jueves, 28 de abril de 2022

(1709) A veces, los angustiados españoles confiaban en que los mapuches aceptarían la paz. Los gobernadores tenían que pedir permiso al Rey para casarse, pero Ribera se hartó de esperar la licencia y se casó.

 

     (1309) Por entonces, el gobernador Alonso de Ribera seguía decidido a buscar amigablemente la paz con los mapuches de todo el territorio situado al norte del río Biobío: "Llamaba a los que se habían refugiado en la zona de guerra, buscaba con toda diligencia a los que andaban ocultos en las montañas, y a todos les ofrecía protección y amparo, a condición de que viniesen a servir, como antes, a los encomenderos. Llegó a redactar unas reglas a las que los indios debían someterse para gozar del beneficio de la paz bajo el amparo de las llamadas leyes protectoras de los indígenas. Parece inexplicable que un hombre de la sagacidad del Gobernador pudiera tener fe en los convenios que se celebraran con las tribus de indios, que solían someterse y volvían a tomar las armas contra los españoles en el momento favorable. Pero también es verdad que aquellas tribus que no estaban ligadas entre sí por ningún vínculo de nacionalidad (al parecer, Barros se refiere a los que no eran mapuches), movidas por su espíritu belicoso, y por  su sed insaciable de botín, eran, mientras estaban sometidas, según hemos contado en otras ocasiones, excelentes auxiliares de los españoles, y hacían guerra implacable a las otras tribus. 'Los que me han aceptado la paz hasta ahora, escribía Ribera en abril de ese año, ayudan mucho al servicio de Vuestra Majestad, porque pelean muy bien contra los enemigos y les hacen más daño que los españoles. En adelante pienso llevarlos como soldados de Vuestra Majestad, pues, para hacer daño a los enemigos, vale cada uno más que dos españoles, porque entran por las quebradas, montes y ríos sin dudarlo, con gran agilidad, y se matan unos a otros (ambos bandos de indios) y se toman las haciendas y los hijos y mujeres con mucha crueldad'. No es extraño que Ribera, falto de tropas españolas, quisiera aprovechar los servicios de estos colaboradores".

     El Gobernador, debido a lo recientes éxitos, estaba disfrutando momentos de optimismo pensando que la paz se asentaría definitivamente en aquel territorio, protegida, además, por los dos fuertes que acababa de construir: "Ribera se dedicó entonces a reforzar allí el orden y la tranquilidad para que sus pobladores pudieran consagrarse de nuevo a los trabajos productivos. Fomentó la crianza de ganados y los cultivos, y trajo a Concepción algunos artesanos que, además de prestar sus servicios a los vecinos y encomenderos, fuesen particularmente útiles para reparar las armas y el vestuario de sus soldados. A finales del otoño de 1603 pudo creerse restablecida la paz en toda la región comprendida entre los ríos Itata y Biobío y, aunque los indios volvieron a hacer sus insurrecciones en la primavera siguiente y a causar no pocos daños, los habitantes de Concepción y de Chillán recobraron la confianza que los anteriores desastres les habían hecho perder casi por completo".

     Uno de los aspectos que las leyes controlaban era el de que, quienes ostentaban el mando supremo en las Indias, mantuvieran siempre el  nivel social más alto:  "El rey de España quería que los gobernadores y los otros altos funcionarios de sus colonias de América, viviesen separados de toda participación en los negocios particulares o de familia de sus gobernados. Se proponía hacer de ellos magistrados absolutamente extraños a todos los intereses y a todas las pasiones de las sociedades en medio de las cuales tenían que vivir, y creía que las disposiciones escritas de la ley podían producir este resultado"

 

     (Imagen) Años antes, Felipe II había dictado dos leyes con esta exigencia (resumida): "Prohibimos a todos los gobernadores y altos cargos por Nos establecidos que, durante el tiempo en que sirvieren sus oficios, se casen sin nuestra licencia". Diego Barros hace un largo comentario al respecto: "Sin embargo, la insistencia con que el Rey repitió esa misma prohibición prueba que con frecuencia fue desobedecida, salvo cuando la ley quedó burlada por especial licencia del soberano. El gobernador Alonso de Ribera, soldado de carácter impetuoso y arrebatado, no podía esperar mucho en desobedecer aquella disposición. En Santiago había conocido a la familia de uno de los más importantes encomenderos de La Imperial, privada de sus bienes por la despoblación y ruina de esa ciudad, y reducida a un estado de lastimosa pobreza, pero rodeada de cierta aureola de gloria por los servicios militares de muchos de sus integrantes. La principal de esa familia era doña Inés de Aguilera Villavicencio, la heroína legendaria de la defensa de La Imperial, viuda del capitán Pedro Fernández de Córdoba (le dediqué una imagen), madre de dos mancebos muertos a manos de los indios, hija y hermana de otros capitanes que habían corrido igual suerte. Al lado de ella vivía una hija suya, llamada Inés de Córdoba y Aguilera, dotada de una gran belleza, por la cual el gobernador Ribera sintió una gran pasión, y proyectó tomarla por esposa. Cuando, en enero de 1602, envió para España a Domingo de Erazo para pedir soldados al Rey, le encargó que solicitase permiso para contraer matrimonio con ella. Pero ese permiso, por la distancia y la dificultad de los trámites, no podía llegar a Chile antes de dos o tres años, y Ribera no quiso esperar tan largo tiempo. 'Pareciéndome, escribió él mismo, que, habiendo pasado ya tanto tiempo desde mi súplica, se habrá conseguido lo solicitado, y no ser el oficio que tengo de permanencia ni de los que Vuestra Majestad prohíbe por ley en casos semejantes, atendiendo, además, al parecer del licenciado Viscarra, teniente general de este reino, me desposé el pasado día 10 de marzo (de 1603) con doña Inés de Córdoba'. El matrimonio se celebró en Concepción, adonde se había trasladado la familia de la novia, y fue bendecido por don fray Reginaldo de Lizárraga, que acababa de llegar a Chile con el carácter de obispo de La Imperial. Deseando justificar su conducta ante el piadoso (religioso) Rey de España (Felipe III), Ribera añadía: 'El principal motivo por el que tomé esta decisión,  fue dejar hijos en servicio de Dios, para que siempre acudan al de Vuestra Majestad, y hacer uso del permiso que espero de su real mano conforme al deseo que siempre he tenido de servir a Vuestra Majestad".




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