viernes, 31 de diciembre de 2021

(1607) Uno de los capitanes que sufrieron el desastre de Catiray fue Juan Álvarez de Luna. El gobernador Bravo de Sarabia tuvo problemas para ir a defender de los indios la ciudad de Cañete, porque muchos soldados, escarmentados, se resistían a hacerlo.

 

     (1197) El cronista va a decir un último comentario sobre el desastre de Catiray, dejando claras las responsabilidades, pero, sin razón, parece hacer también un  reproche a un Miguel de Velasco que no tenía más opción que obedecer: "Muchos echaban la culpa de esta pérdida al general don Miguel por haber peleado en sitio tan desfavorable, en vez de retirarse sin pérdida, pues la verdadera prudencia de un capitán es saber el daño que le puede venir y evitarlo a tiempo, ya que con esta prevención triunfa del enemigo, y, además, tenía mucha  experiencia de la guerra contra los indios, especialmente en Chile. Don Miguel decía que, por su reputación y por satisfacer al gobernador Sarabia, no pudo hacer otra cosa, estando, asimismo, empujado por muchos caballeros mancebos que consigo llevaba, pues estos, como hombres que no tenían práctica de guerra, y eran amigos o parientes del gobernador, se lo habrían censurado".

     A pesar del rotundo fracaso, el gobernador Melchor Bravo de Sarabia, haciendo honor a su primer apellido, continuó en plan de batalla, pero iba a encontrar mucha resistencia por parte de sus hombres. Tras consultar con sus capitanes lo que les parecía más urgente, le dijeron que convenía que preparase gente para ir a prestar ayuda a la ciudad de Cañete, porque allí había pocos soldados, y, dado que los indios eran una grave amenaza, sería inhumano dejarlos desamparados: "Con el fin de evitar ese peligro y dar aviso al capitán Gaspar de la Barrera de que estuviese alerta, el gobernador Sarabia mandó que se prepararan ciento cuarenta soldados, pero ninguno quería ir allá. Algunos decían que estaban heridos, y otros que Sarabia y los de su consejo de guerra, que lo habían perdido todo contra el parecer de todos los soldados, lo fuesen a remediar. Estaba tan firmes en su opinión, que les importaban poco las amenazas y promesas que el gobernador les hacía. El gobernador, que no sabía qué hacer y vista la dureza de los soldados, determinó ir en persona. Algunos hombres principales le dijeron que no arriesgase su persona de aquella manera, pues le era mejor quedarse en Angol para atender a los demás asuntos. Viéndolo tan acongojado, el capitán Alonso Ortiz de Zúñiga, don Diego de Guzmán, Alonso de Córdoba y otros capitanes que en su campo andaban se ofrecieron a ir en su lugar. También se ofrecieron muchos otros que tenían gran amistad con ellos, y de esta manera se pudo ir a socorrer la ciudad de Cañete".

    Aun así, hubo soldados que dieron la espantada, en un claro acto de rebeldía a las órdenes militares, y llama la atención que no fueran severamente castigados, como siempre se vio en las Indias en casos similares: "Se dio el toque de partida al anochecer, y algunos de la tropa, hombres bajos y de poca presunción, se escondieron, y otros huyeron a Angol, otros a Santiago, pues tanto era el temor que tenían de ir a Tucapel. Hubo soldados antiguos que dando razones para no ir a aquella misión, y no siéndoles admitidas, decían que renunciaban a todos los servicios que le habían hecho a Su Majestad en Chile y a pedirle mercedes por ellos, y de esta manera quedaron libres de ir a la campaña".

 

     (Imagen) En este durísimo ataque de Catiray, un soldado llamado Benítez cubrió las espaldas a veinte soldados para que se replegaran con seguridad. Quien le pidió esa ayuda era el capitán JUAN ÁLVAREZ DE LUNA (hombre linajudo y adinerado), nacido el año 1528, y de quien vamos a hablar  ahora. El año 1577, siendo vecino de Villarrica, presentó una información de sus méritos (ver imagen), en los que no hace referencia a la primera parte de su gran aventura. Pasa por alto que, al llegar a las Indias (en 1548), estuvo luchando en México. Cuenta (en tercera persona) que batalló en Perú (contra el rebelde Francisco Hernández Girón), y que  "llegó a Chile en 1553 en un navío suyo cargado con su hacienda, con el que se quedó el mariscal Francisco de Villagra, Justicia Mayor de aquel reino, para llevar gente de socorro a las ciudades de Valdivia e Imperial". Resumo lo que dice a continuación: "Cuando llegó Don García de Mendoza se halló con él en la pacificación de los indios de Arauco y Tucapel, en la batalla de Biobío y en la de Millarapue, en ayudar a poblar la ciudad de Tucapel y la casa fuerte que se hizo en Arauco, y fue con él al descubrimiento de las islas de Chiloé, y a la población de la ciudad de Osorno. En tiempo del gobernador Francisco de Villagra se halló en el  fuerte de Catiray, donde había gran suma de indios de guerra, en el cual fueron muertos algunos españoles, y salió malherido. Se halló en el castigo a los indios de la isla de Santa María, por haber matado españoles, y con el gobernador Pedro de Villagra en el cerco que los indios pusieron sobre la ciudad de Concepción, a la que tuvieron cercada casi dos meses. Luego sirvió al gobernador Rodrigo de Quiroga. Se halló con el presidente (y gobernador) Sarabia en el fuerte de Mareguano como capitán de una compañía, y fue por mandato suyo a socorrer a la ciudad de Cañete y a la casa fuerte de Arauco". Tuvo importantes nombramientos: maestre de campo desde el año 1579, regidor de la ciudad de Villarrica, y corregidor, sucesivamente, de las de La Serena y La Imperial. Precisamente, se había casado con una criolla de esta última población, llamada María Cortés y Zapata, con la que tuvo tres hijos. Parece ser que él murió el año 1598, en Villarrica, por lo que se libró de ver allí la muerte de sus tres hijos en el alzamiento general de los mapuches (año 1599), donde el pequeño, Francisco Álvarez Zapata, se comportó heroicamente en un cerco que duró tres años.




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