(1276) Tuvo por entonces Francisco Hernández Ortiz una breve actuación contra los indios, los cuales, no se atrevían a atacar directamente a las ciudades porque estaban bien armadas con cañones y arcabuces. Lo que les encantaba era recorrer los campos "haciendo daño en las estancias solitarias de los españoles o de sus indios amigos, destruyendo los viñedos, que eran muy abundantes en esa región, y aprovechando cualquier circunstancia favorable para dar un golpe de mano". El 23 de febrero de 1599 salieron de Angol diez españoles mandados por el capitán Gonzalo Gutiérrez y seguidos por una partida de indios amigos: "Iban a buscar forraje para los caballos, pero, cuando estaban ocupados en esta faena, fueron asaltados por muchos indios de Purén. No pudiendo tomar sus caballos, fueron a refugiarse detrás de los cercados de una estancia vecina. Probablemente habrían perecido allí, pero el capitán Francisco Hernández Ortiz, que mandaba accidentalmente en Angol, al saber el peligro que corrían, salió precipitadamente de la ciudad a la cabeza de treinta jinetes. Al descubrir el número considerable de indios que allí había, Hernández Ortiz y sus compañeros se vieron obligados a batirse en retirada, y regresaron a Angol casi en completa derrota, dejando en el campo muertos a cuatro de los suyos. Los indios aprovecharon su victoria para llevarse el ganado y para destruir las casas que los españoles tenían cerca".
Poco a poco, se fue agravando
preocupantemente el peligro mapuche: "La situación de los españoles en esos
lugares comenzaba a hacerse insostenible. No les era dado esperar socorros de
la Imperial ni de las otras ciudades del sur, porque, como veremos más
adelante, la insurrección de los indios se había extendido a aquella región. A
dos leguas de Angol se levantaba el fuerte de Molchén, que defendían sólo
catorce españoles. Aprovechándose de la salida de una parte de esa pequeña guarnición,
los indios encargados de proveer de leña a ese fuerte (hasta entonces amigos),
cayeron de improviso sobre los pocos defensores que quedaban, los degollaron
inhumanamente y pusieron fuego a las empalizadas. Después de
numerosas correrías, en las que dieron muerte a cuantos españoles hallaban en
el campo, y quemaron los caseríos de algunas estancias, intentaron, el 20 de
marzo de 1599, un atrevido ataque a la ciudad de Angol, pero los defensores de
la plaza no sólo consiguieron rechazar a los enemigos, causándoles pérdidas
considerables, sino que, saliendo fuera de sus bastiones, marcharon en su
persecución un largo trecho, y mataron a
algunos. Esta victoria, sin embargo, fue de tan poca importancia en el curso de
la guerra, que poco tiempo después los indios volvían a renovar sus ataques,
aprovechándose de las tinieblas de la noche, y repetían sus devastaciones en
los campos vecinos".
Luego Diego Barros hace una observación
importante: "Si el levantamiento de los indígenas se
hubiese limitado a aquella parte del territorio, que era la que siempre había
estado en guerra, no habría habido motivo para que los españoles comenzaran a
desesperar de su situación. Pero la insurrección se extendió rápidamente a
provincias que estaban tranquilas desde tiempo atrás".
(Imagen) La derrota y salvaje muerte de
Pedro de Valdivia y sus hombres en Tucapel a manos de los mapuches, en
diciembre de 1553, fue un golpe terrible para la moral de los españoles, pero
se rehicieron. Justo 45 años después, les ocurrió lo mismo al gobernador Martín
García Óñez de Loyola y a los que lo acompañaban, con la diferencia de que esta
catástrofe va a marcar el inicio de un largo infierno para los españoles. La
zona conflictiva había estado principalmente en el territorio de Angol, pero la
rebelión se extenderá hacia el sur (ver imagen). Escuchemos al historiador
Diego Barros. "Poco después de la derrota y muerte de García de Loyola,
los indios de la zona de La Imperial comenzaron también a rebelarse, aunque se
limitaron al principio a recorrer los campos robando a los españoles, y
excitando a la rebelión a los indios que permanecían sometidos. Era
corregidor de La Imperial el capitán Andrés Valiente, de quien dice el poeta
cronista de estos sucesos que 'en obras lo era como en apellido'. El 24 de diciembre (1598), cuando llegó a
la ciudad la noticia del desastre de Curalaba (donde murió el gobernador),
pasó revista y vio que tenía 150 jinetes y 43 infantes, siendo insuficientes
para luchar fuera de la ciudad. Queriendo defenderla, dispuso que las mujeres y
los niños se recogiesen en la casa episcopal, que, desde dos años atrás, había
quedado vacía por muerte del obispo fray Agustín Cisneros (del que ya
hablamos). Distribuyó sus tropas, cerró las calles, y, un mes después,
aparecieron los indios por las cercanías de la ciudad. Andrés Valiente parecía
determinado a mantenerse a la defensiva, pero las depredaciones de los indios
irritaban sobremanera a los suyos. Uno de estos, el capitán Pedro Olmos de
Aguilera, el vecino más considerado de la ciudad, salió con 40 jinetes a
defender los campos que asolaba el enemigo. Los indios ocultaron en las inmediaciones
el grueso de sus fuerzas, Olmos de Aguilera se alejó de la ciudad, y pronto se vio obligado a aceptar el combate
en las peores condiciones. Después de una desesperada pelea, los españoles
lograron abrirse paso y regresar a la ciudad, pero dejaban en el campo ocho
hombres muertos, uno de los cuales era el mismo capitán que los había sacado de
La Imperial. La victoria de los indios y la muerte de Olmos de Aguilera
sembraron la consternación en la ciudad, e hicieron presentir los incalculables
desastres que se aguardaban". De Pedro Olmos de Aguilera ya hice una reseña, y ahora se
aclara que murió en enero de 1599. Por ello, no llegó a saber que a varios de
sus hijos y familiares los mataron poco después los mapuches en una situación
dantesca.
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