(1309) Por entonces, el gobernador Alonso
de Ribera seguía decidido a buscar amigablemente la paz con los mapuches de
todo el territorio situado al norte del río Biobío: "Llamaba a los que se
habían refugiado en la zona de guerra, buscaba con toda diligencia a los que
andaban ocultos en las montañas, y a todos les ofrecía protección y amparo, a
condición de que viniesen a servir, como antes, a los encomenderos. Llegó a
redactar unas reglas a las que los indios debían someterse para gozar del beneficio
de la paz bajo el amparo de las llamadas leyes protectoras de los indígenas.
Parece inexplicable que un hombre de la sagacidad del Gobernador pudiera tener
fe en los convenios que se celebraran con las tribus de indios, que solían
someterse y volvían a tomar las armas contra los españoles en el momento
favorable. Pero también es verdad que aquellas tribus que no estaban ligadas
entre sí por ningún vínculo de nacionalidad (al parecer, Barros se refiere a
los que no eran mapuches), movidas por su espíritu belicoso, y por su sed insaciable de botín, eran, mientras
estaban sometidas, según hemos contado en otras ocasiones, excelentes
auxiliares de los españoles, y hacían guerra implacable a las otras tribus. 'Los
que me han aceptado la paz hasta ahora, escribía Ribera en abril de ese año,
ayudan mucho al servicio de Vuestra Majestad, porque pelean muy bien contra los
enemigos y les hacen más daño que los españoles. En adelante pienso llevarlos
como soldados de Vuestra Majestad, pues, para hacer daño a los enemigos, vale
cada uno más que dos españoles, porque entran por las quebradas, montes y ríos
sin dudarlo, con gran agilidad, y se matan unos a otros (ambos bandos de
indios) y se toman las haciendas y los hijos y mujeres con mucha crueldad'.
No es extraño que Ribera, falto de tropas españolas, quisiera aprovechar los
servicios de estos colaboradores".
El Gobernador, debido a lo recientes
éxitos, estaba disfrutando momentos de optimismo pensando que la paz se
asentaría definitivamente en aquel territorio, protegida, además, por los dos
fuertes que acababa de construir: "Ribera se dedicó entonces a reforzar
allí el orden y la tranquilidad para que sus pobladores pudieran consagrarse de
nuevo a los trabajos productivos. Fomentó la crianza de ganados y los cultivos,
y trajo a Concepción algunos artesanos que, además de prestar sus servicios a
los vecinos y encomenderos, fuesen particularmente útiles para reparar las
armas y el vestuario de sus soldados. A finales del otoño de 1603 pudo creerse
restablecida la paz en toda la región comprendida entre los ríos Itata y Biobío
y, aunque los indios volvieron a hacer sus insurrecciones en la primavera
siguiente y a causar no pocos daños, los habitantes de Concepción y de Chillán recobraron
la confianza que los anteriores desastres les habían hecho perder casi por
completo".
Uno de los aspectos que las leyes
controlaban era el de que, quienes ostentaban el mando supremo en las Indias,
mantuvieran siempre el nivel social más
alto: "El rey de España quería que
los gobernadores y los otros altos funcionarios de sus colonias de América,
viviesen separados de toda participación en los negocios particulares o de
familia de sus gobernados. Se proponía hacer de ellos magistrados absolutamente
extraños a todos los intereses y a todas las pasiones de las sociedades en
medio de las cuales tenían que vivir, y creía que las disposiciones escritas de
la ley podían producir este resultado"
(Imagen) Años antes, Felipe II había
dictado dos leyes con esta exigencia (resumida): "Prohibimos a todos los
gobernadores y altos cargos por Nos establecidos que, durante el tiempo en que
sirvieren sus oficios, se casen sin nuestra licencia". Diego Barros hace
un largo comentario al respecto: "Sin embargo, la insistencia con que el
Rey repitió esa misma prohibición prueba que con frecuencia fue desobedecida,
salvo cuando la ley quedó burlada por especial licencia del soberano. El
gobernador Alonso de Ribera, soldado de carácter impetuoso y arrebatado, no
podía esperar mucho en desobedecer aquella disposición. En Santiago había
conocido a la familia de uno de los más importantes encomenderos de La
Imperial, privada de sus bienes por la despoblación y ruina de esa ciudad, y
reducida a un estado de lastimosa pobreza, pero rodeada de cierta aureola de
gloria por los servicios militares de muchos de sus integrantes. La principal
de esa familia era doña Inés de Aguilera Villavicencio, la heroína legendaria
de la defensa de La Imperial, viuda del capitán Pedro Fernández de Córdoba (le
dediqué una imagen), madre de dos mancebos muertos a manos de los indios,
hija y hermana de otros capitanes que habían corrido igual suerte. Al lado de
ella vivía una hija suya, llamada Inés de Córdoba y Aguilera, dotada de una
gran belleza, por la cual el gobernador Ribera sintió una gran pasión, y
proyectó tomarla por esposa. Cuando, en enero de 1602, envió para España a
Domingo de Erazo para pedir soldados al Rey, le encargó que solicitase permiso
para contraer matrimonio con ella. Pero ese permiso, por la distancia y la
dificultad de los trámites, no podía llegar a Chile antes de dos o tres años, y
Ribera no quiso esperar tan largo tiempo. 'Pareciéndome, escribió él mismo,
que, habiendo pasado ya tanto tiempo desde mi súplica, se habrá conseguido lo
solicitado, y no ser el oficio que tengo de permanencia ni de los que Vuestra
Majestad prohíbe por ley en casos semejantes, atendiendo, además, al parecer
del licenciado Viscarra, teniente general de este reino, me desposé el pasado
día 10 de marzo (de 1603) con doña Inés de Córdoba'. El matrimonio se celebró
en Concepción, adonde se había trasladado la familia de la novia, y fue
bendecido por don fray Reginaldo de Lizárraga, que acababa de llegar a Chile
con el carácter de obispo de La Imperial. Deseando justificar su conducta ante
el piadoso (religioso) Rey de España (Felipe III), Ribera añadía:
'El principal motivo por el que tomé esta decisión, fue dejar hijos en servicio de Dios, para que
siempre acudan al de Vuestra Majestad, y hacer uso del permiso que espero de su
real mano conforme al deseo que siempre he tenido de servir a Vuestra
Majestad".
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