viernes, 29 de abril de 2022

(1710) Lo uno por lo otro: el gobernador Ribera era un magnífico militar, pero demasiado autoritario. Tuvo enfrentamientos con el heroico Juan Rodolfo Lisperguer, en cuya familia hubo personas de gran valía y, otras, siniestras.

 

     (1310) La sociedad chilena no vio con buenos ojos este matrimonio del gobernador Alonso de Ribera, quizá porque se temiera que, al emparentar con una familia importante pero venida a menos, se dedicara a favorecerla: "Pero, aun sin este el motivo, y por la sola arrogancia de su carácter, el Gobernador debía verse constantemente envuelto en rencillas y dificultades que hicieron muy turbulenta y agitada su administración. Ribera, por sus antecedentes y por la vida que había llevado hasta que el Rey le confió el gobierno de Chile, era ante todo soldado, y poseía las cualidades y los defectos de la mayoría de los militares de su tiempo. Sus costumbres, como ya hemos dicho, eran ligeras. Amaba el lujo y la ostentación, tenía pasión por el juego y por las mujeres, le gustaba asistir a banquetes, y no temía comprometer la dignidad de su puesto en esta clase de diversiones. Al llegar a Chile, y al ver el estado de desmoralización en que se hallaba el ejército, y la manera cómo se hacía la guerra, el Gobernador no se privó de censurar la conducta de sus predecesores y de muchos de los militares que habían servido a sus órdenes. Postergó a algunos, y reservaba de ordinario las promociones y los puestos más delicados y honrosos, así como la concesión de encomiendas, para los hombres de su confianza, aunque fuesen nuevos en la guerra, y, por tanto, escasos de servicios y desprovistos de prestigio y de experiencia. Evitaba cuanto podía consultar a sus subalternos, no oía los consejos que se le daban, y siempre quería imponer su voluntad. Esta conducta le granjeaba  el desapego de muchos que no perdonaban ocasión de hacer llegar sus quejas ante el virrey del Perú e, incluso, ante el mismo monarca español. Uno de ellos fue Damián Jeria, hombre ligero y pretencioso sin duda, pero que durante nueve años había desempeñado el cargo de secretario de los gobernadores de Chile, y que, no pudiendo avenirse con Ribera, se había ido al Perú, desde donde no cesaba de dar informes muy desfavorables acerca de él (Jeria murió en Lima el año 1609)".

     El cronista chileno Diego Barros continúa recogiendo  de la época comentarios al difícil carácter del gobernador Alonso de Ribera: "Trataba mal de palabra a muchos soldados llamándolos poltronazos y bellacones, y daba a muchos de ellos palos con el bastón que solía traer en las manos, y asimismo, decía afrentosas palabras a los capitanes, ultrajando con ellas sus canas y grandes servicios hechos a Su Majestad durante los muchos años que sirvieron en la guerra de reino de Chile". Y añade por su cuenta: "Ribera, además, era desconfiado y paranoico, veía enemigos casi en todas partes, y con sobrada ligereza se predisponía en contra de ellos. Sospechando que esos enemigos verdaderos o ficticios pudieran hacer llegar sus quejas hasta el Rey, utilizó un recurso que la ley condenaba de la manera más expresa y terminante, pues violaba la correspondencia epistolar, detenía a los encargados de llevarla, y perseguía con verdadero encarnizamiento a los que habían escrito alguna carta en su contra. Fácil es imaginar la irritación que estos hechos debían de producir entre las personas agraviadas, y entre sus parientes y amigos".

 

     (Imagen) El heroico capitán JUAN RODOLFO LISPERGUER (a quien luego mataron los indios) pertenecía a una complicada familia de la que ya hablamos: "Inicialmente, mereció la confianza del gobernador Ribera, pero, dos años después, tuvieron un ruptura completa. Lisperguer había cometido un delito que Ribera no señala, pero que califica de 'muy digno de pena capital'. Sin duda ese delito fue algún desacato contra la persona del Gobernador, por lo que fue reducido a prisión y sometido a juicio. A principios de 1604, Lisperguer sedujo a los guardianes, y, atravesando las cordilleras acompañado de diez personas, se libró de toda persecución. Pero este capitán dejaba en Chile parientes y amigos que debían causar al Gobernador no pocas inquietudes. Alonso de Ribera se disponía a entrar en lucha contra esa familia, a la cual se imputaban horribles crímenes, pero que, contando con el poder de sus riquezas, salió vencedora. A mediados de 1604, el Gobernador había decretado la prisión de doña María y de doña Catalina de Lisperguer, hermanas del capitán fugitivo. Se contaba que intentaron envenenarlo con hierbas proporcionadas por un indio, al que luego mataron para que no quedara  testigo alguno. Se decía también que habían cometido otros crímenes y que eran hechiceras. Estas imputaciones no eran, como podría pensarse, un rumor vulgar, nacido entre las clases inferiores de la sociedad: lejos de eso, creían en ellas los hombres más valorados y respetables de la colonia. Pero esas señoras y sus parientes eran al mismo tiempo grandes devotos, concurrían regularmente a todas las fiestas de iglesia y habían hecho cuantiosos donativos a las órdenes religiosas. Al saber que el Gobernador había lanzado la orden de prisión, corrieron a refugiarse, la una al convento de San Agustín y la otra al de Santo Domingo, y hallaron en ellos una favorable acogida que aseguró su impunidad. Fue inútil que Ribera, sobreponiéndose a toda prohibición, mandase entrar en esos conventos, como también en el de la Merced, a donde se trasladó más tarde una de las hermanas Lisperguer, porque los soldados del Gobernador no pudieron descubrir su escondite. 'Los religiosos, escribía el Gobernador al Rey, las defienden y ocultan de manera que no se las puede detener, con gran escándalo de la república y de lo que corresponde al servicio de Vuestra Majestad'. Así, pues, la autoridad resultó burlada, no obstante los crímenes de que se acusaba a esas dos señoras, y del descrédito en que habían caído por sus pretendidos encantamientos". Las dos hermanas tenían un parentesco cercano con la siniestra  Catalina de los Ríos Lisperguer (La Quintrala), a quien, a pesar de su tenebrosa fama, los chilenos le han dedicado una estatua.




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