(1291) Con la derrota de los piratas
holandeses, llegó la hora de las duras represalias para que la ciudad de Castro
quedara libre de nuevas amenazas: "Los españoles la ocuparon inmediatamente,
pero cuando esperaban coger vivos a algunos enemigos, no hallaron más que
veintiséis cadáveres de holandeses, y un solo prisionero, un español apellidado
Juanes, que había servido a los invasores, y que en el acto fue arcabuceado
como traidor. Mientras tanto, los holandeses, que retenían a bordo cinco
españoles apresados poco antes, permanecían en el puerto. Aunque reducidos a solo
veintidós hombres, algunos de ellos heridos, sabían que los soldados de tierra
no podían atacarlos con las miserables piraguas que tenían a su disposición.
Francisco del Campo les propuso que se rindiesen, pero el corsario Baltasar de Cordes,
que debía suponer la suerte que le estaba reservada si caía en poder del
enemigo, prefirió desafiar todos los peligros para salir al océano. El tercer
día después del desastre, desplegaba sus velas y se lanzaba resueltamente fuera
del puerto. La navegación de esos canales ofrecía las mayores dificultades en
aquella estación a causa de los casi constantes vientos del norte. Por otra
parte, eran los días inmediatos al novilunio, en el que las mareas adquieren
allí una gran intensidad. Después de dos días de esfuerzos, sólo habían podido
andar cuatro leguas, y, en la noche, sacudida la nave por el viento, fue a
encallarse en un bajío. Hubo un momento en que Cordes debió de creerse perdido,
y en que tal vez pensara en capitular. Dio libertad a dos de sus prisioneros,
sin duda para que le sirvieran de mediadores, pero, cuando Francisco del Campo
acudió a la costa vecina, la pleamar había puesto a flote la nave holandesa, y volvía
a emprender su navegación. Las piraguas
de los españoles la seguían de cerca para impedir que los fugitivos
desembarcasen en otro punto de la isla. Cordes salía entonces de Castro
llevando en su nave una abundante provisión de carne salada y de trigo, que
había de servirle para el resto del viaje. El 31 de mayo pasaba frente a la
isla de Quinchao. En el norte de Chiloé desembarcó otros tres prisioneros españoles
que llevaba consigo. Por fin, el 4 de
junio, después de vencer las dificultades que le ofrecía la navegación de los
canales, Baltasar de Cordes entraba al océano. Según un antiguo relato, Cordes
siguió buscando por la costa de Perú otros barcos piratas amigos, y capturando
de paso algunas naves. Pero, finalmente, cambió de rumbo, atravesando el
Pacífico hasta llegar a Las Molucas". Pero en la isla Tidore, los
portugueses le destruyeron su nave en enero de 1601, apresaron a toda la
tripulación, y al parecer, no tardando
mucho falleció BALTASAR CORDES. Era hermano de Simón de Cordes, otro famoso
corsario que formaba parte de la misma expedición de piratas que andaba por
Chile, pero se dio la circunstancia de que a este lo habían matado los mapuches
a finales del año 1599. Los problemas que crearon los piratas holandeses en la ciudad de Castro provocaron que pronto
se creara el llamado Real Situado, con el cual el virrey de Perú se comprometía
a reservar todos los años una fuerte cantidad económica destinada a que el
gobierno de Chile contara con medios para afrontar las guerras contra los
mapuches, y, asimismo, para rechazar los posibles ataques de piratas.
(Imagen) Es imposible saber hasta qué
punto algunas decisiones de los españoles fueron brutales, o un remedio
necesario. El historiador chileno Diego Barros manifiesta de forma muy crítica
su opinión. Vayamos con los hechos:
"Apenas se hubieron alejado los corsarios, Francisco del Campo dedicó toda
su atención al restablecimiento del orden en el archipiélago de Chiloé. Confió
el mando de Castro al capitán Luis Pérez de Vargas, entregándole 44 soldados de
los que llevaba consigo desde Osorno para que sirviesen en la defensa de esas
islas. Trasladándose entonces el Coronel Francisco del Campo al norte de
Chiloé, averiguó meticulosamente quiénes eran los caciques que habían auxiliado
a los holandeses. Algunos de ellos habían muerto a manos de los españoles en el
asalto de Castro, pero el Coronel apresó a otros 18, en quienes se proponía
ejercer una atroz venganza, que los españoles llamaron castigo ejemplar. Esos
infelices fueron encerrados en una choza, y quemados vivos, 'dándoles a
entender, escribió el autor de aquella inhumanidad, que los quemaba porque
habían ayudado al pirata inglés'. Pero esto no satisfizo su saña. 'De allí
escribí, añade enseguida, al capitán Luis Pérez de Vargas una carta en la que
le mandaba que ahorcase hasta treinta caciques y algunos indios muy culpables,
lo cual ha hecho, y me ha enviado testimonio de ello. Puso tanto temor este
castigo, que todo Chiloé está llano como si jamás se hubiera alzado". Pero
lo que no tiene duda, a pesar de la crítica de Barros, es que Francisco del
Campo hizo lo que pensó que tenía que hacer. Y sigue diciendo Diego Barros
(alabando esta vez a del Campo, con un 'pero'): "Terminados estos
trabajos, Francisco del Campo dio la vuelta a Osorno. Aquella penosísima
campaña, llevada felizmente a término en medio del invierno y dirigida con
tanto acierto y con tanta entereza, bastaba para granjearle el crédito de un
verdadero militar. Pero sus resultados eran en realidad poco satisfactorios. El
Coronel del Campo había arrojado a los holandeses de Chiloé, pero, contando los
muertos, los heridos y las tropas que había dejado en el archipiélago, había
disminuido mucho el pequeño ejército con que estaba obligado a defender la
vasta región de su competencia. Además, las lluvias incesantes y las marchas
por terrenos encharcados produjeron en sus tropas enfermedades y dolorosos reumatismos.
El mismo Coronel, atacado por esas enfermedades, pasó tres meses en cama en
medio de crueles sufrimientos. Desde su lecho, sin embargo, ordenaba las
salidas que que sus capitanes debían hacer en el entorno de Osorno para imponer
respeto a los indios de la comarca sublevados".
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