jueves, 30 de diciembre de 2021

(1606) Contra la opinión de sus capitanes y de sus soldados, el gobernador Melchor Bravo de Sarabia, hombre muy terco, se empeñó en hacer un ataque que resultó suicida. A quien más le dolió el desastre fue a Miguel de Velasco..

 

     (1196) Decidido a atacar a los indios, el gobernador Bravo de Sarabia les ordenó a Martín Ruiz de Gamboa y a Miguel de Velasco que fuesen con hombres y algunos capitanes a localizar un sitio donde se pudiera asentar el campamento cerca de los enemigos, pero va a haber algunas reticencias: "Para que contaran con más gente, le escribió al maestre de campo, Lorenzo Bernal, diciéndole que le enviase veinte hombres de a caballo. Lorenzo Bernal los envió, pero le contestó que no mandase hacer aquel ataque, pues le dijeron que había muchos indios y era muy arriesgado llevarlo a cabo, pero que, si aun así pensaba hacerlo, le diese licencia para irle a servir. Su general, don Miguel, abominaba aquel propósito y deseaba mucho no tener que hacerlo, pero no se atrevía a decírselo a  Sarabia, para que no le tuviese por hombre que, en un negocio importante, no quería aventurar su persona. Aunque muchos caballeros mancebos que eran sus amigos le animaban y decían las bravezas que habían de hacer, seguía triste y se veía que no iría a la lucha por su voluntad, sino por sustentar su reputación, diciendo aquellas palabras que dijo Pompeyo en Farsalia, queriendo dar la batalla a César, compelido de algunos caballeros romanos que en su campo andaban, que por ser tan notorias no las trato aquí (lo que quiere decir que también Pompeyo, por honor, se vio forzado a luchar). Y, por esto, le envió al capitán Alonso Ortiz de Zúñiga para que le pidiese al gobernador Sarabia que no mandase hacer aquel enfrentamiento, pero no quiso ni escucharlo".

     No hubo forma de convencer al gobernador Sarabia, y todos se aplicaron a la labor: "Don Miguel de Velasco, con ciento cuarenta soldados, salió del campamento con intención de reconocer el sitio que los indios tenían y ver dónde se podía situar el ejército de manera que fuera más seguro desbaratar a aquellos bárbaros. Pero, cuando las cosas están ordenadas por Dios y quiere castigar a los que mandan por sus culpas, les  ciega el entendimiento, como acaeció en aquella batalla que tan dañosa fue para todo el reino. Muchos soldados prudentes ya dijeron en público antes que era torpeza de los capitanes querer pelear con unos indios metidos en un cercado de maderos puestos en un cerro, porque, si les fuera mal, tendrían a sus espaldas la huida. ¿Pues qué mejor guerra se les podía hacer, ni más dura que la de destruirles las sementeras? Era cierto que, entrando el invierno, todos perecerían de hambre. Puesto que ya estaba poblada la ciudad de Cañete y el fuerte de Arauco, sin perder un hombre se acabaría de conquistar y castigar donde había indios en guerra, pues era la menor parte de la provincia. Ese año quedarían los indos castigados, y el siguiente se acabaría de asentar todo, pero haciendo la guerra sensatamente, pues ya recordaban la derrota de Francisco de Villagra, quien, por la muerte de su hijo en Mareguano, despobló la ciudad de Cañete y estuvo en condición de perder lo demás del reino por una loca osadía, y a él le costó morir de dolor". También el cacique Pedro Levolecán comentaba que iban a cometer un gravísimo error los españoles atacando a los indios, y los soldados aprobaban y comentaban sus palabras: "Esta plática andaba por el campo, y a todos les parecía bien, y decían que hasta aquel indio, aun siendo enemigo de cristianos, les decía lo que convenía, pero no había nadie en el campamento que osase hablar con el gobernador Sarabia, porque que era tan impaciente cuando oía lo que no le gustaba, que no los escuchaba, y le dejaban que su fatal fortuna hiciese de él lo que tenía determinado. De manera que, teniendo que hacer lo que se había decidido, se pusieron en camino".

 

     (Imagen) El gobernador Melchor Bravo de Sarabia, aquel que había conseguido acabar en Perú con el rebelde Francisco Hernández Girón, va a sufrir una humillante derrota por no escuchar el consejo de sus capitanes, que preferían dejar a los enemigos sin provisiones  para el invierno. Los indios eran invulnerables en su fuerte de Catiray, pero se atrevían a salir atacando a los españoles: "Como habían hecho hoyos en aquel sitio y la tierra era blanda, levantaron tanto polvo con su arremetida, que, sin verse los unos a los otros, llevaron a los españoles por la cuesta abajo desbaratados. Los capitanes Martín Ruiz y don Miguel de Velasco, con la gente que tenían de a caballo, acudieron a socorrer a los que iban a pie, pero, como los indios eran muchos y los cristianos pocos, los herían con gran ventaja. Algunos españoles huyeron al monte creyendo poder escapar, otros subieron a las ancas o agarraron las colas de los caballos, pero los indios los alcanzaban y los alanceaban. Como el camino era de montaña y había algunos pasos estrechos, los españoles se estorbaban los unos a los otros, y allí les daban lanzadas, sacándoles las espadas de la cinta para derribarlos de los caballos. Los demás indios se ocuparon en buscar a los que se habían metido en el monte y en hacer pedazos a los que habían quedado retrasados. Esta fue la derrota que en Catiray los indios dieron al doctor Sarabia, hombre amigo de su voluntad y opinión. Murieron cuarenta y dos buenos soldados, y, entre ellos, muchos caballeros conocidos, como Sancho Medrano, natural de Soria, don Alonso de Torres, de Cáceres, don Diego de los Ríos, hijo del capitán Gonzalo de los Ríos, Juan de Pineda, de Sevilla, y Alonso Aguirre, de Córdoba. El general don Miguel recogió su gente en un arroyo, y desde allí se vino derrotado al campamento. Ya de noche, comenzaron a llegar soldados que venían heridos, y el gobernador Sarabia los recibió con buen ánimo, y los consolaba. Don Miguel de Velasco (totalmente contrario a que se hiciera el ataque) no fue a verlo a su tienda, pero el gobernador mandó que fueran a llamarlo. Cuando vino, entró diciendo: 'Mis pecados han sido la causa de mi perdición, y Dios quiera que solo a mí me alcance esta desgracia'. El gobernador Sarabia (el único culpable del desastre) lo consoló.  Mandó también que se vigilase el campamento, porque algunos soldados de poco ánimo habían cargado sus bagajes para irse, y dio orden de que se los alancease, pero no se llevó a cabo". En la imagen, Legutiano (Álava), origen del sufrido DON MIGUEL DE VELASCO Y AVENDAÑO.






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