(1298) Según la versión que el historiador
Diego Barros da por extenso del desorden e indisciplina que había en las tropas
de los españoles, es difícil comprender que los mapuches no las hubiesen
derrotado y expulsado a todas del territorio chileno. Me limitaré a recoger lo
que el propio gobernador Alonso de Ribera dice al respecto, que, aunque es más
breve, no pierde contundencia. Añadiré también datos de otros documentos de la
época. Había algo que le preocupaba al Gobernador Ribera más que la escasez de
soldados. Poco después de llegar a Chile, él mismo se encargó de dar a conocer
aquel deplorable estado de cosas en los informes que le dirigió al Rey: "Estaba
esta gente tan mal disciplinada e ignorante en las cosas de la milicia, que
nunca tal cosa pude imaginar ni me sería
posible explicarlo debidamente". Seis años más tarde, continuaba
insistiendo en los mismo: "Certifico a Vuestra Majestad que esto es tan
grave, que los soldados españoles son más bárbaros que los propios indios, y que
ha sido milagro de Dios, conforme a su proceder en la guerra y en la paz, que
no los hayan echado de esta tierra y degollado hace ya muchos años". Otros
informes decían lo siguiente: "Era tal la poca responsabilidad de los que
mandaban, la falta de oficiales y la desobediencia en los soldados, que parece
milagro de Dios que los indios no hubiesen acabado con ellos muchas veces los
enemigos. Sucedía de ordinario que muchos de los soldados que estaban
de centinela, se iban a llamar a los que habían de reemplazarlos, quedando los
cuarteles abiertos y sujetos a cualquier
desgracia, y no escandalizaba nada ver en esto, por ser lo que usaban. Los
indios de guerra parecían comprender este desorden, y con frecuencia aguardaban
la hora de amanecer para caer sobre los campamentos españoles".
El Gobernador Ribera criticaba también el
desarrollo de los ataques a los indios: "Cuando los españoles se ven con
el enemigo, van tanteando, y, si el
enemigo huye, le siguen sin ningún orden ni concierto, ni aguardan a su capitán,
ni hacen tropa para protegerse, ni ninguna otra precaución de soldados, y no
saben qué es obediencia. Y certifico a Vuestra Majestad que cuando llegué a Chile,
iba receloso de las bravuras que me decían de aquellos indios, pero al ver a
los soldados de Vuestra Majestad y su equivocado
comportamiento, me animé mucho. Tanto, que dije a algunos amigos míos que
confiaba en Dios que, con mucha brevedad podría pacificar aquella tierra,
porque si los indios no habían echado a aquella gente del reino y acabado con
ella, tampoco habían de echarme a mí, a no ser que Dios me quisiese dejar de su
mano". Con lo cual, irónicamente Ribera da a entender que se sentía seguro
frente a los mapuches por parecerles más torpes que los españoles. Es de
suponer, además, que él se ocuparía de disciplinar a sus tropas. Luego el
historiador Barros añade una frase que sirve de contrapeso a la indisciplina de
los soldados españoles: "Las embestidas de los españoles en esas batallas
solían ser impetuosas y hasta heroicas, pero los soldados atacaban sin aguardar
a sus capitanes, y peleaban sin orden ni concierto". Es decir: no sabían
trabajar en equipo, pero tenían un valor suicida.
Otra consecuencia de la situación era que
los vecinos de las ciudades vivían aterrorizados. En cuanto sabían que los
mapuches iban a atacarles, se sentían desprotegidos. En un documento de la
época, se dice: "Las señoras de Concepción, muchas veces, en tenebrosas
noches de cruel invierno han saltado de las camas, lloviendo, descalzas y a medio vestir, para
meterse en un lodoso corral de vacas, por no haber otro refugio de más
consideración, lo que solo les servía para esperar congregadas al enemigo, el
cual, si las hallara juntas, las iría atando como a ovejas para llevárselas".
(Imagen) No es justo olvidar al capitán PEDRO DE CISTERNAS, así que merece
una reseña. Había nacido, de familia noble, en Planes (Alicante) en 1505
(territorio que dio origen a pocos conquistadores de Indias), y, aunque era uno
de los militares más antiguos, y siempre inmerso en duras peleas, alcanzó en
Chile la privilegiada edad (sobre todo en aquellos tiempos) de 85 años. En 1525
viajó a las Indias, donde se supone que
tuvo una participación intensa en Perú luchando contra los indios, e implicado
en las guerras civiles, aunque, lamentablemente, no he encontrado en el archivo
PARES ningún documento que lo confirme. Lo que sí consta es que se unió a la
heroica expedición de Pedro de Valdivia destinada al descubrimiento y conquista de Chile. Tuvo el mérito y el
honor de formar parte de los soldados que, junto a Valdivia, fundaron el 12 de
febrero de 1541 la ciudad de Santiago, definitiva capital de Chile. No
obstante, su vida estuvo permanentemente vinculada a la ciudad de La Serena, de
la que fue uno de sus fundadores, en 1544, y donde se casó hacia el año 1556
con la española María Tobar de la Serna. No solo participó en la fundación de
La Serena, sino que vivió en ella, a lo largo de los años y de continuo,
momentos muy dramáticos y éxitos de gran
importancia. Tras haber sido alcalde de la ciudad, una sublevación de los
indios la destruyó en enero de 1549,
matando a las catorce familias que allí había. PEDRO DE CISTERNAS salvó la vida
por encontrarse entonces en los terrenos de su encomienda. Cuando, en la noche
de la destrucción, llegó a La Serena, pudo huir con un soldado que se había
escondido en un horno. Como estaban muertos sus caballos, tuvieron que escapar
a Santiago caminando de noche y ocultándose de día, hasta que, a 300 km,
encontraron españoles. Pedro de Valdivia ordenó rápidamente la refundación de
la Serena. Allí estuvo presente el inevitable Pedro de Cisternas, le fue
otorgado un solar, se estableció de nuevo y continuó ocupando importantes cargos
en su querida ciudad: Regidor perpetuo, Contador de la Real Hacienda
(1552-1556), Tesorero en 1558, y Alcalde
(1552, 1554, 1557 y 1578). Y, allí, en La Serena, murió el año 1590. Con su
mujer, María de Tobar, tuvo diez hijos. Da la casualidad de que la mayor, Elena
de Cisternas, se casó con el gran capitán Pedro Cortés de Monroy, cuya
importancia ya vimos en una reseña anterior, así como que era pariente muy
cercano del más brillante conquistador de las Indias, Hernán Cortés Monroy.
Como solía ocurrir especialmente en Chile, los mapuches en 1599 mataron a
Felipe de Cisternas, un hijo de Pedro de Cisternas y de María de Tobar. Su
padre no lo vio porque había muerto nueve años antes, pero María tuvo que
sufrirlo, ya que falleció el año 1614.
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