(1293) Alonso García Ramón era, como hemos
visto, un veterano capitán curtido en batallas durísimas, tanto en Europa como
en las Indias. Llegó a Chile como gobernador interino sabiendo que aquello era
un infierno, pero con la moral muy alta porque confiaba en sí mismo. Sin
embargo, los informes que recibió al llegar a aquellas tierras tuvieron que
mellar su entusiasmo: "García Ramón se puso de inmediato
al corriente de la situación del país. Todos los informes que se le daban eran
desconsoladores. En la ciudad de Santiago supo que las frecuentes derrotas
habían costado la vida a cerca de seiscientos hombres, en su mayor parte buenos
capitanes y soldados, lo que era una pérdida enorme dado el escaso número de españoles
que había en el reino. Tuvo conocimiento de la reciente despoblación de las
ciudades de Angol y de la Imperial. Supo, además, que desde hacía casi un año
no se tenía noticia alguna de Villarrica, y que se ignoraba por completo lo que
ocurría en Osorno y en Chiloé. Mientras tanto, la osadía de los indios era cada
vez mayor. El día dos de agosto, cuando García Ramón acababa de tomar el mando,
los indios aparecieron de nuevo, fueron al pueblecillo de Duao, dieron muerte a
algunos españoles, y se llevaron como cautivos a las mujeres y los niños
cristianos que se hallaban allí. El Gobernador tuvo que enviar a esos lugares
cincuenta soldados bajo el mando del capitán Álvaro Núñez de Pineda para
restablecer el orden".
A pesar de todo, García Ramón no se dejaba
desmoralizar, animaba a sus soldados y no perdía la esperanza de contar con la
ayuda de Dios, como lo manifestaba en un escrito que le envió al Virrey de
Perú: "Confío en su Divina Majestad que, si acabo de
juntar el ejército, he de tener grandes y buenos éxitos. Y, para que sean tales,
suplico a Vuestra Excelencia que también se lo pida, y que mande que, en todos
los conventos de esa ciudad de Lima y de todo el reino de Perú se haga lo
mismo, pues son las más verdaderas y principales armas para lo que pretendemos".
Está claro que la confianza en la oración era uno de los principales recursos
de aquellos rudos soldados para mitigar el lógico miedo que les podía atenazar
en situaciones tan dramáticas. Pero, a su vez, esa dosis extra de confianza
podía llevarlos al desastre. Aunque también es de suponer que, en medio de una
sangrienta batalla, el instinto más fuerte sería el de supervivencia.
Como era de esperar, a los habitantes de
Chile no les bastaban las oraciones como solución de sus males. Tenían la
convicción de que el verdadero remedio estaba en que el Rey de España les
enviara los refuerzos necesarios, y de que, si no lo había hecho, era porque
carecía de información sobre la calamitosa realidad de Chile, por lo que
decidieron enviarle a un mensajero que le hiciera comprender la tragedia que
padecían: "Los cabildos de Santiago, la Serena, Concepción y Chillán, decidieron
conjuntamente escoger para tal misión a fray Juan de Váscones, provincial de
los religiosos agustinos. Se le dio el encargo de hacer un número considerable
de peticiones de diversas clases para atender a la defensa de Chile contra los
corsarios extranjeros y contra los indios rebeldes, y para favorecer la
prosperidad del país. cuyos habitantes deseaban presentarlo como una de las más
hermosas provincias de la monarquía española. Querían ante todo que se enviasen
socorros de tropas, y que estas vinieran directamente de España, ya que los
auxiliares enganchados en el Perú habían dado casi siempre mal resultado.
Pedían, también, que de nuevo se enviase a Chile a don Alonso de Sotomayor,
creando en este país un virreinato, para que este capitán actuara con libertad
y con independencia de otras autoridades. Si no pudiera ser nombrado Sotomayor,
que entonces desempeñaba el importante cargo de gobernador de Panamá, el padre Váscones
debía recomendar para el mando de Chile a Alonso García Ramón, como hombre muy
respetado en Chile por sus buenos servicios en la guerra araucana. El
comisionado padre Váscones partió de Valparaíso en septiembre de 1600".
(Imagen) Hemos ido viendo en las Indias a
clérigos ante los que habría que quitarse el sombrero por su valentía y grandes
cualidades, aunque quizá en sus conciencias hubiese sombras oscuras. Pero, en
general, todos tenían el mérito de estar jugándose la vida. El provincial de
los agustinos, JUAN DE VÁSCONES, partió hacia España con la misión de convencer
al Rey de que ayudara con refuerzos para que las ciudades de Chile no fueran
destruidas por los mapuches. He encontrado una reseña que habla de sus anteriores
andanzas. El texto (muy extenso) lo ha escrito otro agustino chileno, llamado
Osvaldo Walker (fallecido en 2017), y
voy a resumir parte de su contenido. JUAN DE VÁSCONES fue hijo de Diego de
Váscones y de Francisca Morante, vecinos de Sevilla, pero radicados en México,
donde Juan nació. Allí profesó como agustino el año 1573 y partió hacia
Filipinas en 1580 con otros 9 religiosos. Tenía fama de ser muy instruido.
Apenas llegado, lo nombraron prior de Calumpit, y luego lo fue del convento de
Hagonoy. En 1585 fue destinado a España para tratar diversos asuntos en la
Corte por su calidad de intérprete de chinos residentes en Manila que estaban a
cargo de los agustinos. Llegado a España, presentó en la Corte un memorial para
poder ir con otros agustinos a Filipinas. Tras serle otorgado, tuvo el
apoyo de dos cédulas reales para
garantizar la seguridad del viaje, una dirigida a la Casa de la Contratación de
Indias de Sevilla y la otra a la Audiencia de Manila. Hay versiones de que
entonces, año 1588, murió Juan de Váscones en España, porque quien hizo el
viaje a Manila en su lugar fue el padre Francisco Ortega. Pero ya sabemos que
había partido para Chile, que es donde lo vemos ahora, año 1600, como
provincial de los agustinos chilenos, y saliendo hacia España de nuevo con una
delicada misión ante el Rey. Llegó el año 1601, y le entregó a Felipe III un informe
en el que, entre otras cosas, contaba sus vivencias anteriores en territorio
filipino. El año 1588, cuando el padre Váscones quedó al margen del viaje a
Filipinas, apareció de repente en Ecuador, y pasó después a Perú, donde estuvo
hasta 1595, año en el que llegó a Chile.
Un cronista que lo conoció, dijo de él que "era un varón elocuente y circunspecto, de
venerable presencia, alto de cuerpo, enjuto, penitente y de vida
ejemplar". Veremos que, a pesar del extenso y documentado informe que FRAY
JUAN DE VÁSCONES presentó en la Corte, no consiguió del Rey la salvadora ayuda
que Chile necesitaba, por lo que decidió no regresar a ese país, sino a su México
natal. Pero incluso desde allí le
escribió al Rey en 1607 para advertirle de algo que consideraba evidente: se
mostraba contrario a que se fundaran nuevas poblaciones en Chile sin que
previamente los indios quedaran totalmente pacificados.
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