(1308) Pasado el invierno, y ya a mediados
de octubre (plena primavera en Chile), el gobernador Alonso de Ribera dejó sus
placeres en Santiago y partió con sus hombres para entregarse a las operaciones
militares correspondientes: "La guerra había ya recomenzado, amenazando
los indios frecuentemente el fuerte de Santa Fe, que era el más avanzado en sus
tierras. Ese fuerte era uno de los más sólidos que poseían los españoles, y
tenía, además, una guarnición de ciento sesenta soldados de buena calidad.
Mandaba esta tropa el capitán Alonso González de Nájera (al que ya le
dediqué una imagen), soldado entendido y de larga experiencia militar en
las guerras de Flandes. Los indios, acudiendo en gran número a las
inmediaciones, se presentaban con el propósito de caer sobre los españoles si
intentaban abandonar el fuerte. Los soldados, escasos de víveres, tenían que
hacer frecuentes salidas en sus embarcaciones, y, aunque sufrieron algunas
pérdidas, desplegaron en todas estas ocasiones gran energía y una constancia
indomable para defender el puesto. Por ser ya primavera, las hostilidades
tomaron mayores proporciones. Pelantaro, el cacique de Purén, que desde tres
años atrás era el jefe principal de aquella gran insurrección, y otro indio
llamado Nabalburí, que había adquirido mucha fama entre los suyos, reunieron un
ejército de algunos millares de hombres, y prepararon un ataque contra la
fortaleza. Para asegurar mejor el éxito de esta empresa, hicieron entrar al
fuerte a un indio de miserable apariencia, que fingiéndose rendido por el
hambre que reinaba entre los suyos, iba a pedir un albergue y a someterse a los
españoles. Ese indio debía prender fuego a los cuarteles del fuerte el día
designado para el ataque, pero la vigilancia de González de Nájera desbarató
sus planes. Atormentado cruelmente, el indio descubrió sus intenciones, y fue
lanceado hasta darle muerte. Después de esto, los españoles se prepararon
convenientemente para la defensa. El ataque tuvo lugar como estaba anunciado, y
dos horas antes de amanecer del 28 de octubre (1602), cargaron súbitamente
sobre las trincheras. La llegada de los mapuches fue contundente y heroica,
pero los defensores de la plaza desplegaron una energía y una firmeza extraordinarias,
y consiguieron rechazar al enemigo, causándole pérdidas considerables. Los
españoles tuvieron treinta y nueve heridos, y también lo fueron doce indios amigos,
a todos los cuales fue preciso curar con sólo agua fría, porque en el fuerte no
había médicos ni medicinas. Aunque este triunfo impidió a los indios renovar el
asalto, no mejoró considerablemente la condición de los sitiados. El hambre los
acosaba de tal manera que tenían que comer las yerbas del campo y los cueros
con que amarraban las empalizadas. En medio de estas penalidades y miserias, no
faltaron soldados, de entre los mestizos que habían venido del Perú, que
trataran de tomar la fuga para incorporarse en las huestes enemigas".
El gobernador Ribera tardaría algo en
llegar a esta zona, ya que se había detenido en Concepción el 3 de noviembre
para ultimar detalles de su campaña: "Esperaba recibir en esos días un
refuerzo de tropas que le enviaba el virrey del Perú. Se trataba solamente de
ciento cuarenta soldados que mandaba don Juan de Cárdenas y Añasco, desembarcados
hacía poco en Valparaíso, y la mayor
parte entraron por fin en Concepción el
12 de diciembre. Aunque Ribera tenía muy mal concepto de los soldados que
venían del Perú, se había visto obligado a pedirlos con instancia, visto que no
llegaban los refuerzos que en todo momento le solicitaba al Rey de España".
(Imagen)
La táctica del Gobernador era ir empujando a los mapuches y establecer
fronteras nuevas, con el fin de tener mejor control del territorio ganado:
"En cuando reunió a su gente, Alonso de Ribera salió de Concepción el 22
de diciembre con el propósito de adelantar en este verano su línea de frontera.
Sostuvo un combate el 15 de enero de 1603, y, aunque personalmente sufrió gran peligro, consiguió dispersar a
los indios y llegar sin seria dificultad al fuerte de Santa Fe. Desde allí
partió con cuatrocientos soldados españoles y doscientos indios amigos para la
región del sur, donde hizo una guerra implacable a los mapuches matando a
muchos de ellos. Durante estas correrías, consiguió, además, dar libertad a
algunos españoles que los indios retenían cautivos, consideró que ese severo
escarmiento aseguraría la tranquilidad de toda aquella parte del país y, sólo
con esto, dio por terminada la campaña de este verano. Aunque en sus cartas al
Rey se mostraba satisfecho con el resultado, Ribera debía de sentirse doblemente
contrariado al ver la tenacidad indomable de los indios y la desmoralización
cada día mayor de sus propios soldados. Se sabe que desde tiempo atrás servían
en los ejércitos de los indios rebeldes algunos desertores de las ciudades y de
los fuertes españoles, y que ellos tomaban una parte principal en la dirección
de la guerra. Pero en los últimos meses, estas deserciones se habían hecho más
frecuentes, y presentaban un carácter mucho más grave y alarmante. En el fuerte
de Santa Fe, Alonso González de Nájera había descubierto uno de esos complots,
y el Gobernador sorprendió luego otro más considerable, en el que estaba
comprometido un alférez llamado Simón Quinteros y once de los soldados, casi
todos ellos de los que acababan de llegar del Perú. Ribera aplicó una gran
severidad para reprimir estas deserciones. Hizo ahorcar a los que pretendían
promoverlas, pero los castigos no bastaban para cortar de raíz un mal que tenía
su causa en la miseria general, en los sufrimientos por los que pasaban las
tropas y en el desamparo que con frecuencia padecían. Las deserciones
continuaron repitiéndose, y poco más tarde se fugaron nueve soldados en una
lancha pretendiendo llegar al Perú, pero fueron apresados en la desembocadura
del Maule, y Ribera ordenó ahorcarlos inmediatamente. Sin embargo, convencido
de la ineficacia de estas ejecuciones, buscaba otros remedios, y le pidió al
Rey que aumentase los fondos económicos para poder pagar a todos un sueldo
conveniente, y que se le enviasen refuerzos de España, ya que los soldados que
de allí venían eran mucho más útiles, más pacientes y más sufridos".
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