viernes, 24 de diciembre de 2021

(1601) Aunque los dos oidores tenían buena voluntad, estuvieron a punto de sufrir un motín porque la gente se quejaba de que repartían mal las recompensas. Al llegar el nuevo gobernador, Melchor Bravo de Sarabia, tuvo un gran recibimiento.

 

Los soldados le hacían responsable al oidor Egas Venegas de la mala adjudicación de las encomiendas, ya que era el que tenía mayor mando en la gobernación por ser más antiguo en el cargo. Al margen de esa interpretación, lo grave era que la gente estaba a punto de llegar a un motín: "De esto resultó una alteración que se extendió por el reino afeándolo, y diciendo que era justo no participar en la guerra, pues los que luchaban solo sacaban trabajos, hambres y muertes, y los provechos se los daban a quienes les parecía, no habiendo nunca andado en ella". Les molestaba también que, cuando les hacían justas reclamaciones a uno de los oidores, los enviaba adonde el otro, el cual se los devolvía sin solución alguna. El malestar aumentaba porque estaban acostumbrados al buen trato de los gobernadores anteriores. Y se hartaron tanto, que los amagos de buenas respuestas por parte de los oidores no les calmaron la rabia: "Y después, aunque los oidores les daban ayuda, que eran los doscientos pesos de la paga del Rey, no querían recibirlos, por lo que algunos se metían en las iglesias y otros se escondían por los montes para que no los obligasen, pues, aunque los oidores eran afables y repartían lo que tenían amigablemente con quien lo quería, siempre les resultaban odiosos".

     Pero todo se normalizó con la llegada de otro oidor con mando supremo (al que ya le dediqué una reseña). Como siempre ocurría en aquellos tiempos (y aún hoy en día en América) el nombre va precedido de su categoría profesional o de nobleza: "Vino el 'doctor' Melchor Bravo de Sarabia como gobernador del reino, presidente de la Audiencia y capitán general del ejército. Entrado en la ciudad de La Serena, que es el primer puerto de Chile (según se llega), pronto se supo en la ciudad de Santiago y desde allí mandaron mensajero a la Concepción (recordemos que allí estaban los dos oidores en apuros), de lo que recibieron los oidores y toda la gente gran alegría, porque les quitaba gran trabajo (a los oidores), pues ya no sabían cómo juntar una tropa para el verano. También los soldados que andaban en la guerra se alegraron mucho, y los que estaban por las ciudades del reino comenzaron a prepararse para ir a servirle, debido a que el doctor Sarabia traía gran fama de hombre prudente y buen cristiano. Los oidores, para mejor ayudarle en las cosas de guerra, mandaron al capitán Gaspar Verdugo, que estaba en el fuerte de Arauco, que fuese adonde el capitán Alonso Ortiz de Zúñiga para que trajese consigo a todos los soldados que había juntado durante el verano".

     El cronista nos menciona también cómo fue la partida desde Perú del  nuevo gobernador de Chile: "Embarcándose con buen tiempo en el puerto de los Reyes, llegó a la ciudad de Coquimbo, que también se llama La Serena. Fue recibido por el cabildo de aquella ciudad y por el comendador Pedro de Mesa, natural de Córdoba. Coquimbo tiene solamente nueve vecinos, debido a que hay pocos indios. Si Valdivia pobló aquella ciudad fue por el puerto que tenía para navíos, para que tuvieran  allí la escala los que viniesen por tierra y por tener aquel paso seguro, así como pensando en el futuro, pues, como ahora vemos, no se engañó, porque muchos se han avecindado en ella, cada día se va ampliando y al presente es un buen pueblo".

 

     (Imagen) Pues veamos con los ojos del cronista cómo se celebraba la llegada de un gobernador de Chile, en este caso MELCHOR BRAVO DE SARABIA. Había desembarcado en el puerto de La Serena, y los vecinos de la capital,  Santiago de Chile, se ocuparon de que pudiera hacer el recorrido hasta su encuentro con la mayor seguridad y comodidad posibles. "Llegando el gobernador a vista de la ciudad, le salió a recibir toda la gente de a caballo, que era mucha, los más en orden de guerra con lanzas y adargas, y muchos indios de los que estaban en la zona de Santiago, armados a su usanza con muchas maneras de invenciones. Lo recibieron acompañándolo hasta las puertas de la ciudad, donde estaba el capitán con todo el cabildo esperando. Llegado cerca, le ofrecieron en nombre de la república un hermoso caballo overo (blanco con partes oscuras), aderezado a la brida, con una guarnición de terciopelo dorada, el cual lo recibió y se puso en él, y llegando a las puertas salió el titular de la justicia con todo el cabildo, todos bien aderezados de negro, y le dieron la bienvenida. Luego le pidió el corregidor en nombre de la ciudad: 'Vuestra Señoría jure poniendo la mano encima de estos evangelios, teniendo el libro abierto, que guardará a esta ciudad todas las libertades, fueros y exenciones que hasta aquí ha tenido, y por los demás gobernadores antecesores de Vuestra Señoría le han sido dadas y guardadas'. Respondió a estas palabras que lo juraba así. Abrieron luego las puertas de la ciudad y sacaron un palio de damasco azul con muchas franjas de oro que lo hermoseaban, teniéndolo delante de la puerta para que se pusiera debajo de él, pero, aunque se lo pidieron por merced los alcaldes y regidores, no lo quiso aceptar, mostrando mucha humildad. Llegó el corregidor Juan Barahona para tomarle el caballo por la rienda, honrándole como es costumbre, y no lo quiso consentir, mostrando la llaneza que tenía, hasta que, siendo insistido, lo permitió, mas no quiso entrar debajo del palio, sino ir detrás de él como dos pasos. De esta manera lo llevaron a la iglesia mayor y desde allí a su posada. A los pocos días entró fray Antonio de San Miguel, obispo de La Imperial y el primero consagrado en el reino de Chile. Quince días más tarde llegó la mujer del gobernador, doña Jerónima de Sotomayor, y fue recibida con mucha alegría de todo el pueblo, de lo cual era merecedora por las muchas virtudes que tenía. En la imagen vemos el monumento de Pedro de Valdivia en la plaza central de Santiago de Chile, algo que, ni en sueños, pudo imaginar.




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