domingo, 27 de marzo de 2016

(217) – Bella noche, dulce trovador, buena compañía, delicioso coñac, aroma habanero, ¡y el tema de Indias…!
     - Esto raya con lo pecaminoso, reverendo. Vamos con una última referencia a Sarmiento; pero nos va a durar dos tertulias: no quiero resumir demasiado la declaración de un testigo (anónimo) porque nos sirve como prueba definitiva de la justicia de las protestas de  nuestro querido Pedro. ¿Okay, pater?
     - De acuerdo, cabal cronista. Se trata de una declaración hecha en 1584, de la que, lamentablemente, faltan las últimas páginas, lo que no importa demasiado, ya que solo se pierde lo que ocurrió después de la separación definitiva de Sarmiento y Flores; aunque es una lástima que el autor  quede desconocido por faltar la firma. Por lo que dice, tenía algún parentesco con Pedro; no obstante rezuma credibilidad la crítica demoledora que va a hacer del asturiano Flores, y si los de su pueblo no están de acuerdo (dita sea), que se busquen un defensor (pero sin sobornarlo). Sigue.
     - Con tu venia, dottore. El comienzo del relato es un sabroso ejemplo de los innumerables cronistas improvisados de Indias que, a pesar de sus dificultades narrativas, lo contaban todo claro, alto y con sentimiento. Allá va: “Lo que V. M. me manda, yo hago dando parte de lo sucedido en la jornada del Estrecho de Magallanes. Como persona que a todo se halló presente, lo haré de todo lo que me acordare, sin pasión de parte alguna, si no es la que a mí me obliga diga verdad. Sea de V. M. perdonado mi ruin estilo en manifestarlo, pues solo nace de mi rudo ingenio”. Tenía un alto cargo en la expedición, alguacil real y fiscal de la armada. La primera pedrada, en medio de la frente: “Solo avisaré de los servicios del general Diego Flores y de lo que a mí me parece dejó de hacer tocante al servicio de V. M. y a las obligaciones de los capitanes generales. Lo que sé es lo siguiente: Viendo al general en Sanlúcar, me parece que, de su vista y de sus palabras que siempre tenía, se podía considerar tener poco ánimo y voluntad de emprender la jornada, que  parecía dificultosa a la gente menuda (sin cargos) que por fuerza fue embarcada. Soldados y marineros estaban de tan mala gana, que era necesario que el capitán general (Sarmiento) saliera a cada momento a animarles (sería un éxito, el rey quedaría muy contento y les haría mercedes…). Y estas palabras ponían el ánimo grande a los que poco tenían. Y, al contrario, del general (Flores) no salía esto, de lo que me parece que dejó de hacer su obligación”. Después del gran desastre inicial de la flota, se refugiaron en Cádiz. Continúe vuestra reverencia.
     - Gracias, juvenil anciano. El “anónimo” confirma todo lo que contó Sarmiento: la depresión de Flores, su empeño en abandonar, y (lo que hay que ver) los “mimos” del rey, que debería haberlo fulminado: “Y yo estuve presente en la casa de Diego Flores, que nos leyó una carta que V. M. le había escrito, tratándole amorosamente (ver para creer) y encomendándole hiciese la jornada, pesándole de los que se habían ahogado en la tormenta (‘solo’ 800, y por zarpar desoyendo a Sarmiento)”. Hace referencia a las constantes discusiones entre Flores y Sarmiento durante el viaje, “y se dejaba entender que las ocasiones nacían del general (Flores), por estar a mal con el hombre que era la causa dél ir a Magallanes por orden de V. M.”. A la altura de Río de la Plata, la tormenta hundió una nave y dañó las otras; se refugiaron en la isla Santa Catalina, siendo necesario repararlas rápidamente porque un retraso haría imposible continuar debido al cambio del tiempo. Pero “estuvimos allí más de diez días de lo que había necesidad, sin otra razón que poca gana de hacer el viaje”. Mañana daremos fin al culebrón Sarmiento. Bonne nuit.
     - Pero tropezaremos (un poquito) más veces con él. Au revoir.



     Tienes razón, pedestre filósofo: nos arrastra el Río de las Circunstancias. El Cardenal Cisneros fue un rarísimo mirlo blanco de nuestra historia; en algún sentido, el más destacado. Sin ser linajudo, buscó la humildad del convento, pero su inteligencia, su honradez y su sentido común le llevaron a la cúspide clerical y política. Una de las ‘pequeñas’ cosas que hizo fue fundar la Universidad de Alcalá de Henares (la Complutense, por llamar Complutum los romanos al lugar; y el mismo nombre lleva la de Madrid por ser hija de ella). La vemos en la foto nº 1. Pedro Sarmiento de Gamboa nació en esta culta población. Pontevedra, cuyo casco antiguo es, después del de Santiago, el mejor de Galicia (calidad garantizada en la patria de los maestros canteros); ciudad esencialmente marinera, volcada al bravo Atlántico. El antiguo puente de la foto nº 2 dio origen a su nombre (‘puente de piedra’). Pedro Sarmiento de Gamboa pasó aquí su infancia. Él aportó su extraordinaria calidad humana, y el resultado de ese cúmulo de circunstancias fue espléndido. Pero ya veremos también otra ciudad que le tuvo que marcar profundamente.




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