(1289) Se hicieron los preparativos para
abandonar La Imperial con cierta tranquilidad, por saber que a los mapuches les
infundía temor la llegada de los soldados: "Los indios, considerándose
incapaces de presentar batalla campal a las fuerzas que acompañaban al
Gobernador, se habían retirado a lo lejos. Quiñones, con la esperanza de volver
a repoblar la ciudad cuando llegasen los refuerzos que se habían pedido a
España, mandó que se ocultasen las campanas y los cañones, que el escribano
recogiese los archivos y que los eclesiásticos cargasen los ornamentos de la
iglesia y los vasos sagrados. Terminados estos aprestos, el 5 de abril de 1600
fue definitivamente abandonada la Imperial. Sus pobladores, contando hombres,
mujeres, ancianos inútiles, clérigos y niños, no pasaban de sesenta personas en
el momento de la despoblación".
Como vimos ya anteriormente, la situación
de la ciudad de Villarrica era especialmente angustiosa porque padecía un larguísimo
asedio y nadie podía ir en su ayuda: "Don Francisco de Quiñones habría
querido tal vez dirigirse entonces a socorrer Villarrica, acerca de la cual no
se tenía la menor noticia desde los principios del levantamiento de los
araucanos. Pero esta operación, difícil en cualquiera circunstancia, era casi
imposible en aquellos momentos en que el invierno, próximo a entrar, podía
dejar a los españoles aislados y perdidos en aquella apartada región". Añade,
además, Diego Barros que el Gobernador consideraba que le correspondía al coronel Francisco del Campo
intentarlo, ya que tenía a su cargo la defensa de las ciudades del sur, pero
tal cosa era imposible porque entonces había tenido que trasladarse a Chiloé
para hacer frente a otros peligros. Dice también que Quiñones y sus
hombres consideraban muy probable que
los vecinos de Villarrica, que estaban al pie los Andes, hubiesen escapado al
otro lado de la cordillera: "Pero la justificación no resulta del todo
convincente, ya que Villarrica era la
ciudad más necesitada por el larguísimo
cerco incomunicado. Podrían haber hecho lo mismo que acaban de hacer en La
Imperial y lo que van a llevar a cabo en otra ciudad desesperada".
El gobernador, pues, sin pensarlo más y
sabiendo que sus hombres estaban de acuerdo, obró en consecuencia: "Acto seguido, y casi sin vacilación, el
Gobernador y su ejército se pusieron en marcha hacia el norte. Después de ocho
días de camino, llegaban a Angol el 13 de abril. Habían atravesado los
peligrosos campos de Purén y de Lumaco, teatro de tantos combates y de tantos
desastres, sin encontrar un solo enemigo. Se diría que los bárbaros pensaban
que los españoles, esquilmados y destruidos, abandonaban para siempre la región
que, después de cincuenta años de guerra, no habían podido dominar. Angol no
había pasado por los mismos sufrimientos y miserias que La Imperial, aunque la
guerra fue también dura y constante en sus alrededores. Su población no pasaba de doscientas
personas, y comprendían que el abandono de la ciudad iba a sumirlos en la más
espantosa pobreza. Habrían preferido que el Gobernador dejase allí una parte de
sus tropas para defenderlos de los enemigo, pero Quiñones no se hallaba en
situación de fraccionar su ejército exponiéndolo a nuevos desastres".
(Imagen) El gobernador Don Francisco de
Quiñones había despoblado la ciudad de La Imperial y ahora lo hacía con la de
Angol, porque la situación era desperada debido al terrible cerco que los
indios tenían puesto a los vecinos. Tomó la precaución de que ellos mismos lo
decidieran, pero no se va a librar de acusaciones: "Obtenida su
conformidad, dio la orden, el 18 de abril,
de abandonar la ciudad, y, al llegar a la de Santiago, pasados los
primeros días, cuando los vecinos de Angol y de La Imperial se vieron en una
desconsoladora miseria, comenzaron a olvidar los sufrimientos pasados, y a
acusar al Gobernador de haber despoblado precipitadamente esas ciudades, donde,
según contaban ellos, tenían medios para subsistir y defenderse. Cuatro meses
más tarde, le dijeron eso mismo al capitán que acababa de llegar del Perú (era
Alonso de Ribera) para reemplazar a Quiñones en el gobierno de Chile, el
cual le comunicó al virrey: 'Se despobló la Imperial a pesar de tener más de
quinientos hombres, y la oportunidad de
coger muchas provisiones. Y, sin ir a ver la ciudad de Villarrica, dio
el Gobernador Quiñones la vuelta a Angol, despoblándola también. Las causas de
que así actuara tuvieron que ser importantes. Y, puesto que lo hizo, él las
dirá'. El virrey del Perú, al recibir este informe, lo transmitió al Rey sin
atreverse a justificar la conducta del ex gobernador de Chile: 'En la entrada
que hizo al territorio enemigo, escribía el virrey, don Francisco de Quiñones
ha despoblado las ciudades Imperial y Angol por no poderlas sustentar, sobre lo que hay varios
pareceres'. No debe extrañar que, dos años más tarde, en abril de 1602, cuando
ya había dejado de ser gobernador de Chile, y estando en Lima buscando el
descanso que reclamaban su vejez y sus enfermedades, don Francisco de Quiñones
estuviera todavía empeñado en reunir pruebas para justificarse contra las
acusaciones originadas por lo que había ordenado". La burocracia del
Imperio Español era muy estricta, y, por muy poderoso que fuera un político, se
veía sometido, al dejar su cargo, a un riguroso examen de sus actuaciones
pasadas, el llamado Juicio de Residencia, en el que no era raro que pagaran
justos por pecadores. Así se vio FRANCISCO DE QUIÑONES (al que le quedaban
pocos años de vida), un héroe ya legendario en las guerras europeas de Italia y
Flandes, donde cayó preso de los turcos con otros muchos españoles, habiendo
llegado a ser Comandante de la Caballería Real en Cerdeña. Como se ve en el
documento de la imagen, fechado en 1606, ya había muerto. La referencia que lo
encabezaba era muy expresiva: "Información de los méritos y servicios de
don Francisco de Quiñones, hechos en España, Italia y Perú, a petición de su
viuda, doña Grimanesa Mogrovejo, hermana de Santo Toribio Alfonso Mogrovejo,
arzobispo de Lima".
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