(1303) La desesperación de las cercadas
ciudades del sur tenía que ser insoportable, porque, como ya sabemos, y Diego
Barros nos lo recuerda, llevaban mucho tiempo sin poderse comunicar con el resto de los
españoles: "El Gobernador Ribera se ocupó, además, durante ese invierno en
hacer los preparativos más inmediatos para la próxima campaña de las provincias
del sur. A principios de junio recibió una comunicación, fechada en Osorno, en
que el coronel Francisco del Campo daba cuenta de los sucesos ocurridos en las
ciudades del sur, de los sufrimientos por los que allí pasaban los españoles y
de la necesidad que había de socorrerlos. Entonces se supo por primera vez en Santiago
que los corsarios holandeses habían desembarcado en Chiloé y ocupado Castro, y que,
finalmente, habían sido batidos y obligados a evacuar el archipiélago, sucesos
todos ocurridos hacía un año entero, pero del que no se tenía la menor noticia
por el estado de incomunicación creado por la guerra. El Gobernador, resuelto a
socorrer esas ciudades, se trasladó a Valparaíso, y cargando dos buques de
víveres y de pertrechos, los despachó a Concepción, donde se proponía embarcar
doscientos hombres para que fuesen a tomar tierra en Valdivia. Con no menor
empeño había tomado las medidas convenientes para recoger la gente de guerra
que andaba diseminada en Santiago y sus contornos, reuniendo armas y caballos.
Parece ser que en estos preparativos el gobernador Ribera, cuyo carácter
autoritario no se detenía ante ninguna consideración, exigió derramas de
víveres y de dinero, quitó armas y caballos y cometió violencias que justificaba
en nombre de la necesidad de servir a Dios y al Rey. Recibió, además, algunos
auxilios enviados por el virrey del Perú".
Curiosamente, en Chile no se utilizaba aún
con normalidad la moneda: "El primer año del gobierno de Ribera fue una
fecha importante en la historia económica de Chile. Hasta entonces, todas las
transacciones comerciales se hacían por simples cambios de especies o por
ventas efectuadas por medio del oro en polvo o en pequeñas barras, y más de una
vez se había tratado de remediar los inconvenientes de esta práctica comercial.
El padre Vascones, como apoderado de los cabildos de Chile, había llevado el
encargo de pedir al Rey permiso para acuñar hasta 300.000 escudos de oro en
este país, proponiendo que, para que no fuesen retenidos por los comerciantes,
cada escudo de los de Chile valiese más que los de España".
Los problemas eran continuos, y, además, de urgencia inevitable: "El 11 de octubre de 1601, cuando hubo terminado estos preparativos, el Gobernador Ribera salía de Santiago, sin esperar siquiera a las tropas que iban a llegar desde Mendoza. Aunque durante su viaje fue visitando los asentamientos y los fuertes que tenían los españoles, marchaba con tanta rapidez, que el 25 de octubre entró a Concepción. La presteza que ponía en su viaje no era un simple capricho, sino que había necesidad apremiante de que llegase al escenario de las operaciones militares. Con la vuelta de la primavera habían recomenzado las hostilidades de los indios. Acuciados, sin duda, por el hambre después de la destrucción de una gran parte de sus cosechas del año anterior, los bárbaros comenzaban a hacer sus excursiones en la banda norte del río Biobío, y hasta atacaban los fuertes que tenían los españoles en esos lugares. Ribera quería poner término a estas agresiones del enemigo y ejecutar enseguida el plan de campaña que se había propuesto".
(Imagen) El Gobernador ALONSO DE RIBERA
veía con claridad los defectos de las estrategias habituales contra los
mapuches. Hizo modificaciones, pero con demasiado optimismo con respecto a los
resultados. DIEGO BARROS nos lo explica: "Apenas llegado a
Concepción, el Gobernador se ocupó en preparar el socorro para las ciudades
sureñas. Formó para ello una columna de 200 soldados, bajo el mando de los
capitanes Hernández Ortiz, militar experimentado, y Gaspar Doncel, soldado
distinguido de Flandes, que había llegado a Chile con el Gobernador. Se
embarcaron con víveres para tres meses, llevándoselos a los españoles que
sostenían la guerra en aquellas apartadas ciudades. El Gobernador Ribera era un
militar enérgico, que había ganado renombre en lances de guerra que podían
calificarse de temerarios. Pronto comprendió en Chile que el afianzamiento de
la conquista debía conseguirse con un plan diferente del que habían usado sus
predecesores. Juzgó que, fundando ciudades en el corazón del territorio
enemigo, se exponía a los españoles a estar constantemente cercados. Su plan
consistía en construir fuertes cerca del territorio enemigo e ir adelantando
gradualmente la línea fronteriza. Era el sistema más razonable, pero Ribera
estaba en un lastimoso error al creer que, con los recursos que entonces tenía,
sería posible llegar a la conquista y pacificación definitivas del territorio
araucano. En ejecución de este plan, y a la cabeza de cerca de 300 hombres, el
Gobernador salió de Concepción el 23 de diciembre de 1601 y se dirigía a las
orillas del Biobío. Los indios que allí poblaban la región hasta la arruinada
ciudad de Angol, denominados coyunchos por los españoles, habían estado
sometidos por algún tiempo, pero después de la despoblación de Santa Cruz y de
los fuertes vecinos, no habían cesado de hacer la guerra. Para imponerles
respeto y cerrarles el paso del río, Ribera fundó un fuerte en cada una de sus
orillas, quedó persuadido de que había logrado asegurar la tranquilidad en la
banda del norte, y mandó deshacer el fuerte que en el otoño anterior había
fundado en Talcahuano. Se hallaba Ribera ocupado en esos afanes cuando llegaron
las tropas que venían de Mendoza, pero en vez de los 500 hombres que salieron
de España, sólo habían llegado a Chile poco más de 400. Sin embargo, el
ejército de Ribera se hizo mucho más poderoso que todos los que antes habían
luchado en Chile. Por entonces, llegaba la noticia de que los indios habían
atacado la plaza de Arauco y la tenían sitiada. Los capitanes, por unanimidad,
aprobaron el sistema de guerra adoptado por Ribera, y coincidieron en que
convenía ir prontamente en ayuda de la plaza de Arauco". Eran nuevas
estrategias frente a los mapuches, sus eternos enemigos.
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