lunes, 4 de abril de 2022

(1688) El virrey escatimó de forma mezquina los refuerzos de soldados para Chile. Aun así se consiguió una victoria importante. Pero en La Imperial la situación era terrible, y el gobernador Quiñones decidió que se abandonara la ciudad.

 

     (1288) Después de cerca de un mes de perplejidades y vacilaciones, el Virrey dispuso que dos de las naves que acababa de armar para la guerra saliesen al mar bajo el mando de don Gabriel de Castilla, nombrado almirante de la flota. Debía llevar a bordo poco más de doscientos hombres y dirigirse al sur hasta Valdivia en busca de los corsarios holandeses: "El Virrey lo autorizó, además, para entregar a Quiñones las tropas que llevaba en su escuadrilla. Con estas instrucciones zarpaba de Lima el almirante el 1 de enero de 1600. Mientras se destinaba esa pequeña tropa para socorrer a Chile, amenazado a la vez por la formidable guerra araucana y por la presencia de los corsarios holandeses, el Virrey dejaba para la defensa de las costas más cercanas a Lima una flotilla de cuatro naves con más de doscientos sesenta marineros y con cuatrocientos sesenta soldados. Esta preferente atención dada por el Virrey a aquella parte del territorio, era tanto más injustificada cuanto que allí no había enemigos interiores como en Chile, y, además, había una población mucho más numerosa, que podía suministrar otros contingentes de soldados".

     La crítica que le hace Diego Barros al virrey parece justificada, y, por ello, fue mal visto su comportamiento, porque el lugar más necesitado de ayuda era Chile, territorio que se estaba convirtiendo en un caos espantoso para sus habitantes españoles y para los indios que les eran fieles: "Las naves que mandaba don Gabriel de Castilla llegaron a Concepción el 14 de febrero, cuando ya no había en las costas de Chile noticia alguna de los buques holandeses. Desembarcó allí doscientos veinticuatro hombres, número insuficiente, sin duda, pero que era un auxilio poderoso para los angustiados españoles. De esta manera, pudo contar el gobernador con un ejército expedicionario de cuatrocientos diez hombres. Mandó que todos sus soldados se confesaran y comulgaran, y se puso en marcha a la cabeza de sus tropas. Sin encontrar obstáculos de ninguna naturaleza, avanzó hasta la ribera del caudaloso río Biobío, y allí tuvo noticias de la proximidad del enemigo. Un soldado llamado Francisco Herrera, cautivo de los indios, o quizá uno de los desertores del ejército español, le dijo al Gobernador que, a corta distancia, había un campamento de diez mil indios dispuestos a cerrar el paso a los invasores. Los españoles se atrincheraron a la espera de que los bárbaros fueran a atacarlos. Sus avanzadas reconocieron los campos vecinos, y se proporcionaron noticias más completas del enemigo. Después de tres días, los indios creyendo que los españoles no se encontraban en condiciones de sostener un combate, comenzaron a acercarse provocativos. Por fin, la batalla se trabó en la tarde del 13 de marzo. Un destacamento español fingió retirarse atrayéndolos a terreno llano, y, cargando impetuosamente todo el ejército de Quiñones, consiguió destrozarlos completamente poniéndolos en entera dispersión. En esa jornada, los españoles habían reconquistado su crédito de militares esforzados y valientes. Sus pérdidas eran casi insignificantes, un muerto y algunos heridos, mientras que los bárbaros dejaban en el campo más de quinientos cadáveres, sin contar los que, cubiertos de heridas, perecieron en su fuga al otro lado del Biobío".

 

     (Imagen) Da escalofríos imaginar la situación de las poblaciones españolas cercadas por indios tan rabiosos y sangrientos: "El Gobernador Quiñones llegaba a las inmediaciones de la Imperial el 30 de marzo de 1600. Sus escasos defensores parecían resignados a una muerte segura e inevitable, sin recibir socorros de ninguna parte. Seis meses hacía que se había enviado al capitán Escobar a pedir ayuda al Gobernador, pero esos auxilios no pudieron llegar. El hambre se hacía intolerable, y las hostilidades de los indios eran cada día más tenaces. Hernando Ortiz, corregidor de la ciudad, intentó con unos cuantos hombres llegar hasta Angol buscando provisiones, pero fueron capturados por los indios y muertos a la vista de los habitantes de La Imperial. El capitán Francisco Galdames de la Vega, que tomó el mando de la plaza, se mantuvo decidido a resistir hasta la muerte. Incluso las mujeres  tomaron las armas, y se recuerda entre aquellas heroínas el nombre de doña Inés Córdoba de Aguilera, señora principal, hija y esposa de conquistadores, dando con sus hechos ejemplo de entereza. Pero la defensa se hacía insostenible, y se aseguraba que todos esos infelices habrían perecido de hambre si el socorro que les llevaba don Francisco de Quiñones hubiera tardado ocho días más. Sin duda alguna, el Gobernador tenía el propósito irrevocable de despoblar la Imperial, pero, para justificarlo, dirigió al Cabildo una comunicación consultando su parecer, y sus componentes, después de dejar constancia escrita de los sufrimientos indecibles por los que habían pasado durante un año entero, declararon de común acuerdo que era forzoso despoblarla. Sin embargo, Quiñones pidió también informe a todos los jefes de su ejército, con exclusión de su propio hijo, don Antonio de Quiñones. En todas partes los pareceres fueron unánimes a favor de la despoblación de la Imperial. Sus desgraciados habitantes llegaron a estampar en un acuerdo las palabras siguientes: 'Por amor de Nuestro Señor Jesucristo, de rodillas y vertiendo lágrimas y dando voces al cielo, le suplican (al Gobernador) que se compadezca de ellos y de tantas viudas, huérfanos, doncellas pobres, y niños inocentes como en la dicha ciudad hay, los saque de ella sin dejar a nadie, y los lleve con sus soldados adonde le pareciese bien'. El 4 de abril de 1600, cuando hubo reunido estas coincidentes opiniones, hizo don Francisco de Quiñones su entrada al antiguo recinto de la ciudad". Táctica infalible: muchedumbres de  indios cercaban las poblaciones e impedían la llegada de suministro. Abandonada la Imperial, será Angol la siguiente ciudad fantasma. La imagen muestra (en una plano de 1669) La Imperial resurgida posteriormente.




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