viernes, 15 de abril de 2022

(1698) Los soldados de Chile tenían fama de desordenados, pero también de una valentía extraordinaria. Hablemos de Pedro de Cisternas, hombre de grandes cualidades y longevidad excepcional en aquel país tan peligroso.

 

     (1298) Según la versión que el historiador Diego Barros da por extenso del desorden e indisciplina que había en las tropas de los españoles, es difícil comprender que los mapuches no las hubiesen derrotado y expulsado a todas del territorio chileno. Me limitaré a recoger lo que el propio gobernador Alonso de Ribera dice al respecto, que, aunque es más breve, no pierde contundencia. Añadiré también datos de otros documentos de la época. Había algo que le preocupaba al Gobernador Ribera más que la escasez de soldados. Poco después de llegar a Chile, él mismo se encargó de dar a conocer aquel deplorable estado de cosas en los informes que le dirigió al Rey: "Estaba esta gente tan mal disciplinada e ignorante en las cosas de la milicia, que nunca tal cosa  pude imaginar ni me sería posible explicarlo debidamente". Seis años más tarde, continuaba insistiendo en los mismo: "Certifico a Vuestra Majestad que esto es tan grave, que los soldados españoles son más bárbaros que los propios indios, y que ha sido milagro de Dios, conforme a su proceder en la guerra y en la paz, que no los hayan echado de esta tierra y degollado hace ya muchos años". Otros informes decían lo siguiente: "Era tal la poca responsabilidad de los que mandaban, la falta de oficiales y la desobediencia en los soldados, que parece milagro de Dios que los indios no hubiesen acabado con ellos muchas veces los enemigos. Sucedía de ordinario que muchos de los soldados que estaban de centinela, se iban a llamar a los que habían de reemplazarlos, quedando los cuarteles abiertos y sujetos a cualquier  desgracia, y no escandalizaba nada ver en esto, por ser lo que usaban. Los indios de guerra parecían comprender este desorden, y con frecuencia aguardaban la hora de amanecer para caer sobre los campamentos españoles".

     El Gobernador Ribera criticaba también el desarrollo de los ataques a los indios: "Cuando los españoles se ven con el enemigo, van tanteando, y,  si el enemigo huye, le siguen sin ningún orden ni concierto, ni aguardan a su capitán, ni hacen tropa para protegerse, ni ninguna otra precaución de soldados, y no saben qué es obediencia. Y certifico a Vuestra Majestad que cuando llegué a Chile, iba receloso de las bravuras que me decían de aquellos indios, pero al ver a los  soldados de Vuestra Majestad y su equivocado comportamiento, me animé mucho. Tanto, que dije a algunos amigos míos que confiaba en Dios que, con mucha brevedad podría pacificar aquella tierra, porque si los indios no habían echado a aquella gente del reino y acabado con ella, tampoco habían de echarme a mí, a no ser que Dios me quisiese dejar de su mano". Con lo cual, irónicamente Ribera da a entender que se sentía seguro frente a los mapuches por parecerles más torpes que los españoles. Es de suponer, además, que él se ocuparía de disciplinar a sus tropas. Luego el historiador Barros añade una frase que sirve de contrapeso a la indisciplina de los soldados españoles: "Las embestidas de los españoles en esas batallas solían ser impetuosas y hasta heroicas, pero los soldados atacaban sin aguardar a sus capitanes, y peleaban sin orden ni concierto". Es decir: no sabían trabajar en equipo, pero tenían un valor suicida.

     Otra consecuencia de la situación era que los vecinos de las ciudades vivían aterrorizados. En cuanto sabían que los mapuches iban a atacarles, se sentían desprotegidos. En un documento de la época, se dice: "Las señoras de Concepción, muchas veces, en tenebrosas noches de cruel invierno han saltado de las camas,  lloviendo, descalzas y a medio vestir, para meterse en un lodoso corral de vacas, por no haber otro refugio de más consideración, lo que solo les servía para esperar congregadas al enemigo, el cual, si las hallara juntas, las iría  atando como a ovejas para llevárselas".

 

     (Imagen) No es justo olvidar al  capitán PEDRO DE CISTERNAS, así que merece una reseña. Había nacido, de familia noble, en Planes (Alicante) en 1505 (territorio que dio origen a pocos conquistadores de Indias), y, aunque era uno de los militares más antiguos, y siempre inmerso en duras peleas, alcanzó en Chile la privilegiada edad (sobre todo en aquellos tiempos) de 85 años. En 1525 viajó a las Indias, donde se supone  que tuvo una participación intensa en Perú luchando contra los indios, e implicado en las guerras civiles, aunque, lamentablemente, no he encontrado en el archivo PARES ningún documento que lo confirme. Lo que sí consta es que se unió a la heroica expedición de Pedro de Valdivia destinada al descubrimiento  y conquista de Chile. Tuvo el mérito y el honor de formar parte de los soldados que, junto a Valdivia, fundaron el 12 de febrero de 1541 la ciudad de Santiago, definitiva capital de Chile. No obstante, su vida estuvo permanentemente vinculada a la ciudad de La Serena, de la que fue uno de sus fundadores, en 1544, y donde se casó hacia el año 1556 con la española María Tobar de la Serna. No solo participó en la fundación de La Serena, sino que vivió en ella, a lo largo de los años y de continuo, momentos muy dramáticos y éxitos  de gran importancia. Tras haber sido alcalde de la ciudad, una sublevación de los indios la destruyó  en enero de 1549, matando a las catorce familias que allí había. PEDRO DE CISTERNAS salvó la vida por encontrarse entonces en los terrenos de su encomienda. Cuando, en la noche de la destrucción, llegó a La Serena, pudo huir con un soldado que se había escondido en un horno. Como estaban muertos sus caballos, tuvieron que escapar a Santiago caminando de noche y ocultándose de día, hasta que, a 300 km, encontraron españoles. Pedro de Valdivia ordenó rápidamente la refundación de la Serena. Allí estuvo presente el inevitable Pedro de Cisternas, le fue otorgado un solar, se estableció de nuevo y continuó ocupando importantes cargos en su querida ciudad: Regidor perpetuo, Contador de la Real Hacienda (1552-1556),  Tesorero en 1558, y Alcalde (1552, 1554, 1557 y 1578). Y, allí, en La Serena, murió el año 1590. Con su mujer, María de Tobar, tuvo diez hijos. Da la casualidad de que la mayor, Elena de Cisternas, se casó con el gran capitán Pedro Cortés de Monroy, cuya importancia ya vimos en una reseña anterior, así como que era pariente muy cercano del más brillante conquistador de las Indias, Hernán Cortés Monroy. Como solía ocurrir especialmente en Chile, los mapuches en 1599 mataron a Felipe de Cisternas, un hijo de Pedro de Cisternas y de María de Tobar. Su padre no lo vio porque había muerto nueve años antes, pero María tuvo que sufrirlo, ya que falleció el año 1614.




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