(1188) Los oidores, ya con el mando de la
gobernación de Chile, de inmediato pensaron en la profesionalidad del general Martín
Ruiz de Gamboa, pero con reticencias: "Queriendo sustentar lo que estaba
de paz y atraer lo de guerra a quietud, le rogaron que se encargase de hacer la
guerra a los indios alzados. Martín Ruiz les pedía que le reconociesen el mando supremo. Los oidores
no eran partidarios de dárselo hasta ser informados de lo que convenía al bien
público, y así se dilató algunos días, hasta que después comunicaron por
escrito a todo el común que lo respetasen y tuviesen por su capitán, como hasta
entonces lo había sido. Con esta disposición, partió y llegó a Cañete, mandando
en todo lo que entendía que convenía hacerse. El maestro de campo, Lorenzo
Bernal de Mercado, que estaba en el fuerte de Arauco, quería venir a verse con
los oidores, pero le enviaron recado de que no viniese, sino que se estuviese allí
para hacer la guerra. Luego enviaron al capitán Alonso Ortiz de Zúñiga (fue
alcalde de Santiago en 1580), natural de Sevilla, con orden de que juntase toda la gente que pudiese en
las ciudades de Valdivia, Osorno y Villarrica, y con ella viniese a Concepción".
El capitán Alonso Ortiz consiguió alistar
en Valdivia sesenta soldados, y llegó con ellos a Concepción, donde fueron muy
bien recibidos por los oidores. Estando allí, llegaron noticias enviadas desde
Cañete por el general Martín Ruiz de Gamboa, comunicando que, por estar
preparando los indios un fuerte a dos leguas de la ciudad, había reclutado
ochenta hombres, y que le pidió al maestre de campo, Lorenzo Bernal, que se
encontraba en Arauco, que viniese con más gente a juntarse con él, y lo hizo de
manera que, en total, lograron tener ciento quince soldados: "Llegado
al fuerte de los indios el maestre de campo, lo examinó y luego le dijo al
general que preparase cuadrillas, pues convenía pelear porque el fuerte estaba sin
acabar, y podrían hacerlo con gran ventaja aunque los indios eran muchos. El
fuerte que tenían era una trinchera con dos puntas a manera de luna cuando está
de tres días. De frente había muchos hoyos de la estatura de un hombre, algunos
de ellos cubiertos, siendo los indios que estaban detrás unos tres mil. El
general preparó cuadrillas de a quince hombres, y las puso al mando de algunos
soldados que eran tenidos por valientes: don Diego de Guzmán, natural de
Sevilla, Alonso de Miranda y Luis de Villegas. De esta manera repartió todos
los soldados, y con algunas alcancías (bolas de barro huecas) de fuego,
que hacen entre los indios mucho efecto para desbaratarlos. Estando todos juntos, el general se quedó a
caballo para disponer lo que conviniese, estando a su lado treinta soldados
para socorrer a los que habían de pelear a pie. El maestre de campo y algunos
amigos quisieron pelear a pie para mejor poder animar y acaudillar a su gente. Primeramente
les habló con breves palabras, diciéndoles que, aunque aquellos indios habían
tenido ánimo para esperarles allí, confiados en la fuerza que tenían con la
trinchera y los hoyos, no desmayasen, pues solo se trataba de indios, y que,
peleando con determinación de hombres, como otras veces habían hecho, no les aguantarían
el primer ataque".
(Imagen) Veamos una batalla ocurrida cerca
de Cañete. Tres mil indios estaban parapetados en un fuerte y detrás de una
trinchera con hoyos delante. El maestre de campo les dio a los soldados la dura orden de no socorrer al
que cayera en ellos, porque lo mejor para todos era seguir acosando a los
indios: "Con este propósito fueron caminando los españoles hacia el
fuerte. Los indios los dejaron llegar, y, estando los cristianos muy cerca de él,
intentaron entrar. Cayó un soldado en un hoyo, luego cayeron otros, y los
indios les daban lanzadas. Los demás soldados no se quisieron ocupar en socorrerlos,
sino, conforme a la orden que tenían, en asaltar la trinchera. Con esta
determinación, les quitaron a los indios la posibilidad de herir a los que
estaban en los hoyos, y, gracias a esa ventaja, salieron de ellos sin peligro.
El maestre de campo, como sabía por dónde se les podía entrar, los acometió por
aquella parte, y muchos soldados con él, mientras los indios defendían la
entrada. El general MARTÍN RUIZ DE GAMBOA (natural de Bérriz-Vizcaya) estaba a
caballo frente al fuerte con treinta hombres, de cara a los enemigos, y
encomendó al capitán Andicano, con quince soldados a caballo, que vigilase una
punta que hacía el fuerte, por si por allí quisiesen salir algunos indios. El
maestre de campo se situó en uno de los dos cuernos de la trinchera, y allí
pelearon con gran ánimo, lanza a lanza y a arcabuzazos, mientras los enemigos
tiraban cantidad de flechas. Estuvo igualada un rato la batalla, haciendo cada
una de las partes todo lo que podía, hasta que, viendo los indios la gran determinación
de los cristianos, volvieron las espaldas para huir. Como no lo podían hacer a
causa de estar tan apretados, los mataban con las espadas. Entonces, un soldado
acertó a echar entre ellos una alcancía de fuego, que prendió de suerte que
quemó a algunos indios. Viéndose en
peligro de muerte, los indios huyeron por la quebrada que a las espaldas tenían,
sin que pudiesen los cristianos seguirlos. Murieron pocos indios por ser mala
la tierra para caballos. De los cristianos, hubo muchos heridos y ninguno muerto. Desde allí, anduvo
después el general Martín Ruiz de Gamboa por la provincia llamando a los
naturales para que viniesen en son de paz, los cuales, viendo que no tenían
seguridad en parte alguna, comenzaron a llegar dando algunas disculpas, y, como
les eran admitidas, venían cada día más, hasta que se les quitó el temor. Tratando
bien a los que se pacificaron y castigando a los rebeldes, se calmaron, y
servían a los españoles todos los comarcanos".
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