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ACTITUD DESPIADADA DE ISABEL BARRETO Y MUERTE DE SU MARIDO, EL PRUDENTE ÁLVARO
DE MENDAÑA.
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- Asistamos con respeto, querido hijo mío putativo, al destino final de Álvaro
de Mendaña en la isla Santa Cruz.
- Tuvo mala suerte, compasivo abad, aunque
eso era lo más normal en Indias. Llegaron al pequeño archipiélago el 8/9/1595,
y fueron bien recibidos por el cacique Malope, que vio en ellos buena ayuda
para dar un escarmiento a otra tribu que saqueaba a la suya. Los españoles
venían arrastrando tantas carencias y sufrimientos que las protestas internas se
volvieron peligrosas y los planteamientos muy enfrentados, alguno tan demencial
como el de regresar a Perú para conseguir suministros. Quirós escribe
literariamente: “Los cuentos fueron sin cuento”. El que iba de maestre de campo
estaba más que harto de que Isabel Barreto lo humillara en público. Tampoco le
gustó nada que Mendaña le censurara por maltratar a Malope. Lo que cuenta
Quirós es dramático, aunque no sabemos si exageró: “Y doña Isabel decía a su
marido: ‘Señor, matadlo: ¿qué más queréis, pues os ha venido a las manos?, y si
no, yo le mataré con este machete’. Era el Adelantado (Mendaña) prudente, y no
lo hizo”. Pero el trabajo de zapa debió de ser muy intenso, porque, con ocasión
de que Malope fue asesinado por unos soldados, Mendaña dio orden fulminante de
matar a Pedro Marino Manrique, el maestre, a su ayudante y al alférez que iba
al mando de la tropa. Esta vez Álvaro dirigió la operación de castigo, en la
que tuvieron participación importante los tres hermanos de Isabel. Ejecutaron
al trío sentenciado. A pesar de que Mendaña perdonó a todos lo demás, los
Barreto quisieron hacer una escabechina entre sus contrarios. Sin causa
justificada, Luis Barreto intentó apuñalar a un soldado, pero Quirós le agarró
del brazo y le dijo: “¿Qué cosa es que, sin más ni más, se maten así a los
hombres?”. Pero el afán de venganza se
impuso, y hubo muchos muertos por ambas partes. Así que la moral del almirante
estaría por los suelos y las defensas de su organismo muy debilitadas.
- Al menos, triste filósofo, eso parece lo
que decidió la naturaleza de Mendaña, y enfermó de suma gravedad. Se dio cuenta de que estaba en
las últimas: ya sabes que entonces éramos adivinos al respecto, y también
responsables testadores. Redactó sus últimas voluntades y pocas horas después
murió, un lloroso 18 de octubre de 1595. Nada mejor para recordar su memoria
que mostrar su parte positiva, tal y como la vieron los ojos de Quirós. Habría
sido el mejor epitafio: “Era persona a quien las cosas mal hechas no parecían
bien. Era muy llano; no quería que esperaran de él razones, sino obras. La gobernadora
sintió su muerte, y ansí muchos, aunque algunos se holgaran de ella”. Ciao.
- Seguiremos el resto del viaje, caro
Sancio, bajo el mando de Isabel. Bye, bye.
- Está claro, compañero de fatigas,
que a Mendaña se le recuerda en las islas
que descubrió. Ya vimos la lujosa moneda que le dedicaron en las Salomón, él
por una cara, y nada menos que the Queen Elisabeth en la otra. Mira qué bonito
sello le dedicaron los franceses en su ‘Polinesia particular’, las Marquesas.
Qué menos que celebrar así los centenarios. La otra foto muestra una deliciosa
playa de la isla de Santa Cruz, en la que enterraron a Mendaña. Pero sus
compañeros, recordándole con respeto, se llevaron los restos a Manila, donde
sería mejor recordado, y purificado con miles de misas. Como yo también dispuse
para mí por escrito.
- Y al hacerlo, querido Sancho, dijiste
algo que me emocionó. Las misas no solo eran para ti, sino también “por las
ánimas de aquellos que yo fui causa de que ofendieran a Dios”.
- No me atormentes, hijo mío.
- Al contrario, buen abad: ese sutil
arrepentimiento fue valiente y te honra.
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