sábado, 29 de junio de 2019

(Día 870) Carlos V se irritó sobremanera al saber que Diego de Almagro había sido ejecutado. Ordenó que se enviara un juez a Perú para castigar a los culpables, y fue elegido Cristóbal Vaca de Castro. Había sospechas de que estaba sobornado por Hernando Pizarro.


     (460) Las  noticias que le llevó al Rey Núñez de Mercado tuvieron que irritarle sobremanera, y es de suponer que se arrepentiría al instante de haberle  otorgado a Pizarro el título de Marqués. Cieza nos habla de su disgusto  “Cuando el Emperador supo la muerte de D. Diego de Almagro, le pesó grandemente, y se tuvo por deservido por lo que había pasado, y por haber sido muerto con tanta crueldad un vasallo suyo tan leal, y mandó a los de su Consejo de Indias que hiciesen justicia sobre aquel caso”. Es de suponer que también el Rey se sintiera en parte  responsable de lo ocurrido, porque va a hacer ahora lo que podía haber hecho mucho antes: enviar a alguien con sumos poderes para zanjar el conflicto entre Pizarro y Almagro. Será la solución definitiva, pero, por llegar tarde el remedio, solo se consiguió que fuera efectivo tras varias guerras civiles, además de las ya habidas.
     Lo que va a contar Cieza ahora aclara muchos detalles importantes que nadie había mencionado. Como ya sabemos, también llegaron a España, con la misma intención de defender la memoria de Almagro, Diego de Alvarado, Diego Gutiérrez de los Ríos y Don Alonso Enríquez. No faltaron defensores de los Pizarro que hicieran lo mismo. Según Cieza, “para contar las cosas diferentemente de como habían pasado”. Los del Consejo de Indias, para contrastar las versiones, decidieron enviar a Perú a alguien con grandes poderes para que investigara los hechos. Escogieron al licenciado Cristobal Vaca de Castro. Adelantemos que no todo lo hizo bien, pero, contra la rebelión de Diego de Almagro el Mozo, acertó de lleno. Sin embargo, según Cieza, se rumoreó que iba vendido a los Pizarro: “Algunos dicen que Hernando Pizarro procuró, logrando el apoyo del cardenal Loaysa, que fuese él y que le encargaran las cosas del marqués Pizarro para que se mostrara favorable a sus negocios”.
     Fue, pues, escogido Vaca de Castro. Pero, además de sus amplios poderes, contaba con una orden asombrosamente previsora: “Si, por caso, durante el tiempo que estuviera allá, falleciese el marqués D. Francisco Pizarro, Su Majestad mandó darle una Cédula Real para que pudiese ser Gobernador e tuviese la provincia en gobernación como el mismo Marqués”. Vaca de Castro tenía asimismo orden de, a su paso por Panamá, someter a investigación judicial al doctor Robles, oidor de la Audiencia, “porque también habían ido a España algunas quejas sobre él”. Cieza, o no sabía o se callaba que quien envió esas quejas en una carta (antes de llegar a la Corte) fue Hernando Pizarro (como ya vimos), el cual, por saber que Robles intentaba procesarlo, evitó el paso por Panamá en su venida a España.
     Otro detalle nos muestra que el ambiente social posterior a la derrota y ejecución de Almagro era pésimo. Estaba empapado de rencores y desconfianzas: “Diego de Alvarado y otros escribieron a Diego de Almagro el Mozo e a Juan de Rada (enseguida convertidos en organizadores del asesinato de Pizarro) diciéndoles que el doctor Beltrán y otros oidores de los que estaban en el Consejo de Indias habían recibido (desde Perú) grandes presentes del Marqués Pizarro, por lo que se temía que Vaca de Castro no hiciera allí recta justicia. Y así, llegadas estas cartas, causó alguna turbación en el ánimo de los almagristas”.

     (Imagen) CRISTÓBAL VACA DE CASTRO será una figura clave en la guerra de Chupas. Nació hacia 1492 en Mayorga (Valladolid). Es poco lo que se sabe de su juventud. El apellido de su madre (Cabeza de Vaca) lo abrevió.  Se licenció en leyes. Hizo pronto un ‘carrerón’. Le nombraron Caballero de la  Orden de Santiago y tuvo un puesto en el Consejo Real. Por su propia valía, y por dudosas influencias, como la de Hernando Pizarro y el arzobispo de Sevilla García de Loaysa, el Rey le confió la honrosa y difícil misión de ir a Perú para poner fin a los conflictos entre pizarristas y almagristas (Almagro ya había sido ejecutado). Partió hacia América en 1540, teniendo un viaje muy accidentado hasta llegar a Perú. Hablé anteriormente demasiado bien de él. Aunque tuvo un éxito total en su lucha contra Diego de Almagro el Mozo, derrotándolo y ejecutándolo, dejó fama de ser muy avaricioso, y la mayoría de los cronistas lo indicaron. Con el tiempo, ha sido juzgado más favorablemente en este sentido, pero, en gran parte, gracias a la campaña de imagen que le hizo su hijo Pedro de Castro y Quiñones, arzobispo de Granada. Durante años, Vaca de Castro vivió lleno de amarguras. Todo empezó cuando llegó a Perú el Virrey Blasco Núñez Vela. Investigó sus posibles apropiaciones indebidas, y lo encarceló. Vaca de Castro tuvo la habilidad de huir y llegar a España, pero le sirvió de poco. Lo procesaron, y, además, con un trámite tan lento que permaneció preso casi once años. Logró una revisión final que le libró en 1556 de toda culpa, y, por mandamiento de Felipe II, fue readmitido en su antigua plaza del Consejo Real y en el cargo de oidor de Valladolid, abonándosele, además, todos los salarios acumulados durante el tiempo de su prisión. Murió en 1572, de manera que aún pudo disfrutar 16 años de honorable y placentera vida. Es una lástima que no escribiera sus memorias.



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