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– Bella noche, dulce trovador, buena compañía, delicioso coñac, aroma habanero,
¡y el tema de Indias…!
- Esto raya con lo pecaminoso, reverendo.
Vamos con una última referencia a Sarmiento; pero nos va a durar dos tertulias:
no quiero resumir demasiado la declaración de un testigo (anónimo) porque nos
sirve como prueba definitiva de la justicia de las protestas de nuestro querido Pedro. ¿Okay, pater?
- De acuerdo, cabal cronista. Se trata de
una declaración hecha en 1584, de la que, lamentablemente, faltan las últimas
páginas, lo que no importa demasiado, ya que solo se pierde lo que ocurrió
después de la separación definitiva de Sarmiento y Flores; aunque es una
lástima que el autor quede desconocido
por faltar la firma. Por lo que dice, tenía algún parentesco con Pedro; no
obstante rezuma credibilidad la crítica demoledora que va a hacer del asturiano
Flores, y si los de su pueblo no están de acuerdo (dita sea), que se busquen un
defensor (pero sin sobornarlo). Sigue.
- Con tu venia, dottore. El comienzo del
relato es un sabroso ejemplo de los innumerables cronistas improvisados de
Indias que, a pesar de sus dificultades narrativas, lo contaban todo claro,
alto y con sentimiento. Allá va: “Lo que V. M. me manda, yo hago dando parte de
lo sucedido en la jornada del Estrecho de Magallanes. Como persona que a todo
se halló presente, lo haré de todo lo que me acordare, sin pasión de parte
alguna, si no es la que a mí me obliga diga verdad. Sea de V. M. perdonado mi
ruin estilo en manifestarlo, pues solo nace de mi rudo ingenio”. Tenía un alto
cargo en la expedición, alguacil real y fiscal de la armada. La primera
pedrada, en medio de la frente: “Solo avisaré de los servicios del general
Diego Flores y de lo que a mí me parece dejó de hacer tocante al servicio de V.
M. y a las obligaciones de los capitanes generales. Lo que sé es lo siguiente:
Viendo al general en Sanlúcar, me parece que, de su vista y de sus palabras que
siempre tenía, se podía considerar tener poco ánimo y voluntad de emprender la
jornada, que parecía dificultosa a la
gente menuda (sin cargos) que por fuerza fue embarcada. Soldados y marineros
estaban de tan mala gana, que era necesario que el capitán general (Sarmiento)
saliera a cada momento a animarles (sería un éxito, el rey quedaría muy
contento y les haría mercedes…). Y estas palabras ponían el ánimo grande a los
que poco tenían. Y, al contrario, del general (Flores) no salía esto, de lo que
me parece que dejó de hacer su obligación”. Después del gran desastre inicial
de la flota, se refugiaron en Cádiz. Continúe vuestra reverencia.
- Gracias, juvenil anciano. El “anónimo”
confirma todo lo que contó Sarmiento: la depresión de Flores, su empeño en
abandonar, y (lo que hay que ver) los “mimos” del rey, que debería haberlo
fulminado: “Y yo estuve presente en la casa de Diego Flores, que nos leyó una
carta que V. M. le había escrito, tratándole amorosamente (ver para creer) y
encomendándole hiciese la jornada, pesándole de los que se habían ahogado en la
tormenta (‘solo’ 800, y por zarpar desoyendo a Sarmiento)”. Hace referencia a
las constantes discusiones entre Flores y Sarmiento durante el viaje, “y se
dejaba entender que las ocasiones nacían del general (Flores), por estar a mal
con el hombre que era la causa dél ir a Magallanes por orden de V. M.”. A la
altura de Río de la Plata, la tormenta hundió una nave y dañó las otras; se
refugiaron en la isla Santa Catalina, siendo necesario repararlas rápidamente
porque un retraso haría imposible continuar debido al cambio del tiempo. Pero “estuvimos
allí más de diez días de lo que había necesidad, sin otra razón que poca gana
de hacer el viaje”. Mañana daremos fin al culebrón Sarmiento. Bonne nuit.
- Pero tropezaremos (un poquito) más veces
con él. Au revoir.
Tienes razón, pedestre filósofo: nos
arrastra el Río de las Circunstancias. El Cardenal Cisneros fue un rarísimo
mirlo blanco de nuestra historia; en algún sentido, el más destacado. Sin ser
linajudo, buscó la humildad del convento, pero su inteligencia, su honradez y
su sentido común le llevaron a la cúspide clerical y política. Una de las
‘pequeñas’ cosas que hizo fue fundar la Universidad de Alcalá de Henares (la
Complutense, por llamar Complutum los romanos al lugar; y el mismo nombre lleva
la de Madrid por ser hija de ella). La vemos en la foto nº 1. Pedro Sarmiento
de Gamboa nació en esta culta población. Pontevedra, cuyo casco antiguo es,
después del de Santiago, el mejor de Galicia (calidad garantizada en la patria
de los maestros canteros); ciudad esencialmente marinera, volcada al bravo
Atlántico. El antiguo puente de la foto nº 2 dio origen a su nombre (‘puente de
piedra’). Pedro Sarmiento de Gamboa pasó aquí su infancia. Él aportó su
extraordinaria calidad humana, y el resultado de ese cúmulo de circunstancias
fue espléndido. Pero ya veremos también otra ciudad que le tuvo que marcar
profundamente.
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