(460) Las noticias que le llevó al Rey Núñez de Mercado
tuvieron que irritarle sobremanera, y es de suponer que se arrepentiría al
instante de haberle otorgado a Pizarro
el título de Marqués. Cieza nos habla de su disgusto “Cuando el Emperador supo la muerte de D.
Diego de Almagro, le pesó grandemente, y se tuvo por deservido por lo que había
pasado, y por haber sido muerto con tanta crueldad un vasallo suyo tan leal, y
mandó a los de su Consejo de Indias que hiciesen justicia sobre aquel caso”. Es
de suponer que también el Rey se sintiera en parte responsable de lo ocurrido, porque va a hacer
ahora lo que podía haber hecho mucho antes: enviar a alguien con sumos poderes
para zanjar el conflicto entre Pizarro y Almagro. Será la solución definitiva, pero,
por llegar tarde el remedio, solo se consiguió que fuera efectivo tras varias
guerras civiles, además de las ya habidas.
Lo que va a contar Cieza ahora aclara muchos detalles importantes que
nadie había mencionado. Como ya sabemos, también llegaron a España, con la
misma intención de defender la memoria de Almagro, Diego de Alvarado, Diego
Gutiérrez de los Ríos y Don Alonso Enríquez. No faltaron defensores de los
Pizarro que hicieran lo mismo. Según Cieza, “para contar las cosas
diferentemente de como habían pasado”. Los del Consejo de Indias, para
contrastar las versiones, decidieron enviar a Perú a alguien con grandes
poderes para que investigara los hechos. Escogieron al licenciado Cristobal
Vaca de Castro. Adelantemos que no todo lo hizo bien, pero, contra la rebelión
de Diego de Almagro el Mozo, acertó de lleno. Sin embargo, según Cieza, se
rumoreó que iba vendido a los Pizarro: “Algunos dicen que Hernando Pizarro
procuró, logrando el apoyo del cardenal Loaysa, que fuese él y que le
encargaran las cosas del marqués Pizarro para que se mostrara favorable a sus
negocios”.
Fue, pues, escogido Vaca de Castro. Pero, además de sus amplios poderes,
contaba con una orden asombrosamente previsora: “Si, por caso, durante el
tiempo que estuviera allá, falleciese el marqués D. Francisco Pizarro, Su
Majestad mandó darle una Cédula Real para que pudiese ser Gobernador e tuviese
la provincia en gobernación como el mismo Marqués”. Vaca de Castro tenía
asimismo orden de, a su paso por Panamá, someter a investigación judicial al
doctor Robles, oidor de la Audiencia, “porque también habían ido a España
algunas quejas sobre él”. Cieza, o no sabía o se callaba que quien envió esas
quejas en una carta (antes de llegar a la Corte) fue Hernando Pizarro (como ya
vimos), el cual, por saber que Robles intentaba procesarlo, evitó el paso por
Panamá en su venida a España.
Otro detalle nos muestra que el ambiente social posterior a la derrota y
ejecución de Almagro era pésimo. Estaba empapado de rencores y desconfianzas:
“Diego de Alvarado y otros escribieron a Diego de Almagro el Mozo e a Juan de
Rada (enseguida convertidos en
organizadores del asesinato de Pizarro) diciéndoles que el doctor Beltrán y
otros oidores de los que estaban en el Consejo de Indias habían recibido (desde Perú) grandes presentes del
Marqués Pizarro, por lo que se temía que Vaca de Castro no hiciera allí recta
justicia. Y así, llegadas estas cartas, causó alguna turbación en el ánimo de
los almagristas”.
(Imagen) CRISTÓBAL VACA DE CASTRO será una figura clave en la guerra de
Chupas. Nació hacia 1492 en Mayorga (Valladolid). Es poco lo que se sabe de su
juventud. El apellido de su madre (Cabeza de Vaca) lo abrevió. Se licenció en leyes. Hizo pronto un
‘carrerón’. Le nombraron Caballero de la
Orden de Santiago y tuvo un puesto en el Consejo Real. Por su propia
valía, y por dudosas influencias, como la de Hernando Pizarro y el arzobispo de
Sevilla García de Loaysa, el Rey le confió la honrosa y difícil misión de ir a
Perú para poner fin a los conflictos entre pizarristas y almagristas (Almagro
ya había sido ejecutado). Partió hacia América en 1540, teniendo un viaje muy
accidentado hasta llegar a Perú. Hablé anteriormente demasiado bien de él.
Aunque tuvo un éxito total en su lucha contra Diego de Almagro el Mozo,
derrotándolo y ejecutándolo, dejó fama de ser muy avaricioso, y la mayoría de los
cronistas lo indicaron. Con el tiempo, ha sido juzgado más favorablemente en
este sentido, pero, en gran parte, gracias a la campaña de imagen que le hizo
su hijo Pedro de Castro y Quiñones, arzobispo de Granada. Durante años, Vaca de
Castro vivió lleno de amarguras. Todo empezó cuando llegó a Perú el Virrey
Blasco Núñez Vela. Investigó sus posibles apropiaciones indebidas, y lo
encarceló. Vaca de Castro tuvo la habilidad de huir y llegar a España, pero le
sirvió de poco. Lo procesaron, y, además, con un trámite tan lento que
permaneció preso casi once años. Logró una revisión final que le libró en 1556
de toda culpa, y, por mandamiento de Felipe II, fue readmitido en su antigua
plaza del Consejo Real y en el cargo de oidor de Valladolid, abonándosele,
además, todos los salarios acumulados durante el tiempo de su prisión. Murió en
1572, de manera que aún pudo disfrutar 16 años de honorable y placentera vida.
Es una lástima que no escribiera sus memorias.
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