miércoles, 29 de diciembre de 2021

(1605) El gobernador Sarabia no cesaba de acosar a los indios, pero algunos de sus hombres se quejaban de que, con favoritismos, escogía como asesores a sus amigos. Hubo en Las Indias héroes de la espiritualidad, como Santo Toribio de Mogrovejo.

 

     (1195) El gobernador Bravo de Sarabia iba dejando detalles que ya no gustaban tanto como al principio: "Tomó como asesores cuatro soldados amigos suyos, diciendo que con ellos podía tratar todas las cosas tocantes a la guerra porque tenían experiencia militar. Pero cuando se supo en el ejército, se murmuraba diciendo que no lo hacía por el bien general, sino solo por amistad privada". Luego  los españoles hicieron algo cruel, pero que formaba parte de la estrategia de guerra: "El gobernador seguía mandando que se cortaran las sementeras para obligar a los indios a hacer la paz. Fue entonces informado de que cerca de allí estaban en un monte muchos muchachos y mujeres con algunos indios que los guardaban, y, para ponerles más temor, envió una noche al capitán Alonso Ortiz con ochenta soldados. Llegó al amanecer donde estaban, y con ayuda de  los indios amigos que llevaba, tomó mucha chusma (en el sentido de gente sin importancia por no ser guerreros), algunos indios de su guarda y gran cantidad de ganado. Vuelto al campamento, el gobernador lo salió a recibir, le hizo muchas alabanzas de palabra, y lo llevó consigo".

     Cada uno por su lado, el capitán Gaspar de la Barreda, don Miguel de Velasco y Martín Ruiz de Gamboa, iban preparando sus tropas de acuerdo con lo ordenado por el gobernador para sus respectivos objetivos de lucha contra los indios: "Entonces Martín Ruiz de Gamboa, a quien el gobernador Sarabia había encomendado la provincia de Arauco y Tucapel, vino a pedirle gente para volver a la provincia y poder castigar a los caciques rebeldes, pero resultó que tuvo noticias de que los indios estaban haciendo un fuerte. El gobernador, preguntando por ello a Levolicán, por otro nombre don Pedro (estaba bautizado), indio belicoso, le dijo que era verdad que los indios de guerra hacían un fuerte y dónde lo hacían, y que tenían gran deseo de pelear contra él. Se dio por cierta la noticia, y Sarabia decidió pelear con ellos dondequiera que estuviesen".

     El gobernador, sabiendo que se habían juntado muchos indios cerca del campamento de los españoles, le envió a Miguel de Velasco con cien soldados para que fueran a castigarlos, pero, cuando llegó al lugar, ya se habían marchado, y no fueron tras ellos porque el territorio era muy dificultoso: "No habiendo logrado nada, se volvió al campamento e informó al gobernador de lo ocurrido, el cual se disgustó, y le dijo que por qué no los había perseguido. Don Miguel le respondió que la disposición de la tierra no dio lugar a más, y que él iba con ánimo de pelear, si hallara con quién. Sarabia le replicó a esto diciéndole que hubiese peleado con los árboles, y ambos se separaron disgustados". El gobernador, un día después, se centró en otro objetivo. Sabía que los indios estaban haciendo un fuerte en un lugar llamado Catiray, donde, por considerarlo ellos tierra sagrada, se sentían seguros de derrotar a los españoles. Al gobernador le pareció que vencerlos allí sería fácil, y que eso supondría una gran oportunidad para desmoralizar por completo a los indios de todo el territorio: "Les dijo a sus hombres que, desbaratando allí a los indios, con esa sola batalla se conquistaba lo que estaba de guerra, y lo de paz se afirmaba en mayor amistad, quitándoles su loca imaginación, dándoles a entender que, tratándose de  cristianos, no había parte alguna donde pudiesen estar seguros, porque, de presente, él tenía doscientos veinte soldados, dos piezas de artillería y noventa arcabuceros, más seiscientos indios amigos".

 

     (Imagen) Dado que, de momento, el cronista no ha sacado a escena ningún personaje nuevo de relieve, voy a recurrir a uno que, aunque centró su actividad en Perú, fue muy peculiar, y tuvo gran amistad con fray Antonio de San Miguel, obispo de La Serena y de Concepción (de quien acabamos de hablar). Se trata de alguien que, merecidamente y como rara avis en las Indias, fue canonizado: SANTO TORIBIO (ALFONSO) DE MOGROVEJO. Nació en Mayorga (Valladolid) el año 1538. Abreviaré su intensa biografía. Perteneciente a familia de noble linaje y culta, estudió leyes, fue profesor en Salamanca, y, cuando quedó vacante el arzobispado de Lima, Felipe II, que lo estimaba en gran manera, lo escogió el año 1579 para cubrir la plaza. Coincidió con el extraordinario Vasco de Quiroga (obispo de la mexicana Michoacán) al menos en dos cosas: eran muy buenas y valiosas personas, y hubo que consagrarlos previamente como sacerdotes. En 1582, inició el III Concilio Provincial de Lima (al que, como acabamos de ver, asistió el capitán Gaspar Verdugo), para aplicar las disposiciones del de Trento. Mogrovejo necesitó mostrar su carácter enérgico, pues hubo de enfrentarse con la indisciplina de algunos de sus obispos, y para ello contó con el apoyo del también recién mencionado fray Antonio de San Miguel. Santo Toribio puso especial interés en cortar los escándalos del clero, así como en propagar el evangelio y defender a los necesitados y a los nativos. Tuvo, por ello, muchos enemigos y sufrió un gran rechazo por parte de las autoridades. Pero contó con el apoyo del franciscano San Francisco Solano, otro gran misionero defensor de los indígenas y los pobres. SANTO TORIBIO, trabajador incansable, recorrió evangelizando, muchas veces a pie, las enormes distancias de su arzobispado, y fundó, asimismo, numerosas iglesias, monasterios y hospitales, e incluso, en 1591, el primer seminario del Nuevo Mundo. Concienzudo en extremo, se confesaba diariamente con su capellán. En 1726, cincuenta y cinco años después de Santa Rosa Lima, fue canonizado  Santo Toribio, siendo ellos los primeros santos de las Indias, y nombrándole a él Juan Pablo II, en 1983, patrono del obispado latinoamericano. Su entrega a la evangelización fue total, y, con tal fin, aprendió el idioma quechua y otros varios de distintas tribus, publicando en ellos los textos religiosos. SANTO TORIBIO enfermó durante uno de sus fatigosos viajes, y murió en una localidad peruana llamada Saña el año 1606. Nunca faltaron en las Indias héroes militares y héroes espirituales.  






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