martes, 26 de abril de 2022

(1707) El gobernador Ribera vivía un infierno contra los mapuches, aunque, cuando llegaba a Santiago, se entregaba a los placeres. Pero le comunicaba al Rey su eterna queja de que hacían falta más soldados para acabar aquella maldita guerra.

 

     (1307) Producida la previsible tragedia de la ciudad de Villarrica, los brutales enfrentamientos con los mapuches siguieron con la máxima intensidad: "En esos momentos (principios de mayo de 1602), llegaba a Concepción un buque cargado de víveres enviado desde Valparaíso, y otro que traía del Perú el Situado Real (un fondo público destinado a estas ayudas) para el pago de las tropas. Consistía en una cantidad considerable de géneros para el vestuario de los soldados, y más de diecisiete mil pesos en dinero.  Aunque este socorro era bien poca cosa para las necesidades de su ejército, Ribera pudo preparar municiones, víveres y vestuario para las tropas que quedaban en Valdivia y en Osorno, pero la defensa de su línea de frontera no le permitió enviar más de veinticinco soldados. Se embarcaron en un buque pequeño, y, despreciando los peligros de hacerlo en pleno invierno, se lanzaron al mar el 14 de junio. El capitán Antonio Mejía, soldado de la confianza de Ribera, llevaba el cargo de tomar el mando de todas las tropas que había en las ciudades del sur" Era la zona más conflictiva, y resultaba heroico presentarse en ella con una ayuda de solo 25 soldados.

     Llama la atención el contraste entre el espanto que vivían las poblaciones sitiadas y el afán que tenían por tomarse un placentero respiro quienes podían hacerlo. Al menos, así lo cuenta Diego Barros: "Desligado de estos afanes, el Gobernador partía inmediatamente para Santiago. Esta ciudad, por pobre que fuera, ofrecía al Gobernador atractivos que no podía hallar en ningún otro punto de Chile, y por eso hacía de ella su residencia de invierno. En las guerras de Europa, el Gobernador había adquirido los hábitos de la mayor parte de los capitanes de su siglo. Amaba el fausto y el lujo, tenía pasión por el juego y por las mujeres, le gustaba hacer ostentación de su poder, y sólo en Santiago podía satisfacer estas inclinaciones. Por otra parte, en la capital, donde de ordinario se veía envuelto en altercados y competencias con las otras autoridades, no le faltaban ocupaciones mucho más serias, tanto para resolver algunas cuestiones de gobierno, como para procurarse los recursos con que continuar la guerra. Lógicamente, esta era por entonces la más grave preocupación del Gobernador y de todo el reino de Chile. Ribera, después de las dos campañas que acababa de hacer, comprendía perfectamente que con los escasos recursos que el Rey había puesto a su disposición era del todo imposible pacificar definitivamente este país. En sus comunicaciones al soberano, no cesaba de pedirle el envío de nuevos auxilios. En enero de 1602 había despachado a España a su secretario Domingo de Erazo con encargo de instruir al Rey de la verdadera situación de Chile, de la marcha de la guerra y de sus proyectos de repoblar las ciudades destruidas. Le decía por escrito al Rey: 'Para lograrlo, serán necesarios forzosamente otros mil hombres venidos de España, sustentándolos, junto a los que al presente hay aquí, con dos mil pagas para los unos y los otros, que es el número de gente y gasto más moderados que la pacificación de esta tierra requiere'. En todas sus cartas, el Gobernador volvía a repetir al Rey los mismos pedidos, y muchas veces en términos más premiosos todavía".

 

     (Imagen) Comenta Barros que el gobernador Alonso  de Ribera disfrutaba de la vida en Santiago cuando, en invierno, las peleas con los mapuches disminuían. Dice textualmente: "Amaba el fausto y el lujo, tenía pasión por el juego y por las mujeres". Pero que, no obstante, se ocupaba en resolver todos los problemas militares y políticos que surgían, y así se dirigía al Rey: "Para acabar esta guerra es necesario que Vuestra Majestad me envíe mil hombres, y cuanto antes vinieren, antes se le dará fin. Y que estos sean de Castilla, porque, entre los que vienen del Perú, hay muchos mestizos y gente baja acostumbrada a vicios de aquella tierra, y, viéndose apurados de alguna incomodidad, se pasan al enemigo". Creía, además, Ribera que se debería pagar no sólo a los soldados profesionales, sino también, a los civiles de Chile enrolados en el ejército, pues sus servicios militares se habían considerado siempre obligatorios y gratuitos. Y seguía insistiendo: "También será menester que Vuestra Majestad mande que se acabe de entregar la paga que se les debe a los soldados de este reino de Chile, porque hasta ahora no se ha hecho. Yo la he señalado ya para los capitanes y oficiales de este ejército. Y me parece que, si Vuestra Majestad manda señalar diez ducados para cada soldado, estará medianamente bien, porque, con esto y con pan y carne que yo les daré sin costas de vuestra Real Hacienda, tendrá Vuestra Majestad soldados que le sirvan. Porque, de otra manera, le aseguro a Vuestra Majestad que no habrá quien pueda retenerlos, porque chicos y grandes, tanto los naturales como los extranjeros, se tiran de los cabellos, y jamás ven la ocasión para irse sin que la aprovechen. Y, además, las necesidades y trabajos que sufren son tan grandes, que es obligatorio proporcionársela a los hombres honrados. Y crea Vuestra Majestad que no pido mucho, sino aquello que estrictamente me parece necesario para que, trabajando muy bien los que acá estamos, se pueda conseguir lo que en el servicio de Vuestra Majestad se pretende. Para que esta guerra tenga fin, es menester poblar de nuevo las ciudades que están despobladas, y que queden, por lo menos, cuatrocientos hombres para andar en campaña. Porque a estos indios, si no es atacándoles en su propia tierra y teniéndosela ocupada, ninguna cosa les obliga a pedir la paz, aunque les corten las comidas y les tomen los hijos y mujeres, y ellos padezcan muertes y necesidades, como se sabe por larga experiencia". Y añade Barros. "Ribera, como se ve, comprendía perfectamente las dificultades de su situación, pero se engañaba doblemente cuando creía que en breve recibiría los socorros que solicitaba, y que con ellos podría consumar la conquista definitiva del reino de Chile".




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