martes, 5 de abril de 2022

(1689) El gobernador Francisco de Quiñones hizo bien en decidir abandonar las moribundas poblaciones de La Imperial y Angol. Aunque fue con la conformidad de los vecinos, después le criticaron y fue objeto de acusaciones oficiales.

 

     (1289) Se hicieron los preparativos para abandonar La Imperial con cierta tranquilidad, por saber que a los mapuches les infundía temor la llegada de los soldados: "Los indios, considerándose incapaces de presentar batalla campal a las fuerzas que acompañaban al Gobernador, se habían retirado a lo lejos. Quiñones, con la esperanza de volver a repoblar la ciudad cuando llegasen los refuerzos que se habían pedido a España, mandó que se ocultasen las campanas y los cañones, que el escribano recogiese los archivos y que los eclesiásticos cargasen los ornamentos de la iglesia y los vasos sagrados. Terminados estos aprestos, el 5 de abril de 1600 fue definitivamente abandonada la Imperial. Sus pobladores, contando hombres, mujeres, ancianos inútiles, clérigos y niños, no pasaban de sesenta personas en el momento de la despoblación".

     Como vimos ya anteriormente, la situación de la ciudad de Villarrica era especialmente angustiosa porque padecía un larguísimo asedio y nadie podía ir en su ayuda: "Don Francisco de Quiñones habría querido tal vez dirigirse entonces a socorrer Villarrica, acerca de la cual no se tenía la menor noticia desde los principios del levantamiento de los araucanos. Pero esta operación, difícil en cualquiera circunstancia, era casi imposible en aquellos momentos en que el invierno, próximo a entrar, podía dejar a los españoles aislados y perdidos en aquella apartada región". Añade, además, Diego Barros que el Gobernador consideraba que  le correspondía al coronel Francisco del Campo intentarlo, ya que tenía a su cargo la defensa de las ciudades del sur, pero tal cosa era imposible porque entonces había tenido que trasladarse a Chiloé para hacer frente a otros peligros. Dice también que Quiñones y sus hombres  consideraban muy probable que los vecinos de Villarrica, que estaban al pie los Andes, hubiesen escapado al otro lado de la cordillera: "Pero la justificación no resulta del todo convincente,  ya que Villarrica era la ciudad  más necesitada por el larguísimo cerco incomunicado. Podrían haber hecho lo mismo que acaban de hacer en La Imperial y lo que van a llevar a cabo en otra ciudad desesperada".

     El gobernador, pues, sin pensarlo más y sabiendo que sus hombres estaban de acuerdo, obró en consecuencia:  "Acto seguido, y casi sin vacilación, el Gobernador y su ejército se pusieron en marcha hacia el norte. Después de ocho días de camino, llegaban a Angol el 13 de abril. Habían atravesado los peligrosos campos de Purén y de Lumaco, teatro de tantos combates y de tantos desastres, sin encontrar un solo enemigo. Se diría que los bárbaros pensaban que los españoles, esquilmados y destruidos, abandonaban para siempre la región que, después de cincuenta años de guerra, no habían podido dominar. Angol no había pasado por los mismos sufrimientos y miserias que La Imperial, aunque la guerra fue también dura y constante en sus alrededores.  Su población no pasaba de doscientas personas, y comprendían que el abandono de la ciudad iba a sumirlos en la más espantosa pobreza. Habrían preferido que el Gobernador dejase allí una parte de sus tropas para defenderlos de los enemigo, pero Quiñones no se hallaba en situación de fraccionar su ejército exponiéndolo a nuevos desastres".

 

     (Imagen) El gobernador Don Francisco de Quiñones había despoblado la ciudad de La Imperial y ahora lo hacía con la de Angol, porque la situación era desperada debido al terrible cerco que los indios tenían puesto a los vecinos. Tomó la precaución de que ellos mismos lo decidieran, pero no se va a librar de acusaciones: "Obtenida su conformidad, dio la orden, el 18 de abril,  de abandonar la ciudad, y, al llegar a la de Santiago, pasados los primeros días, cuando los vecinos de Angol y de La Imperial se vieron en una desconsoladora miseria, comenzaron a olvidar los sufrimientos pasados, y a acusar al Gobernador de haber despoblado precipitadamente esas ciudades, donde, según contaban ellos, tenían medios para subsistir y defenderse. Cuatro meses más tarde, le dijeron eso mismo al capitán que acababa de llegar del Perú (era Alonso de Ribera) para reemplazar a Quiñones en el gobierno de Chile, el cual le comunicó al virrey: 'Se despobló la Imperial a pesar de tener más de quinientos hombres, y la oportunidad de  coger muchas provisiones. Y, sin ir a ver la ciudad de Villarrica, dio el Gobernador Quiñones la vuelta a Angol, despoblándola también. Las causas de que así actuara tuvieron que ser importantes. Y, puesto que lo hizo, él las dirá'. El virrey del Perú, al recibir este informe, lo transmitió al Rey sin atreverse a justificar la conducta del ex gobernador de Chile: 'En la entrada que hizo al territorio enemigo, escribía el virrey, don Francisco de Quiñones ha despoblado las ciudades Imperial y Angol por no  poderlas sustentar, sobre lo que hay varios pareceres'. No debe extrañar que, dos años más tarde, en abril de 1602, cuando ya había dejado de ser gobernador de Chile, y estando en Lima buscando el descanso que reclamaban su vejez y sus enfermedades, don Francisco de Quiñones estuviera todavía empeñado en reunir pruebas para justificarse contra las acusaciones originadas por lo que había ordenado". La burocracia del Imperio Español era muy estricta, y, por muy poderoso que fuera un político, se veía sometido, al dejar su cargo, a un riguroso examen de sus actuaciones pasadas, el llamado Juicio de Residencia, en el que no era raro que pagaran justos por pecadores. Así se vio FRANCISCO DE QUIÑONES (al que le quedaban pocos años de vida), un héroe ya legendario en las guerras europeas de Italia y Flandes, donde cayó preso de los turcos con otros muchos españoles, habiendo llegado a ser Comandante de la Caballería Real en Cerdeña. Como se ve en el documento de la imagen, fechado en 1606, ya había muerto. La referencia que lo encabezaba era muy expresiva: "Información de los méritos y servicios de don Francisco de Quiñones, hechos en España, Italia y Perú, a petición de su viuda, doña Grimanesa Mogrovejo, hermana de Santo Toribio Alfonso Mogrovejo, arzobispo de Lima".




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