se vieron los soldados muy acosados por los indios, y ocurrió algo dramático (ya comentado) que el propio Pedro de Andicano describió. Murió en el enfrentamiento, por exceso de valentía, el capitán Lope Ruiz de Gamboa, al que hicieron pedazos los indios y los pusieron en las puntas de sus lanzas con muchos alaridos. Y comenta Andicano: "Al ser visto por los españoles, fue grande el sentimiento y tristeza que se recibió viendo muerto un caballero tan principal, en quien todos tenían tanta ayuda y favor, y así, con gran saña, salieron españoles del fuerte, y por fuerza de armas, con este testigo (Andicano), que fue el que se lo pidió al General, entraron entre los indios, sacaron el cuerpo, recobraron la cabeza y la trajeron al dicho fuerte". Después PEDRO GONZÁLEZ DE ANDICANO se trasladó a Concepción, donde figuraba como vecino en 1565, aunque también tenía el año 1567 una encomienda de indios en Cañete, pero hay constancia de que, en 1569, ya había muerto. En la imagen vemos su firma.


     (1189) Por aquello de que 'más sabe el tonto en su casa que el listo en la ajena', los dos oidores de la Audiencia van a cometer bastantes errores, aunque los dos primeros asuntos los resolvieron bien: "Ya dije que algunos soldados que estaban disgustados con el maestre de campo,  Lorenzo Bernal de Mercado, se quejaron a los oidores  por su manera de mandar en la ciudad de La Serena. Decían que los trataba mal de palabra y que era áspero de condición e insufrible. Llegado a Concepción, les entregaron una carta a los oidores pidiéndoles que le quitasen del cargo que tenía, o que les diesen licencia a ellos para irse adonde quisiesen. Leída por los oidores y como hombres discretos, le llamaron para que viniese a Concepción. Llegado que fue, lo nombraron corregidor de aquella ciudad, queriendo tenerlo cerca de sí para casos repentinos y cosas de guerra. Luego algunos hombres principales les dijeron a los oidores que el capitán don Miguel de Velasco y Avendaño (persona muy prestigiosa, de quien ya hablamos) era hombre al que se le podía encomendar cualquier cosa por importante que fuese, y, haciéndoles caso, lo nombraron capitán general para todos los casos de guerra, y escribieron al general Martín Ruiz de Gamboa para que lo supiera. Cumpliendo fielmente lo ordenado, Martín Ruiz de Gamboa le entregó al nuevo general la gente y se vino a Concepción. Don Miguel llegó a la ciudad de Cañete, y usando del cargo y mando, anduvo por la provincia hablando a los caciques para que sirviesen a los cristianos y permaneciesen en sus casas".

     Pero pronto los oidores pecarán de ingenuos, con falta de tacto añadida: "En este tiempo, saliendo de la ciudad de Concepción un sacerdote que iba a la Nueva Galicia (la isla de Chiloé), fue muerto por indios salteadores que lo estaban aguardando. Llegando allí cuatro que iban juntos, al clérigo y a un amigo suyo que iban delante, los mataron a vista de los otros dos, que se fueron hacia la ciudad de Angol huyendo por no poderles dar socorro; uno de ellos era fraile y el otro estaba enfermo. Tras dar aviso en la ciudad de lo sucedido, salió el capitán que allí estaba a castigar a los culpables y tomó algunos de ellos. Después de enterrar a los muertos, envió los malhechores a la Audiencia para que aquellos señores los castigasen. Lo hizo así porque entonces ningún capitán quería matar indio alguno, sino, con amonestaciones y buenas palabras, pacificarlos, porque veían que los oidores, como no conocían a los indios, los trataban amorosamente, y decían que era el mal tratamiento lo que les hacía preferir morir en la guerra que servir a los cristianos, cuando, en realidad, se portaban así por ser ellos muy belicosos, como después lo supieron los oidores por experiencia. A estos indios que mataron al clérigo no los castigaron, sino que se los enviaron al general para que lo hiciese, pero resultó que, llegados los indios, como vio don Miguel que no los habían querido castigar, los mandó soltar. Y, por eso, los indios se marcharon diciendo que el general don Miguel no los había matado porque tenía miedo. Decían también que los oidores eran como clérigos, porque los veían andar sin espadas y con ropas largas, lo cual dañó mucho a la provincia".

 

     (Imagen) Acabamos de ver que, en la derrota que sufrieron los indios junto a la ciudad de Cañete, el general vasco Martín Ruiz de Gamboa le indicó al capitán Andicano que cubriera una zona. Se trataba de PEDRO GONZÁLEZ DE ANDICANO, también vasco, sin duda de gran valía, pero del que es muy difícil encontrar datos personales. No obstante, Alonso de Ercilla, asimismo vasco, en su epopeya La Araucana se refiere a él repetidamente, ya que ambos lucharon juntos. Pedro de Andicano nació el año 1527, y partió hacia Chile con la tropa que el virrey de Perú don Antonio de Mendoza envió para ayudar a un Pedro de Valdivia en apuros, llegando a La Serena a finales del año 1552. Unos meses después fue con otro grupo a Tucumán, donde Francisco de Aguirre, por encargo del gobernador Pedro de Valdivia, se encontraba al frente de una campaña de conquista que tenía su puesto de mando en la estratégica ciudad de Santiago del Estero. Al morir Valdivia, regresó a Chile urgentemente Francisco de Aguirre con pretensiones de sucederle en el cargo de gobernador, llevando entre sus hombres a Pedro de Andicano, pero la llegada del definitivo titular, García de Mendoza, cambió por completo el panorama político, y bajo sus órdenes, Pedro de Andicano participó en varias batallas victoriosas contra los mapuches. Acabada la gobernación de Mendoza, sirvió al nuevo gobernador, Francisco de Villagra, a quien la fortuna militar le resultó bastante esquiva. Estando en Arauco, se vieron los soldados muy acosados por los indios, y ocurrió algo dramático (ya comentado) que el propio Pedro de Andicano describió. Murió en el enfrentamiento, por exceso de valentía, el capitán Lope Ruiz de Gamboa, al que hicieron pedazos los indios y los pusieron en las puntas de sus lanzas con muchos alaridos. Y comenta Andicano: "Al ser visto por los españoles, fue grande el sentimiento y tristeza que se recibió viendo muerto un caballero tan principal, en quien todos tenían tanta ayuda y favor, y así, con gran saña, salieron españoles del fuerte, y por fuerza de armas, con este testigo (Andicano), que fue el que se lo pidió al General, entraron entre los indios, sacaron el cuerpo, recobraron la cabeza y la trajeron al dicho fuerte". Después PEDRO GONZÁLEZ DE ANDICANO se trasladó a Concepción, donde figuraba como vecino en 1565, aunque también tenía el año 1567 una encomienda de indios en Cañete, pero hay constancia de que, en 1569, ya había muerto. En la imagen vemos su firma.




martes, 21 de diciembre de 2021

(1598) Aunque los oidores se hicieron cargo de la gobernación de Chile, le respetaron a MARTÍN RUIZ DE GAMBOA el puesto de general de todas las tropas. La batalla de Cañete muestra, una vez más, que los españoles luchaban casi siempre contra una multitud.

 

     (1188) Los oidores, ya con el mando de la gobernación de Chile, de inmediato pensaron en la profesionalidad del general Martín Ruiz de Gamboa, pero con reticencias: "Queriendo sustentar lo que estaba de paz y atraer lo de guerra a quietud, le rogaron que se encargase de hacer la guerra a los indios alzados. Martín Ruiz les pedía que  le reconociesen el mando supremo. Los oidores no eran partidarios de dárselo hasta ser informados de lo que convenía al bien público, y así se dilató algunos días, hasta que después comunicaron por escrito a todo el común que lo respetasen y tuviesen por su capitán, como hasta entonces lo había sido. Con esta disposición, partió y llegó a Cañete, mandando en todo lo que entendía que convenía hacerse. El maestro de campo, Lorenzo Bernal de Mercado, que estaba en el fuerte de Arauco, quería venir a verse con los oidores, pero le enviaron recado de que no viniese, sino que se estuviese allí para hacer la guerra. Luego enviaron al capitán Alonso Ortiz de Zúñiga (fue alcalde de Santiago en 1580), natural de Sevilla, con orden  de que juntase toda la gente que pudiese en las ciudades de Valdivia, Osorno y Villarrica, y con ella viniese a Concepción".

     El capitán Alonso Ortiz consiguió alistar en Valdivia sesenta soldados, y llegó con ellos a Concepción, donde fueron muy bien recibidos por los oidores. Estando allí, llegaron noticias enviadas desde Cañete por el general Martín Ruiz de Gamboa, comunicando que, por estar preparando los indios un fuerte a dos leguas de la ciudad, había reclutado ochenta hombres, y que le pidió al maestre de campo, Lorenzo Bernal, que se encontraba en Arauco, que viniese con más gente a juntarse con él, y lo hizo de manera que, en total, lograron tener ciento quince soldados: "Llegado al fuerte de los indios el maestre de campo, lo examinó y luego le dijo al general que preparase cuadrillas, pues convenía pelear porque el fuerte estaba sin acabar, y podrían hacerlo con gran ventaja aunque los indios eran muchos. El fuerte que tenían era una trinchera con dos puntas a manera de luna cuando está de tres días. De frente había muchos hoyos de la estatura de un hombre, algunos de ellos cubiertos, siendo los indios que estaban detrás unos tres mil. El general preparó cuadrillas de a quince hombres, y las puso al mando de algunos soldados que eran tenidos por valientes: don Diego de Guzmán, natural de Sevilla, Alonso de Miranda y Luis de Villegas. De esta manera repartió todos los soldados, y con algunas alcancías (bolas de barro huecas) de fuego, que hacen entre los indios mucho efecto para desbaratarlos.  Estando todos juntos, el general se quedó a caballo para disponer lo que conviniese, estando a su lado treinta soldados para socorrer a los que habían de pelear a pie. El maestre de campo y algunos amigos quisieron pelear a pie para mejor poder animar y acaudillar a su gente. Primeramente les habló con breves palabras, diciéndoles que, aunque aquellos indios habían tenido ánimo para esperarles allí, confiados en la fuerza que tenían con la trinchera y los hoyos, no desmayasen, pues solo se trataba de indios, y que, peleando con determinación de hombres, como otras veces habían hecho, no les aguantarían el primer ataque".

 

     (Imagen) Veamos una batalla ocurrida cerca de Cañete. Tres mil indios estaban parapetados en un fuerte y detrás de una trinchera con hoyos delante. El maestre de campo les dio a  los soldados la dura orden de no socorrer al que cayera en ellos, porque lo mejor para todos era seguir acosando a los indios: "Con este propósito fueron caminando los españoles hacia el fuerte. Los indios los dejaron llegar, y, estando los cristianos muy cerca de él, intentaron entrar. Cayó un soldado en un hoyo, luego cayeron otros, y los indios les daban lanzadas. Los demás soldados no se quisieron ocupar en socorrerlos, sino, conforme a la orden que tenían, en asaltar la trinchera. Con esta determinación, les quitaron a los indios la posibilidad de herir a los que estaban en los hoyos, y, gracias a esa ventaja, salieron de ellos sin peligro. El maestre de campo, como sabía por dónde se les podía entrar, los acometió por aquella parte, y muchos soldados con él, mientras los indios defendían la entrada. El general MARTÍN RUIZ DE GAMBOA (natural de Bérriz-Vizcaya) estaba a caballo frente al fuerte con treinta hombres, de cara a los enemigos, y encomendó al capitán Andicano, con quince soldados a caballo, que vigilase una punta que hacía el fuerte, por si por allí quisiesen salir algunos indios. El maestre de campo se situó en uno de los dos cuernos de la trinchera, y allí pelearon con gran ánimo, lanza a lanza y a arcabuzazos, mientras los enemigos tiraban cantidad de flechas. Estuvo igualada un rato la batalla, haciendo cada una de las partes todo lo que podía, hasta que, viendo los indios la gran determinación de los cristianos, volvieron las espaldas para huir. Como no lo podían hacer a causa de estar tan apretados, los mataban con las espadas. Entonces, un soldado acertó a echar entre ellos una alcancía de fuego, que prendió de suerte que quemó a algunos indios. Viéndose  en peligro de muerte, los indios huyeron por la quebrada que a las espaldas tenían, sin que pudiesen los cristianos seguirlos. Murieron pocos indios por ser mala la tierra para caballos. De los cristianos, hubo muchos  heridos y ninguno muerto. Desde allí, anduvo después el general Martín Ruiz de Gamboa por la provincia llamando a los naturales para que viniesen en son de paz, los cuales, viendo que no tenían seguridad en parte alguna, comenzaron a llegar dando algunas disculpas, y, como les eran admitidas, venían cada día más, hasta que se les quitó el temor. Tratando bien a los que se pacificaron y castigando a los rebeldes, se calmaron, y servían a los españoles todos los comarcanos".




lunes, 20 de diciembre de 2021

(1597) Tras un trágico naufragio, los oidores llegaron a Concepción para fundar la Real Audiencia de Chile. Por lo que tuvo que cesar como gobernador Rodrigo de Quiroga, de quien el cronista hace grandes elogios.

 

     (1187) El general Martín Ruiz de Gamboa quedó muy satisfecho con la fundación de la ciudad de Castro, y, cumplido el encargo, decidió regresar a donde estaba el gobernador, Rodrigo de Quiroga: "El general se vino por la mar, alegre por su éxito, pero triste con la noticia de la muerte de su mujer, moza y rica, para ir a verse con el gobernador (de quien ella era hija y se llamaba Isabel de Quiroga). Por estar en mitad del invierno y ser entonces frecuentes los temporales, no pudo navegar, y fue por tierra a darle cuenta de lo que había hecho. Llegado a Cañete, donde el gobernador estaba, fue bien recibido,  y, a los pocos días, se  supo que el rey don Felipe había ordenado establecer en la ciudad de Concepción una Real Audiencia para el reino de Chile. Estaban ya en la ciudad de la Serena tres navíos, y en ellos venían dos oidores encargados de fundar la Audiencia. Tras recibir la noticia, el gobernador partió hacia Concepción, llevando consigo al general Martín Ruiz de Gamboa".

     Los oidores fueron muy festejados en La Serena, en Valparaíso y también en Santiago, donde les rogaron que la Audiencia se estableciera allí, pero no cedieron, ya que, sin que se sepa bien por qué, Felipe II había escogido sin paliativos que se fundara en Concepción. Los vecinos de la capital trataron de convencerlos con otra razón: "Les dijeron que era invierno y que por aquella costa reinaba mucho el viento norte, por lo que les podía suceder algún caso adverso, pero no cedieron, manteniéndose en su negativa, de lo que después resultaron bien arrepentidos.  Se hicieron a la vela por el mes de julio del año mil  quinientos sesenta y siete. Según iban  navegando, llegó un viento muy malo, y como estaba tan oscuro, el navío de Marroquí, que era uno de los tres y el mejor de todos, vino con el temporal tan cerca de tierra, que dio contra unas peñas, y en el momento fue hecho pedazos. Murieron en él muchos hombres principales y nobles, en especial el capitán Alonso de Reinoso, que había servido a su majestad mucho en las Indias, Pedro de Obregón, Gregorio de Castañeda y otros muchos hombres principales. Solo escaparon un pobre hombre llamado Lorenzo, genovés, y dos indios que sin saber cómo ni de qué manera se hallaron en tierra, echados por la mar. Los otros dos navíos, al amanecer, se hallaron junto a tierra, y quiso Dios que, tras doblar una punta, hallaran un puerto que se llama La Herradura, donde fondearon, y desde allí se fueron los navíos a Talcaguano, que es el puerto de la ciudad de Concepción, siendo recibidos con mucha alegría por el pueblo. El gobernador les entregó el gobierno del reino y se fue a Santiago, donde tenía su casa". Como veremos, eran dos los oidores, los licenciados Juan Torres de Vega y Egas de Venegas, y se hicieron cargo de la gobernación de Chile, pero después llegó como presidente de la Audiencia el oidor Melchor Bravo de Sarabia y fue gobernador hasta el año 1575. Su sustituto resultó ser nuevamente Rodrigo de Quiroga, siendo el motivo que Bravo de Sarabia,  aunque administró muy bien Chile, fracasó en su lucha contra los mapuches.

 

     (Imagen) El cronista, al dejar de ser gobernador de Chile Rodrigo de Quiroga, hace una semblanza muy elogiosa de su persona, y nos explica después en qué manos cayó la gobernación: "Tenía Rodrigo de Quiroga cuando tomó el gobierno a su cargo cincuenta años de edad. Había nacido en Galicia, en un pueblo pequeño llamado Tor, a dos leguas de Monforte y dieciséis de Ponferrada. Era hombre de buena estatura, moreno de rostro, la barba negra, cariaguileño, nobilísimo de condición, muy generoso, amigo en extremo grado de pobres, por lo que Dios le ayudaba en lo que hacía. Su casa servía de hospital y mesón para todos los necesitados, utilizando sus haciendas y posesiones. Se pudo con verdad decir de él lo que decían los griegos de Cimón, aquel valeroso natural de Atenas, hijo del gran Milcíades (también tenía abierta su casa para los menesterosos). Tuvo el gobierno de Chile durante poco más de dos años, y le costó gran cantidad de pesos de oro sacados de su hacienda y perdidos por su ausencia. Gobernó bien, con próspera fortuna y sin tenerla nunca adversa, sin dejar de batallar en todo el tiempo que gobernó. Si alguna cosa convenía al bien público, era el primero que ponía las manos en ella, y se comportaba como un soldado, teniendo muy en cuenta y muy puesto por delante el gobierno que a su cargo tenía, para que nunca se le reprochase haber dado ocasión alguna a un mal suceso. No se le conoció vicio de ninguna clase, ni lo tuvo, pues fue muy amigo de la virtud. Marchado el gobernador Rodrigo de Quiroga, los oidores asentaron la Audiencia conforme a la orden que de España traían, dada por Su Majestad y por el Consejo de las Indias. Comenzaron a examinar muchos negocios, parte de ellos sobre pleitos de concesión de indios, debido a que los interesados, por estar pobres, no podían ir a reclamar en la Audiencia de Lima, y porque, debido a las guerras, no podían sacar aprovechamiento de sus indios.  Luego llegaron muchos a la ciudad de Concepción para pedir lo que a cada uno le parecía tener derecho por títulos que les dieron los gobernadores pasados. Los oidores nombraron enseguida oficiales de la Audiencia y procuradores, señalaron lugar para cárcel, y, como habían tomado todo el gobierno del reino a su cargo, se ocupaban de cosas y proveimientos de guerra. Estos señores eran dos, llamados Juan Torres de Vega y Egas de Venegas, sin haber presidente, porque el licenciado Serra murió antes de llegar al Perú. Los dos tuvieron conjuntamente el gobierno de Chile".




sábado, 18 de diciembre de 2021

(1596) Agustín de Ahumada, Gamboa y Lorenzo Bernal tuvieron éxitos contra los indios y evitaron el cerco de la ciudad de Cañete. Por orden del gobernador, Martín Ruiz de Gamboa fundó en Chiloé la ciudad de Castro.

 

     (1186) Allí estaba Agustín de Ahumada, en la ciudad de Cañete, sacando fuerzas de flaqueza para frenar el ataque de los mapuches, envalentonados por su enorme diferencia numérica: "Mandó a dos soldados que manejasen las dos piezas de artillería sin ocuparse en otra cosa. Los indios venían cerrados en sus escuadrones para atacar el fuerte. Un soldado que se llamaba Ortuño, vizcaíno, con la cólera de los de su nación (parece ser que los vascos tenían fama de violentos), no pudo resistirse a disparar una pieza que a su cargo tenía, y aunque los indios estaban lejos, hizo tan buena puntería, que la pelota acertó con  el escuadrón y le dio a un indio valiente en la cara, haciéndole pedazos la cabeza, de lo que murió enseguida". El disparo le sorprendió al cacique Millalelmo, ya que le habían dicho que los españoles se llevaron casi toda la artillería en un barco, y le preocupó la situación: "El fuerte estaba en un llano, por lo cual los indios se verían obligados a acercarse sin protección. Viendo que, con la artillería, los matarían antes de llegar, Millalelmo  cercó con sus indios el fuerte de manera que no pudiese ningún cristiano salir ni entrar". La situación era  sumamente apurada para los españoles, pero dio de la casualidad de que el maestre de campo Lorenzo Bernal se apartó de la tropa del gobernador para ir a otra zona, y allí  tuvo noticias de lo que pasaba en Cañete, de manera que regresó para que lo supiera su jefe, Rodrigo de Quiroga, el cual partió después de inmediato para llegar cuanto antes a Cañete. Pero también los indios estaban al corriente de los movimientos de los españoles: "Luego se dividieron y fue cada uno de vuelta a su tierra, evitando así que el gobernador hiciera allí una gran ejecución de justicia. Pero algunos no quedaron sin castigo, porque el gobernador, cuando llegaba, topó con muchos indios de los de guerra. Aunque huyeron, los españoles alancearon a muchos, y a otros que tomaron vivos, los castigó el gobernador por justicia. Cuando llegó a la ciudad, que estaba cerca, fue bien recibido, y luego mandó hacer la guerra y castigar a todos los que encubiertamente habían consentido en la rebelión. Se hizo con algunos, y los demás permanecieron pacíficos por entonces".

     Los indios mentían habitualmente, y lo hacían para desorientar a los españoles. El gobernador envió al maestre de campo con gente a la ciudad de Angol porque le habían dicho que los españoles estaban allí sitiados, pero no era cierto. Lorenzo Bernal se volvió con su hombres, y le pidió permiso al gobernador para llevárselos con el fin de pacificar la zona intermedia entre Arauco y Angol. Llegados allí, se les pasaba el tiempo sin grandes logros, y sus hombres empezaron a impacientarse al ver que se les echaba encima el invierno. Lorenzo Bernal se resistía a volver con tan pobre resultado, pero se dio cuenta de que le estaban cogiendo manía por su terquedad: "Viendo el maestre de campo cuán disgustados estaban, enterado también de lo que los indios preparaban, y sabiendo que el sitio era malo para el invierno, se vino al valle de Arauco, y con buena suerte,  porque los caciques del valle andaban en fiestas y tratando de pelear. Con su llegada, cesó el bullicio de los indios, les habló a todos atemorizándolos, y, diciéndoles después que volvería en breve, se fue a Cañete, donde el gobernador estaba".

 

 

     (Imagen) Veamos cómo nacía exitosamente una ciudad: "El general Martín Ruiz (de Gamboa) salió de la ciudad de Cañete por orden del gobernador para ir a poblar en lo que se llama Chiloé, porque no sólo se contentaba Rodrigo de Quiroga con restaurar lo que Francisco de Villagra había perdido, sino que mandó poblar para el Rey una ciudad nueva. Se juntaron en breves días para ello, en la ciudad de Osorno, ciento diez hombres, y acudieron de muchas partes soldados para ir en su compañía. El general Martín Ruiz pasó en piraguas a sus hombres, y, juntamente a nado, trescientos caballos por la mar adelante hasta llegar a la otra costa, en una legua de longitud, lo que fue un hecho temerario. Llegados allí, el general vio que había muchas montañas, por lo que tuvo que dar un gran rodeo por la costa, y surgieron muchos inconvenientes que hicieron peligrar la expedición. Martín Ruiz, como hombre prudente, sabía que sus hombres no se movían por interés del reino de Chile, sino por el suyo propio. Se sobrepuso y siguió caminando por la costa ocho días. Luego se adelantó, con treinta soldados a caballo, para ver si había lugar conveniente donde asentar el campamento, y desde allí buscar sitio para poblar.  Estando ya en mitad de la isla, y viendo que había muchos indios, decidió poblar en la ribera de un río, al lado del mar, donde había buenas fuentes y hermoso campo con muchas pesquerías. Le puso  a la ciudad el nombre de Castro (año 1567, con el apellido del virrey), y, a la provincia, Nueva Galicia. Luego hizo una relación de los repartimientos de indios que podía dar a los soldados, y nombró al justicia que representaba al Rey. Después de escogidos los miembros del concejo y puesta la horca, se embarcó y anduvo navegando por el archipiélago, que es de muchas islas. Esta, que es la principal de todas ellas, tiene sesenta leguas de longitud, y unas siete de anchura. Está apartada de la Cordillera Nevada (los Andes) cuatro leguas, y hay entre la isla y la cordillera otro brazo de mar con dos leguas de anchura. Este brazo de mar viene desde el Estrecho de Magallanes, dejando junto a ella muchas islas menores. La costa es áspera hasta el Estrecho de Magallanes, aunque con muchos puertos, y no hay lugar donde se pueda poblar. Después el general MARTIN RUIZ DE GAMBOA dejó en tierra al capitán Antonio de Lastur para que llamase de paz a los caciques de una isla grande llamada Quinchao, y lo hizo tan bien, que vinieron la mayor parte de ellos a dar la obediencia al general en representación del Rey".