(1192) El cronista Marmolejo nos apunta ya
de entrada que el gobernador Melchor Bravo de Sarabia era un buen militar, pero
al que le perjudicaron en Chile sus impacientes ganas de pacificar cuanto antes
a los indios: "En Santiago todos entendieron el deseo que traía de acabar
la guerra que tantos años duraba y tan dañosa era para todo el reino, y, como
hombre que tenía experiencia de haber visto que muchas veces soldados sencillos
decían cosas militares acertadas, trataba con ellos de ordinario sobre la
manera en que habría de acabarla con brevedad, la cual brevedad después le dañó
mucho". Era la principal preocupación del gobernador Sarabia, y llegó
incluso a pedirles a los vecinos que contribuyeran aportando para las batallas
parte del oro que sacaban de las minas. Los vecinos ayudaron, pero pedían algo
a cambio: "Decidieron darle la octava parte del oro que los indios les
sacasen durante ocho meses, pero con la condición de que no llevase a la guerra
a ningún vecino, ni hijo suyo ni criado, de los que tuviesen en sus haciendas.
Aunque el gobernador se comprometió a respetarlo, no lo cumplió, pues se llevó
nueve vecinos, de lo cual se quejaban la mayoría, pero, como no les quedaba
otro remedio, lo llevaban con buen ánimo. Llegó también a un acuerdo con los
oficiales del rey para gastar de la Hacienda Real lo que fuese necesario
Después de haber dado a sus soldados armas, caballos y ropas, cuyo costo
ascendió a más de ocho mil pesos, salió de la ciudad de Santiago al llegar la
primavera con ciento diez soldados bien ordenaados, y dejó a su mujer e hijos
en casa del general Juan Jufré muy bien servidos, como si estuvieran en la suya
propia".
Recordemos (como ya vimos) que Melchor
Bravo de Sarabia había pasado por una experiencia militar sumamente complicada,
siendo capaz de resolverla brillantemente. Muerto en 1552 el virrey de Perú, el
gran Antonio de Mendoza, tuvo Melchor la tarea de sofocar allí, como presidente
de la Audiencia de Lima, la rebelión del peligroso Francisco Hernández Girón,
consiguiendo derrotarlo y ejecutarlo. Ese prestigio fue la causa de que le
recibieran con tanto entusiasmo en Chile. Como era natural, tras las fiestas
que le hicieron en Santiago de Chile, le tocaba ir a Concepción para verse con
los dos oidores de la Audiencia, y partió hacia allá con la tropa que había
reunido. Por donde pasaba lo vitoreaban. Él se adelantó dejando al mando
de sus hombres al capitán burgalés Diego
de Barahona: "En la ciudad de Concepción, al saber que venía, salieron de
ella para recibirle el general don Miguel de Velasco (y Avendaño) y
muchos otros capitanes, haciéndole el capitán Diego de Aranda un espléndido
banquete en una encomienda de indios que allí tenía. Siguiendo su camino acompañado
de tan principal gente y tratando en cosas de guerra, llegó a la ciudad de Concepción,
donde fue recibido por los oidores y por el pueblo con mucha alegría. Le hospedó
en su casa el licenciado Egas, oidor de aquella Audiencia, con muchos regalos, buena
conversación y muy principal mesa, porque era generoso en lo que hacía. Estando
en tan buena conversación, y para que no se le pasase el tiempo conforme al
deseo que traía, trató con los capitanes que en aquella ciudad estaban acerca
de la manera en que tendría que hacer la guerra".
(Imagen) Acaba de citar el cronista al
capitán DIEGO DE BARAHONA Y TORRES. Tuvo un pariente cercano llamado ANDRÉS DE
BARAHONA. De ambos hay escasa información, por lo que los trataré juntos. Para
mayor complicación, Diego de Barahona llegó a las Indias en 1555 en la flota
del virrey Marqués de Cañete acompañado de dos primos suyos, Juan y Diego de
Barahona, a los que vamos a dejar de lado. Del Diego mencionado por el cronista
Marmolejo, podemos decir lo siguiente. Nació en Burgos el año 1536 de una
familia en buena posición. Permaneció en Lima ejerciendo de militar hasta que el año 1565 fue en una
expedición de Jerónimo de Costilla a Santiago de Chile, como refuerzo para la
lucha contra los indios. Participó como capitán de caballería en la durísima
guerra de Arauco con el buen gobernador Rodrigo de Quiroga, y en la
reedificación de la martirizada ciudad de Cañete. Asimismo, sirvió como capitán
del gobernador Bravo de Sarabia en la tropa que viajó hacia el sur camino de
Angol (que es lo que nos está contando ahora el cronista). Fue nombrado
corregidor de la ciudad de Valdivia, cargo que desempeñó hasta el año 1571,
falleciendo entonces (quizá herido), con fama de humano, en La Imperial, bajo
el cuidado de otra persona amable, su pariente Gabriel de Villagra. Dejó
mujer, Isabel Buisa, un hijo y una hija.
La vida del también burgalés ANDRÉS DE BARAHONA resultó muy distinta. Nació
hacia el año 1530 y fue en 1551 a México, trasladándose poco después a Chile,
con la peculiaridad de que nunca le dio por guerrear. Lo suyo fueron siempre
las labores de un funcionario público que también se dedicaba a mercadear, para
lo que abrió un establecimiento en Santiago de Chile. Con los beneficios del
negocio y el sueldo de escribano conseguía mantener una vida digna, aunque quizá algo precaria, porque hubo un
detalle extraño en su testamento. A sus varios hijos, todos naturales, les dejó
indicado en el documento: "No tengo bienes ninguno que poderles dejar a
mis hijos, y les pido que permanezcan en la virtud, para que, mediante ella,
consigan lo que yo les deseo”. No obstante, tras morir él, que fue hacia el año
1600, uno de sus hijos, ÍÑIGO DE BARAHONA, hizo fortuna, tuvo asimismo
solamente hijos naturales, y, al fallecer el año 1657 en Santiago de Chile, les
dejó en herencia muchas propiedades inmobiliarias. En la imagen vemos la ciudad
de Burgos, patria chica de estos Barahona, en el siglo XVI, sin que pudiera
faltar, a lo lejos, su bella e impresionante catedral.
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