(1174) A la larga, los indios se van anotando
victorias, pero la guerra la ganarán los españoles, aunque tras muchos años de
padecimientos. Vemos que, ahora, el capitán Zurita ha tenido que retirarse:
"Había peleado muy bien acaudillando a su gente, pero no le quedó más
remedio que hacer lo inevitable en semejante caso. Volviendo las espaldas, le
dejaron al cacique Millalelmo y a su gente todo el bagaje, que era de mucho
precio, y se lo había dado como ayuda el
capitán Gabriel de Villagra en la ciudad de Valdivia. El capitán Zurita,
viéndose desbaratado y perdidos todos los caballos que llevaba de repuesto, por
un camino que atravesaba de montes fue a salir al paraje donde habían
desbaratado al capitán Vaca, y no osando ir a Concepción, se fue a Santiago con
la gente que le quedó, pobres y perdidos. El gobernador se disculpaba después
diciendo que el capitán Zurita tenía la culpa por no haber querido guardar la
orden que le había dado mandándole que por aquel camino no entrase en
Concepción, sino por el camino de Itata, que era el mejor y más seguro".
Como siempre ocurría tras cada una de sus
victorias, a los mapuches les crecía intensamente el entusiasmo, y solo
pensaban en hacer la vida imposible a los españoles. El próximo objetivo era la
ciudad de Angol. Hicieron publicidad de sus intenciones, y se animaron muchos
indios a participar en la batalla. Como era su costumbre, antes de tomar la
decisión definitiva, se reunían todos y escuchaban las encendidas arengas de
sus caciques, que siempre insistían en la necesidad de acabar con todos los
españoles para poder ser libres, añadiendo razones para convencerlos de que la
victoria era cosa segura: "Y así, después de haberse juntado y escuchado a
sus principales, los indios determinaron ir contra la ciudad de Angol por tres
partes, de manera que, asaltándola todos a un tiempo, se harían con ella. Los caciques
de Mareguano, junto con cuatro mil indios, llegaron a un estero (zona
pantanosa) que estaba a dos leguas de aquella ciudad, y allí cortaron
madera y se hicieron fuertes con una empalizada".
Como en Angol no había nadie al mando, le
tocó el cargo a alguien que, como vimos, era muy competente: "Los
alcaldes ordinarios (siempre eran dos), no confiando en su práctica militar,
y todos los principales de la ciudad le rogaron al capitán Lorenzo Bernal de
Mercado que se encargase de todo, tanto de lo civil como de lo militar, y él,
escuchando a sus amigos, que también se lo pidieron, lo aceptó. Entonces mandó
hacer una lista de toda la gente que en la ciudad había, y de las armas que
tenían. En total, resultó haber ochenta
hombres entre soldados y vecinos, de los cuales tomó cincuenta, y con ellos fue
a observar el fuerte que los indios tenían en el estero. Le pareció más importante
que lo que esperaba, y, contra la opinión de algunos, se volvió a la ciudad. Los
indios, al verlos marcharse sin luchar, pensaron que lo hacían por tenerles
miedo. El capitán Bernal, como astuto que era, esperaba que los indios, ensoberbecidos
porque no les atacaron, saldrían a buscarlos. Tal y como lo dijo en público,
así resultó, pues el día siguiente salieron del fuerte, y se detuvieron a legua
y media de la ciudad, en la ribera ribera de un río grande que era de mucha
defensa para ellos".
(Imagen) Ya le dediqué una imagen a GREGORIO
DE CASTAÑEDA (nacido el año 1517), en la que mostré sus grandes méritos, entre
ellos, el de ser uno de Los Catorce de la Fama frente a los mapuches el año
1553. Pero veremos ahora sus actuaciones
posteriores, en las que aparece su parte negativa. Recordemos que se ganó la
amistad de Pedro de Valdivia en Perú declarando a su favor ante Pedro de la
Gasca, quien, convencido por sus fiables argumentos, rechazó las acusaciones y
lo nombró gobernador de Chile. Más tarde, Castañeda se convirtió en una
pesadilla para Juan Pérez de Zurita, del cual acabamos de hablar. Tengo que
rectificar lo que dije en la imagen anterior. No fue Pedro de Villagra quien le
quitó a Zurita el cargo de gobernador de Santiago del Estero (en territorio
argentino), sino Francisco de Villagra, el año 1561, otorgándoselo a Gregorio
de Castañeda por simple favoritismo. Y así ocurrió que, cuando fue Castañeda a
tomar posesión, Zurita se resistió por considerarlo ilegal. Castañeda, de forma
chapucera e inesperada, lo apresó, lo sometió a una inspección judicial y lo
envió encadenado a Santiago de Chile (habiéndole, además, arrebatado sus
encomiendas de indios), donde seguía al mando Francisco de Villagra. Pero luego
Zurita quedó en libertad, decidió permanecer en Chile, y, muerto en 1563 Francisco
de Villagra, lo vemos ya peleando contra los indios a las órdenes de Pedro de
Villagra. Mientras tanto, en Santiago del Estero, Cristóbal de Castañeda
actuaba torpemente como gobernador. Sacó lo peor de su carácter, y quiso mandar
con rigor extremo, produciendo gran
malestar entre españoles e indios, y dejando también a los soldados
veteranos sin las encomiendas que les
había concedido Zurita. Su brutalidad potenció la rebelde agresividad de los
indios, que arrasaron las poblaciones fundadas por Zurita, con gran mortandad
de hombres, mujeres y niños, y los
supervivientes escaparon, en diciembre del año 1562, a Santiago del Estero, la
única ciudad que se mantuvo en pie. Lo vio todo tan negro GREGORIO DE
CASTAÑEDA, que le dejó el mando al capitán Manuel de Peralta y se fue a Chile,
para nunca más volver. Allí ejerció como
alcalde de La Imperial durante dos años, hizo después un viaje a Perú, y, a
mediados de 1567, cuando regresaba por mar al puerto de Concepción, murió en un
naufragio, dejando viuda a Bernardina Vázquez de Tobar, y, al menos, tres hijas
huérfanas de padre. En la imagen, Santiago del Estero, con 280.000 habitantes,
la ciudad más antigua de Argentina, siendo fundada en 1550 por Juan Núñez de
Prado.
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