(1299) Nunca lo sabremos, pero parece ser
que el funcionamiento de las tropas de Chile llevaba mucho tiempo sufriendo una
mala organización. Al menos eso es lo que dice el historiador Diego Barros:
"En
vista de este estado de cosas, el Gobernador Alonso de Ribera se propuso desde
el primer día introducir reformas capitales en la organización militar del
reino de Chile. Como soldado distinguido de la infantería española de Flandes,
conocía perfectamente la utilidad de esta arma, y quiso regularizarla en Chile
dándole su verdadera importancia. Para ello tenía que vencer las resistencias
que le oponían casi todos los antiguos capitanes de Chile, y los hábitos más antiguos
en aquella larga guerra. La caballería, en efecto, había sido el arma favorita
de los primeros conquistadores, y les había asegurado la victoria, sobre todo
por el terror que producía entre los mapuches. Pero, desde que estos mismos
tuvieron caballos, esa arma comenzó a perder parte de su poder tradicional.
Ribera creyó que una infantería bien regularizada habría de prestar utilísimos
servicios en la campaña que pensaba abrir, empleando un sistema más ordenado y
más táctico que el que usaban sus predecesores. Se propuso igualmente corregir
la relajación de la disciplina, evitar el desorden en la marcha y en los
campamentos, arraigar los hábitos de vigilancia y establecer la regularidad en
el servicio que él había observado en los ejércitos de Flandes. Lo veremos
empeñado en esta obra y conseguir algunos buenos resultados, pero Ribera habría
necesitado numerosos colaboradores para inocular en sus tropas este nuevo
espíritu. Él mismo se manifestaba más tarde descontento del poco resultado de
sus trabajos, y un militar inteligente y experimentado escribía trece años más
tarde estas desconsoladoras palabras: 'La guerra que al presente se hace en
Chile es una milicia ciega, sin seguro fin, porque no es suficiente para ganar
ni para conservar. No hacen los nuestros cambios en ella, aunque ven que el
enemigo los ha hecho con su mucha caballería".
Por entonces, el Gobernador Ribera, se
dispuso a preparar su primer ataque a los mapuches, y lo hizo aplicando sus
métodos militares: "Tomó el mando en Tacahuano de las tropas con que había
salido a campaña el ex gobernador Alonso García Ramón. Tras pasarles revista,
dispuso que las tres pequeñas compañías de infantería que había en ellas,
formasen una sola, y mandó que dejasen sus caballos, para marchar a pie, como
debían hacerlo los soldados que acababa de traer de España. Puesto que ni el
número de sus hombres ni lo avanzado del verano le permitían emprender
operaciones más considerables, había decidido socorrer la plaza de Arauco. Hizo
salir de Concepción un buque cargado con trigo, harina y carne salada para
aprovisionarla. Dejando guarnecidos los emplazamientos situados al norte del río
Biobío, le quedaban disponibles para la campaña 542 hombres. El Gobernador se
puso a la cabeza de esas tropas y el 21 de febrero de 1601 rompió la marcha
hacia el sur".
Recordemos que el Gobernador Ribera había
llegado a Concepción, desde Perú, el día 9 de febrero, lo que deja clara la
rapidez con que llevó a cabo su bautismo de fuego chileno, y es buena prueba de
su diligencia: "El paso del río Biobío no ofreció la menor dificultad a
los expedicionarios. Ribera había hecho llevar de Concepción por mar tres
grandes lanchas, y en ellas pasó sus tropas sin ningún inconveniente. Hacía
mucho tiempo que los españoles no pisaban por aquella parte la ribera de ese
río, y cuatro años que no se aventuraban a recorrer los caminos que conducían a
la plaza de Arauco".
(Imagen) Los indios se habían convertido
en buenos jinetes, y el recién llegado Gobernador Alonso de Ribera, veterano de
las guerras de Flandes, decidió dar prioridad en sus tropas a la infantería. En
cuanto llegó a Chile, fue con un ejército en ayuda de los vecinos de Arauco
(pone los pelos de punta saber que llevaban cuatro años cercados por los
terroríficos mapuches): "Los indios de esa región, al ver aparecer de
nuevo a los españoles en número tan considerable, queriendo salvar sus
cosechas, recurrieron a la gastada simulación de ofrecer la paz, y para ello
entregaron a un español que tenían cautivo. Ribera no se dejó engañar, y
continuó su marcha arrasando lo que iba encontrando. Los indios pretendieron
también atacar a los invasores, y se presentaron unos quinientos tratando de
impedirles el paso. Pero, según dijo Ribera en un informe, mataron a unos
cuatro indios y mandó ahorcar a otro que habían apresado. Sin otros accidentes,
el Gobernador llegaba a la plaza de Arauco en los primeros días de marzo. Había
en ella sesenta y un españoles que habían sufrido durante muy largo tiempo todo
género de fatigas y privaciones. Los indios de la comarca, que hasta poco antes
tenían asediado el fuerte, habían huido con presteza para evitar un combate que
no podía dejar de serles desastroso. Los campos estaban desiertos, pero había
numerosos sembrados y no pocas vacas que pacían libremente, 'como si los
indios, dice Ribera, pensaran que los españoles jamás habían de volver a esta
tierra'. Fueron estos, sin embargo, los que se encargaron de aprovechar la
cosecha. Recogieron cuarenta vacas y una considerable cantidad de grano que
destinaron a la provisión de Arauco. En esos días llegaba también el buque que
Ribera había despachado de Concepción, de manera que la plaza quedó avituallada
para mucho tiempo. Durante quince días se ocupó el Gobernador en estos afanes,
y en dictar las providencias militares conducentes a asegurar la defensa de
esos lugares. Allí mismo escribió al Rey la relación del estado en que se encontraba
el reino de Chile y de los primeros actos de su gobierno, terminando por pedir
el pronto envío de socorros de tropa, de armas, de municiones y de muchos otros
artículos que creía indispensables para la pacificación de la tierra y para
consolidar el establecimiento de los españoles. El cuadro que allí trazaba de
la miseria general del país, de la desnudez de los soldados, de la carestía de
las ropas y demás objetos europeos, y de la arrogancia de los indios después de
los triunfos que alcanzaron en los últimos dos años, debían, a su juicio,
determinar al soberano a socorrerlo con mano generosa". Pero España tenía
graves dificultades para solucionar pronto conflictos tan lejanos.
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