(1195) El gobernador Bravo de Sarabia iba
dejando detalles que ya no gustaban tanto como al principio: "Tomó como
asesores cuatro soldados amigos suyos, diciendo que con ellos podía tratar
todas las cosas tocantes a la guerra porque tenían experiencia militar. Pero cuando
se supo en el ejército, se murmuraba diciendo que no lo hacía por el bien
general, sino solo por amistad privada". Luego los españoles hicieron algo cruel, pero que
formaba parte de la estrategia de guerra: "El gobernador seguía mandando
que se cortaran las sementeras para obligar a los indios a hacer la paz. Fue
entonces informado de que cerca de allí estaban en un monte muchos muchachos y
mujeres con algunos indios que los guardaban, y, para ponerles más temor, envió
una noche al capitán Alonso Ortiz con ochenta soldados. Llegó al amanecer donde
estaban, y con ayuda de los indios
amigos que llevaba, tomó mucha chusma (en el sentido de gente sin importancia
por no ser guerreros), algunos indios de su guarda y gran cantidad de
ganado. Vuelto al campamento, el gobernador lo salió a recibir, le hizo muchas
alabanzas de palabra, y lo llevó consigo".
Cada uno por su lado, el capitán Gaspar de
la Barreda, don Miguel de Velasco y Martín Ruiz de Gamboa, iban preparando sus
tropas de acuerdo con lo ordenado por el gobernador para sus respectivos
objetivos de lucha contra los indios: "Entonces Martín Ruiz de Gamboa, a quien
el gobernador Sarabia había encomendado la provincia de Arauco y Tucapel, vino
a pedirle gente para volver a la provincia y poder castigar a los caciques
rebeldes, pero resultó que tuvo noticias de que los indios estaban haciendo un
fuerte. El gobernador, preguntando por ello a Levolicán, por otro nombre don
Pedro (estaba bautizado), indio belicoso, le dijo que era verdad que los
indios de guerra hacían un fuerte y dónde lo hacían, y que tenían gran deseo de
pelear contra él. Se dio por cierta la noticia, y Sarabia decidió pelear con ellos
dondequiera que estuviesen".
El gobernador, sabiendo que se habían
juntado muchos indios cerca del campamento de los españoles, le envió a Miguel
de Velasco con cien soldados para que fueran a castigarlos, pero, cuando llegó
al lugar, ya se habían marchado, y no fueron tras ellos porque el territorio
era muy dificultoso: "No habiendo logrado nada, se volvió al campamento e
informó al gobernador de lo ocurrido, el cual se disgustó, y le dijo que por
qué no los había perseguido. Don Miguel le respondió que la disposición de la
tierra no dio lugar a más, y que él iba con ánimo de pelear, si hallara con quién.
Sarabia le replicó a esto diciéndole que hubiese peleado con los árboles, y
ambos se separaron disgustados". El gobernador, un día después, se centró
en otro objetivo. Sabía que los indios estaban haciendo un fuerte en un lugar
llamado Catiray, donde, por considerarlo ellos tierra sagrada, se sentían
seguros de derrotar a los españoles. Al gobernador le pareció que vencerlos
allí sería fácil, y que eso supondría una gran oportunidad para desmoralizar
por completo a los indios de todo el territorio: "Les dijo a sus hombres que,
desbaratando allí a los indios, con esa sola batalla se conquistaba lo que
estaba de guerra, y lo de paz se afirmaba en mayor amistad, quitándoles su loca
imaginación, dándoles a entender que, tratándose de cristianos, no había parte alguna donde
pudiesen estar seguros, porque, de presente, él tenía doscientos veinte
soldados, dos piezas de artillería y noventa arcabuceros, más seiscientos indios
amigos".
(Imagen) Dado que, de momento, el cronista
no ha sacado a escena ningún personaje nuevo de relieve, voy a recurrir a uno
que, aunque centró su actividad en Perú, fue muy peculiar, y tuvo gran amistad
con fray Antonio de San Miguel, obispo de La Serena y de Concepción (de quien
acabamos de hablar). Se trata de alguien que, merecidamente y como rara avis en
las Indias, fue canonizado: SANTO TORIBIO (ALFONSO) DE MOGROVEJO. Nació en
Mayorga (Valladolid) el año 1538. Abreviaré su intensa biografía. Perteneciente
a familia de noble linaje y culta, estudió leyes, fue profesor en Salamanca, y,
cuando quedó vacante el arzobispado de Lima, Felipe II, que lo estimaba en gran
manera, lo escogió el año 1579 para cubrir la plaza. Coincidió con el extraordinario
Vasco de Quiroga (obispo de la mexicana Michoacán) al menos en dos cosas: eran
muy buenas y valiosas personas, y hubo que consagrarlos previamente como
sacerdotes. En 1582, inició el III Concilio Provincial de Lima (al que, como
acabamos de ver, asistió el capitán Gaspar Verdugo), para aplicar las
disposiciones del de Trento. Mogrovejo necesitó mostrar su carácter enérgico,
pues hubo de enfrentarse con la indisciplina de algunos de sus obispos, y para
ello contó con el apoyo del también recién mencionado fray Antonio de San
Miguel. Santo Toribio puso especial interés en cortar los escándalos del clero,
así como en propagar el evangelio y defender a los necesitados y a los nativos.
Tuvo, por ello, muchos enemigos y sufrió un gran rechazo por parte de las
autoridades. Pero contó con el apoyo del franciscano San Francisco Solano, otro
gran misionero defensor de los indígenas y los pobres. SANTO TORIBIO,
trabajador incansable, recorrió evangelizando, muchas veces a pie, las enormes
distancias de su arzobispado, y fundó, asimismo, numerosas iglesias,
monasterios y hospitales, e incluso, en 1591, el primer seminario del Nuevo
Mundo. Concienzudo en extremo, se confesaba diariamente con su capellán. En 1726,
cincuenta y cinco años después de Santa Rosa Lima, fue canonizado Santo Toribio, siendo ellos los primeros
santos de las Indias, y nombrándole a él Juan Pablo II, en 1983, patrono del obispado
latinoamericano. Su entrega a la evangelización fue total, y, con tal fin,
aprendió el idioma quechua y otros varios de distintas tribus, publicando en
ellos los textos religiosos. SANTO TORIBIO enfermó durante uno de sus fatigosos
viajes, y murió en una localidad peruana llamada Saña el año 1606. Nunca
faltaron en las Indias héroes militares y héroes espirituales.
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