miércoles, 2 de agosto de 2023

(2099) Muerte del gran Cortés. Desengañado de su estancia en España, se puso en marcha de vuelta a México, pero enfermó, y falleció el día 2 de diciembre de 1547 en Castileja de la Cuesta (Sevilla), a los 62 años.

 

     (152) –Esto es el principio del fin, muchachuelo: Bernal recapitula.

     -Quedan unas cuantas páginas sabrosas, ectoplásmico clérigo, aunque las mostrará como una vista panorámica de esta fabulosa historia, poniendo sobre la mesa el corazón para descubrirnos sus afectos y emociones. Pero hay un problema: habrá que resumir.

     -Lo entiendo, concienzudo secretario; pero  no te pases: te daré un hisopazo cada vez que abuses de la tijera. Vamos a ver qué estaba haciendo Cortés por Castilla, prácticamente desterrado de México: “Cuando Su Majestad volvió de hacer el castigo en Gante, hizo la gran armada para ir sobre Argel, y le fue a servir en ella el marqués del Valle, llevando en su compañía a su hijo el mayorazgo (el legítimo Martín). También llevó a don Martín Cortés, el que tuvo de doña Marina (deliciosa indita), y llevó muchos escuderos y criados y caballos y gran compañía y servicio (qué cara ostentación); y se embarcó en una buena galera con Enrique Enríquez (el almirante de Castilla). Y hubo una tan recia tormenta que se perdió mucha parte de la real armada, dando también al través la galera en que iban Cortés y sus hijos, los cuales escaparon con gran riesgo de sus personas. Y como en tales peligros no hay tanto acuerdo (sensatez) como debería haber, Cortés se ató en unos paños revueltos al brazo ciertas joyas de piedras muy riquísimas que llevaba como gran señor, y con la revuelta de salir en salvo entre tanta multitud se le perdieron todas”. Le dijeron al rey sus consejeros más próximos que, ante tanta pérdida de naves y hombres, lo mejor era abandonar, renunciando al ataque, “sin que llamaran a Cortés para que diese su parecer”. Cuando lo supo Hernán, sacó pecho y le dijo al rey que “con la ayuda de Dios y la buena ventura de Su Majestad le dejara tomar Argel con los soldados que había, tal y como pudo hacer proezas con sus valientes y sufridos hombres en México”. Hubo caballeros que tuvieron en cuenta estas palabras, pero, finalmente, el rey ordenó la retirada. Fue el último sueño de gloria del grandísimo Cortés, y el preludio de su próximo final, que  nos va a dejar un poso de amargura: “Volvieron, pues, a Castilla de aquella trabajosa jornada, y como el marqués estaba ya muy cansado, deseaba en gran manera volver a la Nueva España. Y fue a recibir a Sevilla a su hija, porque tenía concertado casarla con don Álvaro Pérez Osorio”.

(Llegó el momento, hijos míos: el sol se nos apaga). La que venía a Sevilla era su hija mayor, María Cortés. “Y este casamiento se desconcertó por culpa de don Álvaro, de lo cual el marqués recibió tan gran enojo que, de calentura y cámaras, que tuvo recias, estuvo muy al cabo; y andando con su dolencia, salió de Sevilla y se fue a Castilleja de la Cuesta para entender en su alma y ordenar su testamento. Y después de ordenado y haber recibido los Santos Sacramentos, fue  Nuestro Señor servido llevarle de esta trabajosa vida, y murió el día dos de diciembre de 1547 años (contando 62). Y llevóse su cuerpo a enterrar, con gran pompa, mucha clerecía y gran sentimiento de muchos caballeros de Sevilla, en la capilla de los duques de Medina Sidonia, y después fueron traídos sus huesos a la Nueva España, porque así lo mandó en su testamento. Y están en un sepulcro en Coyoacán, o en Texcoco, que  no lo sé bien”. Sin duda, el gran amor de Cortés fue la  Nueva España.

     (Fotos.- Qué honrado y fiable cronista es Bernal; dice lo que sabe y nunca va más allá. Veamos lo que pasó con los restos de Cortés. La duda de Bernal viene de que en el testamento quedó ordenado que se le enterrara en un monasterio de Coyoacán que Cortés mandó construir. Pero no se edificó; por eso lo llevaron al monasterio de San Francisco, situado en Texcoco. Las peripecias posteriores no las pudo conocer nuestro gran cronista. Cortés había fundado el Hospital de Jesús en la capital mexicana; sus herederos trasladaron los restos a su capilla. Cuando llegó la independencia, y por miedo a profanaciones, fueron ocultados el año 1823 en una pared junto al altar mayor. Allí permanecieron hasta que en 1946 se sacaron del hueco (foto primera). Certificada la autenticidad de los restos, se volvieron a colocar en el mismo sitio y allí permanecen tras una sencilla placa (foto segunda); llama la atención que, en el escudo familiar que figura sobre el nombre de Cortés, se haya dejado sin  borrar un detalle muy doloroso para el orgullo mexicano: las cabezas encadenadas de los siete grandes caciques a los que sometió, entre ellos, Moctezuma y Cuauhtémoc. En las letrucas de abajo, parece poner: “SE REINHUMÓ EN JUNIO 1954”).





martes, 1 de agosto de 2023

(2098) Pedro de Alvarado fue uno de los más importantes conquistadores de las Indias, pero, además de morir en un absurdo accidente, tuvo muchas tragedias en su familia. Las cuenta Bernal, quien, mucho después, fue enterrado junto a él.

 

     (151) –Es así, jubileta: la suerte, buena o mala, puede acumularse.

     -Gran verdad, sutil ectoplasma: a veces, te reparten gozos o dolores ‘suavecito’. Pero a algunos les vuelcan de golpe un contenedor entero. Así  quedó dividida en dos partes la epopeya de Cortés: a la cegadora luz de su triunfo en México, le siguió la grisura de una larga decadencia envuelta en fracasos. ¿Y lo de Alvarado?

     -A eso vamos, melancólico poeta. Fue, probablemente, el más carismático de los capitanes de Cortés. Ya vimos que Cristóbal de Olid trató de usurparle a Cortés la conquista de Honduras, y fue degollado. Por el contrario (qué contraste), Pedro de Alvarado consiguió hacerse gobernador de Guatemala sin problemas con ‘el jefe’. Hemos visto que murió aplastado por un caballo luchando generosamente para salvar a una tropa en serios apuros. Bernal no solo nos cuenta la fatal muerte de ese eterno triunfador, sino que va a añadir las toneladas de desgracias que cayeron sobre su familia. Pedro se había casado años antes con Francisca de la Cueva, y ya le golpeó el destino: la recién casada murió en cuanto desembarcó en Veracruz. Cuando consiguió la gobernación de Guatemala, repitió boda con una hermana de la fallecida, Beatriz de la Cueva, que, al parecer, lo amó apasionadamente, llegando al borde de la locura al recibir la trágica noticia: “Se mandó que se entintasen todas las paredes de las casas con un betún que  no se pudiese quitar. Y muchos caballeros iban a consolarla para que no tomase tanta tristeza por su marido, y le decían que diese gracias a Dios, porque de ello fue servido. Y ella, como buena cristiana, decía que así se las daba; y como las mujeres son tan lastimosas por los que bien quieren, deseaba morirse y  no estar en este mundo con estos trabajos”. Con esto, Bernal se anticipa a la torcida interpretación que el cronista Gómara hizo de otro espanto inmediato: “Afirma Gómara que aquella señora dijo que ya Nuestro Señor no le podía hacer mayor mal, y por esa blasfemia vino pronto una tormenta de agua, cieno y maderos gordos que descendió de un volcán, derribó la mayor parte de las casas donde vivía aquella señora, y estando rezando con sus doncellas (y su hija de menos de un año), las tomó todas debajo y se ahogaron. Y no ocurrió como dice el Gómara, sino que la causa fue secreto de Dios”. Bernal se salta algo descorazonador. Un día antes, la habían nombrado gobernadora de Guatemala. Aceptó, y firmó como “Doña Beatriz la Sin Ventura”. Lo que no  nos ahorra Bernal es lo que sigue: “De sus hermanos, Jorge de Alvarado murió en 1540 en Madrid, yendo a suplicar que le gratificasen sus servicios; el Gómez de Alvarado, en Perú; el Gonzalo de Alvarado, en Oaxaca o México, que no se me acuerda; el Juan de Alvarado, en la isla de Cuba; pues sus hijos (todos naturales), el mayor, que se llamaba Pedro, fue a Castilla con su tío Juan de Alvarado el Mozo y  nunca más se supo de ellos, porque se pensó que se perdieron en la mar o los cautivaron los moros; pues don Diego, el menor, como se vio perdido, volvió al Perú, y en una batalla murió. Nuestro Señor los lleve a su santa gloria, amén. Y ahora se han hecho en esta ciudad de Guatemala dos sepulcros en la iglesia mayor para traer los huesos del adelantado don Pedro de Alvarado y enterrarle en uno de ellos; y el otro  para que, cuando Dios sea servido llevar de esta presente vida a don Francisco de la Cueva (quedó como gobernador) y doña Leonor de Alvarado, su mujer e hija (natural) de Pedro de Alvarado, sean enterrados en él”. Termina  Bernal diciendo: “Digamos en qué paró la armada de Pedro de Alvarado. Y es que, fallecido su capitán, cada uno tiró por su cabo, y  un año después, el virrey Mendoza tomó los tres mejores navíos de los trece de Alvarado, y mandó ir a descubrir por la ruta prevista, pero tampoco tuvo fortuna”. Añadamos que también  Beatriz fue enterrada junto a su marido, y alguien más que Bernal supondría, pero  no lo pudo saber: él mismo.

     (Foto.- El monstruo  de esta historia tiene el nombre de Volcán de Agua, situado a corta distancia de la antigua capital de Guatemala. Paradójicamente era un volcán apagado, pero con el cráter lleno de agua; la espantosa tormenta agrietó sus paredes, despeñándose una enorme riada que arrasó la población. Fue necesario desplazarla a un lugar próximo, y lo que vemos en la foto son las ruinas de una vieja iglesia del nuevo emplazamiento, también derribada por las sacudidas de uno de los terremotos tan frecuentes en la zona. Junto al viejo altar mayor hay una lápida que completa lo que Bernal, regidor de la ciudad, no pudo certificar: “En ese sitio -en las catacumbas- se dio sepultura a ilustres personajes de la conquista y fundación de Guatemala, entre ellos: Don Pedro de Alvarado y Contreras y su esposa Doña Beatriz de la Cueva; el primer Obispo Francisco Marroquín; y el soldado e historiador Bernal Díaz del Castillo”. Solo falta añadir: ‘Que Nuestro Señor los haya llevado a su santa gloria, amén’).