(1197) El cronista va a decir un último
comentario sobre el desastre de Catiray, dejando claras las responsabilidades,
pero, sin razón, parece hacer también un
reproche a un Miguel de Velasco que no tenía más opción que obedecer:
"Muchos echaban la culpa de esta pérdida al general don Miguel por haber
peleado en sitio tan desfavorable, en vez de retirarse sin pérdida, pues la
verdadera prudencia de un capitán es saber el daño que le puede venir y evitarlo
a tiempo, ya que con esta prevención triunfa del enemigo, y, además, tenía
mucha experiencia de la guerra contra
los indios, especialmente en Chile. Don Miguel decía que, por su reputación y
por satisfacer al gobernador Sarabia, no pudo hacer otra cosa, estando, asimismo,
empujado por muchos caballeros mancebos que consigo llevaba, pues estos, como
hombres que no tenían práctica de guerra, y eran amigos o parientes del
gobernador, se lo habrían censurado".
A pesar del rotundo fracaso, el gobernador
Melchor Bravo de Sarabia, haciendo honor a su primer apellido, continuó en plan
de batalla, pero iba a encontrar mucha resistencia por parte de sus hombres.
Tras consultar con sus capitanes lo que les parecía más urgente, le dijeron que
convenía que preparase gente para ir a prestar ayuda a la ciudad de Cañete,
porque allí había pocos soldados, y, dado que los indios eran una grave
amenaza, sería inhumano dejarlos desamparados: "Con el fin de evitar ese
peligro y dar aviso al capitán Gaspar de la Barrera de que estuviese alerta, el
gobernador Sarabia mandó que se prepararan ciento cuarenta soldados, pero
ninguno quería ir allá. Algunos decían que estaban heridos, y otros que Sarabia
y los de su consejo de guerra, que lo habían perdido todo contra el parecer de
todos los soldados, lo fuesen a remediar. Estaba tan firmes en su opinión, que
les importaban poco las amenazas y promesas que el gobernador les hacía. El
gobernador, que no sabía qué hacer y vista la dureza de los soldados, determinó
ir en persona. Algunos hombres principales le dijeron que no arriesgase su
persona de aquella manera, pues le era mejor quedarse en Angol para atender a
los demás asuntos. Viéndolo tan acongojado, el capitán
Alonso Ortiz de Zúñiga, don Diego de Guzmán, Alonso de Córdoba y otros
capitanes que en su campo andaban se ofrecieron a ir en su lugar. También se
ofrecieron muchos otros que tenían gran amistad con ellos, y de esta manera se
pudo ir a socorrer la ciudad de Cañete".
Aun así, hubo soldados que dieron la
espantada, en un claro acto de rebeldía a las órdenes militares, y llama la
atención que no fueran severamente castigados, como siempre se vio en las
Indias en casos similares: "Se dio el toque de partida al anochecer, y
algunos de la tropa, hombres bajos y de poca presunción, se escondieron, y
otros huyeron a Angol, otros a Santiago, pues tanto era el temor que tenían de
ir a Tucapel. Hubo soldados antiguos que dando razones para no ir a aquella misión,
y no siéndoles admitidas, decían que renunciaban a todos los servicios que le
habían hecho a Su Majestad en Chile y a pedirle mercedes por ellos, y de esta
manera quedaron libres de ir a la campaña".
(Imagen) En este durísimo ataque de
Catiray, un soldado llamado Benítez cubrió las espaldas a veinte soldados para
que se replegaran con seguridad. Quien le pidió esa ayuda era el capitán JUAN
ÁLVAREZ DE LUNA (hombre linajudo y adinerado), nacido el año 1528, y de quien
vamos a hablar ahora. El año 1577,
siendo vecino de Villarrica, presentó una información de sus méritos (ver
imagen), en los que no hace referencia a la primera parte de su gran aventura.
Pasa por alto que, al llegar a las Indias (en 1548), estuvo luchando en México.
Cuenta (en tercera persona) que batalló en Perú (contra el rebelde Francisco
Hernández Girón), y que "llegó a
Chile en 1553 en un navío suyo cargado con su hacienda, con el que se quedó el
mariscal Francisco de Villagra, Justicia Mayor de aquel reino, para llevar
gente de socorro a las ciudades de Valdivia e Imperial". Resumo lo que dice
a continuación: "Cuando llegó Don García de Mendoza se halló con él en la
pacificación de los indios de Arauco y Tucapel, en la batalla de Biobío y en la
de Millarapue, en ayudar a poblar la ciudad de Tucapel y la casa fuerte que se
hizo en Arauco, y fue con él al descubrimiento de las islas de Chiloé, y a la
población de la ciudad de Osorno. En tiempo del gobernador Francisco de
Villagra se halló en el fuerte de
Catiray, donde había gran suma de indios de guerra, en el cual fueron muertos
algunos españoles, y salió malherido. Se halló en el castigo a los indios de la
isla de Santa María, por haber matado españoles, y con el gobernador Pedro de
Villagra en el cerco que los indios pusieron sobre la ciudad de Concepción, a
la que tuvieron cercada casi dos meses. Luego sirvió al gobernador Rodrigo de
Quiroga. Se halló con el presidente (y gobernador) Sarabia en el fuerte
de Mareguano como capitán de una compañía, y fue por mandato suyo a socorrer a
la ciudad de Cañete y a la casa fuerte de Arauco". Tuvo importantes
nombramientos: maestre de campo desde el año 1579, regidor de la ciudad de
Villarrica, y corregidor, sucesivamente, de las de La Serena y La Imperial.
Precisamente, se había casado con una criolla de esta última población, llamada
María Cortés y Zapata, con la que tuvo tres hijos. Parece ser que él murió el
año 1598, en Villarrica, por lo que se libró de ver allí la muerte de sus tres
hijos en el alzamiento general de los mapuches (año 1599), donde el pequeño,
Francisco Álvarez Zapata, se comportó heroicamente en un cerco que duró tres
años.
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