(1286) Los españoles y los indios tenían
que guiarse por conjeturas: "Osorno,
en efecto, se hallaba amenazada por los indios. Las tropas que allí había,
unidas a las que llevaba el Coronel, sumaron unos cuatrocientos hombres. Los
indios, sin embargo, creyendo hallar a los españoles tan desprevenidos como en
Valdivia, atacaron una noche la ciudad, y pusieron fuego al convento de San
Francisco. El coronel Francisco del Campo logró rechazarlos, y aprovechándose
del pavor que en el enemigo debió producir esta sorpresa, hizo algunas correrías
por la zona, dio muerte a muchos indios, aprisionó a otros y acabó por creer
más o menos asegurada la tranquilidad en esa región. Confiado en esto, dio la
vuelta a Valdivia para descargar sus pertrechos. Había dejado en Osorno una
parte de sus tropas, y creía que con este refuerzo, la ciudad no tenía nada que
temer del enemigo. Pero Francisco del Campo se engañaba lastimosamente. El
jueves 19 de enero de 1600, el formidable ejército araucano, en número de cerca
cinco mil hombres, caía sobre Osorno acometiendo al amanecer por varias partes.
Creyeron sorprender dormidos a los españoles, pero los habitantes de la ciudad
se recogían cada noche en un fuerte que habían construido. Los indios corrieron
por la ciudad prendiendo fuego a las iglesias y a las desiertas casas. Dos
valientes capitanes, Jiménez Navarrete, corregidor de la ciudad, y Blas Pérez
de Equeicias, a la cabeza de algunas compañías de arcabuceros, pretendieron
batirlos, pero, aunque hicieron algunos estragos en las filas enemigas, les fue
forzoso replegarse al fuerte y mantenerse estrictamente a la defensiva. Allí
mismo se vieron acometidos por los bárbaros. Los españoles renegados les habían
enseñado a construir mantas o parapetos portátiles, y defendidos por estos
aparatos, los indios se acercaban a las murallas del fuerte para socavarlas".
Una vez más, el auxilio llegó en el último
momento: "El sitio se habría prolongado por más tiempo, y los españoles,
escasos de provisiones, habrían sucumbido sin la pronta vuelta de Francisco del
Campo con el refuerzo que había ido a buscar en Valdivia. El 21 de enero, al
saber los indios que se acercaban a Osorno tropas españolas, levantaron
prontamente el cerco de la ciudad y se dispersaron por los campos vecinos.
Habiendo reconcentrado sus tropas, el coronel del Campo se dedicó activamente a
reparar los estragos del incendio, y dispuso diversas campañas en toda la
comarca vecina para recoger provisiones y para escarmentar a los indios. Estas
correrías fueron casi siempre afortunadas, pero no podían dar un resultado
medianamente positivo. El activo capitán esperaba asentar la tranquilidad de
esa comarca, para después repoblar Valdivia, y enseguida correr en auxilio de
Villarrica, que se hallaba cercada por los indios desde un año atrás y reducida
a los últimos extremos por el hambre. Pero a fines de marzo, cuando se
preparaba para volver a Valdivia, recibió las más alarmantes noticias de
Chiloé. Los corsarios acababan de hacer su aparición en el archipiélago, habían
derrotado a los españoles y parecían dispuestos a establecerse allí. Cambiando,
pues, de plan, Francisco del Campo se vio obligado a marchar contra ellos. Más
adelante daremos cuenta de esta expedición". Total que, tras un conflicto,
había que correr para enfrentarse a
otro. Con esa fama que Chile tenía de tierra calamitosa, no es de extrañar que
fuera tan difícil conseguir que llegara ayuda de soldados desde otras zonas, y el entusiasmo
de las aguerridas multitudes mapuches aumentaba
sin cesar viendo cada vez más posible y más cerca su victoria.
(Imagen) A principios del año 1600 la
situación general de los españoles de Chile parecía insostenible. Las ciudades
estaban sitiadas por los mapuches y solo podían comunicarse por mar, donde también
había amenazas de los piratas. Angol, La Imperial y Villarrica parecían
condenadas al desastre total: "El capitán Hernando Ortiz, corregidor de La
Imperial, queriendo comunicarse con el Gobernador y pedirle la ayuda indispensable para la defensa de la ciudad,
construyó una pequeña embarcación. Un joven de carácter resuelto, don PEDRO DE
ESCOBAR IBARRECHE, que nunca había navegado, se ofreció para llevar a cabo esa
temeraria empresa. Se embarcó con nueve soldados, y, bajando por el río Cautín,
navegó algunos días por el océano, llegando a fines de octubre de 1599 a la
ciudad de Concepción, donde estaba el gobernador don Francisco de Quiñones. El
cual, en medio de tantas dificultades y complicaciones que lo rodeaban por
todas partes, se empeñó en que se llevara ayuda a La Imperial. Equipó
apresuradamente un barco, puso a bordo alguna gente con las provisiones y
vestuarios de que podía disponer, y, venciendo no pocos inconvenientes, lo hizo
partir en auxilio de la ciudad asediada. Pero, por más voluntad que el capitán
don Pedro de Escobar puso en cumplir su misión, fracasó en esta empresa. Le fue
imposible hacer entrar la nave en el río Cautín, y se vio forzado a dirigirse a
Valdivia, con la esperanza, sin duda, de llegar a La Imperial por los caminos de
tierra. Allí le esperaba una nueva y más dolorosa decepción. Valdivia había
sido quemada y destruida pocos días antes por los indios, y sólo se veían
ruinas cenicientas y cadáveres destrozados. El capitán Escobar, acompañado de
dos frailes que iban en su nave, bajó a tierra a dar sepultura a los muertos y
a celebrar por sus almas los oficios religiosos de difuntos. También entró en
relaciones con los indios amigos para rescatar algunos españoles cautivos,
pero, atacado pérfidamente por los bárbaros, le fue forzoso recogerse a su nave
y dar la vuelta a Concepción para llevar la noticia de aquel nuevo y espantoso
desastre. La Imperial, privada así de aquellos socorros, debía pasar algunos
meses más de grandes zozobras y de las más crueles privaciones. Los defensores
de esta ciudad, después de los desastres sufridos en abril de 1599, habían
llegado a los últimos extremos de la miseria; pero desplegaron en la
resistencia esa energía que infunde la desesperación y, sobre todo, el
convencimiento de que no se iban a
retirar sus implacables enemigos". El gran drama de las ciudades era el
aislamiento. Veremos enseguida que Villarrica llevaba más de un año cercada por
los mapuches.
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