(151) –Es así,
jubileta: la suerte, buena o mala, puede acumularse.
-Gran verdad, sutil ectoplasma: a veces, te reparten gozos o dolores
‘suavecito’. Pero a algunos les vuelcan de golpe un contenedor entero. Así quedó dividida en dos partes la epopeya de
Cortés: a la cegadora luz de su triunfo en México, le siguió la grisura de una
larga decadencia envuelta en fracasos. ¿Y lo de Alvarado?
-A eso vamos, melancólico poeta. Fue, probablemente, el más carismático
de los capitanes de Cortés. Ya vimos que Cristóbal de Olid trató de usurparle a
Cortés la conquista de Honduras, y fue degollado. Por el contrario (qué
contraste), Pedro de Alvarado consiguió hacerse gobernador de Guatemala sin problemas
con ‘el jefe’. Hemos visto que murió aplastado por un caballo luchando
generosamente para salvar a una tropa en serios apuros. Bernal no solo nos
cuenta la fatal muerte de ese eterno triunfador, sino que va a añadir las
toneladas de desgracias que cayeron sobre su familia. Pedro se había casado
años antes con Francisca de la Cueva, y ya le golpeó el destino: la recién
casada murió en cuanto desembarcó en Veracruz. Cuando consiguió la gobernación
de Guatemala, repitió boda con una hermana de la fallecida, Beatriz de la
Cueva, que, al parecer, lo amó apasionadamente, llegando al borde de la locura
al recibir la trágica noticia: “Se mandó que se entintasen todas las paredes de
las casas con un betún que no se pudiese
quitar. Y muchos caballeros iban a consolarla para que no tomase tanta tristeza
por su marido, y le decían que diese gracias a Dios, porque de ello fue
servido. Y ella, como buena cristiana, decía que así se las daba; y como las
mujeres son tan lastimosas por los que bien quieren, deseaba morirse y no estar en este mundo con estos trabajos”.
Con esto, Bernal se anticipa a la torcida interpretación que el cronista Gómara
hizo de otro espanto inmediato: “Afirma Gómara que aquella señora dijo que ya
Nuestro Señor no le podía hacer mayor mal, y por esa blasfemia vino pronto una
tormenta de agua, cieno y maderos gordos que descendió de un volcán, derribó la
mayor parte de las casas donde vivía aquella señora, y estando rezando con sus
doncellas (y su hija de menos de un año),
las tomó todas debajo y se ahogaron. Y no ocurrió como dice el Gómara, sino que
la causa fue secreto de Dios”. Bernal se salta algo descorazonador. Un día
antes, la habían nombrado gobernadora de Guatemala. Aceptó, y firmó como “Doña
Beatriz la Sin Ventura”. Lo que no nos
ahorra Bernal es lo que sigue: “De sus hermanos, Jorge de Alvarado murió en
1540 en Madrid, yendo a suplicar que le gratificasen sus servicios; el Gómez de
Alvarado, en Perú; el Gonzalo de Alvarado, en Oaxaca o México, que no se me
acuerda; el Juan de Alvarado, en la isla de Cuba; pues sus hijos (todos naturales), el mayor, que se
llamaba Pedro, fue a Castilla con su tío Juan de Alvarado el Mozo y nunca más se supo de ellos, porque se pensó
que se perdieron en la mar o los cautivaron los moros; pues don Diego, el
menor, como se vio perdido, volvió al Perú, y en una batalla murió. Nuestro
Señor los lleve a su santa gloria, amén. Y ahora se han hecho en esta ciudad de
Guatemala dos sepulcros en la iglesia mayor para traer los huesos del adelantado
don Pedro de Alvarado y enterrarle en uno de ellos; y el otro para que, cuando Dios sea servido llevar de esta
presente vida a don Francisco de la Cueva (quedó
como gobernador) y doña Leonor de Alvarado, su mujer e hija (natural) de Pedro de Alvarado, sean
enterrados en él”. Termina Bernal
diciendo: “Digamos en qué paró la armada de Pedro de Alvarado. Y es que,
fallecido su capitán, cada uno tiró por su cabo, y un año después, el virrey Mendoza tomó los
tres mejores navíos de los trece de Alvarado, y mandó ir a descubrir por la
ruta prevista, pero tampoco tuvo fortuna”. Añadamos que también Beatriz fue enterrada junto a su marido, y
alguien más que Bernal supondría, pero
no lo pudo saber: él mismo.
(Foto.- El monstruo de esta
historia tiene el nombre de Volcán de Agua, situado a corta distancia de la
antigua capital de Guatemala. Paradójicamente era un volcán apagado, pero con
el cráter lleno de agua; la espantosa tormenta agrietó sus paredes,
despeñándose una enorme riada que arrasó la población. Fue necesario
desplazarla a un lugar próximo, y lo que vemos en la foto son las ruinas de una
vieja iglesia del nuevo emplazamiento, también derribada por las sacudidas de
uno de los terremotos tan frecuentes en la zona. Junto al viejo altar mayor hay
una lápida que completa lo que Bernal, regidor de la ciudad, no pudo
certificar: “En ese sitio -en las catacumbas- se dio sepultura a
ilustres personajes de la conquista y fundación de Guatemala, entre ellos: Don Pedro de Alvarado y Contreras y
su esposa Doña Beatriz de la Cueva;
el primer Obispo Francisco Marroquín;
y el soldado e historiador Bernal Díaz
del Castillo”. Solo falta añadir: ‘Que Nuestro Señor los haya llevado a
su santa gloria, amén’).
No hay comentarios:
Publicar un comentario