(1186) Allí estaba Agustín de Ahumada, en
la ciudad de Cañete, sacando fuerzas de flaqueza para frenar el ataque de los
mapuches, envalentonados por su enorme diferencia numérica: "Mandó a dos
soldados que manejasen las dos piezas de artillería sin ocuparse en otra cosa.
Los indios venían cerrados en sus escuadrones para atacar el fuerte. Un soldado
que se llamaba Ortuño, vizcaíno, con la cólera de los de su nación (parece
ser que los vascos tenían fama de violentos), no pudo resistirse a disparar
una pieza que a su cargo tenía, y aunque los indios estaban lejos, hizo tan
buena puntería, que la pelota acertó con el escuadrón y le dio a un indio valiente en
la cara, haciéndole pedazos la cabeza, de lo que murió enseguida". El
disparo le sorprendió al cacique Millalelmo, ya que le habían dicho que los
españoles se llevaron casi toda la artillería en un barco, y le preocupó la
situación: "El fuerte estaba en un llano, por lo cual los indios se verían
obligados a acercarse sin protección. Viendo que, con la artillería, los
matarían antes de llegar, Millalelmo cercó con sus indios el fuerte de manera que
no pudiese ningún cristiano salir ni entrar". La situación era sumamente apurada para los españoles, pero
dio de la casualidad de que el maestre de campo Lorenzo Bernal se apartó de la
tropa del gobernador para ir a otra zona, y allí tuvo noticias de lo que pasaba en Cañete, de
manera que regresó para que lo supiera su jefe, Rodrigo de Quiroga, el cual
partió después de inmediato para llegar cuanto antes a Cañete. Pero también los
indios estaban al corriente de los movimientos de los españoles: "Luego se
dividieron y fue cada uno de vuelta a su tierra, evitando así que el gobernador
hiciera allí una gran ejecución de justicia. Pero algunos no quedaron sin
castigo, porque el gobernador, cuando llegaba, topó con muchos indios de los de
guerra. Aunque huyeron, los españoles alancearon a muchos, y a otros que
tomaron vivos, los castigó el gobernador por justicia. Cuando llegó a la
ciudad, que estaba cerca, fue bien recibido, y luego mandó hacer la guerra y
castigar a todos los que encubiertamente habían consentido en la rebelión. Se
hizo con algunos, y los demás permanecieron pacíficos por entonces".
Los indios mentían habitualmente, y lo
hacían para desorientar a los españoles. El gobernador envió al maestre de
campo con gente a la ciudad de Angol porque le habían dicho que los españoles
estaban allí sitiados, pero no era cierto. Lorenzo Bernal se volvió con su
hombres, y le pidió permiso al gobernador para llevárselos con el fin de
pacificar la zona intermedia entre Arauco y Angol. Llegados allí, se les pasaba
el tiempo sin grandes logros, y sus hombres empezaron a impacientarse al ver
que se les echaba encima el invierno. Lorenzo Bernal se resistía a volver con
tan pobre resultado, pero se dio cuenta de que le estaban cogiendo manía por su
terquedad: "Viendo el maestre de campo cuán disgustados estaban, enterado
también de lo que los indios preparaban, y sabiendo que el sitio era malo para
el invierno, se vino al valle de Arauco, y con buena suerte, porque los caciques del valle andaban en fiestas
y tratando de pelear. Con su llegada, cesó el bullicio de los indios, les habló
a todos atemorizándolos, y, diciéndoles después que volvería en breve, se fue a
Cañete, donde el gobernador estaba".
(Imagen) Veamos cómo nacía exitosamente
una ciudad: "El general Martín Ruiz (de Gamboa) salió de la ciudad
de Cañete por orden del gobernador para ir a poblar en lo que se llama Chiloé,
porque no sólo se contentaba Rodrigo de Quiroga con restaurar lo que Francisco
de Villagra había perdido, sino que mandó poblar para el Rey una ciudad nueva. Se
juntaron en breves días para ello, en la ciudad de Osorno, ciento diez hombres,
y acudieron de muchas partes soldados para ir en su compañía. El general Martín
Ruiz pasó en piraguas a sus hombres, y, juntamente a nado, trescientos caballos
por la mar adelante hasta llegar a la otra costa, en una legua de longitud, lo que
fue un hecho temerario. Llegados allí, el general vio que había muchas
montañas, por lo que tuvo que dar un gran rodeo por la costa, y surgieron
muchos inconvenientes que hicieron peligrar la expedición. Martín Ruiz, como
hombre prudente, sabía que sus hombres no se movían por interés del reino de
Chile, sino por el suyo propio. Se sobrepuso y siguió caminando por la costa
ocho días. Luego se adelantó, con treinta soldados a caballo, para ver si había
lugar conveniente donde asentar el campamento, y desde allí buscar sitio para
poblar. Estando ya en mitad de la isla,
y viendo que había muchos indios, decidió poblar en la ribera de un río, al
lado del mar, donde había buenas fuentes y hermoso campo con muchas pesquerías.
Le puso a la ciudad el nombre de Castro
(año 1567, con el apellido del virrey), y, a la provincia, Nueva
Galicia. Luego hizo una relación de los repartimientos de indios que podía dar
a los soldados, y nombró al justicia que representaba al Rey. Después de escogidos
los miembros del concejo y puesta la horca, se embarcó y anduvo navegando por
el archipiélago, que es de muchas islas. Esta, que es la principal de todas
ellas, tiene sesenta leguas de longitud, y unas siete de anchura. Está apartada
de la Cordillera Nevada (los Andes) cuatro leguas, y hay entre la isla y
la cordillera otro brazo de mar con dos leguas de anchura. Este brazo de mar
viene desde el Estrecho de Magallanes, dejando junto a ella muchas islas
menores. La costa es áspera hasta el Estrecho de Magallanes, aunque con muchos
puertos, y no hay lugar donde se pueda poblar. Después el general MARTIN RUIZ
DE GAMBOA dejó en tierra al capitán Antonio de Lastur para que llamase de paz a
los caciques de una isla grande llamada Quinchao, y lo hizo tan bien, que vinieron
la mayor parte de ellos a dar la obediencia al general en representación del
Rey".
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