(1292) El gobernador Francisco de Quiñones
tenía por entonces sesenta años, y le quedaban seis de vida, pero,
sobreponiéndose imprudentemente a su debilidad, seguía peleando: "El Gobernador,
entretanto, se hallaba en Concepción en circunstancias no menos aflictivas. Su
reciente expedición al territorio araucano, en que acababa de despoblar las
ciudades de Angol y la Imperial, había sido un esfuerzo superior a sus años y
al estado de su salud. Sin embargo, sabiendo que los mapuches habían atravesado
el Biobío para inquietar los campos vecinos a Concepción, volvió a salir de
campaña, hizo retroceder a los bárbaros e, incluso, mandó perseguirlos hasta el
otro lado del río. Pero esta corta expedición, emprendida en el invierno, le
resultó fatal. Sorprendido por la lluvia, sufrió un ataque de parálisis que le
dejó sin movimiento todo un lado del cuerpo, y que durante meses lo tuvo
postrado en su lecho. A pesar de sus dolencias, el Gobernador estaba obligado a
atender los negocios de la guerra y de la administración, pero por todas partes
lo rodeaban dificultades que mostraban el estado lastimoso a que había llegado
el reino. Concepción estaba llena de gente de las ciudades recientemente
despobladas. Muchos individuos, y entre ellos no pocos capitanes y soldados,
emigraban para Santiago y aumentaban allí el desaliento. Se sabía también que
los defensores del fuerte de Arauco, constantemente cercados, sufrían mil
penalidades y estaban expuestos a perecer de hambre. Deseando socorrerlos, el
Gobernador dispuso que el capitán Juan Martínez de Leiva fuese por mar a
llevarles algunos víveres. Pero esta empresa produjo un verdadero desastre. La
nave fue arrojada por los vientos del norte junto a la bahía de Arauco. Los
indios se apoderaron de ese valiente capitán y de más de treinta hombres que
iban con él, dieron muerte a muchos de ellos y conservaron a los otros como
prisioneros. En aquellas circunstancias, Concepción vivió durante meses en tal
estado de alarma, que las gentes se recogían cada noche en el convento de San
Francisco, y las calles de la ciudad fueron cerradas con tapias para
defenderlas contra ataques del enemigo. En el otoño de 1600 llegaron, además, a
Santiago cuarenta y cuatro soldados portugueses que venían a Chile como ayuda,
pero que luego pasaron a constituir un verdadero peligro para la colonia. Al
percibir la miseria espantosa a que estaba reducido el reino de Chile, el
desaliento general y la poca esperanza que había de que mejorase esa situación,
aquellos portugueses solo hablaban de volverse al otro lado de los Andes (a
Argentina). También muchos de los soldados recién venidos del sur se
mostraban dispuestos a secundarlos en este proyecto. Todos los días se hablaba
de intentos de motín de esas gentes, lo que era causa de que se viviese en
Santiago en la mayor intranquilidad. El general Miguel de Silva, que desde el
mes de mayo desempeñaba el cargo de corregidor de la ciudad, gozaba entre los
suyos el prestigio de su valor y de más de treinta años de buenos servicios en
la guerra de Chile, pero carecía de fuerzas para reprimir esos alborotos. Todo
hacía temer que en la primavera próxima, cuando el derretimiento de las nieves
abriese los caminos de la cordillera, el desbande de gente vendría a agravar
los peligros de aquella terrible situación. Pero en esos momentos llegaba a
Valparaíso un nuevo mandatario que había de infundir mayor confianza a los
colonos".
(Imagen) Quien llegaba a Chile echándole
valor para ejercer el cargo de Gobernador Interino sustituyendo al enfermo y
anciano Francisco de Quiñones, era ALONSO GARCÍA RAMÓN, de quien hemos hablado
varias veces: "El virrey del Perú, don Luis de Velasco, tenía una alta
opinión de este militar. Los antecedentes y los servicios de García Ramón lo
hacían digno de esa confianza. Nacido el año 1552 en la ciudad de Cuenca (ver
imagen), había combatido en España contra los moriscos sublevados en
Granada. Sirvió en la escuadra de don Juan de Austria con 20 años, y después
luchó en la conquista de Túnez. Desde 1579, hizo campaña en Flandes a las
órdenes de Alejandro Farnesio, recibiendo dos heridas de arcabuz, pero tuvo la
gloria de ser el primero que escaló las murallas enemigas, donde tomó dos
banderas. Cuando llegó a Chile con don Alonso de Sotomayor, García Ramón era ya
un militar de probado valor y gran experiencia militar. Ya hemos visto algunas
de sus brillantes actuaciones de guerra durante el gobierno de don Alonso de
Sotomayor, logrando gran fama de valiente y de esforzado. Al llegar a Chile, en
1592, el trágico gobernador Martín García Óñez de Loyola, el capitán García
Ramón se trasladó al Perú, y mereció la confianza del Virrey don Andrés Hurtado
de Mendoza. Desempeñó entonces con lucimiento los cargos de corregidor de Arica
y de Potosí, y, desde 1599, el de
maestre de campo de todo el Perú, siendo en Lima uno de los más acreditados
consejeros a los que que Virrey don Luis de Velasco consultaba sobre los
asuntos de guerra. Por más que el gobierno de Chile fuera en
esas circunstancias un puesto muy poco codiciable, García Ramón lo aceptó de
buen grado. Como todos los militares que eran llamados al desempeño de este
penoso y difícil cargo, parecía creer que las desgracias del reino provenían
principalmente de los errores y de la flojedad de sus predecesores, y que un
esfuerzo de constancia y de prudencia podía mejorar aquel lamentable
estado de cosas. Iguales ilusiones se venían forjando todos los gobernadores,
haciendo a los que los habían precedido responsables de faltas y de desastres
que casi siempre estos no habían podido evitar. El Virrey no pudo suministrarle
en esos momentos más que una buena provisión de víveres y de ropa. Sin embargo,
García Ramón se embarcó resueltamente en Lima, y el 12 de junio de 1600 zarpó
para Chile con dos buques. El viaje duró 47 días. Al fin, el 29
de julio llegaba ALONSO GARCÍA RAMÓN a Valparaíso, y el siguiente día hacía su
entrada en Santiago. Su presencia hizo nacer desde el primer momento la
esperanza de que los males y desgracias que aquejaban al reino encontrarían
algún remedio". Era como agarrarse a un clavo ardiendo, que pronto les
resultaría insoportable.
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