viernes, 8 de abril de 2016

(229) ACTITUD DESPIADADA DE ISABEL BARRETO Y MUERTE DE SU MARIDO, EL PRUDENTE ÁLVARO DE MENDAÑA.

(229) - Asistamos con respeto, querido hijo mío putativo, al destino final de Álvaro de Mendaña en la isla Santa Cruz.
     - Tuvo mala suerte, compasivo abad, aunque eso era lo más normal en Indias. Llegaron al pequeño archipiélago el 8/9/1595, y fueron bien recibidos por el cacique Malope, que vio en ellos buena ayuda para dar un escarmiento a otra tribu que saqueaba a la suya. Los españoles venían arrastrando tantas carencias y sufrimientos que las protestas internas se volvieron peligrosas y los planteamientos muy enfrentados, alguno tan demencial como el de regresar a Perú para conseguir suministros. Quirós escribe literariamente: “Los cuentos fueron sin cuento”. El que iba de maestre de campo estaba más que harto de que Isabel Barreto lo humillara en público. Tampoco le gustó nada que Mendaña le censurara por maltratar a Malope. Lo que cuenta Quirós es dramático, aunque no sabemos si exageró: “Y doña Isabel decía a su marido: ‘Señor, matadlo: ¿qué más queréis, pues os ha venido a las manos?, y si no, yo le mataré con este machete’. Era el Adelantado (Mendaña) prudente, y no lo hizo”. Pero el trabajo de zapa debió de ser muy intenso, porque, con ocasión de que Malope fue asesinado por unos soldados, Mendaña dio orden fulminante de matar a Pedro Marino Manrique, el maestre, a su ayudante y al alférez que iba al mando de la tropa. Esta vez Álvaro dirigió la operación de castigo, en la que tuvieron participación importante los tres hermanos de Isabel. Ejecutaron al trío sentenciado. A pesar de que Mendaña perdonó a todos lo demás, los Barreto quisieron hacer una escabechina entre sus contrarios. Sin causa justificada, Luis Barreto intentó apuñalar a un soldado, pero Quirós le agarró del brazo y le dijo: “¿Qué cosa es que, sin más ni más, se maten así a los hombres?”.  Pero el afán de venganza se impuso, y hubo muchos muertos por ambas partes. Así que la moral del almirante estaría por los suelos y las defensas de su organismo muy debilitadas.
     - Al menos, triste filósofo, eso parece lo que decidió la naturaleza de Mendaña, y enfermó de  suma gravedad. Se dio cuenta de que estaba en las últimas: ya sabes que entonces éramos adivinos al respecto, y también responsables testadores. Redactó sus últimas voluntades y pocas horas después murió, un lloroso 18 de octubre de 1595. Nada mejor para recordar su memoria que mostrar su parte positiva, tal y como la vieron los ojos de Quirós. Habría sido el mejor epitafio: “Era persona a quien las cosas mal hechas no parecían bien. Era muy llano; no quería que esperaran de él razones, sino obras. La gobernadora sintió su muerte, y ansí muchos, aunque algunos se holgaran de ella”. Ciao.
     - Seguiremos el resto del viaje, caro Sancio, bajo el mando de Isabel. Bye, bye.


     - Está claro, compañero de fatigas, que  a Mendaña se le recuerda en las islas que descubrió. Ya vimos la lujosa moneda que le dedicaron en las Salomón, él por una cara, y nada menos que the Queen Elisabeth en la otra. Mira qué bonito sello le dedicaron los franceses en su ‘Polinesia particular’, las Marquesas. Qué menos que celebrar así los centenarios. La otra foto muestra una deliciosa playa de la isla de Santa Cruz, en la que enterraron a Mendaña. Pero sus compañeros, recordándole con respeto, se llevaron los restos a Manila, donde sería mejor recordado, y purificado con miles de misas. Como yo también dispuse para mí por escrito.
     - Y al hacerlo, querido Sancho, dijiste algo que me emocionó. Las misas no solo eran para ti, sino también “por las ánimas de aquellos que yo fui causa de que ofendieran a Dios”.
     - No me atormentes, hijo mío.

     - Al contrario, buen abad: ese sutil arrepentimiento fue valiente y te honra.



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