(1284) Diego Barros hace un inciso para
hablar de una expedición de corsarios holandeses (a los que ensalza
sobremanera), cuya ruta pasaría por el Estrecho de Magallanes para llegar hasta
las costas asiáticas. Sufrieron tan grandes tempestades en la zona del
estrecho, que las naves se separaron, y una de ellas consiguió llegar al puerto
de Valdivia, con la tripulación en pésimas condiciones, y de tal manera que
tuvieron que entregarse a los españoles, e incluso algunos de sus integrantes decidieron alistarse con
ellos para luchar contra los indios.
Sigue contando el historiador Diego Barros
cómo iban sucediendo las réplicas de los españoles a los ataque indios, y dice
algo que, a mi modo de ver, o es tendencioso o lo ha interpretado mal: "Todas
estas persecuciones se efectuaban con un lujo de rigor destinado a aterrorizar
a los indios. El mismo don Francisco de Quiñones cuenta al Rey que, habiendo
descubierto un complot fraguado por los indios del distrito de Concepción,
mandó hacer una hoguera y quemó vivos a los caciques culpados 'porque no
quisieron ser cristianos', en vez de ahorcarlos en las ramas de los árboles,
que era el modo como se aplicaba ordinariamente la última pena a los indios que
no se prestaban a recibir el bautismo". Desde los primeros tiempos de la
conquista, estuvo prohibido en las Indias forzar a los nativos a bautizarse, y
más todavía con amenazas de pena de muerte. Cuesta creer que sean ciertas las
palabras que Barros pone en boca del gobernador Quiñones, a no ser que le
llegara una versión adulterada. Lo que sí se hacía era ejecutar a cabecillas responsables de una sublevación,
y a los indios en el combate de la batalla, o como castigo de escarmiento por
los daños que habían hecho. Los españoles les obligaban a los indios a
someterse y mantenerse en paz, pero jamás castigaban por motivos religiosos, y
los primeros en oponerse serían los propios clérigos.
A pesar de la dureza con que los españoles
castigaban a los mapuches, no había manera de aplacarlos: "La insurrección
araucana se hacía cada vez más formidable. La vuelta de la primavera había
permitido que se renovaran las hostilidades en casi todas partes, y las
inmediaciones de Angol, de la Imperial y de Arauco eran el teatro de las
obstinadas correrías de los indios. En las tropas españolas que guarnecían esos
pueblos se había introducido una lamentable desmoralización. Hastiados por las
privaciones que les imponía aquel estado de guerra, y convencidos por las
recientes derrotas de que era imposible resistir el levantamiento de los
bárbaros, muchos soldados huían de sus campamentos, y algunos se pasaban a
servir al enemigo. Las crónicas han conservado particularmente el recuerdo de
un clérigo llamado Juan Barba que, habiendo desertado de La Imperial, pasó a
ser el consejero de los indios que cercaban esta plaza. También en el distrito
de Valdivia se había hecho sentir la insurrección. Mandaba allí el capitán
Gómez Romero, y, aunque tenía a sus órdenes algunas tropas de buena calidad, tuvo que esforzarse para mantener la autoridad
española. Dispuso hacer correrías en los campos vecinos para desbaratar a los
indios de guerra, y él fue hasta Osorno para asegurar la tranquilidad de la
provincia. El capitán Andrés Pérez, que
durante su ausencia había quedado mandando en Valdivia, cerró las calles de la
ciudad y tomó otras precauciones militares. Pero luego volvió Gómez Romero, y, creyendo
escarmentados a los indios, descuidó aquellas precauciones, quedando la plaza
muy vulnerable".
(Imagen) Una vez más, los españoles se
confiaron después de haber aplicado a los indios un buen castigo, y el exceso
de tranquilidad les va a costar caro: "Un español llamado Jerónimo Bello,
originario de La Imperial y hombre turbulento y de malas inclinaciones, se
había juntado con los indios, y los incitó a atacar por sorpresa la ciudad de
Valdivia, prometiéndoles un triunfo seguro. Otro español, llamado Juan Sánchez,
lo secundó en sus planes. En los términos de Purén y de La Imperial se
reunieron más de cuatro mil guerreros araucanos, la mitad de los cuales montaban
excelentes caballos, pues se habían propagado mucho estos animales en el
territorio ocupado por los indios. Su caudillo era Pelantaro (cuya gran fama
iba en aumento), el cacique de Purén que desde el año anterior figuraba
como jefe principal de la insurrección. Ese ejército se puso en marcha y se
acercó a Valdivia sin que los españoles de esta plaza tuvieran la menor noticia
de este peligro. En la madrugada del 24 de noviembre de 1599, poco antes de amanecer,
cayeron de improviso sobre la ciudad, dividiéndose en cuadrillas que cerraban
todas las calles para impedir la fuga de los desprevenidos pobladores. Los
indios ponían fuego a las casas, mataban a todos los españoles que encontraban,
sin distinción de edades y de sexo, y se entregaban al más desenfrenado saqueo.
Había en la ciudad un fuerte armado con buena artillería, pero ningún hombre en
él, y los indios lo ocuparon sin hallar la menor resistencia. 'Quemaron los
templos de Valdivia, con gran destrozo en las imágenes y haciéndolas pedazos
con sacrílegas manos', dice un documento contemporáneo. Después de dos horas de
incendio y de degüello, los indios eran dueños absolutos de la ciudad. En esa
horrible jornada perecieron más de cien españoles entre hombres, mujeres y
niños, y quedaron cautivos más de trescientos que habían podido sustraerse a la
matanza de las primeras horas del ataque. Sólo unos pocos lograron escapar
metiéndose en tres buques mercantes que estaban fondeados en el río. Esos
buques habían tenido que permanecer allí sin poder auxiliar a sus compatriotas
y como testigos impasibles de aquellas escenas de horror y de carnicería. Los
españoles estimaban en trescientos mil pesos el valor de las casas incendiadas
y destruidas, y de los despojos tomados por el enemigo. Este espantoso desastre, el
más grande que jamás habían sufrido los españoles en Chile, iba a sembrar la
consternación en todo el país, y a hacer comprender mejor todavía la
imposibilidad de dominar el levantamiento de los indios si no se recibían
pronto los socorros que se habían pedido al Perú y a España". Y seguirán
las tragedias.
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